Música para el erotismo (II)
Recordará el benemérito lector que en la entrega pasada expusimos la diferencia entre sexo y erotismo y que lanzamos algunas sugerencias para “embellecer” sus relaciones íntimas mediante un par de propuestas musicales que habrían de inflamar su imaginación antes de formalizar la cópula (de hecho, esta columna recibió varias críticas por haber inducido la intimidad sin haberla culminado). Asimismo, hablamos de la inextricable relación entre los sonidos bien ordenados y la sexualidad humana, relación que ha evolucionado paralela desde los albores de la especie; y especificamos el empleo de conjugaciones genéricas –el femenino “pareja” para referirnos a ambos sexos y el masculino “lector” para englobar también a las mujeres– con la idea de ser lo menos excluyentes posibles (sólo mencionamos que, tal vez, los diversos “pervertidos” no serían los lectores ideales de estas letras ni los escuchas adecuados de estas músicas).
Igualmente, nos atrevimos a asentar que nuestra herencia “amatoria”, al cabo de los milenios, nos enfrenta,
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