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Picos y colmillos
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Libro electrónico280 páginas2 horas

Picos y colmillos

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Rodrigo Ratero es un escritor y guionista mordaz y subversivo como pocos, que se atreve a explorar mas allá de los límites que otros temen, creando situaciones llenas de desgarradora aspereza.

Los tres relatos que componen esta obra fueron concebidos para llevarse a la pantalla en forma de largometrajes. Solo uno de ellos, «Dentro», llegó a tener una versión cinematográfica, sin ser completamente fiel al guión original, que fue dirigida por Jesús Mora en 2014 con el título de «Terrario». Pero no quiso el autor que la esencia de estas tres historias quedase en el olvido, y nos las presenta ahora de forma novelada pero muy directa, haciendo que su lectura sea como estar frente a una pantalla de cine.

En Picos y colmillos se reúnen tres historias crudas, viscerales, dominadas por el ochentero influjo de la heroína. En definitiva, tres historias de potro, sangre, y miel.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 nov 2017
ISBN9788494776007
Picos y colmillos
Autor

Rodrigo Ratero

Madrid, 9 de octubre de 1981Algo que dice mucho de Rodrigo es su amor por el cine y sus gustos eclécticos y sin complejos, que van desde el Giallo de Darío Argento, hasta la feroz e inquietante cinematografía de Takashi Miike, pasando por el director de culto John Carpenter, que le apasiona. También habla bastante por él su música, la música punk, con la que más se identifica. Además, por supuesto, la literatura ha tenido y tiene especial relevancia en su formación autodidacta y poco convencional. De cualquier modo, su personalidad curiosa y desinhibida ha hecho que ninguno de sus gustos acaben cerrándole el paso a cualquier género o estilo artístico susceptible de divertirle o de despertar su interés. Él se siente tocado en el corazón por millones de cuestiones mas allá de las que le privan, y así completa su carácter, tan inquieto como sensible, que no sensiblero, y siempre sagaz, ácido y risueño. Como él díria, desde chinorris ya escribia guiones para los cortos que dirigía con la ayuda de los colegas y siempre se ha nutrido de las mejores fuentes literarias, hasta llegar a escribir sus propias obras. Multiples narraciones, guiones de cine como el de Terrario, dirigida por Jesús Mora, y su primera novela Maestro pocero, en la que se entremezclan visiones ajenas o tocantes al lector, que para su perplejidad, describe de forma cercana y familiar.Rodrigo Ratero pasó su infancia y juventud en Ciudad Rodrigo, una etapa que vivió dedicado poco o nada a los estudios, pero entregado a saber todo de la música que le gusta y del cine que le atrapa. Con los colegas o en solitario ha buscado y encontrado vetas de distracción en las que sumergirse dentro de estas dos formas de expresión que le cautivan ahora tanto como entonces. Con los años ha pasado largas temporadas en Madrid, ciudad que conoce como la palma de su mano, y por la que uno se lo puede cruzar en cualquier momento que no esté por cualquier otro punto de la geografía. Bilbao, Mallorca, Logroño, o Salamanca, son algunos de los sitios por los que se pierde con la contraria devoción que pone un hermitaño en perderse... A él le gusta encontrarse con todo el mundo y conocer a toda clase de personas en todo momento. Hoy es buscado todavía por el gobierno y sobrevive como escritor de fortuna. Si usted tiene algún problema y se lo encuentra, quizá pueda contratarlo.

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    Picos y colmillos - Rodrigo Ratero

    Susi

    Aunque solo ocurrió hace un rato, no lo recuerdo exactamente. El Soni nos prohibió picarnos antes de dar el palo. Decía que había que estar con los cinco sentidos a tope, pero yo estaba muy nerviosa. Para mí esto es nuevo, solo hace unos meses que el Soni me sacó de mi casa. Yo odiaba a mi madre, me estaba haciendo la vida imposible. Había robado muchas otras veces con el Soni y el Cholo y con la basca de San Blas, pero poca cosa, algún tirón, algún coche... Pero un banco, un banco era demasiao. No había podido pegar ojo en toda la noche y por la mañana estaba muy alterada. Como Soni nos dijo que no tocásemos el caballo, le pedí una rueda al Cholo. Me dio un Torinal. Al cabo de un rato empecé a sentirme peor; se lo dije al Cholo y me dio un roinol. La cosa empeoró y me dio anfetas; tres Bustaid. Entonces me vine arriba y ahora no recuerdo bien qué pasó. Recuerdo disparos, sirenas de los maderos, gente gritando; lo recuerdo todo de una forma muy oscura y después el buga jalando a toda hostia. Y ahora estamos huyendo por esta carretera, no sé dónde, el Soni, el Cholo y yo. Ellos llevan todo el rato discutiendo a voces.

    —¡Eres un gil, Cholo, te dije que nada de disparar! —grita el Soni.

    —¡Anda y que se jodan! ¿Crees que no había mucha más pasta de la que nos han dado? ¡Se estaban riendo de nosotros! —grita Cholo.

    —Lo sabía, desde el principio. Sabía que no tenía que haber contado contigo —dice Soni.

    —¿Por qué? ¿Qué pasa conmigo?

    —Que lo dice to la peña Cholo, que estás loco.

    —¿Quién lo dice?

    —To la basca. «El Cholo está colgao de las pastillas», dicen.

    —¡Que les jodan! La próxima vez te lo haces tu solito, colega.

    —Eso descarao.

    —Pues ya sabes.

    El Soni y el Cholo llevan to la vida juntos, se conocen del barrio. También estuvieron juntos en el reformatorio, roban juntos, se pican juntos. Creo que desde que yo aparecí en la vida de Soni se llevan peor, creo que el Cholo está celoso de mí.

    Yo conocí a Soni un domingo en el baile. Después iba a verme to los días a mi barrio. Aparecía cada día con una moto distinta; yo le preguntaba: «¿Y todas estas motos?», y él: «Son mías». Yo sabía que las robaba, alucinaba pepinos con él, quería estar con él. Empezamos a salir más en serio, mi vieja se enteró y me empezó a castigar a todas horas. Solo llegar del instituto me encerraba en casa. Cuando empecé con el caballo, la cosa fue a peor, hasta que me harté y me fui con Soni. Luego empezaron los palos, las movidas, el enganche y ahora estoy aquí en esta carretera camino de no sé dónde... No tengo miedo, estando con Soni no tengo miedo nunca, me siento protegida. No me importa dónde vamos ni qué vamos a hacer. Con él iría hasta el fin del mundo; es mi compañero.

    Soni

    Por fin estamos lejos de Madrid y estoy aliviado. Voy conduciendo a toda hostia en una loca con mi chica, Susi, y mi colega Cholo. Estoy huyendo porque el gilipollas se lió a tiros en el coba que fuimos esta mañana a atracar. Disparó a dos personas y encima para llevarnos un ful, ¿sabes colega? Llevamos todo el viaje discutiendo, ahora se había calmado todo un poco, pero era cuestión de tiempo que el muy gil rompiese de nuevo el silencio.

    —¿Y se puede saber dónde coño vamos, colega? —me pregunta el Cholo.

    —Vamos a Ciudad Rodrigo —contesto tranquilamente esperando sus putos reproches.

    —¿Y dónde coño está eso?

    —En Salamanca, es el pueblo donde veraneaba de chinorri.

    —Eso es muy romántico, Soni, colega. ¿Pero a qué cojones vamos allí?

    —Allí está mi primo Toño; nos puede ayudar a ocultarnos hasta que todo se tranquilice un poco. Además, está a solo veinte kilómetros de la frontera de Portugal, por si toca salir otra vez en pira.

    —¿Y tu primo ese, es de fiar?

    —Claro colega, ¿qué crees? Es mi primo.

    —Eso me importa una mierda. Oye, Susi. ¿Tú no dices nada? ¿Te parece bien ir a ese sitio?

    —Sí. Dabuten —dice Susi.

    —¿Qué te pasa? ¿Todavía estás pedo? —pregunta el Cholo.

    —¡Qué cojones! ¿Pedo de qué? Os dije que nos os picaseis.

    —No, tranqui, Soni, solo me comí unas bustacas. Es que estaba nerviosa.

    —Joder... ¿Y tú igual, no? —le pregunto al Cholo.

    —Si no me hubiese comido esas pastillas ahora estaríamos en un cuartito y los maderos inflándonos a hostias.

    —Lo que tú digas, colega —le digo finalmente.

    Lo peor de los cuentos del Cholo es que el hijoputa encima se los cree. A veces pienso que hace muchas cosas solo para joderme, como lo de hablar así cuando hay jari, o haberle dado las pastillas a la Susi, cuando me deja claro, cada vez que puede, que no la aguanta.

    —Oye, tronco. ¿Nos metemos un pico? —pregunta el Cholo. Ya está otra vez.

    —¡Vale! —sonríe la Susi.

    —No, ahora no —les digo.

    —¿Por qué, colega? —pregunta el Cholo.

    —No tardaremos mucho en llegar a mi pueblo, y no querrás que vaya a pedirle refugio a mi primo hasta arriba de potro.

    —Joder, pues no te piques tú —replica Cholo de nuevo.

    —Que no, cojones, que encima llevo años sin verlo.

    —¿Años? Como al menda le cuentes el marrón que llevamos encima, te digo yo que no tarda en pucabar.

    —Que no jodas, colega, que mi primo no es ningún chivato...

    —¿Entonces, ni un piquito pequeño?

    —Aguantad, que ya estamos cerca.

    Seguimos carretera adelante; ya falta poco. Antes de llegar, paro en una estación de servicio y salgo para llamar a mi primo y explicarle.

    —¿Por qué paramos aquí? —pregunta Susi.

    —Voy a llamar a mi primo.

    Cholo sale del coche y empieza a mirar a todos lados; no hay nada excepto campo.

    —¿Dónde coño estamos? —pregunta el Cholo.

    —En Salamanca —contesto.

    —Pues menuda mierda —dice.

    Voy de nuevo al coche. Antes de llamar, cojo la bolsa de deporte donde llevamos las armas y se la lanzo al Cholo. Este la agarra y pone cara de no enterarse de nada.

    —Deshazte de ellas en lo que yo llamo —le digo.

    —¿Qué?

    —Que las tires, has disparado a dos personas con la recortá; no creo que sea sano llevarlas encima.

    —Pero podríamos quedarnos al menos con las dos cacharras.

    —Nada..., es mejor no llevar armas encima, hazme caso Cholo.

    —Vale, pero eres un gil. Reza para que no las necesitemos.

    El Cholo va hacia la estación de servicio y la Susi me acompaña hasta el teléfono a llamar a mi primo.

    Cholo

    El gil del Soni me ha hecho tirar las armas. Pienso en guardarme una cacharra pero al final no lo hago; si hay problemas tiraré de bardeo. Vuelvo hacia el coche, me enciendo un cigarro y me apoyo en el techo. Un rato después, el Soni cuelga el teléfono y viene hacia el coche con la Susi. Arrancamos y volvemos a la carretera.

    —¿Has tirado la bolsa? —me pregunta el Soni.

    —¡Que sí, colega! —contesto.

    —¿Dónde?

    —A una basura que había. ¿Qué pasa, que no te fías de mí?

    —No, lo que pasa que tú eres capaz de dejarla en cualquier lao para que luego las encuentre el primer pringao que pase por allí.

    —No me comas el coco, colega...

    Después de un rato por fin llegamos al pueblo. Es más grande de lo que yo pensaba. Mejor. No quiero estar en un sitio de mala muerte donde no haya nada que hacer salvo estar con estos dos. Soni conduce despacio mirando para todos los lados.

    —Creo que era por aquí —dice Soni.

    —¿No recuerdas dónde era su casa? —pregunta la niñata.

    —Hace años que no vengo, pero no vamos a su casa, vamos a su bar.

    —¿Tiene un bar?

    —Sí, un bar a las afueras, de esos de paso, en la carretera. Siempre está lleno de camioneros portugueses, borrachos y putas —dice Soni.

    —Pues dabuten —digo sonriendo.

    Por fin lo encontramos. El Soni aparca justo en la puerta y bajamos del coche. El bar mola cantidá.

    —¡Qué demasiao! —digo.

    —Aquí estate tranqui, Cholo —dice el Soni antes de abrir la puerta.

    —Bueno, no te mosquees, colega.

    Me advierte como si fuese un puto crío. El bar por dentro está chachi. Vamos a la barra y el Soni y su primo se abrazan.

    —¡Cuánto tiempo, joder! —le dice el primo.

    —¡Ya te digo! Mira, estos son mis colegas: la Susi...

    El primo le besa las dos mejillas.

    —Hola —le dice.

    —Encantada —responde ella.

    —...Y este es el Cholo.

    El pringao me da la mano.

    —Hola —dice.

    —¿Qué pasa, colega? —respondo.

    —Él es Toño —dice Soni finalmente.

    El primo del Soni nos sirve un par de cervezas a la Susi y a mí, y se van a hablar a un rincón. La atontá de la Susi se queda mirando el bar como si fuese de otro planeta, mientras yo miro a unas chorbas que acaban de entrar. En el rincón se ve a Toño haciéndole gestos de enfado a Soni; no le debe haber hecho gracia lo del atraco. Como se le ocurra chivarse, aunque sea el primo del Soni, lo rajo.

    Al cabo de un rato, sobre el mediodía, después de unas cuantas cervezas, Toño cierra el bar y nos lleva a un sitio donde podremos refugiarnos. En el coche le va indicando al Soni hasta llegar a lo que parece una fábrica abandonada. Bajamos del coche y nos abre la puerta del sitio. Da puto asco; lo deben haber utilizado de establo y quiere que nos quedemos de aquí.

    —¿Nos vamos a quedar aquí? —pregunto mosqueao.

    —De momento es lo que hay, colega —me responde el Soni.

    —Mira, lo siento, de momento no me puedo arriesgar a ocultaros en mi casa; podrían ir a por mí. Más adelante, cuando las cosas se hayan calmado, podéis quedaros en mi casa —nos dice el cabrón.

    —Gracias, primo —dice el gilipollas del Soni.

    —Soni, tío, esto es una mierda —replico.

    —Mira, ahí tenéis unos colchones, y en esta época ya no hace frío. De todas formas luego os traeré unas mantas y algunas cosas para que estéis más cómodos —nos dice Toño.

    —Joder, pues si lo ves tan bien, ¿por qué no te quedas tú aquí?

    —¡Cállate de una puta vez, Cholo! —me grita el Soni.

    Esto es una puta mierda.

    Susi

    El Soni ha ido a llevar a su primo al bar y yo me he quedado con Cholo, esperándolo. Nos hemos metido en una especie de corral. No es gran cosa, pero no me importa. El Cholo no deja de quejarse por todo.

    —¡Menuda ful de sitio! ¿Y tú no dices nada? Te meten en un corral y tan tranquila... —me dice.

    —Bueno, Cholo, en cuanto todo este mejor, nos llevará a su casa. Es lo que ha dicho.

    —¿Y tú te lo crees? No me fío de ese mierda.

    —Cholo.

    —¿Qué?

    —¿Nos metemos un pico?

    —Está en el coche, a ver si vuelve el Soni...

    El coche viene de vuelta por la carretera.

    —¡Mira, por ahí viene! —grito.

    Soni llega y aparca, baja del coche y viene hacia la fábrica.

    —No quiero ni oír una queja más —le dice a Cholo, que se le estaba acercando.

    Entramos dentro y nos sentamos en unos viejos colchones.

    —¿Os camela meteros un fliji? —pregunta el Soni.

    —¡Nos ha jodido! —dice el Cholo.

    Empezamos a prepararlos. Vertemos el caballo en la cuchara con un poco de agua y el Cholo empieza a quemar la mezcla con su reluciente Zippo. Nunca se separa de él. Después llenamos la jeringa.

    —Soni, necesitamos chutas. Solo nos queda esta, y ya casi está despuntada —dice el Cholo.

    —Sácale punta con la caja de cerillas. Mañana mismo voy a la farmacia a comprar unas nuevas.

    El Cholo afila la chuta con la caja de cerillas mientras el Soni y yo nos buscamos la vena. El Cholo le pasa la máquina al Soni mientras él se busca una vena y el Soni se mete su pico.

    —Joder, ya lo necesitaba —dice mientras baja el émbolo.

    Me pasa a mí la jeringa pero la coge el Cholo.

    —Yo primero —me dice.

    La limpia llenándola y vaciándola de agua una y otra vez y echando el agua sobre la paja que cubre el suelo de la fábrica. Cuando ya está limpia, llena su jeringa y se chuta él. Después la limpio yo y me pico. Subo el émbolo hacia atrás, lleno la jeringa de sangre y me lo vuelvo a meter. Un escalofrío recorre mi cuerpo desde la punta de mis pies hasta la coronilla. Me tumbo junto a Soni y cierro los ojos lentamente.

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    La veo salir con una presa al oscuro aparcamiento y van a la parte trasera de un camión.

    —¿Dónde vamos, tía? —pregunta el hombre sonriente.

    —A algún sitio tranquilo.

    Él lleva una botella en la mano; está completamente borracho. Yo lo observo todo amparado en la oscuridad de la noche. Ella lo agarra y lo besa sensualmente. Se pone de cuclillas y desabrocha su cinturón primero y su pantalón después. Él sonríe y da otro trago a la botella pensando seguramente en lo afortunado que es. Me acerco sigilosamente por detrás. A ella le encanta hacerles esto, en

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