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Mi corazón es la piedra donde afilas tu cuchillo
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Mi corazón es la piedra donde afilas tu cuchillo
Libro electrónico107 páginas2 horas

Mi corazón es la piedra donde afilas tu cuchillo

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Personajes de la vida cotidiana cuyas vidas parecen puntuadas sólo por los sucesos más normales –un profesionista maduro que frecuenta a una prostituta más atractiva que su mujer, un escritor primerizo que trata infructuosamente de terminar su primera novela, una viuda reciente que piensa haberse librado de un matrimonio aburrido, un joven de clase
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento2 jun 2020
ISBN9786074453898
Mi corazón es la piedra donde afilas tu cuchillo
Autor

Luis Carlos Fuentes

Luis Carlos Fuentes Ávila (México DF, 1978), narrador y guionista, es egresado de la Escuela de Escritores de la SOGEM y de la Escuela Superior de Estudios Cinematográficos de París. Es autor del libro de cuentos Palma de negro, ganador del premio "Manuel José Othón" 2007. Ha colaborado en el periódico La Jornada San Luis y en las revistas Ruta sin Límite, Por Amoralarte y Los Perros del Alba. En 2008 recibió de IMCINE el Estímulo a Creadores Cinematográficos (para escritura de guion). En 2008 y 2011 fue becario del FECA de San Luis Potosí y fue ganador del 1er Taller de Guion de Largometraje de Terror convocado por IMCINE y otras instituciones. Actualmente imparte cursos de guión de cine en el Centro de las Artes de San Luis Potosí y es guionista para OnceTV (del IPN).

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    Mi corazón es la piedra donde afilas tu cuchillo - Luis Carlos Fuentes

    Alvarado

    Aleika

    La gallina es un animal que se compone del exterior y del interior. Si le quitamos el exterior, queda el interior; si le quitamos el interior, no queda más que el alma.

    J. L. Godard

    ,

    Vivre sa vie

    Ignoro si Aleika era su verdadero nombre. Las hembras como ella acostumbran adoptar una identidad secreta, un nombre profesional que les permita ejercer la belleza en libertad, sin temor a que una esposa celosa las moleste con sus impertinencias. Aleika, sin embargo, la llamaremos. ¿Qué es un nombre después de todo? Los hechos que relato no serían menos terribles si la llamáramos de otro modo.

    Mi nombre importa menos. Baste decir que soy médico forense, casado, dos hijos, dos coches, casa propia. Trabajo para la policía ministerial, nada de qué excitarse: autopsias rutinarias, reportes, burocracia, pero la paga es decente. Tengo amigos y pasatiempos, defectos y virtudes. Como todos. Nada digno de contar.

    Excepto esto.

    Conocí a Aleika porque Marcia me empujó a ello. Marcia es mi esposa. Por aquella época empezamos a tener conflictos maritales. No quiero distribuir culpas, sólo trato de explicar lo ocurrido.

    Entonces yo sufría de eyaculación retrógrada. Es una disfunción muy poco frecuente por la cual el semen no sale a través del pene al momento del orgasmo, sino que toma el camino opuesto en la uretra y se deposita en la vejiga para después ser expulsado mezclado con la orina.

    No es un padecimiento grave ni doloroso. Al contrario, los seguidores del sexo tántrico consideran la retención del fluido seminal como una práctica fundamental de su filosofía y dedican mucho tiempo a aprender lo que en mi caso se presentó espontáneamente. Admito que tiene sus ventajas, aunque yo las considero más prácticas que espirituales: sin ser estéril, durante mis años de joven disoluto no corrí el riesgo de provocar embarazos no deseados. Fue hasta después de cinco años de matrimonio que se convirtió en un problema, cuando a Marcia y a mí nos entraron las ganas de tener un hijo.

    Antiguamente quienes sufrían del mismo mal orinaban en el interior de la vagina de su mujer durante los días fértiles. A nosotros nos pareció un método sumamente primitivo y degradante, además de poco efectivo.

    Escogimos otro procedimiento, más civilizado a nuestros ojos, consistente en centrifugar la orina en el laboratorio para aislar el esperma y realizar con él una inseminación artificial.

    Por desgracia, cada intento fallido significaba un golpe tremendo a nuestra relación; para el quinto fracaso nuestra vida sexual estaba destruida.

    No es una situación fácil de comprender. Supongo que Marcia tuvo alguna especie de bloqueo mental provocado por su dolor de madre frustrada y por no poder acusarme abiertamente de algo que, si bien era por causa mía, no podía decirse que fuera mi culpa en el peor sentido de la palabra.

    Creo que entendí lo que sentía, pero no que su reacción fuera cerrarme las piernas. En lugar de mejorar la situación, la empeoraba. Terminamos por ser dos completos desconocidos viviendo bajo el mismo techo y durmiendo en la misma cama. Sobra decir que abandonamos el tratamiento.

    Frente a este panorama desolador me pareció que sólo había una cosa digna por hacer: conseguirme una amante mientras Marcia volvía a la normalidad.

    Fue fácil enredarme con Aleika. Yo quería, ella quería; todo fue ponerse de acuerdo sin promesas ni cursilerías. La encontré en un bar. Pude habérmela llevado de inmediato, al cabo de un par de tragos, pero me quedé a beber lo suficiente para reducir mi sensibilidad y retardar al máximo la eyaculación sin afectar el número ni la potencia de mis erecciones. Mañas que uno aprende por ahí.

    Fuimos a su departamento. Los moteles me hacen sentir como un intruso. Quedé sorprendido por el gusto tan sobrio de Aleika. De las paredes no colgaban cuadros, en la sala no había más muebles que un sofá, en el dormitorio nada más que la cama. La austeridad monástica del lugar chocó con el prejuicio que me había formado sobre Aleika. Ella, con su apariencia provocativa y sus modales mundanos, daba la impresión de vivir en un lugar donde se favorecieran la vida, el bienestar físico, el goce de los sentidos, y no en esa especie de cueva donde los lujos materiales no tenían cabida.

    Sólo un detalle alegraba el lugar y le otorgaba una cierta calidez humana: en la cocina, que parecía no haber sido estrenada, una jaula de regular tamaño albergaba una veintena de ratones blancos, de ésos que tienen los ojos rojo brillante como iluminados por dentro.

    –¿Son tus mascotas? –le pregunté, conmovido ante la idea de que hasta las mujeres fatales necesitan sentir un poco de compañía.

    –Me encantan los ratoncitos.

    –Son demasiados. ¿Los dejas aparearse libremente?

    –Si yo puedo hacerlo, ¿por qué ellos no?

    Esa noche redescubrí el sexo. Yo, que por experiencia sabía que el placer no es algo que se recibe, sino que se roba, me encontré en su cama, pasivo y desarmado, en éxtasis por los favores de su cuerpo. No hablo de acrobacias, de gemidos, de pasión. Hablo de control.

    Una vagina debe ser como la verdadera autoridad: fuerte y flexible al mismo tiempo. La vagina virgen está apretada porque tiene los músculos atrofiados, ya que nunca se han utilizado. Si cuando estos músculos se estiran la mujer no tiene el cuidado de fortalecerlos con ejercicios, disminuye la presión que las paredes ejercen alrededor del pene, volviendo el coito menos satisfactorio para la pareja.

    Por otro lado, hay que aprender a relajar los músculos pélvicos para facilitar la entrada de objetos durante la convivencia sexual o durante un examen ginecológico.

    La contracción y distensión a voluntad de los músculos del fondo pélvico produce sensaciones únicas en el miembro masculino durante la penetración, pudiendo incluso provocar el orgasmo en el hombre sin necesidad de ejecutar movimiento alguno de émbolo.

    Pocas, poquísimas mujeres pueden jactarse de poseer esta capacidad. Aleika era una de ellas. Por increíble que parezca, desde ese primer encuentro su habilidad me hizo eyacular hacia afuera. Yo sabía que esto era posible (lo había hecho algunas veces) si en el momento de las contracciones prostáticas alguien succionaba por la uretra, como si de un popote se tratara, pero nunca lo había logrado así, sin la ayuda de una boca amiga. Mi teoría es que la sucesiva tensión/relajación muscular generaba un vacío en el interior de su vagina, y la tendencia natural a equilibrar el diferencial de presiones originaba el efecto de succión.

    Después de dos o tres meses de frecuentarla aprendí a eyacular normalmente. Es algo que siempre le voy a agradecer sin importar lo que haya pasado después, porque gracias a eso mis hijos están en este mundo.

    Para entonces Aleika se había ganado mi confianza. De alguna manera la satisfacción física se metamorfoseó en complicidad psicológica, y un día terminé platicándole mis experiencias sexuales con otras mujeres, Marcia incluida.

    Yo no era un santo, pero tampoco le faltaba a mi esposa. La engañaba, sí, al no enterarla de mis aventuras pasajeras, pero no le era infiel en el sentido de que no le retiraba mi lealtad, cariño o atención para entregárselos a otra. Aleika fue la única con la que establecí una cierta relación, y eso únicamente por la actitud de Marcia, pues incluso el sexo profesional había empezado a aburrirme y también, por qué no decirlo, a agotarme.

    Debo aclarar una cosa: cuando hablo de profesional no me refiero al tipo de prostituta que pone precio a su cuerpo y lo deja en comodato durante un par de horas a quienquiera que pueda pagarlo. Aleika era de las que venden exclusividad. Le sería fiel a su hombre mientras ella quisiera y él le depositara puntualmente una mensualidad. Habrá quien diga que no existe diferencia, que una puta es una puta y basta, pero Aleika era diferente: no lo hacía por dinero. Al menos no por la miseria que yo le daba, y estoy seguro que durante todo el tiempo que estuvo conmigo no estuvo con nadie más. Ella hubiera podido tener al hombre que deseara, al más rico y al más poderoso, pero

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