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Las rumbas de Joan de Sagarra
Las rumbas de Joan de Sagarra
Las rumbas de Joan de Sagarra
Libro electrónico267 páginas3 horas

Las rumbas de Joan de Sagarra

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Libros de Vanguardia se honra en rescatar, con motivo del 50.º aniversario de su publicación, un clásico del columnismo contemporáneo. Joan de Sagarra plasmó en estas rumbas un momento cargado de intensidad de la vida en Barcelona, por donde desfilan protagonistas de la gauche divine, cantantes de la nova cançó, escritores, arquitectos y modelos, las Ramblas, el Bocaccio y el gorila Copito de Nieve, Stendhal y Dylan Thomas. Dio rienda suelta a su jazz verbal, cáustico y desinhibido. Solos de trompeta que quitan la respiración y concitan a su alrededor los temas de una época mítica.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jun 2021
ISBN9788416372942
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    Las rumbas de Joan de Sagarra - Joan De Sagarra

    cover.jpg

    Las rumbas de Joan de Sagarra

    Las rumbas de Joan de Sagarra

    Edición del 50.º aniversario

    Con nueva introducción del autor y homenajes

    de José Martí Gómez, Enrique Vila-Matas,

    Miquel Molina y Begoña Gómez Urzaiz

    Introducción

    La publicación de Las rumbas fue una pura casualidad. Acababa de aparecer un libro, Infame turba, en el que un mejicano, Federico Campbell, entrevistaba en Barcelona a una veintena de escritores, y yo le propuse a Salvador Pániker, propietario de Editorial Kairós, hacer otro tanto con un grupo de amigos, más o menos relacionados con aquella gauche divine que yo bauticé en su día. A Pániker no le desagradó la idea: me dio 25.000 pesetas de anticipo y me puse a trabajar. Hasta que una noche, al salir de casa de Albert Boadella, en la calle Girona, el coche que conducía el fotógrafo Joan Vila se dio de narices con un taxi. Total, que me llevaron a urgencias del Clínic donde me dieron una treintena de puntos en el rostro. Estuve de baja un par de semanas y, a decir verdad, perdí mi interés por el libro de las entrevistas. Y así fue como, para devolverle a Pániker aquel dinero que me había adelantado, nacieron Las rumbas de Joan de Sagarra.

    El librito apareció el mes de junio de 1971, y a Pániker no se le ocurrió otra cosa que ir a presentarlo a Madrid –cuando en una de las rumbas su autor se mea, literalmente, en un ejemplar del ABC que califica a la lengua de los catalanes de dialecto–, con bombo y platillo, es decir, con Luis Carandell (Celtiberia show) y Jaume Perich (Autopista) de presentadores.

    En el mes de octubre recibí una carta de la Editorial Kairós en la que se me comunicaba que de los tres mil ejemplares que se habían editado se habían vendido, en un solo mes, mil de ellos, con lo que mi deuda con el editor quedaba saldada. En cuanto al resto, se me hacía saber que, amén de la fallida de Enlace, la distribuidora, a los ejemplares se les caían las páginas. Es decir, que los habían editado con los pies y habían decidido no ponerlos a la venta.

    ¿Por qué reeditarlo? Lo del cincuentenario de su publicación, a decir verdad, no deja de ser una bonita excusa. Si he decidido hacerlo es porque más de un joven –y no tan joven– periodista ha oído hablar de él con simpatía y me ha manifestado su curiosidad por poderlo leer. También ha influido en ello el interés demostrado por mi amigo y colega Sergio Vila-Sanjuán y Libros de Vanguardia. Así como el hecho de poder dedicarle un ejemplar a mi nieta Mercedes (yo solo conservo un ejemplar, el que pertenecía a mi madre que, previsora, se lo hizo encuadernar). Pero la verdadera razón de su resurrección, de su publicación, es otra. Tras cerca de sesenta años de escribir miles de artículos, he decidido que ya va siendo hora de retirarme, y no se me ha ocurrido mejor manera de despedirme de mis queridos lectores que reeditar aquellas rumbas en las que, con el paso de los años, cada vez me reconozco más.

    Y, por último, permítanme una pequeña aclaración sobre la dedicatoria de Las rumbas. En 1971, el librito fue dedicado a lady Brett: En recuerdo de lady Brett –yo la quise, muchachos, y la quiero…– y de los trescientos veintitrés martinis que nos bebimos en el bar del Ritz, plaza Vendôme. Esa lady Brett no es otra que el personaje de la novela de Hemingway The sun also rises que interpretaba Ava Gardner en la versión cinematográfica de dicha novela (1957), dirigida por Henry King. Lo que no se abstuvo, faltaría más, de informarnos el cinéfilo de Terenci Moix en una extensa y cariñosa crónica que dedicó a Las rumbas en el semanario Destino. El amigo Terenci ya me veía cepillándome dry martinis en el Ritz con lady Brett o Ava Gardner, tanto monta, omitiendo, ay, la última frase de la dedicatoria: En el primer aniversario de su estúpida muerte.

    La lady Brett de la dedicatoria era una moza a la que mi compinche Javier Coma –otro cinéfilo, fiel lector de Hemingway– y un servidor habíamos conocido una tarde en el Jamboree de la plaza Reial. Fue Javier quien la bautizó como lady Brett. ¿Porque le recordaba a Ava Gardner? Vete a saber. Aquella lady Brett resultó ser una estudiante de primero de aparejadores que, mira por donde, era vecina mía: vivía a comienzos del paseo de la Bonanova, a un centenar de metros de la casa de mis padres. Cuando yo publiqué mis rumbas, lady Brett hacía un año que había muerto, de la manera más estúpida, en un accidente de automóvil en Eivissa. Como dije en la dedicatoria, yo la quise y la sigo queriendo. La quise mucho y no miento al decir que compartimos aquellos trescientos veintitrés martinis, dry martinis, uno más o menos, en el bar del Ritz, en París. Y muchas cosas más. Cuando publiqué mis rumbas, por razones que no vienen al caso, me fue imposible escribir en aquella dedicatoria su nombre y apellidos. Hoy, cincuenta años después, sí puedo hacerlo. La lady Brett de Las rumbas era Dolores Majem Jordi, más conocida por Tata Majem. En cierto modo, ella está, sigue estando en mis rumbas, como la tortuga del Ateneu o la lady Brett de aquella película que, hace un montón de años, volvimos a ver, juntos, en la cinemateca de la Rue d’Ulm, en París.

    Joan de Sagarra

    Barcelona, enero de 2021

    Las rumbas de Joan de Sagarra

    Prólogo de Josep Maria Carandell

    Joan de Sagarra,

    Copito de Lautréamont

    Pero llegará un día, tú lo sabes, Gabo, en que el albino romperá los barrotes de su jaula y se perderá por la ciudad en busca de lo que es suyo. Y se merendará a los tranquilos, tranquilísimos, caponatenses que jamás se asustaron ante la mirada equívoca del albino, del poeta. Nuestro Lautréamont enjaulado.

    Hay en él, en Sagarra, una vuelta al dolor animal, al dolor sin historia y sin remedio, al malestar radicalmente experimentado y asumido, como prueba y ejemplo contundentes de un tiempo, o de un país, o de una vida, o de la humanidad, o del mundo; algo horrible que debe ser vivido y apurado si no se quiere entrar en el sistema higiénico que fabrica felicidades falsas y en cadena.

    Joan de Sagarra se siente tan asqueado de sí mismo, de todos y de todo, que no sabe qué hacer para librarse del dolor que le aqueja. Abraza a veces este sufrimiento en una lucha cuerpo a cuerpo de amor y odio, en la que se consume totalmente; en una lucha en solitario, amarga, con golpes, brincos, gritos, escapadas y vueltas, que recuerda, solo recuerda, los exhaustivos juegos del cachorro. Es el Sagarra más profundo, afín a Lautréamont, a Copito, a Malcom Lowry, a Baudelaire, a Artaud, a todos los malditos.

    Otras veces, en cambio, mima su inquietud en largas horas suaves, con poemas muy íntimos y una música vieja y sentimental de fondo. Pasan entonces a su lado los ríos del recuerdo, sosegados y grandes, le inundan los mil poros de su piel irritable, le embarcan hacia atrás, a acogedores paraísos, y entonces, anegado, mira con ojos lleno de cariño.

    Pero un rato más tarde salta de nuevo, incapaz de amansarse, y desasosegado ataca con las uñas de Swift, de Larra o de El Be Negre, ahora a los otros, lúcido o ciego, acertado o injusto, poco importa, con argumentos que apenas dulcifican sus ganas de pelea. Entonces él quisiera no tener ni un amigo, ni un compromiso, ni una responsabilidad, para no verse obligado a detenerse ante nada y ante nadie, porque sabe o intuye que en esas ocasiones los miramientos no son más que una falsificación. Y porque se conoce y conoce esos momentos en que rompe barrotes y salta de la jaula para un banquete de destrucción total, mantiene a raya a todo el mundo en las horas de paz de cada día. Les mantiene distantes, con un saludo frío, torcida la mirada, despreciativo, indiferente, áspero, con extraños signos que los demás no entienden o entienden mal, que son en realidad avisos y advertencias para que estén todos en guardia y preparados ante sus inesperados ataques, o ante los asaltos más bestiales y ciegos todavía de otras fuerzas más altas y menos advertidas.

    A veces quiere huir: del tiempo, del país, de sí mismo, de los otros. Sale a la calle, da un grito, toma un taxi. En el trayecto habla excitado sobre el inminente viaje. Se baja en la estación y solo entonces es ingenuo como un niño, con la guardia baja. Va a volver al París donde nació, al París de las maravillas de Alicia: lo cree con la misma intensidad con que cree en la rabia de los otros momentos. Cualquiera podría decirle entonces que se engaña, que no es posible marcharse, regresar. Es muy fácil decirlo, que se engaña. Y él hace lo único que puede hacer: no escucha; sabe que es un momento de infinita esperanza y lo aprovecha: "... saco un billete de andén y me rasco el alma con los vagones del señor Cook hasta que cae toda la sarna. Ensucio con mi sangre, con mi sarna, los respetables vagones del señor Cook y sueño en

    ...la douceur

    d’aller là-bas vivre ensemble!"

    Pero pierde siempre el tren. Todos lo sabían menos él. Aunque solo él puede escribir: El expreso acaba de salir. El quinto sigue jugando al millón. Pago el Picon y echo a andar en dirección a las Ramblas. Cenaré algo por ahí y luego iré al Romea. Miércoles, 18 de noviembre: una vez más he perdido el tren. Solo él, muy pocos como él, puede escribir con tanta amargura, porque sabe lo que es el sufrimiento, la cotidianeidad pobre y vacía, la rabia y el hastío; porque solo él, y muy pocos como él, ha luchado tan desesperadamente consigo mismo y con los otros; porque solo él, y rarísimos como él, ha querido marcharse y lo ha creído posible...

    Lo que viene después es evasión. No evasión estúpida a mundos maravillosos, a paraísos artificiales, sino evasión total, hermana del suicidio. Se toma un Picon, dos, tres, veinte. Y, en casa, un fármaco, dos, tres, veinte, hasta que se duerme, hasta que desaparece definitivamente.

    Pero al día siguiente, todo vuelve a empezar:

    Al quinto Picon logré dormirme. Me desperté con un fuerte dolor de cabeza. Leí un artículo de Arbó en el que elogiaba a los hippies y aquel otro de Aranguren en el que, como español, nos prometía contarnos las relaciones de la CIA con la hispanidad. Tomé dieciséis cucharaditas de bicarbonato. Y nada, la rata seguía ahí, en el bidet, en la nevera, comiéndose los geranios, leyendo el último papelín de Porcel... La rata, la rataza, asoma el bigote por el televisor... La rata, la rataza, sigue ahí, encima de la máquina, inquietante. Sí: al día siguiente todo vuelve a empezar.

    

    El día de siempre continuará, continúa. Con hiel y rata. Eso es lo que explícito o entre líneas se lee en todos y cada uno de sus escritos periodísticos, en los mejores y en los peores, en los de antes y en los de ahora. Él mismo sabe que de los quinientos o seiscientos artículos que ha publicado en dos años y medio, solo unos pocos, dos docenas tal vez, o tal vez menos, son los que de verdad y a fondo expresan su dolorido sentir, su nota más vital y desgarrada, y que los otros, los restantes, son solo florituras del estilo, virutas de su ciencia y experiencia, restos de su naufragio.

    Pero esto importa poco, como importa poco el número de poemas de un poeta que debemos limpiar antes de conseguir su antología imprescindible, su fruto verdadero sobre el que viven y del que se alimentan los demás poemas, los demás artículos, válidos estos como máximo para establecer la geografía de su lucha, sus tácticas y llaves, sus enemigos más frecuentes, sus engaños y trampas para seguir viviendo, las marcas de los específicos con que se cura las heridas.

    Lo que interesa es aquella experiencia básica: la que le da un carácter concretísimo como persona; la que hace de él un escritor auténtico, aunque solo escriba artículos breves, a veces mínimos, en la prensa diaria; la que inquieta al lector y le alcanza un poco más allá, a veces mucho más allá de la coraza de costumbres y de tópicos. La que con su palpitación obliga al lector, más que a preguntarse si tiene o no razón en lo que escribe, a preguntarse por el hombre que lo escribe: ¿quién es él?

    

    Conocí a Joan de Sagarra a principios de 1967 en una representación teatral de una obra sobre el Vietnam por el grupo El Camaleó, de Jordi Teixidor y Jordi Bayona. Hacía unos meses que yo había regresado a Barcelona, después de años de dar vueltas por el mundo y por España, y con un apasionamiento que todavía me dura intentaba recuperar mi país, vivirlo y entenderlo, hacerlo mío. Él me ayudó, como nadie, en este intento de volver al Born, aunque me puso en guardia contra el fácil enamoramiento patriota y localista, propio de quien regresa; y eso le debo, entre otras cosas. Recuerdo que en aquel primer encuentro observé ya su carácter tal como es: sensible e inestable, pero poseído por una fuerza agresiva tremenda. Al terminar la representación, mientras algunos discutían sobre el sentido intelectual de la obra y sobre la validez y calidad de los argumentos, él insistía tan solo en la fuerza y la vida que en algunos momentos emergía del texto, de la función, de los actores.

    Y así eran sus críticas teatrales de entonces en El Correo Catalán: mucho más atentas a los juicios de valor de los sentidos y a los niveles del aburrimiento, la alegría, el dolor o la sorpresa, que a los juicios literarios de la argumentación, el discurso y la temática. Aquellas observaciones, subrayadas por una buena información sobre las obras y corrientes actuales, le convirtieron pronto en el crítico más leído de Barcelona, y el más temido, hasta que las envidias y los intereses le acusaron de intrusismo, pues no tenía –ni tiene– el carnet de periodista, y le hicieron saltar de su tribuna escrita.

    A las pocas semanas de conocernos ya nos veíamos cada día; cambiábamos impresiones, discutíamos las noticias y los hechos diarios, nos prestábamos libros y, con frecuencia, iba a buscarle al periódico para cenar en cualquier parte, recorríamos las Ramblas, jugábamos unas partidas al futbolín en el Texas, o al millón en cualquier bar, íbamos al teatro o a La Cuca Fera, encontrábamos a amigos, bailábamos en el Jazz-Colón, y la fiesta podía terminar en Mataró o en su casa escuchando a Ovidi Montllor o a la Marlene Dietrich.

    Poco a poco me fui enterando de su vida. Nació en París el 8 de enero de 1938, en el exilio de sus padres, cuando ya el prodigioso autor de las Memòries y de Vida privada, Josep Maria de Sagarra, tenía cuarenta y cinco años. Al estallar la guerra contra Alemania se refugiaron en el sur, en Banyuls, en San Sulpice, en Prades. Y a los dos o tres años, amnistiado Sagarra por sus títulos de nobleza, regresó la familia a Barcelona, por poco tiempo, porque las dificultades de publicar en catalán hacían muy difícil la existencia material y espiritual. El año 1947 ya volvían a París para una estancia que pudo ser definitiva, pero que en realidad fue solo de unos meses. Joan tenía entonces nueve años, pero pudo vivir intensamente la vida de París con su mundo de noche, sus hoteles, restaurantes, teatros; conoció a Sartre, a Giacometti, a Yolanda, una querida de Faruk, a Stokowsky y a su mujer –una Vanderbilt–, a Marcel, un barman que le enseñó a preparar cócteles y a jugar al póquer, a una modelo de Coco Chanel, a un húngaro judío, amigo de su padre, cabecilla de la resistencia en Buchenwalt, y a muchos exiliados; oyó a la Piaf, y desde el gallinero sufrió su primer shock teatral en la Comédie Française, con el Británico. Yo comprendo muy bien que, en memoria de ese año, capital para él en su experiencia viva, se adorne con guirnaldas de citas francesas en sus representaciones periodísticas, y que diga, más que cualquiera, que Catalunya es una provincia cultural de Francia, y que se vaya a veces por la noche al Pastís y exija a la patrona que le ponga aquel disco, justo aquel disco de la Edith Piaf.

    Terminado el bachillerato en el colegio de los jesuitas y la carrera de

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