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Charly x Charly
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Libro electrónico286 páginas4 horas

Charly x Charly

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"Charly X Charly" es una recopilación exhaustiva de la vida artística y personal de Charly García durante la década de los 80. Aquí no hay fragmentos sueltos o frases destacadas: nos enfrentamos a la vorágine de la voz del propio Charly, sin edición, sin jerarquías, sin censuras, tal como él mismo habló durante aquellos años. En ese sentido, el libro tiene el valor de ser un registro amplio y contundente del mensaje de Charly en sus propias palabras.
  Este libro fue recopilado a través del archivo personal de Facu Soto, quien nos cuenta cómo, siendo apenas un niño, fue tocado por el fenómeno de Charly. Así comparte con las y los lectores entrañables recuerdos de su infancia y adolescencia, cuando lo veía a través de la televisión o cuando pudo verlo por primera vez cara a cara, luego de un show en el Luna Park.
  La obra se estructura a partir de los seis discos que Charly editó durante la década de los ochenta como solista, tras dejar atrás los proyectos colectivos de Sui Generis y Serú Girán. La dictadura, los detenidos desaparecidos, el fin del hipismo, el conservadurismo de la década y la apertura a la diversidad sexual están presentes a lo largo de todas las entrevistas.
  A través de estas entrevistas Charly no elude los capítulos más difíciles de su vida: la tensa relación con el público, especialmente en la provincia; el abuso de las drogas; la incomprensión que sufría de parte de la prensa; las críticas por su trabajo en Estados Unidos y sus vínculos comerciales; el cuestionamiento por su falta de una posición política militante; etc. Todos estos temas Charly los aborda con valentía en sus entrevistas.
  Facu Soto también se da tiempo para reflexionar desde una perspectiva más contemporánea sobre el fenómeno de Charly. Lo califica como un adelantado, un precursor en temas de género y sexualidad; destaca su espíritu moderno, innovador y reactivo frente a cualquier tipo de conservadurismo; y señala que la sociedad, principalmente desde la prensa y cierto sector del público, siempre intentó atraparlo en un molde, castigarlo de alguna forma por innovar y no ser el "Charly de siempre". Sus palabras, incomprendidas tal vez en su momento, se entienden mejor con el paso del tiempo y lo convierten en un pionero, preclaro de lo que suponemos. También propone una visión más amplia sobre los polémicos y conocidos escándalos de Charly sobre y bajo el escenario, proponiendo una lectura en la que el artista responde como víctima de una agresión previa y constante, y que dichos actos, condenados por la sociedad, son en realidad discursos performáticos.
 

 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 abr 2024
ISBN9789569505669
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    Vista previa del libro

    Charly x Charly - Facu Soto

    Charly x Charly

    Vida y obra de Charly García en los medios

    Facu Soto

    Biblioteca de Chilenia

    Copyright © 2024 Facu Soto

    Colección Bitácora

    Colección de la microeditorial Biblioteca de Chilenia dedicada a la investigación, reflexión y difusión de la cultura popular en Chile, enfocada principalmente a tribus urbanas, subculturas, géneros y corrientes artísticas que actualmente son poco analizadas desde la academia.

    Charly x Charly

    © Facu Soto

    Equipo Editorial

    Dirección de la colección y editor : Emiliano Navarrete

    Autor : Facu Soto

    Diseño de la portada : Christiano (Christian Gutierrez)

    Editora : Marcela Küpfer

    Diagramación : Eric Carvajal

    Impresión y Encuadernación : Libros Independientes, Rancagua

    ISBN : 978-956-9505-66-9

    La presente obra está protegida

    por la legislación chilena de derechos de autor

    Contacto con la editorial

    Facebook: Biblioteca de Chilenia

    Twitter: @biblidechilenia

    Tiktok: @biblidechilenia

    Bitácora es una colección de la microeditorial Biblioteca de Chilenia

    Primera edición

    Abril de 2024

    Escrito en Buenos Aires y editado en Valparaíso

    Contents

    Title Page

    Copyright

    Mi amor por Charly

    Música para películas

    Funes, un gran amor y otras experiencias en el cine

    Yendo de la cama al living

    No bombardeen Buenos Aires

    ¿Ese es tu walkman?

    Clics modernos

    Piano Bar

    TANGO

    El antecedente de Parte de la religión

    PARTE DE LA RELIGIÓN

    CÓMO CONSEGUIR CHICAS

    CHARLY EN CHILE

    El tiempo vuelve a llorar, pero no hay primavera en anhedonia

    Epílogo

    Notas

    Mi amor por Charly

    Junio de 1982: la guerra de Malvinas había terminado. La carpeta con hojas blancas, tapas duras forradas con cartulina verde, con recortes periodísticos sobre el conflicto bélico era todavía algo vivo, del presente. Yo tenía 10 años y en las radios pasaban rock nacional todo el día: Raúl Porchetto, León Gieco, Serú Girán, Juan Carlos Baglietto, Spinetta Jade, entre otros. En diciembre de ese año se anunciaba el recital de Charly García en Ferro (el estadio del club Ferro Carril Oeste, en Buenos Aires), en el que presentaría su disco Yendo de la cama al living. Era uno de los primeros artistas locales que tocaba solo en un estadio de fútbol y se vivía como si llegaran marcianos a nuestro planeta. Lo esperé durante días, no hacía más que pensar en esas imágenes recortadas que veía en la publicidad de Canal 9: Charly vestido de rosa, con los anteojos cuadrados y una ciudad de cartón en el escenario a la que le llegaban rayos de colores.

    Por fin llegó el día. Estaba en la casa de mi abuela, con las puertas del living cerradas para poder escuchar mejor el recital, nervioso frente al televisor, no quería que se me escapara ningún detalle. Apenas conocía un par de canciones que había escuchado en la radio, pero Charly tenía algo que me atraía como un imán. Sentía que tenía algo para decirme y no podía mirar para otro lado. Entonces mi mamá, que era maestra de colegios primarios y a quien le gustaba Palito Ortega, después de golpear varias veces a la puerta logró entrar. Se sentó a mi lado con cariño y expectativas de poder compartir el recital juntos (mi papá estaba en la cancha viendo a River). Pero cuando empezó a prestarle atención al concierto me dijo, primero preocupada y con calma, y después a los gritos: ¿Ese putazo te gusta, hijo? ¡Es un mal ejemplo para la juventud!. Me negué a apagar la tele y forcejeamos frente a la perilla del aparato hasta que logré pegarme frente al televisor y disfrutar de lo que quedaba del show. Aunque me había hecho llorar y la discusión me había estresado, Charly estaba ahí, cantando, bailando y diciéndome cosas que no alcanzaba a entender del todo, pero que me quedaban resonando en la cabeza.

    Dicen que cada vez son más rápidos los cambios adaptativos en el ser humano, así como se prolonga el ciclo de vida en las personas, y parece que es cierto (que lo único que no cambia es el cambio) porque tres años más tarde mamá me había dado plata para ir al Luna Park y sacar la entrada más cara, la platea, y vivir la experiencia inolvidable de la presentación de Piano Bar, con una puesta en escena increíble que incluía bailarines maquillados (Los Peinados Yoli con Jean François Casanova, bajo la dirección artística de Renata Schussheim). Como Javi, mi amigo al que también le gustaba Charly, no podía ir por un compromiso familiar, accedió ella misma a acompañarme y llevamos también a mi hermanita. Mi papá estaba otra vez en la cancha viendo a River, pero a mí no me importó porque mi objetivo estaba cumplido: ver a Charly por segunda vez en mi vida, ahora en vivo. Para mi sorpresa, mamá cantó y bailó parada casi todo el recital; claro, se sabía las letras (también las de Los Abuelos de la Nada) porque yo ponía ese casete día y noche.

    Aquel recital en Ferro, el que vi en la tele, me dejó una huella indeleble. Mi mente y mi cuerpo no alcanzaban a acopiar tanta información que perfumó mis horas posteriores; cuando estaba en el colegio, andando en bici o en la pileta del club, mi mente reproducía las imágenes del concierto de Charly en Ferro.

    Cuando lo vi, esa noche de verano, en la casa de mi abuela, sobre el final recuerdo que ya no me importaba nada y saqué la tele al patio —estaba sobre una mesita de madera con rueditas— y subí el volumen de una manera inusual, aunque ya eran más de las doce de la noche; pero yo quería seguir mirando y escuchando ese show que terminó con el bombardeo a la ciudad de cartón que habían montado sobre el escenario. Fue increíble.

    Después fui a la disquería y pedí el último de Charly. Unos meses más tarde, leyendo el libro de entrevistas del periodista Daniel Chirom, Charly García, me enteré de que a Charly le pasó lo mismo cuando fue a pedir el disco de los Beatles. Nos preguntaron: ¿El simple o el doble?. Yo pensé que venían separados y preferí el simple, o sea Yendo de la cama al living. Otro día volvería para comprarme la otra parte: desconocía que venía junto con Pubis angelical en un solo casete. Todavía guardo ese casete con el papel duro de la tapita, tipo cartulina, donde están los temas y la ficha técnica de la grabación, con la frase de Pete Townshend que citó en su interior: Si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para redimirlo, entonces es rock and roll. Con el paso del tiempo ese disco, por la luz que me irradiaba no solo desde las canciones sino también por la foto de tapa y la contratapa —que también fue un pin que llevaba en el guardapolvo blanco del colegio—, se volvió como una estampita, una esfinge, un ángel protector y salvador que atesoraba los momentos de aquella época y también algún secreto que compartí con mi mejor amigo de la primaria y que ahora no quiero contar.

    Hablo de Javi, que tenía un equipo de música moderno, con dos parlantes tipo torres y arriba una bandeja para pasar discos. Él se había comprado Yendo de la cama… pero completo. Pasamos tardes enteras, en un verano caluroso, escuchando una y otra vez ese disco, los dos acostados en el piso, boca abajo mirando el álbum, las fotos, leyendo y analizando las letras. Uno de esos días, después de haber tomado la merienda —Nesquik y galletitas anillitos de colores— volvimos al piso y después de poner Pubis angelical agarramos un cuaderno, dos lapiceras con tinta y le pusimos las letras a las canciones del disco instrumental. Ese disco se convirtió en un objeto mágico que todavía hoy escucho con frecuencia.

    Cuando me enteré de que estaba por salir Clics modernos iba todas las semanas a la disquería a preguntar si había llegado el disco. Yo había escuchado un adelanto en Radio Show AM, un programa que se emitía por Radio del Plata, de lunes a viernes a la tarde; lo escuchaba mientras hacía la tarea en el living de mi casa. Grabé, nervioso porque no se me perdiera nada, el adelanto del disco y el reportaje que le hicieron a Charly (todavía conservo el casete y se oye perfecto), así como también, unos meses antes, seguí un miniprograma que recorría la historia de Charly: ¿Quién es en verdad Charly García? Lo aman y lo odia, y le piden más, decía la cortina del programa.

    Cuando me enteré de que presentaba Clics modernos en el Luna Park de Buenos Aires dije que quería ir a verlo. No recuerdo que mamá se haya opuesto. Me llevó mi tía, que había sido hippie, con su nueva pareja, es decir mi tío. Solo abrí la boca cuando mi tía me preguntó, frente al vendedor que se detenía ante nosotrxs: ¿La vincha, la remera o las fotos?. Me compraron una remera azul, del tamaño más chico que había, porque yo todavía no había cumplido los 12 años. Estábamos por entrar a la última función, la que grabaron en video, el lunes 19 de diciembre de 1983.

    Cuando tocó al piano, con el velador encendido, Necesito, Rasguña las piedras y Peperina fue increíble. El sonido del piano y la voz de Charly reverberaban en el estadio como si tocara y cantara para mí solo en el living de mi casa. Me emocioné hasta las lágrimas y mi tía me abrazó, también emocionada. El recital terminó con globos de colores que caían del techo resultando una noche mágica, maravillosa devenida en una fiesta. Salimos del estadio y lo único que atiné a decirles era que quería saludar a Charly, cosa ilógica e irrisoria a la vista de nuestros días. Fuimos a comer pizza y volvimos. La calle Bouchard estaba llena de camiones donde cargaban los equipos de luces. Las puertas estaban abiertas porque los hombres entraban y salían con todo ese peso sobre sus hombros. Miré a mi tía y me sonrió asintiendo con la cabeza. Disparé como una rata y me metí entre esos hombros. El estadio estaba vacío. Caminé hasta el escenario y un hombre grandote desde abajo me ayudó a trepar por los caños hasta llegar arriba del escenario, donde una mano extendida tironeaba para que yo subiera.

    Al pisar las tablas me sorprendí al ver una televisión en un extremo donde pasaban el show que habíamos vivido hacía unas horas y, frente a ella, a Charly, todavía vestido íntegramente de blanco, sentado en el piso frente a la pantalla, tomándose las rodillas con los brazos. Un par de músicos estaban junto a él. Se me acercó una chica —hoy sé que fue Fabi Cantilo— y me preguntó cómo me llamaba y cuántos años tenía. Recuerdo que me dijo: Qué chiquito. Fui preparado, porque saqué del bolsillo de mi campera de jean una libretita y una birome. Me acerqué a Charly y, nervioso pero con decisión, le dije: ¿Me firmás?. Charly levantó la cabeza, agarró la libretita y me firmó un autógrafo. Me quedé un rato, no mucho, observando cómo miraban el show, todos en silencio escuchando y después me acordé de que mis tíos me esperaban afuera.

    Por aquellos años pasábamos el verano en la quinta que mis xadres tenían en General Rodríguez, donde la radio siempre estaba encendida y se escuchaba de fondo cuando nos metíamos a la pileta. En una de esas tardes de enero empezó a sonar el recital de Charly García en el Luna Park en la radio, sin quitar las partes donde él hablaba y que yo recordaba perfectamente. Corrí hasta la cocina y agarré de una caja de zapatos el primer casete que vi. Apreté REC/PLAY. No podía creer que estuviera al borde de la pileta, tomando sol, con mi primo Claudio —al que amaba, con el que salía a andar en bici y nos chupábamos los penes— y reviviendo el recital de Charly. La emisión del concierto estaba pisada con publicidad de cerveza Quilmes. Eso era la felicidad.

    El diarero le llevaba a mi abuelo todos los días el Crónica. Mi papá compraba Clarín. Y mi abuela, todo tipo de revistas irrelevantes, desde Selecciones hasta TV Guía, Antena, Radiolandia 2000 y Gente, entre otras. Esa fue la primera fuente de archivo que fui configurando, sin tener conciencia de lo que estaba construyendo, solo por el gusto de leer lo que decía Charly en los reportajes. Me atrapaba porque parecía venir del futuro, decía cosas como: No hay que tener miedo al fracaso, Quiero un poco de energía, No sé si algún día podré dejar el rock y su filosofía de honestidad, sueños, la búsqueda de una verdad o Los argentinos no necesitamos ni líderes, ni ejemplos, ni moral ni nada: Solo animarse a hacer lo que tenemos ganas de hacer. Eran verdaderas revelaciones, anticipaciones o gritos de aliento para el momento que estábamos viviendo, donde había más prejuicios que ahora, mucha discriminación de todo tipo y falta de respeto por las diferencias.

    Al poco tiempo empecé a comprar revistas especializadas (Pelo, Toco & Canto, Cantarock, Rock & Pop). Esto me permitía estar informado e intercambiar información de música, después cine, teatro y literatura, con mi amigo Javi. Sus padres compraban Humor, SexHumor, El Porteño, Crisis y otras donde de vez en cuando también aparecían notas de Charly. Ese canal de comunicación con el mundo artístico me sacaba de la cotidianidad de mi casa, donde los disturbios familiares instalados eran un bajón.

    Los domingos iba con mi amigo Santiago a los puestos de libros y revistas del Parque Rivadavia, a revolver todo hasta encontrar alguna joya que creíamos perdida. Así fue como conseguí la revista Periscopio donde había una ilustración de Charly en la tapa y al pie decía: ¿Ídolo o qué?. O la Expreso Imaginario con Serú Girán. En esa época no me regocijaba pensando que tenía incunables como las primeras planas del diario Crónica con titulares catastróficos: Detuvieron a Charly García: Se bajó los pantalones, hizo gestos obscenos e insultó al público durante un recital en Mendoza; también causó destrozos en un hotel, "Charly García se desnuda frente a Crónica: Niega acto de obscenidad y acusa: ‘Me torturaron’, Escándalo en recital de Charly García: Fue detenido por obscenidad en Mendoza y luego liberado".

    Después llegó Tango. La presentación del disco maxisencillo ería en la disco Paladium el 29 de marzo de 1986. Fui un día antes de mi cumpleaños con mi primo Claudio, muy temprano a la tarde, y vi salir a Charly junto a un hombre grandote y de rulos que lo escoltaba del lugar. Me le acerqué y, frente a mi fanatismo y mi temprana edad, Charly apoyó su brazo sobre mi hombro y así caminamos casi dos cuadras, charlando. Me contaba que iba a descansar a un hotel y que después volvía relajado para dar un buen show a la noche. Que la prueba de sonido había salido bien y que esa noche iba a matar. No recuerdo exactamente qué le dije, pero sí lo que él me respondió: "Wow, cuánta pasión, man. Bueno, nosotros doblamos para allá", y me dio la mano con el pulgar extendido hacia arriba, como se estilaba saludar por aquellos años.

    Siempre que lo vi Charly fue muy amable conmigo, y creo que con todxs lxs fans que se le acercaban y le tiraban buena onda, porque en definitiva le dedicó su vida entera a ellxs, que después llamó aliados.

    Cuando presentó Parte de la religión en el teatro Gran Rex fui a tres funciones seguidas, siempre en la platea, en las cinco primeras filas. A la salida me acerqué a la mamá de Charly, Carmen Moreno, que hablaba con otra señora. Me presenté respetuosamente, yo tenía 15 años y todavía era virgen, le conté mi fascinación por la música y los mensajes de libertad de Charly. Le pedí amablemente su número para poder hablar, algún día. Y fueron varias y largas las charlas que mantuvimos por teléfono, incluso atinó a ser mi aliada cuando un día le dije que estaba por ir a la casa de su hijo para visitarlo. Me dijo: Esperá que lo llamo y te digo si está, llamame en diez minutos. A los diez minutos exactos le hablé y me dijo que estaba durmiendo, que intentara al día siguiente, porque cuando duerme le pega de largo.

    Lo seguía a lugares pequeños donde me enteraba que iba a tocar, como La Capilla, un antro del pop-rock de los 80 que había sido una iglesia y por aquellos años se había convertido en un lugar donde tocaban grupos como Los Twist y Los Encargados. Una noche, cuando en casa festejaban el cumpleaños de mi papá, me enteré de que tocaba la agrupación Parisi. Yo sabía que era un grupo que hacía jazz y swing con Pipo Látex (Cipolatti), Daniel Melingo, Camilo Lezzi y Charly, entre otrxs. Le di un beso a cada invitadx que estaba en casa y me fui corriendo, sin esperar que papá soplara las velitas de la torta. Era julio y hacía mucho frío. Fui solo y esperé mucho tiempo en la puerta hasta que abrieron y nos dejaron entrar. La sala donde tocaron era pequeña, el escenario me llegaba al pecho y estábamos todxs paradxs; no habría más de cien personas, o muchas menos. Tocaron más de dos horas temas instrumentales, con partituras puestas en sus respectivos atriles. Charly, sentado con la guitarra eléctrica y las notas enfrente, estaba de excelente humor. Tocó melodías populares mientras fumaba sonriente y hablaba con la gente. Cuando salí lo vi caminando por ahí junto a Fabi Cantilo, que estaba espléndida, no paraba de reírse de todo.

    En la Feria del Libro donde se presentaba el texto de Osvaldo Marzullo, El rock en la Argentina, se armó una muchedumbre de fans. Logré estar al lado de Charly y sacarle fotos, muy de cerca, con una vieja cámara pocket con rollo a color. A la salida, mientras él caminaba junto a Raúl Porchetto para ir a tomar algo a La Biela (eso llegué a escuchar que decían mientras firmaban libros), me le acerqué y apenas me vio me dijo: A vos te veo en todos lados. Yo no lo podía creer. Una persona religiosa podría decir: Fuiste bendecido.

    Llegaron los 90 y empecé a frecuentar otros lugares. Conocí el Centro Cultural Ricardo Rojas —donde varios años después coordiné los cursos del "Laboratorio de literatura gay queer"—, Cemento, Gaia, el Parakultural. Una noche estaba bailando con mis anteojos negros en El Dorado junto a dos amigas, Florencia y Gabriela, y lo vi entrar con dos chicas. Bailaron un rato y se fueron enseguida. Sentí una emoción fuerte pero no salí de mi eje, seguí conectado a la música que estaba escuchando y bailando, percibiendo su energía, pero sin la necesidad de acercarme más. Fue en ese momento que me di cuenta de que lo quería, como siempre, pero que algo había cambiado. Me había vuelto fan de The Clash, los Ramones y sobre todo de los Pixies.

    Creo que yo quería cerrar una etapa de mi pasado para comenzar otra, pero no se puede borrar la historia. Todos los días escucho algún tema o leo un pedacito de algún reportaje sobre Charly, y su imagen en fotos me ilumina, como la tapa de la revista La Nación de 1984, que está enmarcada y protegida con vidrios en mi consultorio, acompañándome, como siempre lo hizo. De vez en cuando me despierto a la mañana y me acuerdo de esas carpetas (las que estaban llenas de notas de Charly y un día se las quise entregar a su hijo Migue, pero terminaron en las manos del encargado del edificio donde vive Charly) y no puedo evitar sentir unos retorcijones de estómago. Creo que no me arrepiento de nada en mi vida. Que todo lo que hice me sirvió para ser el que soy. Mi amor por Charly pasa por una identificación inmensa, que llegó hasta la confusión, que encontró la claridad. Fue —y es— un referente, un abre caminos, un guía espiritual, un amigo y sobre todo una compañía inmensa.

    Música para películas

    En una entrevista-crónica de Marcelo Figueras, aparecida en la revista Caín N°4, Charly cuenta que a los 10 años había conocido el cine y que jugaba a interpretar los personajes de Vincent Price, sobre todo el de Master of the world (1961), donde el protagonista retiene el pasado sin dejar que este se le escape; después armaba un globo aerostático y desde allí bombardeaba los barcos de guerra porque quería la paz en el mundo. La película está basada en un libro de Julio Verne.

    También estuvo muy copado con El fantasma de la ópera. "Me hacía máscaras con cera o con plastilina. Me ponía una capa, tomaba dos velas y me sentaba al piano… O El fantasma de Canterville, no sé por qué no han hecho una película con esa historia que es fantástica… En el cine me recuerdo viendo 2001: Odisea del espacio en cinerama y con sonido estereofónico de ocho bandas, le contaba a Marcelo Figueras, quien hace una excelente lectura de los personajes elegidos por Charly en su niñez. Esos personajes y los fantasmas, Nemo, el de Vincent Price, viven todos apartados del mundo y se sienten diferentes, distintos. Visten disfraces. La mascarada que adoptan es precisamente la imagen de lo que querrían ser. Charly, como si hubiese leído lo que Figueras escribió, dice: Me encantan los disfraces. A veces jugaba solo, agenciándome ropajes ajenos. Otras, inventaba obras de teatro con mis amigos. Teníamos una casaquinta en Paso del Rey, donde había un pinar que formaba una especie de túnel y ese era el escenario. Pero nunca me copaba el papel del héroe. Siempre abrazaba los papeles retorcidos: Fantasma de la Ópera, Fantasma de Canterville".

    De chico, quizás influenciado por las películas que veía, o por otras razones, Charly soñaba con brujas, titiriteros rengos, freaks. La película Freaks fue otro de los filmes que marcaron un antes y un después en su vida. Una pesadilla suya recurrente era soñar con la luna que se desplomaba sobre el mar y el agua lavaba todo. Charly cuenta otro sueño siniestro y repetitivo: En otra época, soñaba que vivía en Israel, en una casita linda que daba al sol. Todo el mundo sufría la lepra. Yo era el único que no estaba contaminado. Una mañana abro la ventana y veo a dos viejas leprosas, del otro lado de la calle, observándome. Descubren, entonces, que yo estoy sano. La última imagen del sueño concierne a las viejas cruzando la calle para llegar hasta mi casa.

    Algunos de los directores de cine favoritos de Charly fueron Woody Alen, Alan Parker —sobre todo por Birdy, alas de libertad—, Stanley Kubrick —por La naranja mecánica, 2001: Una odisea en el espacio y Lolita—, Milos Forman y Peter Shaffer por Amadeus y Alan Parker por The wall, entre muchas películas y directores, dado que es un gran cinéfilo.

    La relación de Charly García con el cine siempre fue muy estrecha. Su Canción de Alicia en el país, una contundente alegoría sobre la dictadura militar —incluida en el álbum Bicicleta (1980) de Serú Girán—, tuvo una primera versión en la película realizada por el artista plástico Eduardo Pla, Alicia en el país de las maravillas en 1976. Recién en junio del 2023 se encontró una copia que, restaurada, se exhibió en el Centro Cultural San Martín.

    En 1982, en su primer trabajo como solista tras la disolución de Serú Girán, Charly compuso la banda sonora de Pubis angelical, la película de Raúl de la Torre basada en la novela homónima de Manuel Puig.

    El tango según Charly

    Pubis angelical trata sobre una mujer radicada en México que padece de cáncer y que, a raíz de las drogas que le medicaron para apaciguar sus dolencias, viaja constantemente al pasado y al futuro. Recuerda su pasado en Argentina y el trasfondo de la película es eminentemente político. Paralelamente

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