El 1 de septiembre de 1939 los alemanes invadieron Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial. Tan solo habían pasado cinco meses desde el final de la guerra civil española y después de tres años de lucha fratricida, España estaba en ruinas. Con más pena que gloria, afrontaba una reconstrucción que a todos se les antojaba difícil y larga.
En junio de 1940, tras la victoria nazi sobre Francia y la visión de las divisiones alemanas desfilando en París, muchos dentro y fuera de España abogaban por aliarse con Adolf Hitler. De hecho, la Italia de Mussolini, a pesar de no estar bien preparada para entrar en el conflicto, no dudó en hacerlo en ese mismo mes. La situación en España era distinta: Franco, a pesar de declararse «no beligerante» mostró en numerosas ocasiones su simpatía por el régimen nazi, pero a pesar de ello, no llegó a entenderse tan plenamente con Alemania como Italia. En octubre de ese mismo año, se reunió con Adolf Hitler en Hendaya para tratar de resolver los desacuerdos sobre las condiciones españolas para su entrada en la guerra junto a las potencias del Eje. Las demandas principales eran: expansión territorial en África a costa de los territorios franceses; la donación de abundante material militar junto con el envío de alimentos y petróleo. Finalmente, el precio a pagar fue considerado excesivo por Alemania, no llegándose a ningún acuerdo en la práctica. Tras la entrevista, las relaciones entre ambos países siguieron siendo de «amistad» aunque España, que ahora tenía a los alemanes al otro lado de la frontera pirenaica, miraba con recelo a sus nuevos vecinos. Entraba dentro de lo posible que los germanos, movidos por el deseo de ocupar Gibraltar y hacerse así con el control del Mediterráneo, decidieran invadir territorio español.