La primera vez que fui a escuchar a An Espil presentaba Jesica Alegría en Niceto Club. La banda ya estaba tocando cuando apareció con las coristas Sophie Sobral y Arahi Pinto Castro. Las tres, vestidas de negro y con gafas oscuras, se movían en el escenario, indivisibles, hipnóticas. Armonizaban las voces y las tensaban como un instrumento nuevo.
Fue hace casi dos años. Ahora, la veo en su casa. Subimos en un ascensor antiguo, de plataforma abierta. Idéntico a un Garfield blanco con manchas anaranjadas, aterrizó sobre mis pies Juanito, como si hubiera venido rodando o se hubiese arrojado escaleras abajo tomado por la emoción de una nueva visita. “¿No es el gato más enorme que viste?”, dice An Espil entre risas y me presenta a los otros dos: María y Silvio.