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Tu tiempo es hoy
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Tu tiempo es hoy

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Julián Delgado realiza un recorrido apasionante por la historia de Almendra, el grupo que formaron, entre 1968 y 1970, Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García. Los primeros pasos de Spinetta en el canto a los 14 años. El encuentro con Del Guercio y el descubrimiento de la música como lugar de rebeldía frente al conservadurismo de la institución escolar; una rebeldía que luego, con el golpe de Estado del 66, cobraría un significado político. La llegada de los Beatles, ese nuevo lenguaje que capturó a los jóvenes y los colocó en el centro de la escena. El surgimiento de Almendra como una apropiación singular de ese nuevo idioma musical. La historia de Almendra es la historia de un tiempo de grandes expectativas y convulsiones, cuyas potencialidades y contradicciones el grupo supo revelar en sus canciones, jugando con el sueño de que podían contribuir a transformar la realidad. Un relato adictivo y detallado, imprescindible para comprender cómo el proyecto musical de cuatro jóvenes veinteañeros sentó las bases del rock nacional y cambió la historia de la música en la Argentina.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2017
ISBN9789877121445
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    Tu tiempo es hoy - Julián Delgado

    JULIÁN DELGADO

    Tu tiempo es hoy

    ¿Por qué me convoca su música? ¿Qué es lo que me conmueve de esas canciones escritas antes de que yo naciera?. A partir de estas preguntas, Julián Delgado inicia un recorrido apasionante por la historia de Almendra, el grupo que formaron, entre 1968 y 1970, Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García.

    Los primeros pasos de Spinetta en el canto a los 14 años. El encuentro con Del Guercio y el descubrimiento de la música como lugar de rebeldía frente al conservadurismo de la institución escolar; una rebeldía que luego, con el golpe de Estado del 66, cobraría un significado político. La llegada de los Beatles, ese nuevo lenguaje que capturó a los jóvenes y los colocó en el centro de la escena. El surgimiento de Almendra como una apropiación singular de ese nuevo idioma musical.

    La historia de Almendra es la historia de un tiempo de grandes expectativas y convulsiones, cuyas potencialidades y contradicciones el grupo supo revelar en sus canciones, jugando con el sueño de que podían contribuir a transformar la realidad.

    Un relato adictivo y detallado, imprescindible para comprender cómo el proyecto musical de cuatro jóvenes veinteañeros sentó las bases del rock nacional y cambió la historia de la música en la Argentina.

    JULIÁN DELGADO

    Tu tiempo es hoy

    Una historia de Almendra

    Director de la colección: Diego Fischerman

    ÍNDICE

    Cubierta

    Sobre este libro

    Portada

    Prólogo

    I. Antes de Almendra

    Los primeros años

    Una época de ilusiones

    II. Circo Beat

    El nuevo conjunto beat de la RCA

    Almendra en vivo

    III. Una historia de los años sesenta

    Almendra

    IV. Nunca me oíste en tiempo

    Un espacio de pertenencia

    ¿Para quién canto yo entonces?

    El señor de las latas

    La ópera de la magia

    V. El testamento

    La muerte de almendra

    Almendra II

    VI. Las cosas para hacer

    Recordar, Evaluar, Emerger

    Rutas argentinas hasta el fin

    Epílogo

    Bibliografía

    Notas

    Sobre el autor

    Página de legales

    Créditos

    Otros títulos de esta colección

    PRÓLOGO

    Tu tiempo es hoy: la voz de Luis Alberto Spinetta retumba en todo el estadio del Club Atlético Vélez Sarfield. Pero no está solo. No puede estar solo. Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García cantan los coros. Juntos hacen posible, otra vez, la canción. Es la unión que todos estábamos esperando. Los veo desde lo alto de la tribuna sur. Tengo, ese 4 de diciembre de 2009 en que el Flaco reunió por última vez a todas sus Bandas Eternas,¹ veintidós años. Estoy sentado junto a mi papá: ni siquiera él llegó a verlos en vivo. Sin embargo, ambos conocemos esas canciones a la perfección. Todos los que están ahí las conocen. Y esa noche, que recuerdo larga, fría, cargada de adrenalina y de emociones, estamos esperando ese preciso momento. Los cuatro músicos se paran, finalmente, al frente del escenario para reconstruir el camino. Suenan los primeros acordes de Muchacha (ojos de papel). La voz insiste: no corras más / tu tiempo es hoy.

    La historia es conocida. Acaso demasiado. Almendra se formó en 1968. Se separó a fines de 1970. Grabó dos álbumes: el del hombre de la lágrima y el doble. Junto con Los Gatos y Manal, inventó el rock en la Argentina. Méritos suficientes para que sea recordada con el tono épico de ese relato mitológico que se llama rock nacional. Pero no para que alguien que nunca en su vida compró un disco de vinilo y que descarga música desde internet los escuche con atención. ¿Por qué me convoca su música? ¿Qué es lo que me conmueve de esas canciones escritas antes de que yo naciera? ¿De qué manera me interpelan? Este libro intenta responder a esa intriga. Indaga en una potencia. Cuenta una historia de Almendra.

    ¿Pero qué historia? Una historia de Almendra y su propio tiempo, de la forma en que aquel proyecto musical imaginado por cuatro jóvenes participó de una época de grandes expectativas y convulsiones. Desde fines de la década del cincuenta hasta mediados de la década del setenta, una profunda convicción de que la transformación radical de la realidad estaba a punto de ocurrir y de que era preciso tomar cartas en el asunto recorrió el mundo. Pero esa percepción fue construida en cada lugar de formas diferentes. Marcada por la dependencia y la desigualdad económica, los conflictos políticos y una creciente violencia represiva, una parte significativa de la sociedad argentina se sumergió en ese impulso revolucionario con un fervor particular. Y también con distintos grados de intensidad a lo largo del tiempo. En ese sentido, los años 1969 y 1970 fueron un momento clave. La creciente movilización popular y la radicalización de diversos actores políticos terminaron de desatarse, tensionando las utopías y forzando las intervenciones y los discursos hacia posiciones más concretas. El espíritu optimista sesentista, expresado en el proceso de modernización cultural, dejó su lugar a un imperativo de la acción política setentista, que no tardó mucho en ser brutalmente destruido por las fuerzas estatales y paraestatales.

    Por sus propias coordenadas temporales, la historia de Almendra parece ideal para indagar en esa encrucijada histórica más amplia. Sin embargo, el hecho de haber funcionado como grupo precisamente en aquel momento bisagra no alcanza para explicar su singularidad. ¿Qué es lo que hace que todavía hoy haya quienes escuchen esas canciones de un pasado aparentemente tan lejano como algo más que un recuerdo nostálgico, como algo que les pertenece y los convoca? La hipótesis de este libro es que Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari, Emilio Del Guercio y Rodolfo García expresaron a través de su proyecto musical la potencia y las tensiones de su propia época. Una época que el terror y la muerte buscaron clausurar pero que continúa apareciendo, que reclama sin cesar una acción en tiempo presente.

    I. A

    NTES DE

    A

    LMENDRA

    UNA ÉPOCA DE ILUSIONES

    JUVENTUD, MÚSICA Y POLÍTICA

    El contraste acentúa las posiciones. Y la represión da forma a la revuelta. El 28 de junio de 1966 el general Juan Carlos Onganía encabezó un golpe de Estado contra el presidente radical Arturo Illia. No le faltó consenso, y la prensa tuvo mucho que ver con ello. Durante los meses anteriores, una inmensa campaña de desprestigio liderada por la influyente revista Primera Plana había reclamado abiertamente la intervención militar. Illia era, según una célebre caricatura de Flax (Lino Palacio), una tortuga, un hombre lento e ineficiente, y su gobierno no tenía la fortaleza necesaria para emprender la tarea de modernización económica que la Nación supuestamente demandaba.³⁶ Onganía, un acérrimo defensor de la Doctrina de la Seguridad Nacional propagada por Estados Unidos, asumió esa responsabilidad. El proyecto que lideraba, sumamente ambicioso, consistía en suspender la actividad política y contener la movilización social el tiempo suficiente como para que una poderosa llegada de capitales extranjeros impulsara la transformación de la estructura productiva nacional.³⁷

    Pero el nuevo gobierno de facto no solo representaba bien los intereses de las empresas multinacionales. Era, además, la perfecta encarnación de un pensamiento conservador, católico y moralista que estaba tan difundido entre la sociedad argentina como los impulsos más modernizadores. El 29 de julio, apenas un mes después de su asunción, se decretó por ejemplo la intervención de las universidades públicas. Los estudiantes y profesores que intentaron protestar contra la medida fueron reprimidos violentamente, en un episodio que pasaría a ser recordado como la Noche de los Bastones Largos. La dictadura se mostraba decidida a imponer el autoritarismo frente a todo reclamo. El general Onganía y las Fuerzas Armadas asumen el poder en una posición positiva y desprejuiciada. […] Se piensan a sí mismas en la función de poner al país en el encuentro de sus fines nacionales. Por eso no hay plazos prefijados, aunque sí la convicción de que los términos serán todo lo prolongados que sea necesario, advertía la revista Confirmado, casi como un órgano oficial más de la autodenominada Revolución Argentina.³⁸

    Pasó poco tiempo, no obstante, para que el accionar del régimen terminara de dejar en claro que la experiencia de la escuela era una suerte de puesta en escena de un conflicto mucho más grande y complejo. Así como la lógica despótica de la institución se espejaba en la represión dictatorial, los pequeños desafíos de los estudiantes podían representar también una toma de postura frente a lo que sucedía por fuera de las aulas. La rebelión de todos los días podía tener un significado más amplio: un significado político.

    El compromiso cada vez más profundo con la música que Luis Alberto, Emilio y muchos de sus compañeros estaban asumiendo se orientaba en ese preciso sentido. Ese mismo año, un grupo de jóvenes consiguió que el sello CBS grabara dos de sus canciones beat, con letras de tono intencionadamente político.³⁹ Eran Los Beatniks, liderados por Mauricio Moris Birabent y Pajarito Zaguri, que proclamaban:

    Rebelde me llama la gente,

    rebelde es mi corazón;

    soy libre y quieren hacerme

    esclavo de una tradición.

    El mensaje era fuerte, aunque acaso bastante menos disruptivo de lo que pretendía.⁴⁰ En realidad, durante aquel primer momento de la dictadura la impronta de los hechos todavía parecía poder imponerse por sobre la necesidad de transparentar las palabras y los discursos. Escuchar canciones distintas a las que elegían los adultos, canciones muchas veces criticadas por esos mismos adultos, había representado, desde comienzos de la década, una forma de distinguirse y de tomar distancia de gustos, valores y prácticas impuestos por la costumbre social. La nueva coyuntura histórica alentaba a ir un paso más allá, a asumir riesgos de un calibre más elevado. No se trataba tanto de cuestionar abiertamente al gobierno como de lo que la música, como lenguaje estético, podía decir sobre ellos mismos y su posición en y frente al mundo. Soy libre y quieren hacerme / esclavo de una tradición, clamaban los Beatniks, y acaso no fueran tanto sus versos sino más bien su convencimiento de querer cantar y grabar una canción de su completa autoría lo que los definía como rebeldes.

    ¿UNA EDAD OSCURA?

    Desde que había descubierto su amor por la guitarra, a los diecisiete años, Edelmiro Molinari no paraba de tocar. Había nacido en Buenos Aires el 8 de julio de 1947 y también era alumno del Instituto San Román. Aunque estaba dos años más adelante que Emilio (esas sutiles diferencias de edad podían representar, en aquel momento, diferencias trascendentales), se conocieron por amigos en común. En algún momento de 1965 consiguieron darle forma a su conjunto (así se les solía decir entonces): ellos dos en guitarra y bajo, más Ricardo Miró también en guitarra, Chago Novoa en órgano y el hermano de Emilio, Ángel, en batería.⁴¹

    Se avecinaba el momento del beat. Con los Beatles siempre a la cabeza, las bandas británicas se aprestaban a dominar la escena: los Rolling Stones, los Animals, los Association, los Lovin’ Spoonful, los Hollies, entre otros, sonarían interminablemente en los tocadiscos por los siguientes tres años. Conjuntos de dos guitarras, bajo, batería y órgano, armonías vocales, canciones de dos o tres minutos, ritmos rápidos: el rock and roll norteamericano de los cincuenta regresaba pasado por un filtro británico que le quitaba ampulosidad y le sumaba originalidad melódica. Incluso los grupos locales cantarían (deberían cantar) en inglés. El conjunto de Edelmiro y Emilio cumplía bien las condiciones: hacía sobre todo covers, aunque a veces se colaba algún tema de su propia autoría. Para ponerse completamente a tono, eligieron un nombre desafiante y provocador: Los Sbirros.⁴²

    Luis Alberto también comenzó a tocar por aquel entonces. A través de un amigo conoció al baterista Rodolfo García, quien lo invitó a cantar en el grupo Los Larkins. Al poco tiempo, los dos se juntaron con Guido Meda (bajo) y Daniel Albertelli (guitarra) para formar una nueva banda: Los Masters. Su repertorio era muy similar al que ensayaban Los Sbirros, aunque se presentaban un poco más en vivo, animando fiestas, bailes y celebraciones varias.⁴³ La cosa era casi profesional, tocábamos por unos manguitos, yo era el vocalista, y empecé a meter un par de temas, que eran rocks al estilo de los Rolling Stones, con letras en inglés muy precarias.⁴⁴ A principios de 1966, la banda pasó a llamarse Los Mods. Bajo ese nombre grabaron un simple con dos de aquellas primeras canciones. Faces and Things y Free ocupaban las dos caras de aquel disco que con el tiempo se volvió prácticamente inhallable.⁴⁵ Las firmaba la dupla Meda-Spinetta.

    De Los Mods, como de Los Sbirros y de todo el momento previo a la creación de Almendra es muy poco lo que se puede saber por fuera de los testimonios. Spinetta cuenta que, al poco tiempo, comenzó a conspirar con Molinari para unir las dos bandas en una. De Los Larkins a mí me interesaba Rodolfo, era el que escuchaba más música y estaba más al tanto de todo. Inclusive era el que llevaba la batuta musicalmente. Era, también, el de más experiencia: tenía veintiún años, ya había participado de bandas y era otro melómano más.⁴⁶ También se sumaría el tecladista Chago Novoa. De Los Sbirros quedarían Emilio y Edelmiro. Para fines de 1966, la decisión de iniciar lo antes posible los ensayos estaba tomada.

    Antes del comienzo, podría sugerirse entonces, hubo un período sumergido en la penumbra. Una edad oscura en la historia de aquel nuevo grupo que, aparentemente, no ha dejado demasiados vestigios y que, en comparación con lo que vendría luego, parece menos trascendente. Es cierto: salvo algunas pocas excepciones, no existen grabaciones, ni fotografías, ni mucho menos entrevistas o filmaciones que registren la actividad concreta de ese conjunto en formación. Sin embargo, acaso sean esa opacidad y esa falta de documentos las que describan con mayor precisión aquellos años de formación. La mejor evidencia posible de esa normalidad a partir de la cual surgiría, finalmente, el proyecto llamado Almendra.

    UN MUNDO DE COLORES

    A lo largo de los años sesenta, la construcción de relatos dicotómicos funcionó como un motor fundamental de la dinamización cultural. La tradición y el conservadurismo contra la modernidad, la dictadura contra la nueva sociedad, el tango contra Piazzolla, El Club del Clan contra el beat: son contraposiciones que desde el presente parecen un poco simples y esquemáticas, pero que para los jóvenes músicos podían ser especialmente motivadoras. Una gran batalla enfrentaba al viejo y el nuevo mundo. Y ellos estaban fuertemente convencidos de su resultado: la transformación de la realidad era un hecho tan irremediable como inminente.

    A menos de diez años de la Revolución cubana, la idea revolucionaria podía sonar un tanto idealista, pero no parecía conllevar demasiados problemas concretos. Uno de los libros más difundidos de aquellos años, El hombre unidimensional de Herbert Marcuse, contraponía desde una perspectiva de crítica cultural la vieja sociedad alienada por el capitalismo con el surgimiento de un hombre nuevo. Desde esa perspectiva, incluso el asesinato del Che Guevara (el 9 de octubre de 1967) podía ser interpretado como una confirmación de la necesidad de un cambio histórico antes que como su refutación. El Che era el joven que había decidido arriesgarlo todo para construir un futuro distinto, que luchaba incansablemente por despojarse de todas sus ataduras para crear un mundo distinto. Luis Alberto, que había escrito una canción a raíz de su muerte, llegaría a decir mucho tiempo después que su imagen era muy fuerte y en aquel momento, con esa barba y esa boina, parecía un híper Beatle.⁴⁷

    Su nuevo proyecto musical se gestaba bajo ese horizonte de expectativas profundamente sesentista, cargado de optimismo y un tanto reacio a preguntarse por sus propias ambivalencias. La ilusión de la época era amplia e inclusiva: vanguardia política y vanguardia cultural convivían y trabajaban, cada una con sus propios medios, para la consecución de un mismo objetivo. Crear, inventar, ser original era la misión de la hora y la opción incuestionablemente progresista. Formar un nuevo conjunto que escribiera sus propias canciones sin atarse a ningún modelo establecido contradecía, por su propio peso, las posturas reaccionarias del gobierno militar. También las de unos ídolos televisivos que resultaban cada vez menos interesantes.

    Pero el combinado de Los Sbirros y Los Larkins no reflexionaba, al menos por el momento, tan profundamente sobre la trascendencia de sus actos. Que sus integrantes alcanzaran a vislumbrar la conexión entre sus planes y el espíritu de su tiempo dependía más bien de su identificación con una de las alegorías fundamentales del momento: aquella que contraponía dos representaciones (dos miradas) del mundo, una teñida de gris, silenciosa, autoritaria y tradicionalista, y la otra colorida, musical, enérgica e intrépida.

    Era un enfrentamiento permanente, una lucha incansable, que se descubría en todos lados y todo el tiempo. Por ejemplo, en la película de dibujos animados Yellow Submarine. La historia tenía como protagonistas a unos Beatles caracterizados con un aspecto especialmente juvenil y hippie (pelos largos, ropas del Swinging London). Contra ellos se alzaban los Malvados Azules (Blue Meanies), impetuosos seres dispuestos a paralizar a las personas, volver sus vidas miserables y hundir todo en el preciado monocolor. Los Beatles emprendían entonces la aventura, a bordo de su submarino amarillo, para salvar con sus canciones la vida y la alegría, y llenar todo nuevamente de color. Luego de rescatar unos instrumentos almacenados por los dictadores junto con todas las cosas que hacen música, el cuarteto atacaba con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Las cosas retomaban, al compás de la canción, su colorida naturaleza. Inmediatamente después, en la escena definitiva, el jefe de los Malvados Azules era derrotado por la poderosa All You Need Is Love: los Beatles, acompañados de los pobladores de Pepperland, expulsaban a los invasores utilizando como armas unas bellas flores. Antes de salir de escena, los villanos evaluaban posibles destinos para su fuga: ¿A dónde podríamos ir? ¿Argentina?.

    El largometraje fue estrenado en las salas porteñas en abril de 1969. En su elogiosa reseña, la revista Confirmado relataba: Los Beatles aparecen en vivo, hacia el final, con un mordaz comentario final: ‘Quizás queda algún esbirro azul en la sala’, sospechan. Pero su batalla continúa, a fuerza de música, humor y amor, flores y paz.⁴⁸ Los esbirros eran, según la traducción al castellano de la película, los enemigos monocromáticos. ¿A qué grupo de desatinados se les podría haber ocurrido tener una banda con ese nombre?

    AL SUR DEL MUNDO

    Aunque todo estaba listo para comenzar, a lo largo de 1967 la nueva banda no fue más allá de la declaración de intenciones. O, mejor dicho, no pudo ir: al final del verano, Rodolfo fue convocado al servicio militar. Un año de conscripción en la fría y remota Río Gallegos, donde el gris parecía triunfar sobre el color:

    Cuando me entero que me van a mandar bien lejos yo le planteo al grupo que decidan qué quieren hacer, porque por más que yo era parte de eso que habíamos pactado hacer los cuatro juntos, no es fácil para un grupo posponer algo un año. Sobre todo en un momento en que hay una efervescencia, unas ganas de hacer cosas, cortar un proyecto es bravo. Entonces les planteé directamente que si querían reemplazarme… ellos me contestaron que no, que iban a esperar.⁴⁹

    La banda se formaría así, primero que nada, en la idea aún maleable de de sí misma. En un momento de agitación cultural, la fuerza de los hechos otorgaba a los jóvenes músicos una calma impensada, un tiempo para procesar y nutrirse de las novedades culturales que aquel año parecían multiplicarse vertiginosamente.

    Confinado al borde del mapa, el conscripto baterista solo podía acceder a cuentagotas a toda esa información. Se comunicaba con sus futuros compañeros por carta. Eran con mucho contenido, desde hablar de nuestros proyectos a hablar de todo lo que estaba pasando: que escuchamos algún disco, que pasó tal cosa, que en televisión vimos tal cosa.⁵⁰ A Río Gallegos no llegaba esa guía del gusto cultural que durante los años sesenta fue la revista Primera Plana.⁵¹ En la emisora de radio local no pasaban más que folklore y algunos tangos. En el cuartel, probablemente, todavía se recordaba con orgullo la arriesgada maniobra del Operativo Cóndor por la cual un grupo de jóvenes militantes peronistas habían logrado aterrizar un avión en las Islas Malvinas y desplegar varias banderas argentinas. ¿Cómo habrá sonado, en la descripción escrita en papel, el nuevo disco de los Beatles Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band? ¿Qué sensaciones les habrá generado la guitarra distorsionada de Jimi Hendrix en su primer álbum Are You Experienced?? ¿Cómo habrán reconstruido, con sus propias palabras, las historias de Aureliano Buendía, el protagonista de la nueva novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad? ¿Habrán comentado el happening Be at Beat Beatles, Primer Festival en Homenaje a los Beatles, realizado en agosto de 1967 en el Instituto Di Tella, del que participaron bandas beat? ¿Qué impresión les habrá provocado la noticia de la muerte del híper Beatle Che Guevara en la selva boliviana?

    La historia de Almendra es la historia de una elipsis cultural. El aislamiento y la lejanía con respecto a Buenos Aires (centro cultural del país) de Rodolfo durante aquellos largos meses funcionan, en ese sentido, como una metáfora de los múltiples filtros (temporal, geográfico, ideológico) a través de los cuales cuatro jóvenes perdidos al sur del mundo llegarían a escribir algunas de las canciones más excepcionales de su época. Durante 1967, el baterista regresó a Buenos Aires únicamente por dos semanas que apenas alcanzaron para alguna zapada que matizara un poco la espera. Sin embargo, esos meses aparentemente perdidos permitirían que el proyecto aún sin nombre y sin posibilidades inmediatas de concretarse transformara de manera decisiva su potencialidad. La distancia forzada, que impidió el conjunto beat de 1966, favorecería la maduración de una banda por completo diferente para 1968. Una banda desfasada, dispuesta a mirar su propio tiempo de una manera original.

    TRADUCCIÓN BEAT

    Imitar es una forma de aprender. Y también puede ser, muchas veces, el punto de partida para crear algo nuevo. El beat era, en buena medida, una música importada. Los grupos locales del momento aspiraban abiertamente a copiar a los de las invasiones británicas. El flequillo, el traje negro ajustado, las botas y el saludo coordinado al final de cada tema:⁵² para mediados de la década intentar parecerse a los ídolos ingleses se había puesto tan de moda como para que, poco a poco, los artistas que persistían en el estilo de la nueva ola comenzaran a merecer el calificativo de mersas.⁵³ Pero la distinción representaba mucho más que una cuestión de formatos. Como explica Valeria Manzano, "en el proceso de apropiación de esos sonidos y estéticas, y en el rechazo a los elementos musicales y culturales representados por Palito Ortega, fue gestándose una cultura alrededor del rock, que ya no se encorsetaba en la oposición entre mersas y cáqueros sino que […] crearía otros sentidos en torno al consumo".⁵⁴

    Fue en este contexto de reformulación de valores que la banda uruguaya Los Shakers irrumpió en escena. La semejanza con los modelos británicos era parte inocultable de la fórmula. Su hit Break It All, editado en 1965, era una descarga rockera digna de los Beatles o de los Kinks: dos minutos y medio de furor especialmente concebidos para arrastrar al público hasta la pista de baile mientras los cuatro músicos agitaban rigurosamente sus largos flequillos. Sin embargo, el conjunto se animaba a ir más allá. A diferencia de otra bandas beat, componían la gran mayoría de sus temas y estaban guiados por una gran curiosidad creativa. En Never Never, una canción de su segundo álbum (Shakers For You, de 1966), multiplicaban sus influencias para combinar con gran originalidad el beat y el samba brasileño. Esa búsqueda se profundizaba en Candombe, una canción incluida en La Conferencia Secreta del Toto’s Bar (de 1968) que fusionaba ese típico ritmo percusivo con un arreglo para violoncello y un solo de guitarra distorsionada. En ese álbum, el último de la banda, también

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