Música para el erotismo (I)
Pese a que la cita sea muy manida, es idónea como apertura e ideal para proponer una placentera disquisición sobre el tema: “Si la música es el alimento del amor, tóquenla entonces; denme de ella en exceso…”,1 la cual fue escrita por Shakespeare en su pieza teatral La duodécima noche. Así, con la sabiduría a cuestas del misterioso dramaturgo británico –y quizá también con su experiencia–, podemos lanzarnos a la deleitable y esencial faena de darle sentido a la disquisición apenas aludida, no obstante, dilucidemos de inmediato la diferencia entre sexo y erotismo y digamos, sin tapujos, que la pretensión que ahora nos anima es la de sugerir la escucha de algunas músicas con la respetuosa idea de mejorar, embellecer, reinventar, nutrir, sanar, ennoblecer, renovar o prolongar sus relaciones íntimas, caro lector (escoja usted, si gusta, el verbo que más le acomode).
Con respecto a la
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