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Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes
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Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes
Libro electrónico387 páginas6 horas

Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes

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Información de este libro electrónico

Compilación de entrevistas y artículos sobre músicos cubanos y personalidades vinculadas a la música. La selección está dotada de originalidad y avalada por musicólogos y periodistas de la cultura (Leonardo Padura, Radamés Giro, Helio Orovio, Leonardo Acosta, etc.).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes
Autor

Emir García Meralla

EMIR GARCÍA MERALLA: Escritor, investigador y crítico de música. Artículos y ensayos suyos sobre el tema de la música popular cubana ha aparecido en diversos medios cubanos y extranjeros. En la actualidad escribe una columna sobre música cubana en CUBARTE, así como para diversos medios digitales e impresos. Autor del libro Se baila aquí, donde a modo de crónica hace un acercamiento a la música popular cubana de los últimos cincuenta años.

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    Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes - Emir García Meralla

    Edición y corrección: Susana Méndez Muñoz

    Diseño de cubierta: Yuset Sama

    Corrección: Genoveva Concepción Cuellar Sánchez

    Conversión e-book: Rafael Lago Sarichev

    © Emir García Meralla, 2018

    © Sobre la presente edición:

    Ediciones Cubanas, 2018

    ISBN 978-959-314-003-4

    Sin la autorización de la Editorial

    queda prohibido todo tipo de reproducción

    o distribución del contenido.

    Ediciones Cubanas, ARTEX

    5ta. ave., esq. a 94, Miramar, Playa, Cuba

    E-mail: editorialec@edicuba.artex.cu

    Telf: (53-7) 204 5492, 204 3586, 204 4132

    ÍNDICE

    UNA NOTA INICIAL

    ADRIANO RODRÍGUEZ O EL CANTAR DE LA MEMORIA

    SI NO HABLO DE TI ME MUERO, JUAN FORMELL

    AL PIANO, DE MAYARÍ, FRANK FERNÁNDEZ

    CÉSAR «PUPY» PEDROSO: CON EL SON ENTRE LAS MANOS

    JOAQUÍN BETANCOURT: EL OPUS SON DE LA MÚSICA CUBANA

    EDESIO ALEJANDRO: DE SAN LEOPOLDO A LA GLORIA

    MARCANDO LA DISTANCIA.

    REMBERT EGÜES: TODO MI TIEMPO SOY DE ESTA TIERRA, SOY DE CUBA

    LAS PÁGINAS OCULTAS DE RADAMÉS GIRO

    GERMÁN VELAZCO: LAS TRES DIMENSIONES DE LA MÚSICA

    SOLO DE TROMBÓN Y VERBOS CON DEMETRIO MUÑIZ

    ALAIN DANIEL: «TODO LO QUE QUIERO ES CANTAR HASTA QUE SE ME AGOTE LA VIDA»

    PARA EXORCIZAR MIS PENSAMIENTOS

    PACHO AL PASAR LOS AÑOS

    LA RUMBA DEL FAUNO

    Y ENTONCES CACHA, ¿QUÉ CORO LE PONEMOS A ESTE SON QUE NO TERMINA?

    APUNTES PARA UN BAILE INCONCLUSO

    LOS AÑOS SETENTA Y LA MÚSICA EN CUBA: AQUÍ SE ENCIENDE LA CANDELA

    IRAKERE: DE BACALAO CON PAN AL RUCU RUCU

    ABUELOS, TIMBA Y OTROS ASUNTOS

    HÁGASE LA TIMBA

    A Eru, Odette y el equipo de cabezones que me acompaña

    UNA NOTA INICIAL

    Hará más de diez años mi madre me aconsejó que organizara mis artículos y entrevistas publicados y que les diera forma de libro. Pasó el tiempo y algunos amigos también me hicieron esa misma sugerencia. Sin embargo, fue Radamés Giro, editor y amigo, quien marcó la pauta al ponerme fecha límite para terminar esta tarea que había dejado en un segundo plano.

    He sido un hombre con suerte. Tuve la suerte de que Leonardo Padura y Ángel Tomás González confiaran en mí y me permitieran debutar en las páginas del periódico Juventud Rebelde un domingo del mes de septiembre de 1988; Padura gentilmente me cedió su espacio.

    Aquel gesto infinito me abrió las puertas de otros medios.

    Años después, Amado Córdoba y Norberto Codina pusieron a mi disposición las páginas de las revistas Salsa Cubana y La Gaceta de Cuba, respectivamente, para que me estrenara como columnista y entrevistador en temas relacionados con la música cubana. Así nacieron muchas de las entrevistas que he hecho y que están dispersas en esas publicaciones.

    Sin embargo, ha sido mi amistad con muchos músicos cubanos la que me ha dado la posibilidad de poder escucharles y hasta contradecirles. A todos ellos mi agradecimiento infinito; ellos son el comienzo y el final de estas líneas.

    Este volumen recoge trabajos aparecidos en diversos medios, fundamentalmente en La Gaceta de Cuba, y otros publicados en las revistas Temas y Musicalia Dos; también los escritos para Salsa Cubana y los realizados en mi paso por Prensa Latina, sobre todo entrevistas, los cuales he intentado ordenar para que entraran en esta recopilación.

    Agradezco a la vida —y a mi suerte—el placer de haber gozado de la amistad de Helio Orovio, de su magisterio y hasta de su paciencia infinita hasta su muerte. Algo similar me ocurre con Leonardo Acosta, aunque en menor escala. A ellos mi gratitud y mi lealtad. Una nota especial dedico a amigos como Ariel Larramendi que confió en mi talento y me dio un espacio en Radio Rebelde para que comentara sobre temas musicales y me atreviera mucho más.

    Estos apuntes y diretes son parte de nuestras vidas. Disfrútenlos.

    ADRIANO RODRÍGUEZ O EL CANTAR DE LA MEMORIA

    (Con Edesio Alejandro como compañero de fórmula)

    Confesiones a la medida del mejor cantante que he conocido

    «…He vivido tantos años como las canciones más hermosas que he conocido, he escuchado y que la vida me permitió cantar y parece que aún quiere que lo siga haciendo; hoy solo me queda cantar y cantar… ese es un privilegio que me alimenta cada día… bueno, y el amor de la familia y los recuerdos, sobre todo los recuerdos; cuando se viven tantos años los recuerdos sustituyen a la esperanza».

    Adriano Rodríguez nació en el año 1923, cuando el ilustre Alfredo Zayas y su «partido de los cuatro gatos» era presidente de la República de Cuba; eran las «vacas algo» como se pudiera decir en buen cubano y La Habana comenzaba a estrenar su alumbrado público más allá de los palacetes del floreciente barrio de El Vedado donde primaba el estilo Art Déco.

    Nació en la Villa de Guanabacoa, al este de la ciudad, a la que se llegaba por un camino vecinal marcado por el fango en épocas de lluvias, pues estaba pavimentado a medias.

    Guanabacoa, para aquel entonces, vivía orgullosa de Rita Montaner que hacía vibrar teatros de Cuba y de París con los pregones de Moises Simons y las canciones de los hermanos Grenet, y de la genialidad del niño Ernesto Lecuona que alternaba su tiempo perfeccionando sus estudios de piano y tocando en los cines por veinte centavos la función, para ayudar a la economía familiar.

    ¿Quién es Adriano Rodríguez y de dónde viene?

    Soy el hijo de Adriano el sastre. Mi padre era sastre —ese era un oficio de negros honrados— y músico en sus ratos libres. Ese es un oficio del que ya no se habla, pero ser sastre daba prestigio en el lugar donde se vivía y más allá si lograbas nombre; vestirse a la medida era una manera de distinción en los hombres; por muchos años yo me vestí en cuanta sastrería pude y por mi padre conocí a los mejores sastres de La Habana.

    A veces, en mis ratos de ocio, cuando pienso —eso era antes de que Edesio me atrapara nuevamente con la música y sus pedidos de «Adriano, canta este tema o canta esta otra canción» que eran muchos, casi todo el día— recuerdo cosas de mi infancia, los moldes de los trajes con el nombre de la persona a la que correspondía una leva o un pantalón, el maniquí con la tela y los trazos de tiza marcando las líneas, los alfileteros. Los sastres son perfeccionistas, por eso aman la música.

    Dicen que mi padre cosió ropa hasta del padre de Lecuona y yo conocí a Lecuona, Ernesto, por los años cincuenta, por cierto vestía a la medida. Ahora entre ensayos y grabaciones me queda poco tiempo para pensar en las musarañas y en otras cosas, tal vez algunas más tristes que otras. Hoy creo que ya no hay sastres y sastrerías en La Habana, salgo muy poco de la casa, ya la gente no es tan elegante como antes.

    Mi madre trabajaba en una fábrica de tabaco, era despalilladora; una mujer muy fuerte a la que nunca le escuché una queja, con una voz muy hermosa, tan hermosa como ella; mi padre tuvo mucha suerte y creo que mi pasión por el canto y hasta mi voz se la debo a ella, la recuerdo cantando, sobre todo, en los coros de clave y rumba que eran agrupaciones geniales en las que la gente se vestía muy elegante aunque fuera a cantar en el patio del solar. Parece que estaba escrito en alguna parte que mi destino sería cantar, cantar todo lo que pudiera escuchar y aprender.

    Tuve una infancia como la de cualquier niño negro de esa época: ir a la escuela, jugar mientras se pudiera y cuando las cosas se comenzaron a poner malas en el machadato vendí caramelos, tabaquitos, ayudé en cuanto pude a mis padres para poder completar los quince centavos que podía costar una completa en una fonda. En casa éramos muchos, como nueve bocas cada día para desayunar, almorzar y comer, pero eso sí, nunca dejé de cantar, canto desde que tengo uso de razón; en Guanabacoa siempre había música en las calles, pregoneros anunciando cosas, vendiendo hasta lo inimaginable, músicos ambulantes.

    Canto desde niño porque mi abuelo materno tenía un sexteto —sin trompeta— llamado Carmen y con él debuté cuando tenía como seis años; ahora no recuerdo el nombre de aquel son… han pasado más de ochenta años y la memoria ya no me acompaña como antes. En mi infancia, además de los sones, de los sextetos, había música afro lo mismo de santos que de los abakua, que las rumbas, eso estaba en el ambiente, se respiraba en cada esquina.

    Hacía la segunda voz en el sexteto de mi abuelo, los músicos me llamaban para que la hiciera y es que cantar la segunda voz me salía natural, sin necesidad de hacer grandes esfuerzos, entonces dejaba cualquier cosa por cantar y no sabía que estaba formándome para el futuro; en aquel entonces no se podía vivir de la música y había que aprender a toda costa un oficio y a mi me tocó ser zapatero, entre otras cosas; ¿por qué no sastre como mi padre? no lo se.

    Para vivir de la música pasaron muchos años, trabajos y penas.

    ¿Cómo se formó usted musicalmente?

    La radio y el cine fueron dos grandes acontecimientos en mi vida. Escuchar la radio me permitió conocer canciones y cantantes únicos; hubo un cantante muy grande, no se si lo conocen, se llamó Pablo Quevedo y le decían «la voz de cristal» nunca más he escuchado a alguien cantar como aquel hombre y estaba Cheo Marquetti que cantaba guajiras y canciones; creo que de alguna manera me quise parecer a ellos en aquellos tiempos.

    En el cine con cinco centavos veías tres funciones y escuchabas entre una película y otra a los trovadores y a los cantantes todos con sus guitarras, impecablemente vestidos, hasta que llegó el cine sonoro y se acabaron las tandas alternas de películas y música, entonces había música en las películas y yo no me cansaba de verlas, sobre todo una película en la que Paul Johnson cantaba «Old man river»… ¡Qué clase de voz tenía ese hombre y qué clase de canción esa! me la aprendí de un tirón y es una de las canciones que más satisfacciones me ha dado.

    Alberto Zayas era amigo de mis padres y de mi abuelo, siempre estaba en la casa, lo mismo en los ensayos del sexteto que conversando con mi padre o con mi abuelo. Con él aprendí casi todo lo que se de la música afro; era una voz prima como pocas de esa época; con él hice mis primeros dúos siendo niño, ¡Qué clase de hombre ese y qué clase de músico!

    En los años cuarenta me llevó a conocer a Don Fernando Ortiz que me incluyó como uno de sus cantantes en las conferencias que daba sobre folklore en la Universidad de La Habana, además de que me abrió las puertas para que me hiciera músico profesional, sin dejar la zapatería, por supuesto. Por Ortiz conocí a Merceditas Valdés, ¡Qué mujer y qué manera de cantar y conocer la música afrocubana!, nunca más he vuelto a escuchar un timbre de voz como ese, puro, limpio…

    El estudio lo es todo y en esa época fundamental si se era negro y se quería triunfar en la música. En el 36, con trece años, matriculé en el Conservatorio Municipal de Guanabacoa para aprender solfeo y teoría y me tocó un instrumento que ya no existe: el onoben, casi nadie sabe qué cosa es eso…

    Yo me ganaba algo cantando en el portal del teatro Carral haciendo canciones junto a Nelo Sosa, que después se hizo muy famoso en los cuarenta con su conjunto Colonial, un sonero nato, con una intuición para la música del carajo. Cantábamos y había un maestro de obra muy conocido que nos pedía cualquier canción y así pasaban horas y horas, todo por diez centavos, él escuchando y nosotros cantando. En aquel entonces yo sabía una buena cantidad de canciones de los trovadores y de compositores cubanos que hoy nadie canta, pero estaban de moda en aquellos años.

    Estudiar me trajo mi primer nombrete en el mundo de la música, me empezaron a llamar «el profe», no por lo que sabía sino por el hecho de que canción que salía el lunes ya el martes yo me la sabía con pelos y señales y le daba mi sello; si no que le pregunten a Pedro Vargas, don Pedro…, de él aprendí la grandeza de la interpretación; yo estudiaba y analizaba cada una de sus canciones y como colocaba la voz, cada detalle de su trabajo; no había un tema suyo que no me supiera por difícil que fuera la versión, tanto que eso me permitió hacer carrera en algún momento con sus canciones, pero eran sus canciones cantadas al estilo de Adriano.

    Y desde ese momento se hizo cantante profesional…

    Ser cantante profesional era un sueño que fui logrando en la medida que pasaron los años, lo que sí es cierto es que lo mío era cantar canciones románticas, pero la gente comenzó a identificarme con lo afro por el trabajo junto a Fernando Ortiz y Merceditas Valdés, pero yo cantaba más que eso.

    En los años cuarenta había pocos cantantes negros haciendo lo que yo hacía, la mayoría cantaba en septetos y conjuntos, eran muy buenos por cierto, pero lo mío era lo romántico, las grandes canciones y las arias de las óperas, lo lírico y escuchar a los grandes cantantes de los que estudiaba todos sus detalles y eso me permitió encontrar mi modo de hacer cada canción sin dejar de buscar los frijoles como se pudiera.

    Mi debut profesional como solista fue en 1940 acompañado al piano por Carlos Faxas y años después estuve trabajando ocasionalmente en su grupo. En ese mismo tiempo conocí a Rita Montaner en una presentación que se hizo en la toma de posesión del alcalde de La Habana, Manuel Fernández Supervielle. Esa fue la única vez que estuvimos juntos en un escenario; hablamos de muchas cosas y Guanabacoa no podía faltar.

    Bueno, antes había estado en el coro de CMQ como solista gracias a mi amigo Ramón Calzadilla. La gente cuenta algunas cosas que si las miras son su leyenda; en mi caso más que leyenda fue suerte. Calzadilla me escuchó en Tropicana y a partir de ahí nos unió una gran amistad y ¡qué voz más privilegiada tiene ese mortal! Con él también aprendí mucho.

    Te decía que la gente cuenta las cosas a su manera; en CMQ tuve dos etapas. La primera, cuando estaba en su coro, que lo tuve que dejar porque ensayaba todos los días y a veces no tenía para el pasaje de regreso a Guanabacoa y las cosas estaban duras; en ese coro aprendí mucho, como en todas partes que he estado y trabajado. La segunda cuando Calzadilla me vio en la puerta esperando para hacer una suplencia o lo que apareciera cantando; no se me olvida que me saludó y cuando supo por qué estaba allí subió con una maleta de partituras y le dijo a los productores de programas —muy serio— «ahí está Adriano Rodríguez, uno de los mejores cantantes que hay en Cuba y que yo conozco, buscando trabajo y estas son sus partituras y las mías, ¿en qué programa vamos a cantar?» Aquello fue una muestra de amistad que no puedo olvidar.

    Mi entrada en Tropicana fue como parte del grupo de mi hermano Giraldo Rodríguez —que según decía Guillermo Barreto había sido uno de sus maestros— para una superproducción llamada Carabalí y a partir de ahí trabajé en muchas producciones de Rodney, un hombre muy creativo y dinámico.

    El director de la orquesta en esa época era Bebo Valdés; después hice allí mismo, ya como solista, Tambo y Copacabana. En uno de los ensayos me pidieron que cantara sin micrófono y había un hombre que se alejaba y se alejaba del escenario mientras yo cantaba, coño y aquello me dio una idea de hasta dónde llegaba mi voz.

    En esas producciones estaban entre otros Celia Cruz, Celeste Mendoza y Nat King Cole, sí, porque yo conocí a Nat King Cole y tuvimos una amistad en ese tiempo. Era un hombre muy sencillo, me decía Ogguere que era el título de la canción que yo cantaba y me daba palmadas en la espalda a manera de aprobación porque su español era elemental. De esas cosas no hay grabaciones ni nada, todo ha quedado en la memoria y en las anécdotas de los que hemos logrado sobrevivir, que para estas fechas somos muy pocos.

    Su entrada a Tropicana le permitió una mejoría económica, ¿no?

    Tropicana garantizaba tres o cuatro noches de trabajo estable y eso era por lo menos fuente para desayuno, almuerzo y comida, casi me podía casar y tener una familia, era un privilegiado…

    ¿Te hablé de mi amistad con Ricardo Abreu, Papín? era todo un caballero y un hombre con un sentido del humor único, siempre estaba haciendo bromas y jamás vi que le faltara el respeto a alguna persona, al contrario era un ejemplo de humildad a pesar de su grandeza como músico.

    Yo no me puedo quejar de los años cincuenta, además de tener trabajo estable tuve la suerte de hacer grandes amigos todo eso sin dejar de estudiar, sí, porque yo siempre estaba buscando como superarme…

    Volviendo a los cincuenta, además de Tropicana tuve la suerte de trabajar en Sans Souci con Alberto Alonso, gracias a él yo supe hasta dónde era potente mi voz y como el tiempo empleado en estudiar comenzaba a rendir sus frutos —recuerda que hasta ese momento yo solamente había estudiado en el Conservatorio de Guanabacoa y el resto del aprendizaje había sido de forma autodidacta, sobre todo analizando a los cantantes de aquellos años.

    Alonso me dio el rango de figura principal en su producción Bamba Iroko. Este negrón de Guanabacoa que había comenzado cantando en los portales del cine Carral ahora estaba de tú a tú con figuras como Benny Moré, que algunas veces se paraba a verme cantar. ¡Adiós a las fondas por un tiempo!, ya tenía un salario responsable y estaba formando una familia que terminó en cuatro hijos.

    Era figura del cabaret en esos años, pero mi repertorio estaba formado por canciones de tema afro; yo podía cantar más que eso, pero lo afro además de prestigio, me daba la posibilidad de estar cerca de grandes músicos, de seguir aprendiendo. Estuve en los grupos de Trinidad Torregosa y de Jesús Pérez, sobre todo en el de Alberto Zayas, donde conocí a González Manticci que era su director musical. Años después jugábamos Voleivol en los descansos durante los ensayos de la Orquesta Sinfónica Nacional y del Coro Nacional, le dieron dos infartos y no se daba por enterado «estoy entero», esa era su frase, era un tipo muy simpático.

    El vivía en un piso veinticinco y un día yo iba para casa de un amigo que vivía en su mismo piso y nos encontramos y empezamos a subir las escaleras juntos, pues no había luz, él iba delante de mí y me decía «sube cobarde», y subió los veinticinco pisos sin parar.

    Yo veía llegar mi hora de triunfar en el canto, sobre todo porque cantaba aquellas canciones que a todos gustaban, era, posiblemente, el único cantante negro en Cuba que no hacía sones; lo mío eran —además de las canciones— las arias de ópera y todo lo que escuchara, no importaba lo difícil que fuera o el intérprete al que se lo escuchara, ese tema debía ser cantado por mí.

    Es cierto que había cantantes mulatos como Miguel de Gonzalo o Miguelito Valdés, que cuando cantaban le ponían los pelos de punta a cualquiera; Barbarito Diez con la orquesta Romeu, pero él cantaba danzones. ¿Tú sabes que mucha gente pensaba que Barbarito era blanco? (risas) Había una mujer que nos confundía, no se por qué y así estuvo hasta que le presenté a Barbarito.

    Cantar afro también me permitió estar cerca de un músico de la talla de Gilberto Valdés, fue Rodney quien nos presentó en Tropicana, él necesitaba cantantes para un concierto que estaba organizando en la Universidad de La Habana; después de aquel día fuimos grandes amigos.

    Gilberto era una persona muy especial, si hablabas con él sin verlo pensabas que estabas hablando con un negro carabalí, y cuando lo veías era blanco, con los ojos azules. Recuerdo que en el año 66 me llamó y me dijo «oye negro e mierda ven, ven que te vo a partir el cráneo, ven pa’que vea la choza que me dieron»; era un tremendo apartamento. Una vez me dijo «negro e mierda ven pa’que oiga una música blanca que hice», era una canción. Yo canté muchas de sus obras que eran canciones de estilo afroide, una mezcla tremenda, negra y lírica. Recuerdo que estábamos montando una obra suya en el Coro Nacional y me dijo «oye hay poco negro aquí, eta gente e racita, tu no te cuenta porque tu ere el mejó cantante e Cuba».

    Un día me llamó para que cantara una canción que había compuesto para mí, me dio el papel, empecé a cantar y me paró y me dijo «oye negro e mierda estás cantando como lo blanco, eta gente del coro te eta jodiendo, cota valo, e má, sale sale» y me sacó de la casa y cerró la puerta, pensé irme pero enseguida abrió y me dijo, «dale entra, pero deja e blanco afuera». Esas eran las cosas de Gilberto Valdés.

    Entonces usted es un hombre de grandes amigos…

    Cantar y tener amigos, más la familia; a mis noventa años me puedo permitir decir que soy el hombre que más amigos ha tenido, algunos desde la infancia como Ignacio Villa, sí porque a mi nunca me gustó decirle Bola de Nieve como todo el mundo, para mí siempre fue Ignacito, mi familia y la suya eran amigas antes de nacer nosotros.

    Una vez en un recital que él estaba haciendo le pedí que cantara Si me pudieras querer y él me dijo « ¿A ti te gusta esa porquería?», y yo le dije que a él era al único que no le gustaba. Otra vez en México me llamó y me dijo: «Adrianito me hace falta que me hagas un corito en un disco que voy a grabar»; fui al estudio y se lo hice. Bastante tiempo después llegó un día a la casa con un sobre y me lo dio, y yo le pregunté que qué era aquello y me dijo «tu dinero del corito que me hiciste», cuando vi la cantidad que había me dio risa porque era mucho mas de lo que se pagaba por grabar en un coro.

    Ignacio Villa pasaba más o menos un año montando las canciones, él era un perfeccionista, un genio. Un día nos encontramos en Santiago de Cuba y venía con la cara seria y le pregunté qué le pasaba y me dijo que estaba molesto y me pidió « préstame algo de dinero que cuando tenga y me acuerde te lo devuelvo jaja… jaja…».

    Años después me dijo un día «hoy me acuerdo pero no tengo»; pasaron más años y un día coincidimos en una actividad y me dijo «hoy tengo y me acuerdo, jajajaja». La última vez que lo vi fue en mi casa en el velorio de mi abuela; él llegó y me dijo «vine por ella, no por tí». Días después él iba a hacer una gira por Perú; me dijo «Adrianito tengo que salir de viaje y los santos me dijeron que no fuera»; ese fue su último viaje.

    Hay quien por la música se ha convertido en un gran amigo; así me pasó con Gonzalo Roig, director de la orquesta de la CMQ y de la Banda Nacional de Conciertos.

    Llegué a su programa de radio Voces de Cuba, él ya me había dirigido cantando canciones afroides pero cuando se anunció la canción que iba yo a cantar que era Old man river, de Show Boat, sentí que fui desestimado, creo que todos pensaron que yo no podía cantarla.

    Fue un momento muy difícil para mí, no obstante acumulé todas mis fuerzas, cerré los ojos y canté, al terminar los músicos aplaudieron, sentí que todos se quedaron encantados con mi interpretación, Gonzalo Roig me dijo, « ¿De dónde tú eres?», le dije que de Guanabacoa, y me respondió «tenía que ser». Después de aquella presentación Gonzalo no dejaba de buscarme para que cantara en sus programas de concierto y temas suyos. Fuimos amigos hasta su muerte.

    Una parte importante de mi carrera estuvo ligada a la Charanga Nacional de Conciertos y a todas las grandes y hermosas locuras musicales de Odilio Urfé; ya nadie habla de él y su trabajo incansable por la música cubana. Urfé viene de una de las familias que más aportó al danzón y a la música en general. El hizo muchas cosas, lo de nosotros no era solamente musical, el sentía mucho respeto y cariño por mí; era un tremendo pianista, flautista y violinista, y tocaba desde música de charanga hasta arias de óperas.

    Una vez llegamos a la iglesia de Paula donde se impartía un seminario nacional de música, además de ser lugar de ensayo para muchas orquestas del país. Recuerdo que ya él era director nacional de música. Cuando llegamos, el piso estaba sucio y el cogió una escoba y le dijo al empleado de limpieza que empezara a barrer por una parte que él iba por la otra.

    Unos días antes de Odilio morir fui al hospital y cuando llegué el doctor me dijo «esta jodido», subí y empezamos a hablar y recuerdo que me dijo «cuando salga vamos a hacer un recital juntos y vamos a hacer una gira». ¡Qué duro! Con su trabajo rescató para la memoria canciones y cantantes; allí estaba Paulina Álvarez, Dominica Verges, los tamboreros de muchos grupos que conocían y dominaban los secretos de la canción y la música afro.

    En este mismo rescate, en ese enseñar a la gente las raíces de Cuba, trabajé durante años con Argeliers León, pero a Urfé le guardo, como a muchos otros, un lugar importante en mi memoria.

    Oye, ¿ya te dieron café?, porque llevamos rato habla que te habla y ya es casi hora de mi café. Después te hablo de Sindo Garay y de Ignacio Piñeiro ¡Qué par de músicos!, yo canté también sus canciones. Los años carajo…

    Ayúdame con la memoria, nos quedamos en…ya, Ignacio Piñeiro. Ese hombre era todo un poeta; escribió sones que son una joya y que para cantarlos hay que saber cantar, muchos con un uso de la voz segunda muy difícil, sí, porque en la música hay voz prima, segunda y tercera. Haber estudiado y cantado en muchos coros me ayudó a educar la voz para poder hacer cualquiera de ellas pero siempre han dicho que yo soy voz segunda. Con el Septeto Nacional canté varias veces en la televisión, la radio y en conciertos.

    Ignacio siempre estaba arregladito, bien peinado, bonito, una vez salgo del ICRT y parece que no había tinte para el pelo y veo un hombre canoso a lo lejos pero no lo conocí, al rato me toca por el brazo y me dice «¿tú no me conoces?».

    Allí tuve otro gran amigo que fue Carlos Embale. Una vez estábamos en un recital en los Estados Unidos y él estaba al lado mío y yo veía que movía la cabeza para atrás en los ensayos y cuando terminamos me dice muy serio: «Adriano tienes el pito y la cuchara del carajo… me vas a dejar sordo». Embale grabó mucho aquí con Edesio, tenía la voz fresca, cuidada, pero ya le estaba fallando la cabeza.

    ¿Dúos con otros cantantes? No me acuerdo de la cantidad de dúos que he hecho en esta vida, lo mismo que las canciones que he cantado, pero sí puedo afirmarte que cada vez que canté con otro artista aprendí mucho de su técnica, de su manera de colocar la voz, eso me llena de satisfacción.

    ¿Lo que no pude hacer? Me hubiera gustado haber cantado con el Benny… con Pedro Vargas…

    Gracias por el café Adriano y por la trova, porque se dice que usted fue trovador…

    No hay de qué. Edesio da té en el estudio, menos a mí y a Alfonsín Quintana con quien tienes que hablar. ¡Cómo ha vivido! Los hombres toman café y aman mujeres hermosas.

    A la trova siempre estuve vinculado, no era trovador pero cantaba sus canciones. Fui amigo de Sindo Garay y de su hijo Guarionex. Sindo era Cuba de pies a cabeza. Tuvimos una relación de mucho respeto, era muy especial; yo canté con él varias veces y cuando yo cantaba él me miraba, eso era una aprobación.

    El día de su cumpleaños cien fuimos juntos para la cocina de su casa, él fumaba mucho, nunca vi a una persona fumar tanto, y me dijo «compay, esto es lo que no me deja hacer una tercerita».

    Una de las cosas que más me vinculó a la trova fue crear el grupo Trovadores Cubanos en 1962 con el objetivo de preservar y llevar a todo el pais la cancionística trovadoresca cubana. En este grupo estaban Guarionex y Raúl Garay, Mario Hernández, Dominica Verges, Octavio Sánchez Cotan, Mayito Sánchez, Luis Peña (El Albino) y Elías Castillo.

    También haber cantado muchas veces con Esther Borja en Álbum de Cuba. Esther era una mujer extraordinaria, siempre nos tratamos con respeto; a mi me gustaba mucho oírla cantar, era perfecta.

    Yo hacía estas cosas profesionalmente pero no dejaba de estudiar. Por esa misma época fui a dar clases con Iris Burguet y ella un día me pidió que no fuera más a clases porque yo tenía una técnica perfecta y así me pasó con otro profesor que se negó a darme clases. A la luz de los años me siento satisfecho del tiempo empleado en aprender y sigo aprendiendo.

    Mira, nunca he sido trovador, yo soy cantante pero siempre he cantado todo lo que me ha gustado y los trovadores escribieron hermosas canciones, muchas tan difíciles en su armonía que poca gente las puede cantar; yo he tenido la suerte de poder cantarlas todas, no importa lo complejas que sean, no importa si no tienen segunda voz… yo soy cantante y un cantante debe cantar.

    Si la canción es difícil debes estudiarla hasta encontrar su camino, entonces la canción fluye. Hoy ya no se escriben canciones con ese lenguaje ni esa complejidad, pero el cantante debe estar preparado para cuando le llegue una canción así.

    ¿Y la familia?

    La familia fue creciendo. Tengo seis hijos de los cuales uno es cantante, Lázaro Miguel, es buen sonero, uno debía seguir mis pasos. Los pobres, durante años soportaron mi ausencia, mis ensayos por muchas horas… Haber llegado a tener una familia hermosa es un gran sueño que todo hombre se propone; yo creo haberlo logrado.

    En esa familia debo incluir a Edesio. Vino por un poco de azúcar y hasta el día de hoy no se ha despegado de este viejo; mi carrera fue truncada en el año 88 cuando me dijeron que debía retirarme. Estuve haciendo cosas ocasionales pero nada trascendente hasta que comencé a grabar canciones nuevamente con Edesio y sus músicos. Muchas de

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