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«La idea primigenia era publicar 666 relatos, pero no quería tirarme veinte putos años y que fuese un libro póstumo como le ocurrió a Dante con La divina comedia. Y aunque muchas cosas han quedado fuera, 66 también es un buen número, es el número atómico del disprosio, el prefijo telefónico de Tailandia y en una sacrorecopilación de seis partes queda muy blasfemo».

Tomad y bebed de estas no nuevas escrituras aquí volcadas. Historias tan sagradas como deletéreas, que os encantarán. Os hervirán en la sangre, asfixiando vuestros sentidos tanto como los más amargos coronavirus que vengan en los nuevos tiempos. He aquí, en los albores de un milenio nuevo, los relatos esculpidos y escupidos a lo largo de indecibles años de sangre, amor y drogas.
Regocijaos de encontrar en esta antología, revisada y revisitada, al pecador original que es Rodrigo Ratero, grande hacedor de las letras, inusitado creador que abarca desde el realismo más áspero y sucio hasta la más desbordante fuerza onírica.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 may 2020
ISBN9788417687113
Sexateuko
Autor

Rodrigo Ratero

Madrid, 9 de octubre de 1981Algo que dice mucho de Rodrigo es su amor por el cine y sus gustos eclécticos y sin complejos, que van desde el Giallo de Darío Argento, hasta la feroz e inquietante cinematografía de Takashi Miike, pasando por el director de culto John Carpenter, que le apasiona. También habla bastante por él su música, la música punk, con la que más se identifica. Además, por supuesto, la literatura ha tenido y tiene especial relevancia en su formación autodidacta y poco convencional. De cualquier modo, su personalidad curiosa y desinhibida ha hecho que ninguno de sus gustos acaben cerrándole el paso a cualquier género o estilo artístico susceptible de divertirle o de despertar su interés. Él se siente tocado en el corazón por millones de cuestiones mas allá de las que le privan, y así completa su carácter, tan inquieto como sensible, que no sensiblero, y siempre sagaz, ácido y risueño. Como él díria, desde chinorris ya escribia guiones para los cortos que dirigía con la ayuda de los colegas y siempre se ha nutrido de las mejores fuentes literarias, hasta llegar a escribir sus propias obras. Multiples narraciones, guiones de cine como el de Terrario, dirigida por Jesús Mora, y su primera novela Maestro pocero, en la que se entremezclan visiones ajenas o tocantes al lector, que para su perplejidad, describe de forma cercana y familiar.Rodrigo Ratero pasó su infancia y juventud en Ciudad Rodrigo, una etapa que vivió dedicado poco o nada a los estudios, pero entregado a saber todo de la música que le gusta y del cine que le atrapa. Con los colegas o en solitario ha buscado y encontrado vetas de distracción en las que sumergirse dentro de estas dos formas de expresión que le cautivan ahora tanto como entonces. Con los años ha pasado largas temporadas en Madrid, ciudad que conoce como la palma de su mano, y por la que uno se lo puede cruzar en cualquier momento que no esté por cualquier otro punto de la geografía. Bilbao, Mallorca, Logroño, o Salamanca, son algunos de los sitios por los que se pierde con la contraria devoción que pone un hermitaño en perderse... A él le gusta encontrarse con todo el mundo y conocer a toda clase de personas en todo momento. Hoy es buscado todavía por el gobierno y sobrevive como escritor de fortuna. Si usted tiene algún problema y se lo encuentra, quizá pueda contratarlo.

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    Sexateuko - Rodrigo Ratero

    Editorial Gradiente 2020

    ISBN: 978-84-17687-11-3

    www.editorialgradiente.com

    Colección Contrasentido

    Diseño de cubierta: Ramonak Artsx

    Dibujos interiores: Rocío Vazquez «Xkombro» (Génesis, Deatheronomio, Lamentaciones, Apocalipsis) y Sheila Puga García (Éxodo químico, Evan­gelios quinquis).

    Las frases que abren cada una de las partes son letras del grupo santurtza­rra Eskorbuto. Génesis: Cerebros destruidos; Éxodo Químico: Cualquier lugar; Evangelios Quinquis: Dónde está el porvenir; Deatheronomio: Rock y Violen­cia; Lamentaciones Cerebros destruidos; Apocalipsis: Ha llegado el momento.

    Sexateuko

    La biblia de la decadencia

    Rodrigo Ratero

    Prólogo

    «Si fuese tan fácil quitar la mierda de mi cabeza como la de mi trasero todo sería más sencillo».

    Crecí y me crié en La Verneda, un barrio que en aquella época de mi niñez más que un barrio humilde, pues los índices de delincuencia y drogadicción estaban a la orden del día, era considerado como barrio bajo de la zona extrarradial de Barcelona. Pasé una niñez como pocas, en aquella época en que la tecnología no nos había esclavizado todavía y los chicos corríamos por la calle con nuestros pantalones cortos ⁠‌—⁠‌la mayoría de las veces eran de reciclaje, de cortar alguno de los pantalones largos que se te estaban quedando pequeños⁠‌—⁠‌, las rodillas sucias y los nudillos pelados por pelearnos con chicos que no pertenecían a nuestra zona, pero que se habían metido en ella de forma causal. Ahora soy un viejo animal de costumbres que no consigue acostumbrarse al statu quo que reina en estos días de mi vida, que me llevan a una madurez irreversible. No voy a negarlo, echo de menos toda aquella época; echo de menos juntarme con mis colegas e ir a robar una tableta de chocolate al supermercado ⁠‌—⁠‌más por hacer aquello que estaba prohibido que por pura hambruna⁠‌—⁠‌, o reventar una máquina de marcianitos en un bar para, al margen de llevarnos la pasta, ponernos infinidad de partidas gratuitas y poder pasar la tarde ausentes de nuestros hogares, a salvo de padres alcohólicos o de la soledad de una madre alejada espiritualmente de la familia. Aunque lo mejor de aquella época era estar todo el día tirados en la calle, disputándonos el territorio con los gatos callejeros e idolatrando a todos aquellos chicos mayores que nosotros, que inundaban el barrio por todas las esquinas. Aquellos heavies y punks en pleno auge, que aparecían cada vez con un coche distinto ⁠‌—⁠‌el cual siempre llevaba una de sus ventanillas rotas⁠‌—⁠‌, te vendían unas zapatillas de segunda mano por doscientas pesetas o te sacaban un bardeo y te dejaban sin lo poco que llevases en los bolsillos. Aquellos eran nuestros verdaderos héroes, y como niños, intentábamos imitarlos en todo, en sus vestimentas, su actitud despreciativa con el mundo, e incluso, con el tiempo, también empezamos a imitar sus vicios hasta el punto en que sin darnos cuenta, ya éramos uno de ellos.

    La literatura de Rodrigo Ratero, para mí, es una máquina del tiempo. Es como si hubiera encontrado a Doc y, estampándole una litrona en la cabeza, le hubiera robado el DeLorean para volver a mi querida Verneda de finales de los ochenta ⁠‌—⁠‌jódete Martin⁠‌—⁠‌. El universo de Ratero está lleno de suciedad y ratas que, desde lo más hondo y oscuro de algún callejón, nos siguen con la mirada hasta perdernos de vista. En cada uno de sus relatos, esa vida cruda y cruel que muchos se niegan a ver, o a reconocer su existencia, se vuelve tan real y palpable que podemos notar el hedor de sus axilas. Sus personajes sobrepasan el nihilismo con creces, delincuentes de poca monta, jóvenes desmotivados de la propia desmotivación, destructivos y autodestructivos a la par, pero a la vez tan humanos y sensibles que no puedes evitar sentirte identificado con ellos, porque ¿quién dijo que la vida es tal y como os la están haciendo vivir? Te levantas por la mañana, te tomas un café que te abrasa la garganta y sales corriendo hacia el trabajo mientras en el ascensor te das cuenta de que no te ha dado tiempo ni a que se baje tu empalme matutino. Quemas tu vida, día tras día, en un trabajo que odias, pero que al mismo tiempo te hace sentir orgulloso por no ser un parásito social y tener una nómina que te permite pagar los impuestos del Estado, y terminas el día encerrado en tu casa, torturando la única neurona que te queda sana con la plataforma televisiva de moda, donde puedes tragarte temporadas enteras de la serie que el resto de gilipollas como tú te ha aconsejado. Lo reconozco, yo soy uno de esos gilipollas, por eso necesito leer las historias de Ratero, para volver a notar el gusto de la bilis en la boca, y después del vómito, hacerme recordar que la vida que estoy viviendo la he elegido yo, y no siempre tomo las mejores decisiones.

    Juan Cabezuelo

    Sexateuko

    La biblia de la decadencia

    A la memoria de:

    Mi abuelo Emilio García. No hay un solo día que no me acuerde de ti, ni uno.

    David Sánchez-Tosal «Chelas». Nunca olvidaré nuestras conversaciones, en momentos oscuros o en lo más oscuro del bar. Desde el jergón te bendigo.

    A Judith Ruiz, mi Judi. Sé que sigues despierta, esperándome.

    A Dani «Fleky». Ahora ya no hay angustia, ni desencuentro. Nos vemos en las escaleras del otro lado. Descansa, amigo.

    Que la tierra os sea leve... y...

    «Ojalá coincidamos en otras vidas

    ya no tan tercos, ya no tan jóvenes,

    ya no tan ciegos ni testarudos,

    ya sin razones sino pasiones, 

    ya sin orgullo ni pretensiones».

    Charles Bukowski

    Muchas gracias a:

    Sergio y Maite, esta vez más que nunca, por todo el esfuerzo en sacar esto adelante, en estos tiempos tan convulsos.

    A Claudia. A Ramona por otra portada cojonuda.

    A Juan Cabezuelo. A Nene «Sick boy» por las fotos y sus múltiples teorías sobre la vida.

    A Sheila y a Rocío por las ilustraciones. A mi hermana Laura. A Penélope Martín. A la peña de Bristol, especialmente a Migue Novo, Leandro y a Vidal por estar siempre ahí. A la gente de Barna, por hacerme sentir como si fuese de allí, ese Borjita y ese Fran, esta vez no te olvido, Martita. A los Kinki Boys, abrazo grande a Jordi Vila. A los Hijos de las Sardineras, Jabi, Alex, Andoni, y los demás, Kortxo y Amaranta. A toda a xente das Rías Baixas, especialmente a Dina, Pita y Adri. Al gran David Nieto. Al rey glue Daniel Rodilla. A Alex Post-Mortem, Fernando Tazón y, por supuesto, a mi gente de Madrid, Lavapiés y adoptados: Manuel, Penas, Maroto, Pere, Rakel, Kike y Vero (3 from hell), Sibila, Marta, Natalia,

    Michel, Poli y Susi…

    A Josele Santiago, Toño Martín, Pepe Risi, Jorge Martínez, José Monge, Iosu Expósito, Juanma Suaréz, Manolo Tena y Eduardo Benavente... por la enorme inspiración.

    Seré el primero en admitir que soy gilipollas casi bajo cualquier definición convencional del término. No me creo igual. Me creo mejor que casi todo el mundo. Da igual la raza, el género o la sexualidad. Soy un cínico. Un escéptico. Un epiléptico a ratos. Soy sádico, pero me veo incapaz de disfrutarlo. Soy un mestizo cultural. Un bastardo ideológico. Soy un psicópata solitario en lo alto de un puente que se niega a saltar porque todo el puto mundo aplaudiría. No os quiero matar. Solo necesito alejarme. Y no os odio, simplemente os tengo calados. Así que, por favor, aire. Existo en una especie de purgatorio cultural. Parte redneck y parte paria perturbador. Puede que el término apropiado para mí sea basura blanca engreída. Soy un choque desastroso de beligerancia rural y cinismo urbano. Un estofado nauseabundo de psicosis y tabú católico romano. En un planeta confuso yo no tengo el monopolio de la verdad. Me veo políticamente inclasificable. La gente me pregunta de qué lado estoy, ¡del lado que no estéis vosotros! No soy muy entusiasta de la naturaleza humana. Pienso que cualquiera, en cuanto se le da poder, actúa como un opresor. Creo en la igualdad de la corruptibilidad. No es que yo sea puro. Soy corruptible. ¿Qué te habías pensado?

    Jim Goaz

    Pentateuco. (Del griego πέντε [pénte], ‘cinco’, y τεύχος [téukhos], ‘rollo’, ‘estuche’; es decir, ‘cinco rollos’, por los estuches cilíndricos donde se guardaban enrollados los textos hebreos) Es el conjunto formado por los cinco primeros libros de la Biblia.

    Hexateuco. (Del griego ἑξα [hexa], ‘seis’, y τεύχος [téukhos], ‘rollo’, ‘estuche’; ‘seis rollos’) Colección de seis libros; un término inventado para incluir el libro de Josué y el Pentateuco en una unidad literaria, asumiendo que sus partes componentes fueron combinadas por un editor común.

    Sexateuko. (Sex- del inglés sex, ‘sexo’; -ex-, del griego ἑξα [hexa], ‘seis’; -ateu-, ateo, que niega la existencia de Dios; -ko, del inglés K.O. [Knock Out], noqueado, fuera de juego) Juego de palabras, galimatías.

    INTROITO

    Sería un Judas Iscariote si empezase esta introducción con un «Querido lector:..». Así pues, imaginadme en lo alto de un monte de chatarra, basura y escombros con seis tablas de aglomerado (tres en cada brazo) llenas de sonidos dibujados con la sangre de un absceso purulento y gritando esto a los cuatro vientos, o a los cuatro gilipollas que quieran escucharlo:

    Pablo Picasso dijo «El principal enemigo de la creatividad es el buen gusto». Pues heme aquí. Heme aquí, son las palabras en hebreo הנה אני (HINÉNI); y son, profanos, las palabras con las que Abraham respondió a Dios, cuando Este le llamaba en su gran prueba de fe... Sí, lo sé, estoy a mil putos kilómetros de ser Abraham, pero estas escrituras que vienen a continuación sí que son sagradas y, por cierto, vosotros también estáis lejos de ser Dios, así que no me juzguéis... Sexateuko (La biblia de la decadencia) es una recopilación de relatos, artículos, descartes e idas de olla que he escrito a lo largo de este juego de arcade ochentero que es mi vida. Algunos provienen del ya extinto espacio literario de Manuel Sirvent Kazikes: Relatos de la miseria de la vida cotidiana, otros publicados en fanzines, página de facebook, baños públicos, guiones, tatuajes, reflexiones, cómics, insultos gratuitos e historias rescatadas del rincón más recóndito y oscuro de mi disco duro y/o quijotera. Una suerte de greatest hits de mis relatos más crudos nunca publicados. Todos reales y todos me han pasado a mí. La senda del perdedor, sé que os mola pensar esa gilipollez, y si no Pregúntale al polvo. Decadencia amplificada y suntuosa para baja capacidad de atención. Rodrigo Ratero: la serie con capítulos independientes para usted, que hipoteca su vida, pero no su ocio. ¡Sí! Esta colección es el periódico El Caso del underground literario. La pornografía barata y amateur del smartphone de un sacerdote. La última vena sucia y hedionda de la polla de un toxicómano infectado de herpes: La Biblia de la decadencia. ¡Anunciado en TV! ¡Aleluya, profanos! Imaginaos, mientras leéis, un coro de góspel gutural con corpse paint cantando el Celebrate the Dead de los putos Beherit. Una colección de seis libros donde vagabundos, yonquis, asesinos, suicidas y quinquis juegan a violarte en grupo con la enorme y pesada barra de acero manchada de mierda de la realidad. La idea primigenia era publicar 666 relatos, pero no quería tirarme veinte putos años y que fuese un libro póstumo como le ocurrió a Dante con La divina comedia. Y aunque muchas cosas han quedado fuera, 66 también es un buen número, es el número atómico del disprosio, el prefijo telefónico de Tailandia y en una sacrorecopilación de seis partes queda muy blasfemo. «¡Aquí está la sabiduría! El que tenga inteligencia que calcule el número de la Bestia, porque es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis» (Apocalipis 13:16-18). Así pues, profanos, claven sus rodillas en el suelo como una adolescente de periferia enganchada al basuco en los baños de una estación de buses, recójanse el pelo, cojan aire y pasen a la siguiente página, esto va a empezar...

    Rodrigo Ratero

    PARTE I

    Génesis

    Prefiero morir como un cobarde

    que vivir cobardemente.

    Bienaventurados los mal acompañados

    En el principio creó Dios la tierra y los cielos, o eso me contaron a mí. La tierra estaba desordenada y vacía y parece que se le ocurrió llenarla de gilipollas. En algún momento después alguien me condenó a residir aquí... Y todo por un puto polvo... Y lo único que he aprendido es que si sobrevives a la desesperanza absoluta lo único que ganas es seguir viviendo, qué puta gracia. La poca condescendencia con la que me juzgo es la misma que utilizo para señalar a los demás. Trato de ser justo. Ser un imbécil puede ser una respuesta lógica a este entorno, tan vacío como la nevera de una anoréxica... El infierno son los demás y yo desciendo y avivo las llamas. La divina tragedia. Me rayo, luego existo. Hace tiempo que sudé mi empatía, se filtró por mis poros junto al tabaco, el alcohol y otras excrecencias en algún bajón de anfetas. Me odio y quiero morir, os odio y quiero que muráis, porque es horrible no comprender, es jodido no entender a la gente. Pero lo que más duele sin duda es cuando uno no se entiende a sí mismo, sobre todo teniendo en cuenta que te pasas el día contigo. Acabas odiándote y por extensión odiando a los demás. Discutes con el lado sano de tu cabeza, te justificas, te reprochas, te culpas, recuerdas, cualquier cosa menos dormir… ¿Quién coño es este tío que me da a diario por el culo? ¿Qué le he hecho? ¿Por qué no me deja nunca dormir? ⁠‌—⁠‌reflexiono al ver mi feo y deforme reflejo en la tercera litrona que abro⁠‌—⁠‌. Advertencia: puedo contener trazas de puta mierda. La gente piensa que es sencillo no machacarte a ti mismo con malos pensamientos, sobre todo la gente que nunca lo hace. Los envidio.

    ⁠‌—⁠‌No te rayes… ⁠‌—⁠‌te dicen con una mueca acompañada de una palmadita.

    Dile a un preso que esos muros no existen, que se evada, que la imaginación traspasa cualquier límite real. Dile a un canceroso politumoral que lo más importante es tener buena actitud, y que le favorece el pelo cortito; viva la quimioterapia y arriba el amor. Dile a un puto perdedor que lo importante es participar… ¡Mierda, ni siquiera quería jugar a este deporte! Me cagaron en la cancha sin tan siquiera preguntarme, me enseñaron las absurdas reglas e ilegalizaron los tiempos muertos. Entonces sonó el timbre de mi casa. Unos Testigos de Jehová llamaron a mi puerta. Los dejé entrar, así me daría un respiro de mí mismo después de una noche entera señalándome con el dedo. Me mostraron la palabra de Dios. Tras media hora escuchando teorías que hacían aguas por todos los lados les dije:

    ⁠‌—⁠‌Ese dios del que habláis tiene que ser un mierda de cojones si nos hizo a su imagen y semejanza. ¿Dónde puedo encontrarlo?

    La chica de anchas caderas y ropa triste y anodina miró al suelo y se encorvó ligeramente. Su compañero de intachable educación y estúpido peinado guardó de nuevo en su carpeta de polipiel la irrisoria revista de colores muertos y dibujos infantiloides. Es acojonante que, para ser un dios al que tanto adoran y deben, racaneen tanto en su publicidad. ¡Menos retórica y más marketing, nazareno! Invierten en su dios menos que los portugueses en espías. Después se despidieron y salieron por la puerta para no volver, como mi última ex. Mientras se alejaban, por unos instantes, me los imaginé follando salvajemente en el ascensor mientras iban siendo cubiertos por una lluvia de páginas arrancadas de sus pequeñas biblias. Me dirigí a la nevera para comprobar horrorizado que no quedaba cerveza. Castigo divino, pensé. Antes de bajar a por más birra, me senté en la taza. Mientras cagaba, ojeé una vieja revista. En las páginas centrales había todo tipo de artículos pornográficos. Eran perturbadores. Si pedías más de dos vaginas a pilas te salían gratis los gastos de envío. ¿Quién coño necesita tantas vaginas a pilas? Aunque, pensándolo bien, si van a pilas siempre podrás desconectarlas. Ojalá pasase con las reales… Me erguí sobre mis patas traseras, tiré el catálogo al revistero y limpié mi culo. Si fuese tan fácil quitar la mierda de mi cabeza como la de mi trasero todo sería más sencillo. En la calle la gente caminaba apresurada, ajena totalmente a mis problemas emocionales. Hijos de puta. Compré varios litros. La cola del súper estaba infestada de viejas fósiles que te pedían amablemente que las dejaras pasar, pues solo llevaban el pan, como si hubiesen caído en la cuenta de repente de que el final de sus vidas era tan inminente que no podían perder el tiempo en una ridícula cola de supermercado. Os veré en las esquelas, zorras. La cajera de grandes pechos y acné rebelde, torpemente maquillada, me cobró como un autómata, de forma ausente. Estaba toscamente teñida de rubio, sus raíces parecían tan negras y feas como mi alma. Me preguntó:

    ⁠‌—⁠‌¿Vas a querer bolsa?

    ⁠‌—⁠‌Quédate con la vida ⁠‌—⁠‌pensé mientras le miraba las tetas.

    Me la hubiese zumbado allí mismo. Al salir del súper un negro me abrió la puerta y puso un vaso de papel lleno de calderilla delante de mi pecho. Tenía una sonrisa tan amplia y sincera que no le di ni un solo céntimo. ¡Enséñame a ser como tú y te pongo un sueldo para toda la vida, bastardo! Me senté en las escaleras de Lavapiés, abrí uno de los litros y me puse a observar a la gente. Me encantaba hacer eso, imaginarme sus vidas para evadirme de la mía, ponerles todo tipo de inquietudes enfermizas, como introducirse el mando de la tele por el culo mientras hacían llamadas obscenas a centros de disminuidos psíquicos. Si eran tías me las imaginaba viviendo conmigo, discutiendo sobre facturas, viendo programas concurso, fines de semana en la sierra o en la sala de natalidad, esperándola entusiasmado para ver nuestro primer hijo y descubrir horrorizados por mediación de una enorme y sudorosa enfermera sudamericana que el cordón umbilical lo había estrangulado y ha fallecido… Pequeño cabrón afortunado… Entonces alguien interrumpe mis etílicas conjeturas de forma brusca.

    ⁠‌—⁠‌¿Tienes fuego? ⁠‌—⁠‌me pregunta una niña hippie.

    Tenía unos enormes ojos azules y un pelo rubio largo y apelmazado.

    ⁠‌—⁠‌Si tuviese, le pegaría fuego a esas rastas…

    ⁠‌—⁠‌¡Gilipollas! ⁠‌—⁠‌me dice enseñándome su dedo central.

    ⁠‌—⁠‌¡Me refería a las de debajo de los brazos! ⁠‌—⁠‌le grité mientras se alejaba al ver esa maraña.

    Este tipo de groserías son las que indicaban a mi cabeza que ya estaba borracho. Ser un gilipollas con la gente no me aliviaba una mierda, pero ser amable tampoco y si no lo podía ser conmigo no quería serlo con los demás. ¿Egoísta verdad? Lo sé. Dos motos de policía se acercan a mí, creo que han visto cómo gritaba a esa espíritu libre. Quise fingir ser un ciudadano de bien, pero el estar solo y rodeado de litros vacíos, chustas de porro y escupitajos tan espesos como una peli de Gaspar Noé, no ayudaba.

    ⁠‌—⁠‌Buenos días, ¿podría enseñarnos su documentación? ⁠‌—⁠‌me dice uno de ellos amablemente.

    ⁠‌—⁠‌No la llevo encima… ⁠‌—⁠‌les dije.

    ⁠‌—⁠‌¿Sabe que está prohibido beber alcohol en la vía pública?

    ⁠‌—⁠‌¿Y dónde se supone que debo beber? En un par de meses me desahucian… ¿Insinúa que he de hacerme abstemio? ¿Qué tipo de broma macabra es esta?

    ⁠‌—⁠‌Dígame su nombre completo y DNI.

    Rebusqué en mi bolsillo, saqué la cartera y finalmente le di el DNI.

    ⁠‌—⁠‌¿No decía usted que no lo llevaba encima?

    ⁠‌—⁠‌Ya ve, señor agente…. para mí también ha sido una grata sorpresa.

    ⁠‌—⁠‌Vive aquí al lado… ¿verdad? ⁠‌—⁠‌dice mirando el dorso del carnet.

    ⁠‌—⁠‌Si al final va ser verdad que la policía no es tonta…

    ⁠‌—⁠‌No sea usted tan gracioso… Avisado queda ⁠‌—⁠‌me dice el otro que aún no había hablado.

    ⁠‌—⁠‌¿Sabe usted que tiene el carnet caducado?

    ⁠‌—⁠‌Tranquilo… No pensaba comérmelo…

    ⁠‌—⁠‌Acompáñenos… ⁠‌—⁠‌me dijo el menos hablador agarrándome fuertemente del brazo.

    Se dice que suele haber un policía bueno y un policía malo… Pero yo solo distinguí a un par de gilipollas de pena y por supuesto se lo hice saber…

    Esa noche dormí en el calabozo junto a un vagabundo que olía a contenedor de reciclaje de vidrio, me pedía continuamente tabaco pero no tenía, aunque él no parecía darse cuenta. Me dijo que le habían visitado los extraterrestres. ¿Millones de años luz de viaje y encontrarse esto? Los viajes largos suelen ser decepcionantes, viajar está sobrevalorado. Me lo imagino preguntándoles a los pobres alienígenas si han traído de su planeta malboro de contrabando. Después se empeñó en cantarme lo que él decía que eran bulerías. Sonaba parecido a la cisterna de un retrete antiguo, pero con menos encanto.

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