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Enema Of The State
Enema Of The State
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Libro electrónico76 páginas1 hora

Enema Of The State

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'All the Small Things' fue la primera canción que el autor de este ensayo sacó en su guitarra. Aunque quiso dedicarse a la música, nunca tuvo una banda. Sin embargo, ahora sabe que de esa frustración nació la voz del poeta que es hoy. «Repasar por dónde empezar, rasgar un primer acorde, cerrar los ojos, amasar la atención adentro, ignorar las miradas, intentar cantar, hacerlo mal, reír, parar», en eso, dice, se parecen tocar y escribir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 feb 2024
ISBN9786287589384
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    Vista previa del libro

    Enema Of The State - Jorge Francisco Mestre

    Intro

    El argumento de este libro está en un disco sobre el que pretendo escribir para tocar las canciones que nunca pude armar con una banda que soñé y realmente no existió porque jamás logramos salir de los primeros ensayos con algo aunque habría sido hermoso verla funcionar imaginarla de gira cantando canciones ajenas y propias que contaran todas estas mismas cosas de las que hablábamos y seguimos hablando porque la vida aún es la redonda angustia entre la efímera belleza y la crasa estupidez la misma plenitud entre frustración y deseo

    El argumento de este libro quisiera sacar del ridículo la añoranza y el maquillaje negro que ahora es risible aunque sigue latente en la intimidad de los remates y las tardes de silencio cuando volvemos a poner esas canciones que nos acompañaron a crecer y a entender las noticias de los conocidos y desconocidos que escogieron no escoger más y acortaron camino

    El argumento de este libro es el del tipo de treinta que quiere entender al de quince para explicarle mejor por qué fue importante que oyera y volviera a oír una música que parece brillar mejor con los años a medida que el desencanto se ha vuelto costumbre y las emociones de entonces se han quedado resonando como armónicos en la distorsión de los amplificadores una vez dejamos las cuerdas al aire y olvidamos 

    o escogemos 

    no volver a silenciarlas después

    Antes de todas esas Small Things

    En mi infancia una infancia ardiente como un alcohol

    Me sentaba en los caminos de la noche

    A escuchar la elocuencia de las estrellas

    Vicente Huidobro

    El argumento de este libro me encontró en una casa que no era mía y por azar, lo fue. Era agosto del 2020 cuando llegué al apartamento de Antonio. Lo había conocido hacía un par de meses por Marcelo, que se había mudado ahí mismo pocos días antes de la cuarentena. Aunque el terror inicial ya había pasado, se mantenía la incertidumbre por las siguientes olas de contagios. Así que la relación entre vida privada y vida común se resumía en el paso de nuestros cuartos en el piso de arriba al área social en el piso de abajo. Y entre cocina, sofás y comedor permanecía una capa variable de objetos que incluía pesas, cejillas, destornilladores, libros, partituras, cenizas de cigarrillo y tazas con restos de tinto, testigos del tiempo que daba vueltas en círculos.

    Alargábamos los contados ahorros, Antonio y yo esperando la siguiente llamada con encargos y Marcelo puliendo en el estudio alguna grabación de la Sinfónica. Cada cierto tiempo uno de ellos cogía su carro y se iba a visitar a su pareja de enton­ces fuera de la ciudad, y cada quince yo cogía mi bicicleta para ir a ver a mis viejos, a mi hermana y también a mi pareja de aquella época. El resto del tiempo estábamos ahí, vacantes. No era extraño echarnos a ver el atardecer en completo silencio, ver una película en la sala o trabajar uno al lado del otro en proyectos que llevábamos años aplazando. Cada uno desempolvaba las notas y se sentaba a intentar cuajar esa pieza inconclusa de música de cámara, algún poema varado, canciones tristes que querían volverse un disco, acaso un libro. Nos mostrábamos las cosas, buscando un ojo crítico. Y así también terminamos varias veces con nuestras guitarras acústicas en las manos, cantando repertorios variables que iban de Nino Bravo a Bacilos, pero sobre todo tocando series de acordes para improvisar.

    Antonio tocaba con pick toda clase de escalas que aprovechaban el espacio adicional de su guita­rra en los trastes más agudos y las cuerdas de acero que le delataban el alma de metalero. Marcelo rasgaba a cinco dedos sobre cuerdas de nylon con motivos y timbres que revelaban su conocimiento profundo del instrumento en sus facetas flamenca y clásica. La técnica de ambos era extraordinaria. O al menos eso me parecía a mí, que no soy músico aunque tanto lo quise después de siete años estudiando guitarra en mi adolescencia, esfuerzo del que solo me quedó algo a medio camino entre el óxido de la indisciplina y la nostalgia de la destreza que alguna vez tuve. Pero con eso me pegaba, los seguía y la pasábamos francamente bien en ese apartamento al que no entraba casi nadie a parte de nuestras novias. Excepto Boris, claro.

    Cuando lo conocí, Boris llevaba un estuche de bajo eléctrico y un pequeño amplificador en la mano. Hablamos poco. Tan pronto como se instaló el silencio de gente que no sabe qué más decirse, él y Antonio se fueron a la sala y cinco minutos más tarde comenzaron a ensayar. Guitarra acústica, bajo eléctrico, dos voces, una más aguda y la otra más baja. Discutían, revisaban juntos las

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