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No nos moverán: Biografía de una canción de lucha
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No nos moverán: Biografía de una canción de lucha
Libro electrónico294 páginas4 horas

No nos moverán: Biografía de una canción de lucha

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Información de este libro electrónico

Cuenta la insólita historia de una canción emblemática de la Nueva Canción Chilena: "No nos moverán". El autor analiza su fascinante historia a través de un lente sociológico y antropológico, resaltando cómo las redes sociales de activistas de izquierda facilitaron su paso a través de diversos movimientos por la justicia social en varios países y lenguas, y cómo estos pudieron adaptar su música y letra a los contextos culturales, históricos y políticos en que luchaban.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento31 jul 2017
ISBN9789560009494
No nos moverán: Biografía de una canción de lucha

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    No nos moverán - David Spener

    David Spener

    Traducción de David Spener y Carlos Canales Ureta

    «No nos moverán»:

    biografía de una canción de lucha

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © Temple University–Of The Commonwealth System of Higher Education

    for its Temple University Press

    © LOM Ediciones

    Primera Edición, 2017

    ISBN impreso: 978-956-00-0949-4

    ISBN digital: 978-956-00-0971-5

    A cargo de esta colección:

    Julio Pinto

    Todas las publicaciones del área de

    Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones

    han sido sometidas a referato externo.

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 2 860 68 00

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    A la memoria de Víctor Jara y Pete Seeger,

    quienes no cantaron en vano.

    Introducción¹

    Esta es la historia improbable de una canción sencilla y su larga y complicada travesía por varios países en dos continentes. Y soy una persona improbable para contarla. Por eso permítanme explicarles cómo yo llegué a escribir este libro. Soy un estadounidense blanco y me criaron en una casa de clase media en un barrio de blancos de clase media en el medio oeste de mi país, un poco después de la mitad del siglo XX. Mis padres amaban la música, pero no eran músicos, y, como la mayoría de las familias estadounidenses de mediados del siglo en Estados Unidos, no contábamos con muchos discos ni escuchábamos mucha música grabada en nuestro hogar cuando yo era chico. No obstante, teníamos un disco que captó mi imaginación y que yo ponía al tocadiscos una y otra vez. Era del trío folk Peter, Paul y Mary. Mi tema favorito en el disco era «If I Had a Hammer» [El martillo], cuyo ritmo insistente en su arreglo me motivó a querer aprender a tocar la guitarra. Cuando cumplí ocho años, mi padre le pidió a un amigo que le devolviera la vieja guitarra «Stella» que le había prestado hacía tiempo, después de que él mismo había desistido de su propio intento de aprender a tocarla. Mis padres me regalaron la guitarra y me mandaron a tomar lecciones a las instalaciones de la YMCA local (Asociación Cristiana de Jóvenes). Una de las primeras canciones que aprendí a tocar con mis compañeros de clase fue «If I Had a Hammer». Otra fue «Where Have All the Flowers Gone?» [¿Dónde se han ido las flores?], del mismo disco de Peter, Paul y Mary. Ambas canciones fueron compuestas por Pete Seeger, un hombre cuyo nombre aparece repetidas veces en las páginas de este libro.

    Para cuando llegué a la adolescencia, me había hecho un guitarrista más o menos «decente» y además había descubierto que también tenía voz para cantar. Había empezado a escuchar los discos de Seeger, memorizando los acordes y las letras de sus canciones e imitando su distintivo estilo vocal. A mediados de los setenta, por fin tuve la oportunidad de ver a Seeger interpretar sus canciones en vivo, en un concierto con Arlo Guthrie, el hijo de Woody, en el Festival del Río Misisipi en el pueblo de Edwardsville, Illinois. Pese a que no me acuerdo de todos los pormenores de aquel concierto, sí recuerdo a Seeger rasgando su guitarra de doce cuerdas mientras recitaba una versión bilingüe de un poema escrito por un cantautor sudamericano, que para mí era desconocido. El nombre de este cantautor era Víctor Jara, era chileno y había sido asesinado por los militares de su propio país. La recitación solemne del poema por Seeger no me provocó mucha emoción en aquel momento; había otras canciones que yo ya conocía y que había disfrutado mucho más.

    Unos años después, yo estaba viviendo en Madison, Wisconsin. Había comenzado mis estudios universitarios ahí pero los había dejado poco después. Soñaba con hacerme famoso como el próximo Bob Dylan y tocaba mi guitarra y cantaba en cualquier cantina o cafetería en el pueblo que me lo permitía. Me había interesado en las revoluciones de izquierda que estaban en curso en Centroamérica. Estas luchas armadas inspiraban mucho activismo de solidaridad hacia los revolucionarios en el campus de la Universidad de Wisconsin, donde yo había sido estudiante. Me encontraba viviendo en una casa comunal con otros músicos, estudiantes y activistas políticos, todos «a medio tiempo». Una noche varios de mis compañeros asistieron a un concierto de los Inti-Illimani², un conjunto chileno que andaba de gira en Estados Unidos y pasaba por Madison. No asistí al concierto, pues yo no hablaba el castellano, no sabía nada del conjunto y no me sobraba el dinero en ese momento. Una compañera que sí asistió al concierto se compró un LP del conjunto, titulado Hacia la libertad, del sello Monitor Records. Me prestó el disco e insistió que lo escuchara. Yo nunca había escuchado música como esta antes, con potentes voces masculinas acompañadas de flautas de bambú, pipas de Pan, tambores de cuero de ternero y una variedad de instrumentos de cuerda parecidos a guitarras y mandolinas, cuyos nombres yo desconocía. El disco de vinilo dentro de la carátula venía envuelto en un sobre de papel en el que estaban impresos los títulos de las canciones, los nombres y apellidos de sus autores y las letras, tanto en español como traducidas al inglés. Una canción en particular me llamó la atención: «Vientos del pueblo» de Víctor Jara. Arreglada y grabada de manera hermosa por Inti-Illimani, la canción fue compuesta por Jara en el último año de su vida. La letra expresó la angustia que Jara sentía sobre los planes de las clases conservadoras chilenas para revertir de manera violenta las conquistas sociales difícilmente obtenidas por las mayorías obreras y pobres del país. Winds of the People [Vientos del pueblo] también fue el título de un cancionero fotocopiado que contenía canciones de liberación y justicia social en múltiples idiomas que circulaba entre los participantes de movimientos sociales en Madison y otras ciudades «progresistas» en diferentes partes de Estados Unidos. Lo aprovechábamos en las tocatas festivas que organizábamos de vez en cuando en nuestra casa comunal. Así supe el origen del título de nuestro cancionero³. Todo esto me inspiró: tenía que aprender el castellano. Me urgía escuchar más música de esta. Igual como Mr. Jones, el protagonista de la canción «Ballad of a Thin Man» [Balada de un hombre delgado] de Bob Dylan, sabía que algo pasaba aquí, pero no sabía qué era. Debía enterarme.

    Adelantémonos un poco más de treinta años. En 2011, me encontré en la costa de Chile, en la ciudad porteña de Valparaíso. Hacía mucho que yo había dejado atrás la ilusión de hacerme el próximo Bob Dylan. En su lugar, trabajaba en algo un poco menos glamoroso, como profesor de Sociología en una pequeña universidad en Texas, habiendo pasado dos décadas estudiando en la frontera entre México y Estados Unidos. Buscando un cambio a la mitad de mi carrera académica, me había ido a Chile a estudiar la historia del género de música que Víctor Jara había ayudado a crear –la Nueva Canción– y su relación con los movimientos por la justicia social en aquel país. Estuve en Valparaíso para entrevistar a Jorge Coulon, uno de los fundadores del conjunto musical Inti-Illimani, quien vivía en una vieja casa en uno de los muchos cerros de la ciudad, desde el que se apreciaba una magnífica vista del puerto y del Océano Pacífico. Llegábamos al final de una extensa y variada conversación acerca de la historia de Inti-Illimani, los muchos años de exilio que sus integrantes habían pasado en Europa, su retorno a Chile en 1988 en el momento del plebiscito que pondría fin a la dictadura militar en su país y, en un sentido más universal, el poder de la música en las luchas por la justicia social. Mientras me preparaba para irme, Coulon me dijo que recientemente había publicado un libro corto sobre su viejo camarada Jara, que yo debería leer⁴. No contaba con un ejemplar en su casa, pero me dijo que sin duda podía obtener uno en la Librería Andrés Bello, en una de las principales avenidas de la ciudad en el centro, cerca del puerto. Le agradecí la recomendación y salí caminando a uno de los afamados ascensores de la ciudad para descender al puerto.

    Cuando llegué a la librería sentí mucha decepción al descubrir que los ejemplares del libro de Coulon se habían agotado. No obstante, vagué por los estantes de la librería para ver si encontraba otro libro o revista de interés, especialmente algo que pudiera leer en el autobús de regreso a Santiago, donde arrendaba un departamento. Vi un libro titulado Cuando hicimos historia (Pinto Vallejos, 2005), que empecé a hojear. Era una colección de ensayos sobre las experiencias que sus autores habían tenido como participantes en el experimento chileno con el socialismo democrático en los primeros años de los setenta, el experimento del que Jara había cantado en «Vientos del pueblo» y que posteriormente defendió con su vida. Uno de los últimos ensayos en el libro incluía una alusión conmovedora a una canción que yo conocía bien. No fue una de las canciones de Jara. De hecho ni siquiera fue una canción chilena, sino una canción tradicional del sureste de Estados Unidos. Este era un momento muy similar al de hacía más de treinta años, cuando yo escuché por primera vez el disco de Inti-Illimani que una amiga me había prestado. Algo pasaba aquí que yo no entendía, algo importante, algo que me urgía comprender. Y todo estaba contenido en esta breve mención de una canción de mi propio país que miles de chilenos habían cantado para defender la justicia y la libertad en su patria. El libro que usted tiene en sus manos es el fruto imprevisto de aquel momento fortuito.

    «No nos moverán» es el nombre de la canción que los chilenos cantaban en los primeros años de los setenta. En inglés, se conoce por el título «We Shall Not Be Moved». No se conocen los orígenes precisos de la canción, pero parece haber nacido como una canción de renacimiento religioso coreada por los blancos rurales y los esclavos africanos a principios del siglo XIX en el sureste de Estados Unidos. Un siglo después, fue adoptada por los activistas laborales estadounidenses en sus exitosas campañas para sindicalizar las grandes industrias. Subsecuentemente fue recuperada por los afroestadounidenses en el movimiento de los derechos civiles, en el que se volvió una de las canciones mejor conocidas en aquella lucha libertaria. Poco después se volvió una emblemática canción de la lucha por los derechos de los trabajadores agrícolas mexicanos en Estados Unidos, antes de saltar el Atlántico para ser empleada en la pelea contra la dictadura fascista en España. De España, la canción volvió a cruzar el mar, llegando a Chile a fines de los sesenta. En todos estos momentos y lugares, la gente cantó el tema para expresar su compromiso frente a la adversidad y para ayudarse a perseverar en sus luchas para construir un mundo mejor.

    Una reflexión sobre la aproximación del autor al tema

    y los lectores a quienes se dirige la obra

    He escrito este libro para un diverso grupo de lectores. En primer lugar, lo he escrito para los activistas en los varios países donde «No nos moverán» ha sido un elemento significativo en el repertorio de los movimientos por la justicia social. Al comienzo de la investigación que dio luz a este libro, pensaba en particular en los activistas y músicos chilenos que habían cantado este tema sin tener mucha idea de dónde provenía, cuál había sido su importancia en otras tierras y cómo había llegado a su país. Conforme me iba enterando de los pormenores de la historia de la canción,

    también empecé a querer poder comunicar a los activistas y músicos de habla hispana en Estados Unidos y España cómo la canción llegó a integrarse en sus movimientos. Y de manera similar, creo que esta historia será de especial interés para los activistas y cantantes anglohablantes que ya están familiarizados con el papel que ha jugado la canción en los movimientos en Estados Unidos, quienes no han tenido conciencia del significado que la canción ha cobrado en otros países.

    He escrito este libro también para los investigadores y estudiantes en varias disciplinas, incluyendo la antropología, la historia, la musicología y la sociología. Consecuentemente, el libro es ecléctico en cuanto a su aproximación disciplinaria al tema. Es mi intención que el libro se lea como una obra de historia social. De acuerdo con mi propia formación disciplinaria, recurro a los repertorios conceptuales de la antropología y la sociología para analizar e interpretar la historia de «No nos moverán», prestándome conceptos y aproximaciones adicionales de la musicología. Teniendo en cuenta a los lectores no especialistas, he intentado mantener el texto libre de jergas disciplinarias sin sacrificar el rigor conceptual que se espera de una obra académica. Los lectores académicos que se interesen en los métodos usados al conducir la investigación que hizo posible la redacción de esta historia deben consultar el apéndice que se encuentra al final del libro.

    El canto al servicio de los movimientos sociales

    En este mundo de comunicación electrónica instantánea vía las redes sociales, no habría nada especialmente notable sobre la difusión de cualquier canción a cualquier parte del mundo, donde podría aprovecharse para prácticamente cualquier fin. Las andanzas y transformaciones de «No nos moverán» fueron realmente extraordinarias, teniendo en cuenta que tuvieron lugar mucho antes del advenimiento de tales medios y sin la promoción de los sellos disqueros comerciales y su difusión por radio y televisión. Al contrario, la canción se difundió al ser cantada por los participantes de movimientos sociales, muchas veces sujetos a una brutal represión empresarial y estatal, quienes la traspasaron a otros movimientos allende múltiples fronteras nacionales y lingüísticas. Contar la historia de cómo «I Shall Not Be Moved» se hizo «We Shall Not Be Moved» y luego «No nos moverán» se justifica no sólo por la importancia de la canción para las luchas por la justicia social en muchas partes del mundo, sino también porque demuestra cómo una canción puede servir de un valioso recurso para los participantes en los movimientos por el cambio social.

    Aunque el presente trabajo no pretenda aportar mucho al debate más amplio sobre la importancia de la música en las relaciones sociales en general, vale la pena considerar, al menos brevemente, cómo la música y el canto pueden cumplir valiosas funciones para los movimientos sociales y sus luchas por lograr objetivos morales y políticos frente a la adversidad. En lugar de aprovechar «No nos moverán» como pretexto para elaborar nuevos aportes teóricos concernientes a la música y los movimientos sociales, en esta introducción prefiero limitarme a la consideración de los conceptos desarrollados por otros académicos para examinar cómo estos pueden profundizar nuestra comprensión de las variadas maneras en las que esta canción en particular ha servido a tantos movimientos en tan diversos contextos históricos, culturales y políticos. De hecho, quisiera reducir el enfoque aún más y limitarme a una consideración no de cómo esta canción pudiera haber persuadido a personas ajenas a los movimientos acerca de lo correcto de las posturas de sus participantes, o siquiera cómo esta pudiera haber ayudado a los movimientos a reclutar a nuevos adherentes, sino cómo «No nos moverán» habría apoyado a satisfacer las necesidades de los participantes en los movimientos que la han cantado.

    El mensaje de «No nos moverán», en todas sus variaciones, siempre ha sido uno de convicción, firmeza y desafío. Nunca ha sido uno de exhortar, criticar o invitar a los demás a unirse a los que luchan por una causa. Es un ejemplo de lo que Mark Mattern (1998) ha llamado la «forma confrontacional» de la música con una carga política, en la que «los miembros de una comunidad emplean prácticas musicales para resistir u oponerse a otra comunidad». Tan sólo por esta razón tiene poco sentido hablar del papel que la canción pudiera haber jugado en cambiar la conciencia de otras personas ajenas a los movimientos en cuestión. Además, esta limitación es congruente con la advertencia de Pete Seeger en su canción «Letter to Eve» [Carta a Eva], en el sentido de que debemos evitar tener expectativas demasiado elevadas sobre el resultado que cualquier pieza musical pueda provocar por sí sola. En esta canción, Seeger declara que si la música por sí sola pudiera traer la paz y la libertad, él sólo tendría que ser un músico en lugar de participar en otras formas de lucha política también⁵. Como veremos más adelante, las palabras de Seeger son aún más emotivas teniendo en cuenta que «No nos moverán», junto a muchas canciones similares, se ha cantado tan frecuentemente en las causas perdidas –como fue el caso cuando Víctor Jara pereció en Chile– como en las causas victoriosas.

    Vale la pena recontar la historia de cualquier canción tan ubicua como lo ha sido «No nos moverán» en los mundos anglo e hispanohablante. De igual importancia, en lo que queda de esta introducción, planteo que el hecho de que esta canción haya sido cantada en tan variados contextos culturales y políticos constituye un ejemplo de cómo las expresiones musicales pueden servir de un recurso simbólico vital para los participantes de los movimientos sociales. Específicamente insisto en que la entonación de «No nos moverán» –y muchas otras canciones similares– ha servido como una poderosa forma de acción ritual que ha permitido que los participantes en los movimientos sociales logren varias cosas que son cruciales para el éxito y la sobrevivencia de un movimiento. La primera de estas es que les ha ayudado a forjar su identidad como protagonistas de su propia historia en una variedad de contextos nacionales. Segundo, dondequiera que se haya cantado, ha ayudado a los participantes de los movimientos a forjar la solidaridad y la cohesión entre ellos. Además, «No nos moverán» en numerosos contextos ha ayudado a los integrantes de los movimientos a suprimir el miedo y mantener en alto el ánimo frente a la adversidad. También ha contribuido a la conservación de la memoria colectiva de movimientos muchos años después de que estos han desaparecido de la vista del público. Y finalmente, su canto ha facilitado el ascenso de los momentos más mundanos en la historia de los movimientos a niveles sagrados o cuasi sagrados. Ofrezco algunas ilustraciones de estos puntos más adelante al describir varios momentos en la historia de este himno transnacional de movimientos sociales.

    Nuestro punto de partida para comprender la importancia de «No nos moverán» en los varios movimientos sociales en los que ha tomado parte es este: hacer música es, fundamentalmente, una forma de acción social. Para enfatizar que hacer música es algo que las personas hacen juntos en escenarios sociales, el musicólogo Christopher Small (1998, 9) ha introducido el neologismo el musicar [musicking] a la literatura académica, que él define como «tomar parte… en una performance musical, sea interpretando, escuchando, ensayando o practicando, o proporcionando material para interpretar (lo que se llama composición) o bailando». Para Small, el musicar es un «encuentro humano» fundamental cuyo significado es determinado por el contexto social en el que ocurre. Además, arguye que el musicar es un acto primordial de definición social, una de las maneras en las que los individuos se expresan colectivamente y llegan a entenderse como pueblo (Small 1998, 133-134; véase también Frith 1996a).

    Siguiendo a Small, los sociólogos Robert Rosenthal y Richard Flacks (2011, 94-95) aseveran en su libro Playing for Change [Tocando por el cambio] que el musicar tiene la capacidad de crear «el sentimiento que variados ideas, ideales y estilos de vida van juntos» y que «escuchar, hablar de y activamente crear música sirven de formas rituales que ayudan a definir la identidad de cada uno en términos grupales».

    A su vez, los teóricos de movimientos sociales Ron Eyerman y Andrew Jamison (1998, 162) observan que el canto combinado con «la acción ejemplar» puede jugar un poderoso papel en forjar nuevas identidades para los participantes de movimientos, comentando que por cantar «We Shall Not Be Moved» juntos en un sit-in [una «sentada»] en un lunch counter [una especie de barra o mostrador en un comedor donde se sientan los comensales para recibir su comida de un mesero] en Misisipi, los activistas de derechos civiles se transformaron en valientes «testigos morales» que se atrevían a practicar la desobediencia civil no violenta frente a una violenta opresión racista. Aquí estos autores muestran un punto más general sobre los movimientos sociales, que la participación en la acción colectiva contribuye potentemente a desarrollar en la gente un sentido de sí mismo, o sea, a la producción de sus identidades vis-a-vis los otros grupos en la sociedad (Della Porta y Diani 1999). De esta manera, la entonación de una canción en el escenario confrontacional de la desobediencia civil se vuelve un emblema de identidad colectiva para los integrantes de un movimiento que claramente –y moralmente– se distingue de sus adversarios. Este es especialmente el caso para «No nos moverán» en la medida en que su refrán afirma el compromiso inquebrantable de sus cantantes con los principios que celebran y que sus acciones colectivas han llegado a encarnar. Así la canción representa, sin importar el contexto específico, histórico o político, en el que se cante, una declaración desafiante por parte de sus cantantes de que «no somos como ustedes y ustedes no van a cambiarnos ni

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