Si lo último que pierde alguien que se precie de ser revolucionario es la esperanza, Pablo Milanés fue un ejemplo de congruencia hasta el final de su existencia, la madrugada del martes 22 en Madrid, España, a los 79 años.
Con medio millar de canciones grabadas, cincuenta y tantos discos, más cientos de testimonios audiovisuales, sus declaraciones políticas fueron la comidilla de los medios en los últimos años, aunque no pueden olvidarse sus principios como ser creador cuando solía decir:
“En los países capitalistas la canción social es necesaria y está por encima de cualquier arte musical porque educa, cosa que no hacen las canciones ‘románticas’ que hablan superficialmente de los problemas amorosos, de las relaciones humanas sin profundizar. La canción que ahonda en las reivindicaciones sociales y en las relaciones humanas colabora al engrandecimiento del sentimiento humano, sin que esto signifique hacer la revolución. Un revolucionario, en primer lugar, y un marxista, en segundo lugar, no puede dejar de confiar en la victoria final y en el hundimiento del capitalismo.”
Ser cultos para ser libres
El trovador recibió hacia 1969 el impulso de su maestro, el excelso guitarrista Leo Brower, en el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Junto a él estaban Silvio Rodríguez, al que consideraba “mi hermano”, y Noel Nicola. Recibieron apoyos de la Casa de la Cultura de las