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Inocente 1: Simone - Liga De Las Inocentes Sabias
Inocente 1: Simone - Liga De Las Inocentes Sabias
Inocente 1: Simone - Liga De Las Inocentes Sabias
Libro electrónico301 páginas6 horas

Inocente 1: Simone - Liga De Las Inocentes Sabias

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Libro 1 de La liga de las inocentes sabias
Simone acaba de graduarse y piensa pasar su verano pintando, cuidando de su tía abuela y trabajando en una galería de arte. No pensaba luchar en el barro ni darle su primera vez al jardinero.
En esta nueva historia contemporánea de romance, sexo y la pérdida de la inocencia, Simone descubre el verdadero significado de ser parte de clase alta y cómo puede ser arrastrada por sus sentimientos. 
¿El fascinante artista o el chico que tiene los pies sobre la tierra y vive de podar el césped?
Con un título en mano, después de haber estudiado cuatro años, Simone escapa de su madre y padrastro. Se va a vivir con su tía abuela. Tiene alojamiento y comida gratis a cambio de cuidarla mientras está enferma. Puede pintar durante el día y trabajar en la galería de arte local por las tardes. 
Mientras averigua cómo abrirse camino en el mundo de las bellas artes, planea conocer y casarse con un artista exitoso y rico.
Su intención es guardar su primera vez para él.
No tarda en conocer a Brett. Es cierto, sus pinturas son… extrañas; totalmente horrorosas. Simone lo acompaña a la fiestas de sus amigos, que son un montón de bichos raros, pero ¿qué podría salir mal?
Por otro lado, Terry Leonard, quiere expandir su negocio de cuidados del jardín. Él y su amigo Cal trabajan diariamente en todos los jardines posibles, pero Terry sabe que el verdadero dinero está en agregar más servicios. Dice ser un paisajista y quiere comprar más equipo y contratar a más empleados.
Su mejor cliente, la Sra. Garret, que es la tía abuela de Simone, lo contrata para renovar todo su jardín. Este es su trabajo más importante. Su esperanza para poder costear la expansión de su negocio y contar con la recomendación de los amigos de la Sra. Garret.
Simone conoce a Terry cuando su podadora levanta tierra y arruina su pintura.
Sin embargo, el
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ene 2015
ISBN9781633396661
Inocente 1: Simone - Liga De Las Inocentes Sabias
Autor

L.a. Zoe

L.A. Zoe creció en un pequeño pueblo de Illinois y ahora vive en un paraíso tropical con palmeras con el amor de su vida, y su familia. Le gusta la aventura, viajar y las playas con arenas blancas, y prefiera las películas de “Bollywood” de India en lugar del moderno Hollywood, porque Bollywood enfatiza en las historias de amor, completas con cantos y bailes. Actor favorito: Shah Rukh Khan. L.A. celebra la libertar de los Estados Unidos, y disfruta residir en un país demográficamente más joven. L.A. almuerza cada día en un centro comercial lleno de adultos que trabajan arduamente para criar a sus bebés, muchos niños de las escuelas compartiendo sus almuerzos, y parejas de la secundaria sosteniendo sus manos. Ocupados estableciendo y disfrutando de sus vidas, construyendo un fututo para el mundo, nadie se preocupa acerca del futuro de la Seguridad Social o esperan con ansias jubilarse. Ningún país, raza, cultura, o religión o grupo étnico tiene un monopolio de los cerebros, belleza y trabajo arduo o creatividad. El éxito en el futuro demanda todo lo mencionado, especialmente visión y disposición para romper con el pasado, para correr riesgos y desafiar a la mayoría reacia.

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    Inocente 1 - L.a. Zoe

    ocho

    Inocente 1: Simone

    ––––––––

    Liga de las inocentes sabias

    ––––––––

    L.A. Zoe

    Prólogo

    ––––––––

    La liga de las inocentes sabias

    ––––––––

    Nueve hermosas jovencitas estaban sentadas alrededor de una larga mesa cubierta por un mantel italiano de color damasco. Ellas llevaban puesto glamorosos vestidos de fiesta.

    Eran diez si Verónica Orlando se incluía. Se tragó el orgullo de haber reunido a diez de ellas por unos momentos para saborearlo. Lo merecía.

    El reloj de péndulo que estaba en la sala de la suite presidencial del hotel Cromwell Ritz-Carlton indicó que eran las diez de la noche en punto.

    Un camarero, que vestía pantalones blancos y una chaqueta de gamuza roja, cruzó el umbral con un ruidoso carro de servicio a la habitación para llevarse los últimos platos de la cena y cubiertos de la cena. Una vez fuera de la habitación, cerró la puerta detrás de él.

    Aún se podía percibir el aroma del filete miñón, los espárragos en salsa blanca con trozos de almendras tostadas, de la ensalada con vinagreta, la papa asada y del pastel de picadillo de fruta con crema.

    Era hora de empezar.

    De lo contrario, las demás iban a comenzar a dormirse o a beber muchas copas de la increíble champaña Moet & Chandon; había varias de ellas en las hieleras de acero inoxidable.

    Verónica Orlando utilizó el control remoto para apagar la música de fondo, que era el Concierto para Piano Nº 1 de Brahm, y golpeó el borde de su fina copa de cristal con una reluciente cuchara.

    —Señoritas, señoritas —dijo en voz alta, aunque mantuvo un tono dulce. Luego, aplaudió para llamar la atención de las jóvenes.

    A la izquierda de Verónica, Simone Beverly se enderezó en su asiento y puso las manos sobre su regazo, lista para escucharla con atención, tal y como lo hacía con sus profesores de la universidad. Ella vestía con un fuerte color esmeralda para destacar sus ojos verdes, su piel blanca y su largo cabello caoba. Su vestido era más conservador que el de las otras y parecía un traje formal; le tapaba las rodillas y, entre el cuello y la cintura, solo estaban descubiertos sus antebrazos y manos. Sin embargo, el brillo escarlata de su labial hacía alusión a la pasión reprimida, a pesar de los marcados rasgos aristocráticos de su rostro.

    —Dentro de una semana, el próximo sábado por la tarde, todas nos graduaremos de la Escuela de Perfeccionamiento de Bellas Artes para Chicas de la señorita Irene —continuó Verónica e hizo una pausa para que digirieran sus palabras.

    Ellas se rieron.

    Estaba claro que habían reconocido el nombre original de su escuela. Aunque la institución y el nombre se habían actualizado y modernizado hacía mucho tiempo y, dado a que una Organización Nacional de Mujeres presentó una demanda, también asistían hombres a la Escuela de Bellas Artes de Cromwell.

    A la izquierda de Simone Beverly, Elena Morales sonrió ampliamente ante la broma. Además de su increíble belleza, su buen humor era bien recibido en cada evento social. Ella no solo tenía el don de disfrutar la vida, sino que también ayudaba a los demás a entender la broma. Su vestido amarillo pálido destacaba su piel morena. También, además de tener un alto nivel de inglés y español, su francés era fluido y su chino mandarín era aceptable. Debido a su figura curvilínea y senos grandes, Verónica prefería llamarla la <> más romántica y sexy en lugar de <>, que es más políticamente correcto.

    —Somos diferentes en muchos sentidos, pero nos parecemos en varios aspectos, en los más importantes y, por lo tanto, no somos como las otras estudiantes de EBAC o de cualquier otro lugar.

    Brandy Ewing estaba junto a Elena Morales. Brandy, al contrario de Elena, era la más delgada de todas. El vestido de gasa que colgaba de sus hombros debía apegarse a su figura, pero, en lugar de ello, le quedaba suelto y enfatizaba su pequeña estructura ósea. El color azul oscuro del vestido se mezclaba con el tono de su piel oscura, así que Brandy casi se confundía con el fondo. Ella tenía confianza en sí misma y sus rasgos eran tan nobles como los de Simone. Su timidez en una primera instancia era, a menudo, confundida con antipatía.

    —Si un extraño nos mirara ahora no podría adivinarlo, pero todas tenemos orígenes humildes. Solo unas pocas tuvieron ayuda económica de sus familias para asistir a la escuela. En cambio, nosotras pudimos hacerlo por subvenciones, becas, trabajos de medio tiempo y préstamos estudiantiles. Todas debemos estar orgullosas de haber llegado tan lejos.

    Alicia Wu estaba sentada junto a Brandy Ewing. Si no fuera por su ropa, era una belleza china clásica con ojos almendrados de color negro, como si la hubieran sacado de una pintura de la dinastía Ming. Su brillante cabello negro, que casi le llegaba a la espalda baja, se mantenía en su lugar gracias a un broche dorado. Ella llevaba puesto un pequeño vestido negro con argollas brillantes. No tenía tirantes. Comenzaba justo sobre sus senos y le llegaba hasta un poco más abajo de la mitad de sus muslos. Aunque era casi tan pequeña como Brandy, no se veía tan delgada porque era mucho más baja y tenía más curvas. Sin embargo, no eran curvas grandes, pero eran definitivamente femeninas.

    —Todas queremos más de la vida. No vamos a estar satisfechas con solo construir una vida con los estándares ordinarios. Nuestra reunión aquí, en el lujoso Ritz-Carlton, y la ropa que vestimos, para la que tuvimos que ahorrar para poder costearla, simboliza nuestro compromiso con lo mejor de la vida.

    Janeesia Williams estaba en el otro extremo de la mesa, al lado opuesto de Verónica, y tomó un trago de champaña. Ella era la más grande de todas. No la más alta, pero sin duda la más grande. Era lo que los anuncios describían como <>. Aunque no se veía como Oprah, las personas seguían comparándolas debido a su tamaño y porque irradiaba mucha simpatía. Elena hacía que todo el mundo fuera parte de la fiesta y Janeesia hacía que todos fueran su amigo personal. Ella llevaba puesto un vestido brillante sin tirantes que le llegaba a los tobillos, lo que la hacía parecer una cantante de música romántica de una película antigua, como Lady Day.

    —Y, por supuesto, querer más de la vida incluye a los mejores hombres. No hombres comunes, sin importar lo buenos que sean. Exigimos hombres extraordinarios, lo mejor que esté disponible, como parte de la buena vida. Y, quizás, aunque no somos buscadoras de oro, son nuestro boleto a la buena vida.

    A la izquierda de Janeesia, Cynthia Desperes, que llevaba puesto un vestido marrón tan común que podría llevarlo para ir de compras o a la iglesia, intentaba mantener su buena cara, por lo que podía ver Verónica. Cynthia intentaba mantener su inseguridad bajo control. Ella fue a la que más le costó convencer de asistir a la reunión a Verónica. Tenía el cabello castaño, ojos color avellana y una figura de talla mediana, pero le costaba creer que los hombres podían considerarla hermosa. Aun así, era muy modesta y tenía la apariencia de una estadounidense común, lo que le parecía atractivo a muchos chicos.

    —Todas somos hermosas e inteligentes. Sofisticadas y ambiciosas. Trabajadoras y perseverantes. Somos lo mejor de las jóvenes estadounidenses.

    —¡Aquí! ¡Aquí! —gritó Sarah Khampone, mientras golpeaba su cuchara contra su copa.

    Como si compensara el hecho de que sus abuelos hayan escapado de un régimen comunista de Laos, un país que muy pocos estadounidenses conocen, Sarah tenía la determinación de asegurarse de que todas le pusieran atención. Ella llevaba puesto un escaso vestido de un deslumbrante color rojo, que hacía resaltar las mechas que se había teñido de rojo entre su corto cabello negro. Sarah había bebido más que el resto, o eso parecía, porque de pronto se volvió la más escandalosa. Aun así, su ensayo final sobre Mark Twain le hizo obtener la primera A que el profesor Kelly había dado en los últimos cinco años.

    —Aunque estamos orgullosas, lo estaremos más aún por lo que lograremos en nuestras vidas. Estamos en la mejor época para ser jóvenes y vivir y estamos listas para buscar nuestro destino.

    Junto a Sarah Khampone, Katrina Manchester, que llevaba puesto un vestido celeste, sonrió por alguna broma privada. Nada ni nadie podía detener su voluntad interior de cambiar. Aunque se especializó en las lenguas clásicas, como el latín, griego antiguo y hebreo antiguo, ella fue la mejor de la clase. Durante las clases, ella usaba unas gafas gruesas que no estaban a la moda sin importarle cómo se le veían. Sin embargo, su rostro amplio y liso dejaba ver una belleza saludable y agradable cuando estaba sin ellas. Era alta y no muy delgada, lo que intimidaba a los chicos. El hombre que viera más allá de su estilo duro, sería gratamente recompensado.

    —Propongo un concurso amistoso entre nosotras —continuó Verónica—. En cinco años más, volveremos a esta habitación. Cada una contará su historia y decidiremos quién es la ganadora. ¿Quién ganará el corazón del mejor hombre?

    Valentina Pérez, que estaba sentada a la derecha de Verónica, llevaba puesto un hermoso vestido rosa que le hacía aparentar menos de veintiuno. Tenía la figura de una Barbie latina. Con su dulce sonrisa, parecía ser la más protegida e inmadura de todas y, a pesar de su belleza solemne era evidente que tenía dedos de violinista. Aun así, su máscara de niña escondía un corazón muy fuerte. Ella disfrutaba las fiestas, pero los chicos que pensaban que era fácil llevarla al exterior no tardaban en cambiar de parecer.

    —¿Cuáles son los criterios en los que nos basamos para juzgar al mejor hombre? Simple. Son siete. Debe ser obediente, fiel, rico, apuesto, tiene que tener buena salud, estar disponible y ser una buena compañía. ¿Qué hay del amor? Eso me parece sobrevalorado. Si él es obediente y fiel, cumple con mis exigencias. El resto de ustedes ordenará sus prioridades como les acomode.

    Y, por supuesto, Verónica Orlando también lo haría. Ella llevaba puesto un vestido púrpura; era alta, delgada, tenía el cabello rubio y los ojos azules. Era la Barbie original, si alguien quería insultarla y ser grosero, pero estaba lista para lograr sus objetivos.

    —Y, claro, tenemos otro rasgo en común, uno que nuestra sociedad no estima mucho —continuó Verónica—. A diferencia de la mayoría de las mujeres de pregrado de la universidad, no le dimos acceso casual a nuestros cuerpos a los chicos. No es que seamos aburridas ni reprimidas que obedecemos las antiguas proscripciones religiosas. Tampoco porque seamos ingenuas o inocentes. Somos mujeres modernas que saben lo que valen. Le damos un gran valor a nuestra belleza, lo que es mejor para atraer hombres de alta calidad: los que prefieren a las mujeres frescas.

    Todas aplaudieron y luego comenzaron a llenar sus copas de cristal con champaña fría.

    Verónica alzó su copa, llena del espumoso líquido rojo.

    —¡Señoritas, brindemos por la liga de las inocentes sabias!

    Capítulo uno

    ––––––––

    En la casa de la tía Wilma

    ––––––––

    El negundo se veía grande y frondoso, incluso a la luz del sol de la mañana que formaba una gran sombra sobre la hierba hirsuta.

    Por la emoción, Simone Beverly se puso de pie para mezclar las pinturas acrílicas y capturar el color marrón grisáceo de los troncos del árbol bajo las hojas verdes. Volvió a sentarse sobre el pequeño taburete de tela plegable para estabilizar la mano cuando puso el pincel sobre el papel. Mientras trabajaba, iba de arriba abajo frente al caballete, mezclando, pintando y estudiando el árbol. Se ponía de pie y luego se sentaba sobre la gruesa tela tejida.

    Perfecto. Ella iba a expresar el verdadero espíritu del negundo.

    Las pinturas tenían un aroma refrescante y tan vivo que entusiasmaba a su alma. Nada podía ser más divertido que usarlas para capturar en el lienzo la esencia espiritual del mundo.

    Simone llevaba puesto unos simples pantalones cortos de algodón de un desteñido color azul y una camiseta que le quedaba demasiado grande. Unas sandalias de cuero muy elaboradas protegían sus pies desnudos del pasto y la tierra y mantuvo su cabello caoba atado en una cola de caballo para que estuviera lejos de la pintura. Se secó la frente con el antebrazo mientras aún tenía el pincel en la mano y esperó no mancharse el rostro con pintura. El calor le hizo sudar incluso a esta hora de la mañana y apenas vistiendo una cantidad mínima de ropa. Dentro de poco, el aire sofocante y saturado con la humedad de una selva africana le haría entrar a la casa de su tía abuela, que tenía aire acondicionado. Ese compresor, junto con los demás de la central de acondicionadores para cada casa en el vecindario, funcionaba sin cesar. Eso, más la intensidad del sol, quemarían su piel blanca. Incluso en la sombra y con una capa de protector solar de factor cincuenta.

    Además, Simone tenía que llevar a la tía Wilma a su cita con el doctor en Cromwell. Probablemente, no volverían hasta la tarde, lo que dejaría a la chica con el tiempo suficiente para ir a su entrevista en la Galería y Tienda de Arte Greenwood Gardens. Por mucho que necesitara los nueve dólares que ganaba por hora por su trabajo de asistente, también necesitaba experiencia y contactos. No era por sus pinturas, que no eran nada más que un divertido pasatiempos, sino porque le podrían ayudar a probar su propio compromiso con el arte y a poder relacionarse con artistas REALES. Al menos comprendía algunos de los problemas técnicos que se les presentaban o cómo buscaban en sus almas para iluminar el mundo con sus obras.

    Aún no sabía dónde, cómo o quién, pero en algún lugar, un apuesto, exitoso y joven artista comprendería que ella podía ser su ayudante perfecta. Su musa. Su admiradora devota. Su compañera para los fines empresariales de sus actividades. Mientras él luchara para expresar perfectamente su visión, ella promovería y vendería su trabajo. A las galerías. En subastas. Libros. En línea. Incluso a los museos. Vivirían en el centro, en un loft en una avenida de Washington. Harían la escena del club, mientras suavizaran las relaciones con los dueños de las sofisticadas e importantes galerías de arte. Nada de tiendas burguesas y provinciales en los aburridos suburbios, como la Galería de Arte Greenwood Gardens.

    Después de eso, ¿qué? Manhattan, fama y fortuna.

    ¡Ja! A ver si las otras vírgenes sabias intentan superar ESO.

    Se oyó un fuerte chirrido de un motor en la calle, pero Simone no le puso atención. Luego, el ruido se detuvo.

    Ahora, las hojas. ¿Cómo expresar mejor el sentido del exuberante follaje del árbol? ¿Grandes manchas de color verde para expresar la impresión general? ¿O varias manchas pequeñas que representen cada una de las hojas? Pero el negundo tenía tantas...

    ¿Qué le aconsejaría el profesor White, que era el mejor maestro en la Escuela de Bellas Artes de Cromwell?

    Hubo un ruido metálico, el sonido del hierro golpeando contra el concreto. También tintineó una cadena motriz.

    Simone no sabía. Como una aficionada del arte, solo tomó unos cuantos cursos y llenó el resto de las horas requeridas con clases de historia y apreciación del arte. Eso la calificaba para prácticamente ningún puesto de trabajo bien renumerado. Es decir, la necesidad de postular a la Galería de Arte Greenwood Gardens para un puesto era por solo un punto por encima del salario mínimo.

    Ella podría tomar unos cuantos cursos de educación y luego postular para puestos de trabajos de docente, pero la idea de enseñarle arte a estudiantes de secundaria era tan completamente... horrible, que sentía ganas de vomitar.

    No era que hubiera gran demanda de profesores de arte.

    Si la enfermedad de su tía Wilma se prolongaba durante años, Simone tendría alojamiento y comida gratis por mucho tiempo y, quizás, podría ahorrar dinero para obtener su maestría. Eso la calificaría para enseñar arte a alumnos de pregrado, si podía encontrar una vacante.

    Pero ¿era la meta?

    ¡Claro que no!

    Ella merecía lo mejor de la vida. Eso requería dinero. Y tenía que encontrar a su hombre ideal y casarse con él.

    Por eso sus piernas permanecieron cruzadas durante la secundaria y la universidad, cuando casi todas las chicas estaban separando las de ellas. Los chicos no la merecían. No aún. Algunos, sin duda, tendrían éxito. Incluso algunos de esos locos comandantes de arte que conoció. Tal vez uno con el que salía.

    Pero en la universidad era demasiado pronto. Tenían mucho trabajo que hacer antes de ganarse un lugar con ella entre las sábanas. A ellos no les gustaba su actitud y algunos la llamaban una calienta pollas, pero ella no tenía la intención de ser un recuerdo afectuoso sobre los buenos e irresponsables momentos de juventud de un futuro gran artista, ni de ser la <> de su historia en las fiestas de cóctel ni en sus memorias, mientras le diera su afecto y ganancias a su esposa.

    Simone sería la esposa amada y rica.

    Un zumbido fuerte y mecánico le atravesó los tímpanos. ¿Acaso uno de los vecinos de la tía Wilma podaba el césped antes del mediodía?

    Una fuerte ráfaga de viento volcó su caballete y Simone agarró la pintura justo antes de que cayera al pasto. Su cola de caballo le golpeó la boca.

    Las ramas del árbol se torcieron como cuando un profesor de aeróbicos muestra un estiramiento lateral de brazos. Las hojas se agitaron. Ellas y el torbellino agregaron un trasfondo de vegetación inquieta y fibrosa.

    La podadora de pasto comenzó a sonar muy fuerte, prácticamente en su oreja; venía del jardín delantero de la tía Wilma. Las partículas de polvo y los fragmentos de pasto cortado que lanzaba al aire volaban sobre el techo de dos aguas de la casa de un piso y el viento las soplaba justo hacia Simone.

    La fuerza le golpeó la espalda. La tierra voló al interior del contenedor de pintura abierto y salpicó su obra, arruinándola.

    Simone tomó el lienzo, el caballete y los contenedores de pintura y los llevó al porche.

    Detrás de ella, el viento derribó el taburete de tela.

    El viento abrió la puerta mosquitera de par en par a pesar del resorte de tensión y luego la cerró de golpe en la cara de Simone.

    Ella tiró el lienzo y la pintura al piso y luego fue rápidamente hacia el frente.

    Mantuvo la cabeza en alto y la espalda recta. No se iba a encorvar por el viento ni iba a permitir que un rufián que podaba el césped interrumpiera su preciado momento para pintar.

    En el jardín delantero, dos jóvenes empujaban unas sucias y grasientas podadoras de pasto. Simone se paró frente al primero, que vestía con unos apretados pantalones negros y una camiseta Phish; su largo cabello negro estaba mojado.

    Ella se cruzó de brazos.

    Sin mirarla, el hombre giró a su alrededor y asintió hacia el segundo joven, que estaba trabajando en el área de las raíces del liquidámbar.

    Algo en sus ojos y su boca hizo que Simone quisiera abofetearlo, aunque parecía bastante normal en el exterior. Incluso casi atractivo. Algo en sus carnosos labios irradiaba arrogancia intolerable o una exuberante sensualidad.

    Él no le puso atención a la chica, solo manipulaba la podadora con sus fuertes y gruesos brazos y hombros anchos. Tenía el cabello rubio rojizo, tan desordenado como el pasto de la tía Wilma, pero no tan largo. Llevaba puesto un andrajoso overol de mezclilla desteñido y una camiseta roja.

    Cuando Simone se le acercó, el olor a pasto subió hasta sus fosas nasales y no podía oír más que el fuerte sonido de los motores.

    Una gran camioneta oxidada, con casi toda la pintura original erosionada, ocupaba la entrada de vehículos.

    Justo cuando llegó al liquidámbar, el primer hombre le gritó al segundo. Ese joven, aparentemente el jefe, alzó la vista, la vio y soltó el mango para apagar el motor. Luego, sacó una sucia bandana amarilla y se secó la frente.

    —¿Te puedo ayudar en algo? —le preguntó a Simone.

    —¿Qué están haciendo aquí?

    Él comenzó a sonreír y separó los brazos para señalar lo obvio: que estaban podando el césped.

    —¡Me refiero a qué hacen aquí tan temprano!

    El joven le sonrió con sus ojos azul grisáceo, que eran como nubes de tormenta que bloqueaban el despejado cielo del día. Era

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