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Rimas y leyendas
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Rimas y leyendas

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Gustavo Adolfo Bécquer confesaba al escribir la «Introducción» de Rimas y leyendas, tan solo dos años antes de morir, que no quería llevarse consigo,
«el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro».
De modo que Rimas y leyendas reúne poesías y prosas simplemente porque todas ellas son criaturas de la misma imaginación que anhela liberarse para «dormir en paz».
La influencia en el imaginario moderno de algunos de los poemas de las Rimas, como:

- «El monte de las ánimas»,
- «El rayo de luna»
- o «El beso»,ha sido inmensa.
Por su parte, las Leyendas se inscriben en la literatura gótica de autores como Hoffman y Poe, que supuso una ruptura con el racionalismo. Al rescatar las leyendas populares, el romanticismo dio un nuevo sentido a las denostadas supersticiones.
¿Por qué nos infunden terror los acontecimientos misteriosos o fantásticos? Son signos de lo sobrenatural, y como no es posible explicarlos racionalmente representan una sobrecogedora evidencia de nuestra limitada capacidad de comprender el mundo.
IdiomaEspañol
EditorialLinkgua
Fecha de lanzamiento31 ago 2010
ISBN9788498978261

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    Rimas y leyendas - Gustavo Adolfo Bécquer

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    Gustavo Adolfo Bécquer

    Rimas y leyendas

    Barcelona 2024

    Linkgua-ediciones.com

    Créditos

    Título original: Rimas y leyendas.

    © 2024, Red ediciones S.L.

    e-mail: info@linkgua.com

    Diseño de cubierta: Michel Mallard.

    ISBN rústica ilustrada: 978-84-9816-253-0.

    ISBN tapa dura: 978-84-9953-643-9.

    ISBN ebook: 978-84-9897-826-1.

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

    Sumario

    Créditos 4

    Brevísima presentación 9

    La vida 9

    Rimas y leyendas 11

    Índice alfabético de los primeros versos 13

    Introducción 17

    Rimas 21

    Leyendas 67

    I 67

    II 72

    III 76

    IV 81

    Los ojos verdes 85

    I 85

    II 87

    III 91

    El rayo de Luna 95

    I 95

    II 97

    III 99

    IV 101

    V 103

    VI 105

    Tres fechas 107

    I 108

    II 112

    III 119

    La rosa de pasión 129

    I 129

    II 133

    III 136

    IV 138

    La promesa 141

    I 141

    II 143

    III 145

    IV 148

    V 153

    El Monte de las Ánimas 155

    I 155

    II 157

    III 161

    IV 164

    El Miserere 165

    I 166

    II 170

    III 175

    La Venta de los Gatos 177

    I 177

    II 183

    Libros a la carta 193

    Brevísima presentación

    La vida

    Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870). España.

    Nació en Sevilla, hijo del pintor José Domínguez Insausti. Su madre fue Joaquina Bastida de Vargas. Por el lado paterno descendía de una noble familia de origen flamenco, los Becker o Bécquer, establecida en Sevilla en el siglo XVI.

    En 1846 Bécquer ingresó en el Colegio de Náutica de San Telmo, en Sevilla. Quedó huérfano de madre al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, y fue adoptado por su tía María Bastida.

    Poco después pasó a vivir con su madrina Manuela Monahay, acomodada y de cierta sensibilidad literaria. En su biblioteca empezó su afición por la lectura. Inició entonces estudios de pintura en los talleres de los pintores Antonio Cabral Bejarano y Joaquín Domínguez Bécquer, tío suyo. Tras ciertos escarceos literarios (escribe en El trono y la nobleza y en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir) marchó a Madrid en 1854. Para ganar algún dinero escribió con sus amigos (Julio Nombela y Luis García Luna) comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856), en que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea, o La venta encantada, basada en el Quijote.

    Hacia 1858 conoció a la que sería su musa, la cantante de ópera Julia Espín. Pero la relación no fructificó porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor, que aún no era famoso.

    En 1860, en la casa del médico que le trataba de una enfermedad venérea, conoció a Casta Esteban Navarro. Se casaron el 19 de mayo de 1861.

    En 1860, González Bravo, con el apoyo del financiero Salamanca, fundó El Contemporáneo. Su amigo, Rodríguez Correa, redactor del nuevo diario, consiguió un puesto en él para Bécquer.

    Más tarde Bécquer dirigió La Ilustración de Madrid hasta poco antes de su muerte el 22 de diciembre de 1870.

    Bécquer confesaba al escribir la «Introducción» de esta obra, tan solo dos años antes de morir, que no quería llevarse consigo, «el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro». De modo que Rimas y Leyendas reúne poesías y prosas simplemente porque todas ellas son criaturas de la misma imaginación que anhela liberarse para «dormir en paz». La influencia en el imaginario moderno de algunos de los poemas de las Rimas, como «El monte de las ánimas», «El rayo de luna» o «El beso», ha sido inmensa. Por su parte, las Leyendas se inscriben en la literatura gótica de autores como Hoffman y Poe, que supuso una ruptura con el racionalismo. Al rescatar las leyendas populares, el romanticismo dio un nuevo sentido a las denostadas supersticiones. ¿Por qué nos infunden terror los acontecimientos misteriosos o fantásticos? Son signos de lo sobrenatural, y como no es posible explicarlos racionalmente representan una sobrecogedora evidencia de nuestra limitada capacidad de comprender el mundo.

    Rimas y leyendas

    Índice alfabético de los primeros versos

    ¿A qué me lo dices? Lo sé: es mudable,

    Al brillar un relámpago nacemos

    Al ver mis horas de fiebre

    Alguna vez la encuentro por el mundo

    Antes que tú me moriré escondido;

    Así los barqueros pasaban cantando

    Asomaba a sus ojos una lágrima

    Besa el aura que gime blandamente

    Cendal flotante de leve bruma,

    Cerraron sus ojos,

    Como en un libro abierto

    Como enjambre de abejas irritadas,

    Como guarda el avaro su tesoro,

    Como la brisa que la sangre orea

    Como se arranca el hierro de una herida

    ¿Cómo vive esa rosa que has prendido

    Cruza callada, y son sus movimientos

    Cuando en la noche te envuelven

    Cuando entre la sombra oscura

    Cuando me lo contaron sentí el frío

    Cuando miro el azul horizonte

    Cuando sobre el pecho inclinas

    Cuando volvemos las fugaces horas

    ¡Cuántas veces al pie de las musgosas

    ¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero

    De lo poco de vida que me resta

    Dejé la luz a un lado, y en el borde

    Del salón en el ángulo oscuro,

    Despierta, tiemblo al mirarte;

    Dos rojas lenguas de fuego

    En la clave del arco mal seguro,

    En la imponente nave

    Entre el discorde estruendo de la orgía

    Es cuestión de palabras, y, no obstante,

    Espíritu sin nombre,

    Este armazón de huesos y pellejo,

    Fatigada del baile,

    Hoy como ayer, mañana como hoy,

    Hoy la tierra y los cielos me sonríen;

    Las ropas desceñidas,

    Llegó la noche y no encontré un asilo;

    Lo que el salvaje que con torpe mano

    Los invisibles átomos del aire

    Los suspiros son aire y van al aire.

    Me han herido recatándose en las sombras,

    Mi vida es un erial:

    No digáis que agotado su tesoro,

    No dormía; vagaba en ese limbo

    ¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día

    No sé lo que he soñado

    Nuestra pasión fue un trágico sainete

    Olas gigantes que os rompéis bramando

    Pasaba arrolladora en su hermosura

    Por una mirada, un mundo;

    Porque son, niña, tus ojos

    Primero es un albor trémulo y vago,

    ¡Qué hermoso es ver el día

    ¿Quieres que de ese néctar delicioso

    Sabe, si alguna vez tus labios rojos

    Sacudimiento extraño

    Saeta que voladora

    ¿Será verdad que cuando toca el sueño

    Si al mecer las azules campanillas

    Si de nuestros agravios en un libro

    Sobre la falda tenía

    Su mano entre mis manos,

    Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,

    Tú eras el huracán y yo la alta

    Tu pupila es azul, y cuando ríes

    Volverán las oscuras golondrinas

    Voy contra mi interés al confesarlo;

    Yo me he asomado a las profundas simas

    Yo sé cuál el objeto

    Yo sé un himno gigante y extraño

    —Yo soy ardiente, yo soy morena,

    —¿Qué es poesía? —dices mientras clavas

    Introducción

    Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.

    Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.

    Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse, al beso del Sol, en flores y frutos.

    Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en formidable aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz, de entre las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay!, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que solo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos. Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino!

    Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término, y a éstas hay que ponerles punto.

    El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.

    ¡Andad, pues! Andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida con frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. Mas es imposible.

    No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas henchidas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos.

    Quedad, pues, consignados aquí como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por el aire la muerte antes que su creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la claridad de las sombras.

    No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión pidiéndome, con gestos y contorsiones, que os saque a la vida de la realidad, del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa, vieja y cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear, y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.

    Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.

    Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.

    Junio de 1868.

    Rimas

    I Yo sé un himno gigante y extraño

    que anuncia en la noche del alma una aurora,

    y estas páginas son de ese himno

    cadencias que el aire dilata en las sombras.

    Yo quisiera escribirlo, del hombre

    domando el rebelde, mezquino idioma,

    con palabras que fuesen a un tiempo

    suspiros y risas, colores y notas.

    Pero en vano es luchar; que no hay cifra

    capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh, hermosa!

    si, teniendo en mis manos las tuyas,

    pudiera, al oído, contártelo a solas.

    II Saeta que voladora

    cruza, arrojada al azar,

    sin adivinarse dónde

    temblando se clavará;

    hoja que del

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