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En el nombre del padre
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Libro electrónico537 páginas9 horas

En el nombre del padre

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Víctor Díaz López nació en Ovalle el 10 de noviembre de 1919 y murió en una fecha escondida por sus asesinos… dicen que a comienzos de 1977. De su largo y cruel cautiverio en el cuartel Simón Bolívar de la DINA —un infierno desde el cual ningún prisionero salió con vida— solo pueden hablar ex agentes del Estado, entrenados para torturar, matar y mentir. Con todo, lo que narra el autor de esta acuciosa investigación es una historia de vida: la que transitó Víctor Díaz desde niño, quien pudo cursar hasta tercero de Preparatoria, obligado a trabajar para ganarse el pan de los suyos. Minero adolescente, obrero autodidacta, joven dirigente sindical en el Norte Grande, optó por una temprana militancia en el Partido Comunista. Fue una vida intensa, marcada por la larga clandestinidad en tiempos de la Ley Maldita y por la más riesgosa de los primeros años de dictadura, cuando estuvo a la cabeza de la dirección de su partido hasta ser secuestrado por la DINA el 12 de mayo de 1976.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 dic 2013
ISBN9789563242522
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    En el nombre del padre - Fernando Villagrán

    FERNANDO VILLAGRÁN

    EN EL NOMBRE DEL PADRE

    Historia íntima de una búsqueda: Vida, clandestinidad y muerte de Víctor Díaz, líder obrero comunista

    VILLAGRÁN, FERNANDO

    En el nombre del padre. Historia íntima de una búsqueda: Vida, clandestinidad y muerte de Víctor Díaz, líder obrero comunista / Fernando Villagrán

    Santiago de Chile: Catalonia, 2017

    ISBN: 978-956-324-252-2

    ISBN Digital: 978-956-324-260-7

    Crónicas

    CH 070.44

    Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M.

    Edición de textos: Luis San Martín Arzola

    Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

    Primera edición: noviembre 2013

    ISBN: 978-956-324-252-2

    ISBN Digital: 978-956-324-260-7

    Registro de Propiedad Intelectual N° 235.269

    © Fernando Villagrán, 2017

    © Catalonia Ltda., 2017

    Santa Isabel 1235, Providencia

    Santiago de Chile

    www.catalonia.cl – @catalonialibros

    Índice de contenido

    Portada

    Créditos

    Índice

    EN EL NOMBRE DEL PADRE Historia íntima de una búsqueda: Vida, clandestinidad y muerte de Víctor Díaz, líder obrero comunista

    AGRADECIMIENTOS

    PRELUDIO

    PARTE UNO

    CAPÍTULO 1 TODO EMPEZÓ EN EL NORTE GRANDE

    CAPÍTULO 2 BAJO EL INFLUJO DE RECABARREN Y LAFFERTE

    CAPÍTULO 3 LA FAMILIA COMUNISTA

    CAPÍTULO 4 UNA AGITADA LUNA DE MIEL

    CAPÍTULO 5 LA PORFÍA DE SELENISA

    CAPÍTULO 6 SANTIAGO A LA VISTA

    CAPÍTULO 7 LOS TIEMPOS DE HORIZONTE

    CAPÍTULO 8 LOS NUEVOS SUEÑOS EN LA LEGALIDAD

    CAPÍTULO 9 LA INTIMIDAD DE LOS DÍAZ CARO

    CAPÍTULO 10 EN LA ANTESALA DE LA UNIDAD POPULAR

    CAPÍTULO 11 EL TRIUNFO DE SALVADOR ALLENDE

    CAPÍTULO 12 LOS MIL DÍAS DE LOS DÍAZ

    CAPÍTULO 13 EL MARTES 11

    CAPÍTULO 14 LA IMPROVISACIÓN ANTE EL PODER DE LAS ARMAS

    CAPÍTULO 15 EL ADVERSO ESCENARIO PARA LA REORGANIZACIÓN CLANDESTINA

    CAPÍTULO 16 LOS PASOS DE UNA REPRESIÓN SELECTIVA

    CAPÍTULO 17 LAS ESTACIONES DE VÍCTOR DÍAZ

    CAPÍTULO 18 LAS MALAS NOTICIAS LLEGARON

    CAPÍTULO 19 LA CAZA DE COMUNISTAS NO TERMINABA

    CAPÍTULO 20 EL ÚLTIMO MENSAJE DE MARTA UGARTE

    CAPÍTULO 21 LA PERVERSIÓN DE LA DINA

    CAPÍTULO 22 UN PARTIDO EN LA DELGADA LÍNEA DE LA SOBREVIVENCIA

    PARTE DOS

    CAPÍTULO 23 EL INICIO DE UNA CRUZADA POR LA VERDAD

    CAPÍTULO 24 LA PORFÍA DE SELENISA ANTE LA MENTIRA OFICIAL

    CAPÍTULO 25 LAS MOVILIZACIONES DE LOS FAMILIARES DESAFIANDO EL TERROR

    CAPÍTULO 26 LA DOBLE CARADURA DE UN TORTURADOR

    CAPÍTULO 27 A MAYOR PROTESTA: MAYOR TERRORISMO DE ESTADO

    CAPÍTULO 28 EL PROTAGONISMO DE VÍCTOR HIJO: UNA NUEVA CONMOCIÓN FAMILIAR

    CAPÍTULO 29 EL FIN DE LA DICTADURA

    CAPÍTULO 30 LA LARGA TRANSICIÓN PARA LA FAMILIA DÍAZ

    CAPÍTULO 31 LA PARTIDA DE SELENISA

    CAPÍTULO 32 EL DESMORONAMIENTO DE PINOCHET Y LOS FLANCOS DE LA IMPUNIDAD

    CAPÍTULO 33 LA MUERTE DE VÍCTOR DÍAZ EN EL CUARTEL SIMÓN BOLÍVAR

    CAPÍTULO 34 FAMILIARES CARA A CARA: REVIVIENDO EL HORROR

    CAPÍTULO 35 UN EPÍLOGO INCONCLUSO

    A MODO DE COLOFÓN

    FUENTES

    NOTAS

    A la memoria de Víctor Díaz López y Selenisa Caro Ríos.

    A la de hombres y mujeres secuestrados y asesinados por la dictadura.

    AGRADECIMIENTOS

    A la imprescindible colaboración de Victoria, Viviana y Víctor Díaz Caro.

    A todos los que aportaron sus valiosos testimonios.

    A Jaime Esponda por facilitar el registro de sus conversaciones con Selenisa Caro.

    A José Miguel Varas por las inspiradoras conversaciones interrumpidas al momento de su inesperada partida.

    Al trabajo de documentación de Claudia Araneda.

    PRELUDIO

    2013

    La fisonomía del barrio ha cambiado poco en cuarenta años. El paso del tiempo deja sus huellas en casas, edificios y pequeños locales comerciales ubicados en las proximidades de Avenida Carlos Valdovinos, en un extremo de la población San Joaquín. Algunas ampliaciones en las viviendas que habitan, en su mayoría, los descendientes de los que allí residían en los años setenta, no han cambiado en lo esencial la geografía humana del sector donde vivía un numeroso grupo de familias de uniformados al momento del Golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

    En la estrecha calle Miguel Campos, al llegar a Valdovinos, en una casa de dos pisos viven Victoria y Viviana. Es la misma que habitaba la familia Díaz Caro desde dos años antes del golpe de Estado, cuando se mudó allí desde un departamento de calle Rebeca Matte en la misma población a la que había llegado el año 1961. El cambio de casa fue bueno, especialmente para el jefe de familia, Víctor Díaz, que padecía las secuelas de una operación a la columna y los médicos le aconsejaban no subir tanto por las escaleras hasta el cuarto piso del departamento. 

    El barrio ha cambiado poco pero la vida de las dos mujeres comenzó a experimentar un giro impensado a los juveniles veintitantos que habían cumplido hace cuarenta años, cuando se instaló, con toda su violencia, la dictadura militar.

    La algarabía de un grupo de vecinos, muchos de ellos familiares de uniformados, que celebraban en la mañana del 11 de septiembre, a escasa distancia de la casa de los Díaz Caro, presagiaba algo del trastorno que experimentarían sus habitantes. 

    Todo cambió para el grupo familiar. Primero por la incertidumbre producto de los riesgos que correría el padre, en la clandestinidad desde esa misma mañana. Acrecentada angustiosamente con la noticia de su detención por la DINA, el 12 de mayo de 1976, que determinó la absorbente dedicación de la madre y los hijos para saber la verdad sobre lo acontecido con Víctor Díaz López. Búsqueda que solo tendría resultados después de treinta años y que, con todo lo trascendido en un largo proceso judicial en curso, aún mantiene interrogantes abiertas. 

    Las hermanas Díaz Caro han compartido una vida, con la carga emocional de las fuertes experiencias que marcan su carácter de mujeres maduras, así como sus afectos y talentos personales, condicionados por esa incesante lucha tras una verdad y justicia que, a más de cuarenta años del golpe de Estado, aún tiene asignaturas pendientes.

    Viviana Díaz recibió, el año 2012, el Premio Nacional de Derechos Humanos, avalada por su trayectoria reconocida en Chile y en muy diversas latitudes del planeta, donde fue dejando una huella de transparencia, valentía, tolerancia y convicciones profundas. Aunque ya no ejerce cargos directivos en la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) —donde acompañó muy estrechamente y por largos años el liderazgo de Sola Sierra, asumiéndolo tras su fallecimiento— mantiene sus actividades de solidaridad y compromiso con la causa de los derechos humanos, dejando como uno de sus invaluables aportes la confección de un actualizado y moderno archivo para la agrupación que tiene su sede en calle Cumming cerca de San Pablo, en el sector poniente de Santiago

    Victoria, la hermana mayor, comprometida en la misma causa, tuvo una menor visibilidad inicial producto de las aprehensiones de Selenisa, la madre, que temía que los estudios de la hija durante cinco años, entre 1967 y 1972, en la Universidad Patricio Lumumba de la Unión Soviética, fueran un motivo suficiente para que cayera también sobre ella la persecución de la dictadura. Ella ocupa el segundo piso de la casa familiar, donde despliega su pasión por la pintura, habilidad artística que suma al talento musical que por años desarrolló a la cabeza del grupo folclórico de la AFDD, en la que ejerció también otras labores, como ser la responsable de comunicaciones en años duros de la represión militar. 

    Las hermanas se reúnen en la misma mesa familiar que compartieron con sus padres y el hermano menor, Víctor, hasta el 10 de septiembre de 1973, cuando se sentaban a cenar tras el regreso del padre de sus labores, como subsecretario general del Partido Comunista, desde la sede de calle Teatinos, en el auto conducido por Antonio Lobos, Lobito Bueno, como conocían en la casa al entonces joven chofer de veintisiete años que lo trasladaba cotidianamente.

    Ellas hacen recuerdos anecdóticos del trato entre padres e hijos. Selenisa hablaba siempre de el padre para referirse a su marido. A Víctor hijo, el concho de la familia, tenía entonces catorce años, el padre lo seguía llamando Totín, como en la infancia. El adolescente era la sombra que lo acompañaba cotidianamente, el hijo regalón al que pasaba a dejar todos los días al colegio y el cómplice confidente que le contaba al padre lo que escuchaba en medio de las manifestaciones partidarias a las que solían llegar juntos. Para la posteridad quedaría una histórica fotografía del acto de celebración del 1 de Mayo de 1971, donde el niño aparece felizmente sentado junto a su padre Víctor, próximo al presidente Allende, el cardenal Silva Henríquez, ministros y altos dirigentes de la Unidad Popular. 

    En lo que no se ponen de acuerdo Viviana y Victoria es en el sitio que ocupaba cada uno en la mesa familiar y dónde estaba la cabecera en que se sentaba el padre. Coinciden en que las dudas se podría dilucidar si emplearan como mapa un hermoso mantel bordado, en felices tiempos, por la madre, que ordenaba seis puestos, para: Papi, Mami, Toyi, Vani, Toti y ¿, indicando con este último signo el nombre de algún invitado, que bien podría ser el del novio con que llegara alguna de las niñas. No se olvidan del loro Pepe, que se ponía divertidamente celoso cuando Víctor y Selenisa bailaban. Entonces el pájaro no paraba de cantar y aleteaba encima de los pies del padre.

    Un emotivo recuerdo el de aquel mantel familiar, cuya presencia hoy solo haría evidente las ausencias. 

    Del padre, asesinado horriblemente por un escuadrón de exterminio de la DINA, hipotéticamente a inicios de 1977, en el cuartel Simón Bolívar —de cuya existencia se conoció recién el año 2007, producto de la investigación del juez Víctor Montiglio— luego de largos meses sometido a brutales torturas allí y en otros centros secretos de detención como Villa Grimaldi y Casa de Piedra, adonde concurrió el propio dictador Augusto Pinochet, para celebrar el gran golpe represivo asestado por los secuaces del mandamás de la DINA, Manuel Contreras, apresando a quien lideraba al Partido Comunista en la clandestinidad, definido entonces como su principal enemigo.

    También la ausencia de la madre Selenisa, fallecida a mediados de 1997, tras una prolongada y frustrante lucha por conocer la verdad ocultada por los jefes militares y sus cómplices civiles, incluidos ministros de la dictadura y altos dignatarios del obsecuente poder judicial que, por largos años, denegaron una y otra vez las diligencias solicitadas por familiares, abogados, autoridades eclesiásticas y organismos internacionales. 

    Y del Toti, viviendo en Francia, luego de una historia marcada desde sus catorce años por la imposibilidad de continuar acompañando a ese padre omnipresente en su existencia. La amenaza de un secuestro, su urgente salida del país como menor de edad, el joven exilio, el regreso, el abrazo de la lucha armada, su participación como combatiente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en el atentado contra el dictador en septiembre de 1986, su prisión, las torturas extremas, la fuga de la cárcel y el exilio prolongado hasta hoy, marcan hitos de una existencia donde la memoria del padre continúa imborrable. 

    1973

    Aunque la inminencia del golpe de Estado permeaba el ambiente de un país confrontado y polarizado al extremo, la experiencia frustrada del tanquetazo del 29 de junio de 1973 y la confianza en la conducta de un sector constitucionalista de las Fuerzas Armadas, que se resistiría al nuevo intento golpista, condicionaban la disposición del Gobierno y los partidos de la Unidad Popular (UP) en su alerta previa al 11 de septiembre. La que tendría como desenlace el peor de los escenarios para esa gran masa de ciudadanos que continuaba apoyando al presidente Allende, que se había expresado en la votación superior al 44% que obtuvieron los partidos de la UP en la elección parlamentaria de marzo de ese año y en la mayor manifestación pública de respaldo a un Gobierno conocida en la historia del país, que colmó las calles de Santiago el 4 de septiembre, una semana exacta antes del golpe de Estado.

    El 10 de septiembre en la noche llegó a la casa de los Díaz Caro, el senador comunista por las provincias de Cautín, Malleco y Angol, Ernesto Araneda. Del diálogo amistoso del senador con Víctor Díaz, además de la inquietud reinante por lo que se calificaba como una asonada fascista en marcha —reflejada en la declaración pública que había emitido esa noche la dirección del PC— quedó como testimonio un saco de papas, una garrafa de vino y harina, que Araneda trajo como regalos enviados por el secretario regional de Cautín, Alberto Molina¹. 

    Como ocurriría a esa hora en muchos hogares de dirigentes y militantes de la UP, en la mañana siguiente el timbre del teléfono despertó muy temprano a la familia que había dormido sin sobresaltos. La encargada de contestar el inquietante llamado fue Viviana, la estudiante de Alemán del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, que solía oficiar de telefonista desde que el padre había realizado el trámite para obtener ese aparato que le pedía Selenisa con insistencia.

    Al otro lado de la línea se identificó Daniel Vergara, subsecretario del Interior del presidente Allende, quien le informó a Víctor Díaz del levantamiento de la Armada en Valparaíso y de otras señales de movilización de tropas militares, que requerían poner en acción los planes previstos para una emergencia mayor.

    Se venía una dura jornada. Luego de ducharse y tomar un apresurado desayuno el padre recibió comunicación desde la Radio Magallanes y cerca de las 7:30, Viviana, su asistente telefónica, lo escuchó contar: 5, 4, 3, 2, 1, antes de comenzar con un improvisado mensaje, que el periodista que llamaba anunció señalando que se dirigiría a todos los trabajadores de Chile, el subsecretario general del Partido Comunista de Chile. Su voz se escuchó firme, con el trasfondo del ruido ambiental de los momentos de emergencia en los estudios de la radio:

    Hace unos minutos hemos escuchado las dramáticas palabras del presidente de la República, el compañero Salvador Allende. A los trabajadores y al pueblo de nuestro país los ha llamado a mantenerse vigilantes, alertas, sin caer en provocaciones, advirtiendo y confirmando de una situación de sublevación de la marinería en Valparaíso. Ello confirma nuestro llamado que hicimos en la noche de ayer. El Partido Comunista llamaba a los trabajadores de nuestro pueblo a tomar en cuenta que la escalada del fascismo, con su terrorismo, con su política sediciosa, es el intento de derribar a un Gobierno constitucional, a un Gobierno elegido libremente por el pueblo. Ese llamado que hacíamos ayer era ante una situación cada día y cada minuto más aguda. Por eso, los comunistas no hacemos otra cosa que decir con las palabras del compañero Allende a todos los militantes de nuestro partido a mantenerse en las fábricas, en las empresas, en los servicios, en las poblaciones, atentos al giro que tomen los acontecimientos en los minutos que está viviendo cada chileno en este instante.

    Tenemos que ser capaces de cerrarle el camino al fascismo. Tenemos que tratar de convencer a todos aquellos elementos democráticos de la oposición. Anoche en nuestro llamado nos dirigíamos directamente al Partido Demócrata Cristiano que en más de una oportunidad ha hecho fe de que respetará a las autoridades elegidas y constituidas democráticamente. Por eso, nos dirigimos entonces a todos los trabajadores y a todo aquel pueblo que es demócrata cristiano, para que esté junto con todos los que apoyan a este Gobierno. Creemos y consideramos una vez más que lo que vendrá si el golpe sedicioso derribara a este Gobierno constitucional, es que pasarán largos años en nuestro país para que un hombre del pueblo, una mujer del pueblo, llámese de la Unidad Popular o de la Democracia Cristiana, tenga la oportunidad de elegir libremente a sus representantes. 

    Porque lo que vendrá o vendría, no es nada en que pueda creer algún chileno que tenga una mente democrática, lo establecerán los fascistas y será una dictadura terrorista.

    Por eso termino diciéndole a nuestro partido, que se mantenga atento a los llamados que seguirá haciendo el compañero Allende, presidente de la República de Chile. Nada más y gracias.

    El periodista de Radio Magallanes concluyó: Este ha sido el subsecretario general del Partido Comunista, Víctor Díaz… entretanto se reitera que todos los trabajadores deben permanecer en sus sitios de trabajo, atentos a las instrucciones que entregará el propio presidente de la República Salvador Allende, los partidos populares y la Central Única de Trabajadores.

    Acto seguido Díaz se preparó para salir. El auto que debía recogerlo esa mañana se retrasaba producto de los controles militares que ya se habían instalado en las principales arterias de la ciudad. Se aseguró que sus hijas se comprometieran a no salir de la casa hasta que el curso de los acontecimientos se aclarara. Para ello tuvo que convencer a Victoria, profesora del Departamento de Lenguas Eslavas de la Universidad de Chile, que desistiera de partir a la Universidad como había sido su primer impulso. 

    La decisión de Víctor Díaz fue entonces salir a la calle, como lo hacía todos los días, en compañía de su hijo menor, una rutina habitual para los vecinos, incluidos aquellos militares que sabían exactamente quién era ese dueño de casa. Antes el muchacho obedeció la instrucción de sus padres de preparar un pequeño bolso con algo de ropa porque, le dijeron, debería pasar unos pocos días en casa de la tía Berenice, cuñada de Selenisa. 

    Salieron padre e hijo rumbo a la Avenida San Joaquín (hoy Carlos Valdovinos). La inquietud del segundo hombre del Partido Comunista se alivianó cuando vio por fin aparecer el auto al que subieron rumbo al centro de la ciudad. El vehículo se detuvo en el barrio Toesca, cerca de la calle Ejército, a unas dos cuadras vivía la tía Berenice. El padre abrazó al hijo y le soltó una frase que aún resuena en los oídos de este, cuando se aproxima a cumplir cincuenta y cinco años: Cuide a su madre y sus hermanas.

    Fue también la última vez que las hermanas vieron salir al padre. Ya nunca más recuperarían los hijos ni la madre la certeza cotidiana y la tranquilidad de sentirlo llegar para comer juntos, aunque fuera demasiado tarde.

    A cuarenta años del Golpe militar, los tres hijos ya tienen una edad mayor que la de Víctor Díaz el último día que lo vieron partir para sumergirse en la clandestinidad.

    Una clandestinidad muy diferente a esa en que se había comenzado a templar su carácter en el norte del país, desde su muy temprana incorporación al movimiento obrero y organización política nacidos bajo el liderazgo de Luis Emilio Recabarren. Esa fue una escuela de vida que lo llevó a una y otra prueba hasta transformarse en un apreciado dirigente comunista. Integrante de ese núcleo que un legendario dirigente suplementero, Zorobabel González, El Guagua, definía como la Piedra del Medio: Esto que yo le digo no lo va a encontrar en los estatutos compañerito. Es otra cosa. Es lo que aprende la clase obrera ¿me entiende? ¡Otra cosa! Y no tiene por qué estar por escrito. La Piedra del Medio está formada por los compañeros que son, como le diría, ¡más duros que el acero! Pueden estar en la Dirección, en el Comité Central, en los Regionales o pueden no estar. Son esos que el Partido sabe que puede contar siempre cuando las papas queman, como sea, para lo que sea, sin preguntar nada, sin pedir nada, así no más².

    Eran los rasgos personales de quien encabezó la dirección del Partido Comunista en los duros años de clandestinidad entre septiembre de 1973 y mayo de 1976, hasta que la maquinaria criminal de la DINA consiguió asestar los golpes demoledores que marcaron a fuego el hito más doloroso y devastador en los ya cien años de vida de ese partido.

    Esa identidad que encarnaba Víctor Díaz permite comprender el afecto y respeto que despertaba en quienes lo conocieron y trataron. Es el padre que añoran sus hijos, Victoria y Viviana, habitando los mismos espacios de la casa de la que lo vieron partir hace cuarenta años, y Víctor hijo, atento desde tierras lejanas, mientras esperan la sentencia de la justicia para sus asesinos y buscan esclarecer interrogantes respecto de su largo cautiverio y destino final. 

    Lanzado al mar desde un helicóptero militar, según han dicho los asesinos y lo consigna el informe del Ejército a la Mesa de Diálogo del año 2001. ¿Se puede confiar en el solo testimonio de los asesinos que no dejaron sobrevivientes en sus centros de exterminio?

    De lo que existen suficientes testigos y testimonios es de la vida de poco más de cincuenta y siete años de Víctor Díaz López. Son esas vivencias que se respiran en la antigua casa de calle Miguel Campos, en cuyo muro que da a la Avenida Valdovinos se puede leer, al lado de un gran dibujo de su achinado rostro nortino: Si ponen los oídos sobre el muro escucharán su nombre: Víctor Manuel Díaz López, detenido desaparecido el 12 de mayo de 1976.

    PARTE UNO

    CAPÍTULO 1 

    TODO EMPEZÓ EN EL NORTE GRANDE

    Víctor fue el cuarto de los cinco hijos del matrimonio de Lorenzo Díaz y María López. Nació en Ovalle el 10 de noviembre de 1919, el padre trabajaba en las calicheras y la madre agregaba algunos pesos al escuálido presupuesto familiar oficiando de lavandera. En esa estrecha situación económica el niño Víctor solo pudo cursar hasta tercer año de preparatoria y desde muy pequeño debió trabajar para contribuir a la sobrevivencia de la familia. Trasladaba la ropa que lavaba la madre, recogió mariscos en las playas, cargó bultos en la estación de trenes y lustró zapatos. Más de alguna vez recibió la reprimenda de su madre por quedarse jugando con amigos a las chapitas con monedas que recibía del pago del lavado. Después aprendió a vender diarios, le gustaba leerlos a sus padres y vecinos, la mayoría analfabetos, quienes solían comentar con admiración este niño llegará muy lejos. El niño era muy flaco y por ello se ganó el apodo de Pescadito.

    La crisis mundial comenzaba a golpear fuerte en la zona y el padre decidió sumarse a un enganche de trabajadores que partió más al norte, a una oficina salitrera, cerca de Tocopilla. Mientras Lorenzo Díaz trabajaba en la mina La Despreciada, el hijo ofició de mozo en la casa de un gringo salitrero, donde también una de sus hermanas estaba empleada. Había que poner el hombro como fuera para la subsistencia familiar. Ello no obstaba para que El Pescadito emprendiera aventuras con amigos, algunas de cuyas repercusiones vendría a descubrir con el paso de muchos años. Una de ellas fue una historia que décadas después Pablo Neruda le pedía relatar en todos sus detalles:

    Entonces sin saberlo, hice un tremendo daño ecológico, porque otros niños y yo nos íbamos a la playa, punto de reunión de millares de garumas para poner sus huevos. Las garumas son unas gaviotas pequeñitas, pero no blancas sino de color gris, con su pico gris oscuro, que también anidan en la pampa salitrera, llegando en bandadas para ocultar sus huevos. Nosotros llevábamos unos tachos y les robábamos los huevos a las garumas para ponerlos a cocer y comíamos hasta hartarnos. Pero sobraban muchos y esos los vendíamos por las calles de Antofagasta… Pablo no se cansaba de pedirme que yo le hablara del vuelo de las garumas, de la pampa, de los arenales…³

    Pocos años después murió la madre y entonces Víctor intentó trabajar como minero en La Despreciada. Por ser aún menor de edad solo lo aceptaron como ayudante para arrastrar los carros con mineral. 

    Las desgracias estaban a la puerta. Una madrugada cuando la familia dormía en el rancho que habitaban fue despertada por un gran ruido exterior. Al abrir vieron cómo pasaban piedras, tablas, en medio de mucha agua. Era un aluvión que arrastró todo lo que encontró en su enloquecido tránsito. Salvaron ilesos pero el rancho familiar fue arrasado por la torrencial lluvia que duró ocho horas, fenómeno inusual para esa zona desértica donde no caía agua por décadas. La avalancha de barro sepultó el caserío, con un saldo de cincuenta muertos. 

    Era tiempo del gobierno de Pedro Aguirre Cerda, representante del Frente Popular, que había llegado a La Moneda con el apoyo de radicales, socialistas y comunistas.

    Entonces el alcalde elegido en Tocopilla era el comunista Víctor Contreras Tapia, quien dirigía las tareas de socorro a los familiares de las víctimas y apoyo a damnificados que habían perdido todo lo que tenían. Se habilitaron las escuelas, el cuartel de Bomberos y se instaló una olla común. Al puerto llegó el ministro de Salubridad, Salvador Allende, quien planificó junto al alcalde las tareas pendientes para enfrentar la emergencia. El ministro Allende se comprometió a enviar un barco con ayuda. Antes de una semana llegó al puerto el vapor Araucano, con materiales de construcción, frazadas, víveres, ropa. Los obreros del puerto trabajaron en forma voluntaria para descargarlo, los sindicatos de la provincia acordaron entregar un día de salario para los damnificados. 

    Durante las tareas de ayuda y entrega de socorros el alcalde Contreras Tapia recibió la visita del presidente del sindicato de 

    La Despreciada, Roberto Lara, acompañado de un joven que necesitaba ayuda. Quedaban pocas cosas, entonces al alcalde le preguntó⁴:

    —¿Usted qué perdió?

    —Todo, compañero.

    —¿Por qué no vino antes?

    —Porque había gente con chiquillos chicos, que estaban más angustiados que yo y necesitaban más ayuda.

    —¿Cómo se llama usted?

    —Víctor Díaz López 

    El joven recibió agradecido un colchón, una frazada y un mameluco. No quedaba ropa, la que se había agotado hasta en el comercio, pero había un uniforme de militar, de aquellos que dan de baja, que el alcalde le ofreció al joven. Con el paso de los años Contreras Tapia y Díaz López consolidarían una muy estrecha amistad, llegando el primero a transformarse en padrino de Viviana Díaz, la segunda hija de Víctor. Este solía recordarle a su amigo aquella experiencia cuando se conocieron después del aluvión: 

    —¿Se acuerda, compadre, cuando quería uniformarme y me dio un terno de milico?

    Díaz comenzó a trabajar como jardinero en la Plaza de Tocopilla y ya mayor de edad pudo laborar de minero en La Despreciada. Antes, a los dieciocho años, no podía ser dirigente sindical, porque la ley exigía una edad de veinticinco, pero sus compañeros lo eligieron delegado de sección. Primero del pique Minita y después del Despreciada

    En abril de 1940 tuvo lugar una huelga de sesenta y cinco días en la mina. Allí Víctor conoció la activa labor de los comunistas y en el transcurso del movimiento pidió el ingreso al partido. La huelga tenía motivaciones económicas pero lo más importante para los mineros era la lucha por la seguridad en las faenas. Bajaban al interior de los piques en los baldes, unos cajones, sin casco de protección. Con frecuencia los mineros caían al vacío y la silicosis también mataba. Allí Víctor había conocido a Roberto Lara, uno de los que agarró la enfermedad que no se pudo sacar hasta su muerte. 

    Víctor Contreras Tapia tenía ya una apreciable trayectoria sindical y en el Partido Comunista al que había ingresado al cumplir los veinte años. Fue quien invitó a Víctor Díaz a emular ese recorrido político, que el joven partió asumiendo con entusiasmo en la militancia, para luego, con sus rasgos de líder natural, ser elegido a la cabeza de la dirección local de los comunistas de Tocopilla.

    Los desafíos para desarrollar la actividad política no eran menores en una región dominada entonces por el poder de grandes consorcios norteamericanos donde operaba la mina de cobre a tajo abierto más grande del mundo, y en cuyo entorno pujaba un emergente movimiento obrero, en el que se tendía a producir la coincidencia de sus dirigentes con la militancia comunista, siguiendo la escuela de Luis Emilio Recabarren. 

    El PC todavía bregaba por recuperarse de los severos efectos de la represión desatada el año 1927 por la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo, con sus secuelas de clausura de la prensa partidaria, masivas detenciones y relegación de su dirigencia en la Isla de Pascua. La reorganización del PC, superando el asambleísmo anterior, se ordenaba en la estructura de células y crecía de la mano de grandes movilizaciones reivindicativas, como el llamado a huelga general que había liderado el dirigente de la Federación Obrera de Chile (FOCH), Elías Lafferte, el año 1931.

    CAPÍTULO 2 

    BAJO EL INFLUJO DE RECABARREN Y LAFFERTE

    Elías Lafferte Gaviño fue heredero directo del liderazgo señero de Luis Emilio Recabarren y protagonista central de la historia en que se forjaba la fuerte organización sindical y política en el norte chileno. 

    Trabajador desde niño en la pampa salitrera, testigo ocular de la matanza de Santa María de Iquique en 1907, tenía veinticinco años cuando en 1911 conoció a Recabarren, quien lo invitó a trabajar en la imprenta El Despertar de los Trabajadores, periódico fundado en Iquique por el principal organizador de la clase obrera chilena. Lo acompañó también el año siguiente en la fundación del Partido Obrero Socialista que, en su tercera convención, en enero de 1922, cambiaría su denominación por la de Partido Comunista de Chile 

    En sus primeros años de participación en la FOCH, Lafferte fue un entusiasta impulsor de las actividades artísticas y culturales con que la organización obrera estimulaba la formación de líderes autodidactas, que hicieron escuela en la dirigencia comunista a partir del ejemplo del propio Recabarren. 

    Ese aprendizaje en el conocimiento de la realidad circundante del mundo obrero queda muy reflejado en el relato que Salvador Ocampo, viejo dirigente obrero que conoció en esos inicios a Luis Emilio Recabarren, hizo a José Miguel Varas, en una entrevista realizada por el escritor el año 1977⁵: 

    Me acuerdo, una vez, en un mitin que se hacía en la pampa —a él no lo dejaban entrar a los campamentos, desde luego, pero nosotros entrábamos a dejar papeles, propaganda para que la gente viniera a escucharlo, por eso había que reunirse afuera— en una de esas charlas pampinas, pues, una noche serena, ¡las noches de la pampa salitrera! —los chilenos que conocen la pampa saben: son noches claras, brillantes—. Y este hombre estaba hablando cuando una estrella voladora, que llamo yo, pasó por el cielo cerca de nosotros. ¿Cerca? Bueno quizás a cientos o miles de kilómetros, pero la vimos muy cerca. Recabarren se detuvo en la charla que estaba dándole a los obreros y les preguntó: ¿Ustedes saben lo que significa eso?, empezaron a mirarse uno a otro: No, no sabemos compañero. Entonces empezó a explicar cómo se formaban grandes masas gaseosas que, al atravesar determinadas capas de aire cercanas a la tierra, se formaban gases luminosos como estrellas que desaparecen como ésta que acaba de pasar. Y siguió: ese astro que ustedes ven se llama Osiris, aquel otro es Antares (se decía en aquella época que Antares era la estrella más lejana que se podía ver, en la pampa se veía), por allá sale Venus, y así hablaba de numerosas estrellas y empezó a explicarle a los obreros con una enorme claridad cuál es la diferencia entre un planeta y una estrella y cómo se pensaba que el universo estaba compuesto de numerosos, millares de mundos, muchos millares de estrellas y que el Sol es una especie de chaucha, una moneda de veinte centavos en una pieza, así es el Sol comparado con el espacio cósmico. Y los obreros lo escuchaban con una tranquilidad enorme, nadie se movía, casi no respiraban, como si estuviera predicando las últimas palabras de la salvación humana. Entonces les dijo : Desde aquí donde estamos nosotros a la Luna hay tantos millares de kilómetros; de aquí al Sol, tantos millares; la tierra al dar vuelta alrededor del Sol se alumbra aquí y acá, la Luna tiene siempre la misma cara vuelta al Sol y por el otro lado está oscura… (…) Todo el mundo en silencio, incluso los carabineros que había ahí, todo el mundo religiosamente silencioso, porque en ocasiones los carabineros hacían sonar sus sables para intimidar a los obreros. Pero esta vez no, era un silencio inmenso, en medio de la pampa, escuchando al Maestro disertar sobre la naturaleza. Él pensaba que todo viene de la naturaleza y todo va hacia la naturaleza, que nuestro mundo no es el único que existe en el infinito, sino que hay millares de mundos, algunos con seres vivos y tal vez decía, algunos más avanzados que los humanos, quizás más inteligentes, quizás menos, pero es muy probable que haya otros planetas habitados. Así hablaba.

    En esos años el joven Lafferte participó en uno de los grupos de teatro, que junto a los coros y filarmónicas obreras, daban vida a una tradición que contribuyó a la creciente influencia social del nuevo partido en el norte de Chile. Luis Emilio Recabarren escribió obras teatrales en las que actuó Lafferte, como Redimida y Desdicha obrera, pero la afición actoral del discípulo fue mucho más allá de esas creaciones esencialmente didácticas de su maestro. Así fue cómo protagonizó al personaje Aguilucho en Almas perdidas de Antonio Acevedo Hernández, actuando tiempo después, en 1923, en el mismo rol en el Teatro Chile, ubicado en la calle Victoria en Santiago, y dirigiendo la obra, llevada a escena por un grupo de obreros en la fábrica de zapatos Fardella de Iquique.

    Perseverando en esa línea Lafferte fue un entusiasta espectador de las compañías más consagradas que llevaban sus obras al norte, con actores como Pedro Sienna, Alejandro Flores o Rafael Frontaura. Su amistad y vínculo con muchos de esos artistas permitió que en ocasiones, cuando fallaba algún actor, Lafferte los reemplazara desempeñando pequeños roles.

    Con gran apoyo entre la base sindical Elías Lafferte fue elegido en la directiva de la FOCH en un congreso de Chillán de 1923. Cuando el 11 de diciembre de 1924 cumplía treinta y ocho años, recibió la noticia devastadora del suicidio de su maestro Luis Emilio Recabarren.

    El año siguiente las movilizaciones obreras por reivindicaciones laborales en el norte tuvieron como respuesta la implacable represión del Gobierno en las masacres de Coruña, Pontevedra y Marussia. Lafferte viajó, como parte de una comisión de la FOCH, a conocer lo ocurrido y reunirse con víctimas y familiares, siendo detenido y encarcelado por largos meses. El año 1926 fue elegido en el cargo que había ocupado Recabarren a la cabeza de la organización sindical.

    Una represión sistemática

    Carlos Ibáñez del Campo, ministro del Interior del presidente Emiliano Figueroa que había asumido el Gobierno luego de la renuncia de Arturo Alessandri Palma —fruto de una crisis política, donde las insalvables discrepancias del mandatario con su entonces popular ministro de Defensa, coronel Carlos Ibáñez, detonaron el final de su mandato— había sido el artífice de la gran represión desatada en 1927 en contra de integrantes de la FOCH y el PC.

    Lafferte fue detenido y relegado a la Isla Afuera del Archipiélago Juan Fernández. En esos meses el coronel Ibáñez cumplió con su aspiración de asumir, por primera vez, la Presidencia de Chile. Estando relegado Lafferte, el Partido Comunista lo proclamó su candidato presidencial para enfrentar de manera testimonial a Ibáñez, que arrasó con los votos.

    El año 1929 experimentó un nuevo episodio represivo ordenado por Ibáñez del Campo en contra de la dirigencia comunista. Luego de ser detenido por funcionarios de la Policía de Investigaciones, Elías Lafferte fue relegado a Isla de Pascua, donde permaneció entre el 11 de mayo y el 21 de diciembre de ese año. De vuelta en sus tareas dirigentes fue nuevamente apresado por orden del Gobierno en abril de 1930 y relegado a la sureña Isla Mocha, junto a otros dirigentes comunistas, entre los que estuvo Galo González. 

    Con los ecos de la gran depresión económica mundial, se acentuó la convulsión política nacional provocando la renuncia de Carlos Ibáñez, proclamando el Congreso a Juan Esteban Montero, ratificado en la Presidencia de la República por la elección del 4 de octubre de 1931, donde nuevamente Elías Lafferte fue designado candidato por el PC. 

    La aguda confrontación política no amainó, con gran protagonismo de Arturo Alessandri Palma, que pugnaba por retornar al poder. Las presiones de grupos de uniformados descontentos, donde destacaba el liderazgo del socialista Marmaduke Grove, terminaron por derrocar el Gobierno de Montero el 4 de junio de 1932, instalándose la República Socialista gobernada por Grove, Carlos Dávila y Eugenio Matte. 

    La efímera experiencia socialista duró apenas dos semanas, cuando Dávila dio un golpe de mano desterrando a Grove y Matte a Isla de Pascua y encarcelando a seguidores de Grove, entre los que destacaba el joven estudiante de último año de Medicina, ex-vicepresidente de la FECH y activo luchador contra la dictadura de Ibáñez, Salvador Allende Gossens. 

    En el contexto de esa crisis política institucional se produjo la convocatoria a una nueva elección presidencial en el mes de diciembre, en la que resultó triunfador Arturo Alessandri, para gobernar el país hasta 1938. En esa coyuntura el Partido Comunista volvió a marcar presencia con una nueva candidatura presidencial de Elías Lafferte. 

    Con su creciente liderazgo, como secretario general de la FOCH, Lafferte participaba en los esfuerzos de coordinación entre las principales centrales sindicales de América Latina. Regresaba de un viaje a la Argentina en 1936, en los precisos momentos que tenía lugar en Chile una huelga de los trabajadores ferroviarios, que creció como uno de los movimientos más importantes y combativos durante

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