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Fire & Gasoline (Fuego y gasolina): Serie Moteros, #5
Fire & Gasoline (Fuego y gasolina): Serie Moteros, #5
Fire & Gasoline (Fuego y gasolina): Serie Moteros, #5
Libro electrónico631 páginas9 horas

Fire & Gasoline (Fuego y gasolina): Serie Moteros, #5

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Cuando el amor le mostró su rostro más cruel, Harley abandonó Londres para empezar de cero en otra parte. Seis años después, vive holgadamente de su profesión de tatuadora, tiene una tienda a medias con su amiga Jana, tantos hombres de una sola noche como su apretada agenda le permite y su corazón cerrado a cal y canto. Es una superviviente, y como tal, hace lo que resulta necesario para sobrevivir.

Entonces, la parte del negocio del que se ocupa Jana empieza a ir cuesta abajo y Harley se ve obligada a buscar trabajo extra fuera de la tienda para evitar hundirse con el barco. Está con el agua al cuello cuando recibe la oferta de su vida de parte de su ídolo personal, B.B.Cox.

B.B.Cox es un tatuador de fama internacional, dueño de un emporio del tatuaje con sucursales en varios puntos de la geografía mundial. Detrás de su fachada de excéntrico triunfador, se oculta un hombre con un pasado cuestionable y heridas en el corazón. Ahora, diez años después de haber logrado renacer de las cenizas, la repentina muerte de sus mejores amigos, activa una vieja promesa que amenaza con poner su vida del revés. Necesita alguien talentoso y de confianza en quien delegar profesionalmente mientras sale del atolladero y, aunque recurrir a ella es lo último que desea, sabe que solo hay una persona capaz de ayudarlo: Harley R.

Lo que parecía la solución perfecta para los dos, pronto se muestra como lo que es; una peligrosa trampa de la que no saldrán indemnes. 

¿Cómo podrían? 

Él es fuego, ella es gasolina. 

Nada ni nadie podrá evitar la deflagración.

Secuencia de lectura recomendada:

Harley R. (Serie Moteros # 2)

Los moteros del MidWay, 1 (Extras Serie Moteros # 1)

Los moteros del MidWay, 2 (Extras Serie Moteros # 2)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 sept 2019
ISBN9788494876332
Fire & Gasoline (Fuego y gasolina): Serie Moteros, #5
Autor

Patricia Sutherland

Su estreno oficial en el mundo romántico español tuvo lugar en abril de 2011, de la mano de Princesa, una novela que aborda el controvertido asunto de la diferencia de edad en la pareja, y que ha enamorado a las lectoras. Han sido sus apasionadas recomendaciones y su permanente apoyo, las que han convertido a Princesa en un éxito y a Dakota, su protagonista, en el primer héroe romántico creado por una autora española que cuenta con su propio club de fans en Facebook. En noviembre de 2012, Princesa obtuvo el I Premio Pasión por la Novela Romántica. En dicho mes, asimismo, fue nominada en tres categorías, Mejor Novela, Mejor Autora Chicklit y Mejor Portada en el marco de los I Premios Chicklit España. Un año más tarde, en noviembre de 2013, salió Harley R., la segunda entrega de la Serie Moteros de la que Princesa es ahora el primer libro, una novela sobre el amor después del desamor y las segundas oportunidades. En febrero de 2014, Harley R. resultó ganadora del II Premio Pasión por la Novela Romántica y más tarde fue nominada al Premio Rosas Romántica'S 2013 y a los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2013. Su último trabajo publicado es Harley R. Entre-Historias, un apasionado "spinoff" de Harley R., que salió en abril de 2015. También es autora de la serie romántica Sintonías, compuesta por Volveré a ti, Bombón, Primer amor, Amigos del alma y Simplemente perfecto, que quedó 2ª Finalista en los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2014. Patricia Sutherland nació en Buenos Aires, Argentina, pero está radicada en España desde 1982.  Más información en su página oficial: Jera Romance www.jeraromance.com

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    Fire & Gasoline (Fuego y gasolina) - Patricia Sutherland

    1

    Cuatro meses antes…


    Miércoles, 3 de marzo de 2010.

    Boutique J&H,

    Barrio Joordan, Ámsterdam.


    La tienda estaba bastante concurrida aquella mañana primaveral cuando un courier de la empresa UPS entró con las prisas que caracterizan a los profesionales de la entrega urgente. Las campanillas de la puerta se sacudieron con tanto ímpetu que detuvieron momentáneamente las conversaciones y la mayoría se volvió a mirar. El mensajero, con el habitual uniforme color caqui, formuló su pregunta sin mirar a nadie en especial.

    —¿Harley Reynolds?

    Jana señaló con un dedo en la dirección de su socia quien atendía a un posible cliente, un ex combatiente de la Guerra de Irak con intenciones de convertir en arte las señales que la guerra había dejado en su espalda.

    —Soy yo —dijo ella.

    La expresión del veinteañero pasó de total indiferencia a completo interés al comprobar la exótica belleza a quien la suerte le había deparado entregar un envío aquella mañana.

    —¿Es usted Harley Reynolds? —insistió el mensajero, todavía sobreponiéndose a la impresión.

    Ella asintió y extendió la mano para que le diera el sobre. Él, sin apartar la vista de ella, extendió la suya, pero en vez de entregarle el envío, le dio su PDA.

    La tatuadora y su cliente intercambiaron miradas divertidas.

    —A ver si estamos a lo que hay que estar, chaval —dijo el ex soldado, consiguiendo que el mensajero volviera a la realidad de golpe.

    El muchacho, con una sonrisa algo incómoda en el rostro, le entregó el abultado sobre y volvió a mostrarle la pantalla de su PDA, esta vez diciéndole lo que tenía que hacer con ella.

    —¿Podría firmar aquí con el lápiz óptico, por favor?

    —Claro —repuso ella con una sonrisa y estampó su firma en el aparato. Alzó la vista para recorrer los voluminosos bíceps que la camisa del mensajero perfilaba ligeramente y le preguntó—: ¿Te gustan los tatuajes?

    El joven asintió con una gran sonrisa.

    —Mucho. Tengo varios.

    —¿Ah, sí? —se interesó Harley, apartando con un gesto estudiado el mechón de cabello que en una voluptuosa onda caía de derecha a izquierda sobre el lado su rostro, cubriéndolo parcialmente.

    El joven volvió a asentir, encantado de captar el interés de la hermosa mujer.

    —Sí, me encantan los tatuajes. El primero me lo hice… ufff, hace mucho… Todavía era un adolescente.

    De eso no podía hacer tanto. La tatuadora tuvo que hacer serios esfuerzos para no echarse a reír. Iba a decírselo, pero en aquel momento el busca del mensajero comenzó a pitar, devolviéndolo a su realidad de repartidor de una empresa de entregas urgentes.

    —Lo siento, tengo que irme.

    Harley extrajo una tarjeta del cajón del escritorio y se la extendió al joven.

    —Por si algún día te apetece algún tatuaje más, ya sabes… —Alzó la vista y le regaló una sonrisa radiante—. Me has traído algo que llevo tiempo esperando, así que te haré precio de amiga. ¿Qué te parece?

    El joven tomó la tarjeta de manos de Harley con la actitud de alguien a quien acaba de tocarle un premio, provocando que ella tuviera serias dificultades para mantenerse seria.

    —¡Ah, muchas gracias…! Igual uno de estos días vengo a visitarla —dijo, y con esas se marchó con la misma prisa que había llegado, pero una inmensa sonrisa en su rostro.

    Fue entonces cuando Harley cayó en la cuenta de que todos la estaban mirando. Los comentarios bromistas no tardaron en llegar. Y el primero vino de la mano del ex soldado al que estaba atendiendo.

    —¡Menudo efecto! Ese hoy no hace nada bien a la primera en todo el día —dijo el hombre.

    —¿Y qué hay de usted? Lleva más de media hora en la tienda, ¿tan difícil es decidir qué tatuaje quiere hacerse? —bromeó una de las mujeres presentes, una sexagenaria con una larga lista de sobrinas amantes del grunge a las que malcriar.

    —Mujer, no me espantes a la clientela… —repuso Harley al ver que el veterano se había puesto rojo.

    Desde su sitio habitual junto a la caja registradora, Jana de Veen, la socia de Harley, contemplaba la escena, algo incómoda. Desde que estaban juntas, había presenciado muchas parecidas, pero aunque la belleza de su socia era innegable, lo que nunca dejaría de sorprenderla era el desparpajo con el que Harley sacaba provecho de ella. A veces, daba lugar a situaciones que le resultaban tan violentas como si fuera ella misma quien las provocara.

    Pero el interés de Harley ya no estaba en la conversación, sino en el abultado sobre que abría con urgencia.

    —Discúlpame un momento —pidió a su cliente—. Si es lo que creo, llevo semanas esperándolo…

    —Puedo volver en otro momento —dijo él, nada complacido de perder la atención de la artista.

    —No, hombre, será sólo un minuto… —y desapareció con el sobre en su pequeño taller.

    Tomó asiento, se sujetó el cabello en la cima de la cabeza con un bolígrafo y rajó el envoltorio de plástico que protegía el envío. Sonrió al ver el grueso sobre acolchado que había dentro. Era lo que estaba esperando.

    Contenía un dossier con el programa, las instrucciones y los diseños que se presentarían durante el segundo festival internacional más importante del tatuaje, al que ella asistiría junto a B.B.Cox. Dos cosas llamaron su atención de inmediato. Un impactante folleto en forma de tríptico que exponía parte de su obra así como una breve biografía y una muestra de las tarjetas de visita que, junto con el tríptico, estarían expuestas en el stand del estudio. Las tarjetas llevaban su nombre junto al indicativo de colaboradora especial y, en el anverso, que reproducía uno de sus diseños más solicitados, aparecían las señas completas de su tienda en Ámsterdam.

    La mejor publicidad del mundo, pensó Harley con una sonrisa que no le entraba en la cara. Estaba tan ilusionada con el tema que, a pesar de saber que tenía a un cliente esperando, continuaba pasando una y otra vez las hojas del dossier y las maravillosas promesas de futuro que estas contenían. No dejaba de sorprenderle la capacidad del Dios del tatuaje para cambiar a mejor la vida de la gente a la que tocaba con su varita mágica, y lo poco que alardeaba de ello. Aquel voluminoso dossier no contenía ni un espero que te guste o un llámame si tienes dudas de B.B.Cox. Nada de nada. Así que, técnicamente, seguía sin noticias directas suyas desde hacía un mes.

    A cuarenta y ocho horas del día D, la ansiedad la estaba comiendo viva.

    En Londres…


    Amy acababa de doblar la esquina tras dejar su Mini Morris en el parking, cuando vio a su jefe cruzando la calle. Venía del aparcamiento exclusivo para propietarios de la zona.

    Sus pantalones negros decorados con múltiples hebillas contrastaban con la elegante chaqueta de cuello esmoquin que llevaba abierta, dejando expuesto un chaleco de terciopelo estampado en oro y negro, de estilo victoriano. Unas pequeñas gafas redondas con lentes espejadas y montura dorada ocultaban sus ojos, y sus labios iban a juego con el color dominante de su indumentaria, el negro. Habitualmente solía usar sombreros, pero hoy iba a cabeza descubierta, con su cabello rubio cortado en capas irregulares al viento. B.B.Cox no era demasiado alto, pero sus hombros eran anchos y su cuerpo, macizo. Puro músculo y fibra por donde se lo mirara. Su rostro era de facciones armónicas, que él había aprendido a realzar con el maquillaje. En conjunto, resultaba decididamente varonil.

    No pudo evitar pensar que el esquivo sol de aquella mañana londinense le daba un aire distante, como si acabara de llegar de otra galaxia y nada de cuanto lo rodeara fuera de su interés, cuando en realidad se trataba de una persona mucho más cercana y humana de lo que aparentaba. Para Amy había un antes y un después de B.B.Cox. Aquel tipo tan atractivo como excéntrico le había cambiado la vida.

    —¿Puedo darte los buenos días o todavía no te has tomado ningún café? —fue el saludo de Amy cuando los dos llegaron, casi al mismo tiempo, a la puerta del estudio.

    Sin embargo, la pregunta quedó temporalmente aparcada en el momento que Amy, que venía con las llaves preparadas para abrir, se encontró con que había luz en el interior. Ally, la empleada nueva, se había acordado incluso de darle la vuelta al letrero de abierto.

    Jefe y publicista intercambiaron miradas dudosas. Él abrió la puerta para dejarla pasar en primer lugar, y el suave aroma al incienso especial que hacía traer de Tahití, los envolvió. Todo estaba dispuesto para un nuevo día de trabajo en aquel lugar de marcado estilo gótico, con preponderancia de rojos y negros en el mobiliario y los decorados. Detrás del escritorio de roble que hacía las veces de mostrador, la veinteañera con pintas de haberse escapado del set de rodaje de una película de vampiros les dio la bienvenida.

    —¿Esto es real? —murmuró Amy en tono de confidencia.

    —Eso parece…

    —Verlo para creerlo.

    —Buenos días, señor Cox —dijo la muchacha, todo sonrisas.

    —Soy un señor, pero no hace falta que me lo recuerdes cada vez que me ves. B.B.Cox a secas, gracias —repuso él mientras seguía camino sin detenerse hacia su estudio privado.

    Los ojos de la recepcionista ni acusaron recibo del toque de atención ni abandonaron la portentosa silueta del tatuador.

    Amy hizo chasquear los dedos.

    —¿Holaaa, hay alguien aquí?

    —Sí, perdona, ¿que decías? —repuso la muchacha al darse cuenta de que la habían pillado in fraganti.

    —Dos cosas. Primero, baja del Limbo y presta atención a lo que te dice porque no es nada dado a repetirse. Y segundo… Está cañón, ¿eh?

    Aquel rostro pálido gracias al maquillaje, de pronto, cobró vida.

    —Es alucinantemente guapo… —repuso la muchacha, envuelta en un suspiro.

    Amy asintió varias veces con la cabeza.

    —Sí que lo es… pero, ¿sabes? Está totalmente fuera de tu alcance, del mío, y del de la mayoría de los mortales, así que te sugiero que dejes de mirarlo como si fuera una tarta de chocolate. No te la vas a comer. Y si él te pilla en una de esas miraditas, por decirlo en pocas palabras… Estás jodida.

    El estudio privado del tatuador, situado al final de un estrecho pasillo, era una amplia estancia con gran profusión de rojo burdeos en cortinas y tapizados, pero con un estilo gótico algo más moderno en el mobiliario, compuesto de dos librerías, un escritorio de roble, una mesa alta de dibujo con dos taburetes y un sofá de cinco plazas. Al igual que sucedía en las distintas dependencias del negocio, las paredes, de un azul claro, estaban cubiertas por innumerables diseños hechos en papel de calcar, solo que en este caso se trataba de B.B.Cox genuinos, bocetos que llevaban su firma.

    Él dio un sorbo al segundo café de la mañana, que volvió a dejar sobre la mesa auxiliar junto al candelabro. Arrancó la hoja del cuaderno, pensando que quizás era mejor dejarlo para otro momento, las vísperas de los grandes eventos internacionales, con su ajetreo y sus cambios de última hora, alteraban su ritmo habitual. El sonido del teléfono acabó de devolverlo del todo a la realidad.

    ¿El señor Brandon Baxter-Cox? —escuchó que decía una voz de mujer.

    —El mismo. ¿Con quién hablo?

    Buenos días, soy Clarisse Robinson, la directora del colegio de Hugo.

    —Ah, sí… ¿Está todo en orden? ¿A qué debo su llamada?

    En realidad, no del todo. Verá, Hugo no se ha presentado a su segunda clase del día. Por favor, no se alarme. No nos consta que haya abandonado las instalaciones, pero he preferido ponerle sobre aviso.

    El tatuador frunció el ceño. ¿No nos consta? La idea de que un niño de diez años pudiera andar deambulando solo por una ciudad extraña consiguió dispararle todas las alarmas. Un instante después ya estaba de pie, manoteando las llaves del coche.

    —¿Me está diciendo que lo han perdido? No doy crédito a lo que oigo.

    No, señor, por favor… No se alarme. Son niños, a veces, simplemente se distraen y pierden la noción del tiempo… Lo más probable es que esté en alguna de las aulas, entretenido con sus dibujos. No hay por qué pensar lo peor.

    B.B.Cox exhaló el aire por la nariz, irritado y sin hacer el menor intento de ocultarlo.

    —Voy para allá. Y más le vale que sea él quien me reciba cuando llegue —advirtió el tatuador que colgó sin esperar respuesta.

    Tomó su chaqueta y su bolso, y salió deprisa del despacho.

    —¿Te vas? —dijo Amy al verlo pasar veloz frente a su mesa—. Tenemos un montón de cosas…

    Él la interrumpió con un gesto de la mano, sin detenerse.

    —Vuelvo en cuanto pueda. Asuntos personales.

    Harley no pudo evitar sonreír al ver el nombre que parpadeaba en su móvil.

    —Empezaba a preocuparme de que a último momento te hubieras dado cuenta de que te voy a robar todo el protagonismo y te hubieras rajado —se adelantó, riendo.

    Estoy bastante segura de que a mi jefe eso es lo último que le preocupa.

    La sonrisa de la tatuadora perdió brillo. No era el Dios del tatuaje, sino su nueva publicista.

    —Ah, Amy, hola… Perdona, pensé que era él. ¿Qué tal?

    ¿A dos días del segundo festival más importante de Europa? Pues verás, estoy metida hasta las cejas en una vorágine de trabajo, con el equipo de colaboradores atacados de los nervios y mi jefe desaparecido, ocupándose de asuntos personales. O sea, una mierda, gracias. ¿Y tú? Advierto que es una pregunta de cortesía. Si tienes algún problema, no se te ocurra contármelo.

    —Ninguno, no te preocupes —repuso riendo—. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

    ¿Has mirado lo que te enviamos, tienes alguna duda?

    —No, está todo clarísimo. Por cierto, gracias; me ha encantado mi folleto, te ha quedado precioso.

    Me encanta que te encante, pero no es cosa mía sino de mi jefe, Harley. Como todo lo que tiene que ver con él, por otra parte. Es muy pesado con ese tema, así que tenlo presente.

    ¿Se había ocupado personalmente? Le hacía ilusión que fuera obra suya, y no de algún diseñador al que encargaran los trabajos de imprenta. Pensándolo bien, tampoco era de extrañar; su fama de excéntrico detallista que le sacaba brillo a su imagen profesional y a todo lo relacionado con ella, le precedía.

    —Tu jefe es muy pesado para todo, perdona que te lo diga —bromeó Harley.

    Mira quién fue a hablar; los creativos sois todos unos pesados, chica. A ver, sigamos, que tengo prisa… Tu billete lo recoges en el mostrador de Lufthansa en el aeropuerto. Me ha parecido lo más práctico para ti. El localizador de tu reserva de hotel te la he enviado a tu correo. Está pagada hasta el domingo, pero si quieres quedarte más días, me avisas para que lo gestionemos nosotros así te aplican nuestra tarifa, que es más barata. ¿Todo bien hasta aquí?

    —¿Todavía hay más? —volvió a bromear Harley.

    Ja, ja, ja, qué graciosa… Al llegar, en tu habitación del hotel deberías encontrar tu ropa del stand y tu set de tatuaje, pero si no es así, me llamas enseguida. Por lo visto, no es el hotel habitual para este evento y el cambio, cómo no, me ha tenido que tocar a mí…

    —¿De qué hablas? Uso mi propia ropa y mis propias herramientas, gracias.

    Desde Londres le llegó la risa irónica de Amy.

    No, no, no… Ni tu ropa ni tus herramientas. La palabra es marca, ¿recuerdas? Pero tranquila, me ha dicho que te diga que por supuesto, no pretende uniformarte y que se ha ocupado de que tanto el vestuario como tu caja de herramientas sean tan únicas como tú. Cito textual.

    La vanidad de Harley desplegó sus vanidosas plumas.

    —Bien. Dile a nuestro común jefe que si no es así, mi vestuario se lo pondrá él.

    También me advirtió que lo dirías y me pide que te diga que lo hará, aunque está seguro de que a él no le sentará ni la mitad de bien que a ti. ¿Conforme?

    —Y una mierda. Dile de mi parte…

    Eh, alto ahí… Que te dé sus mensajes es una cosa, entra dentro de mis muy bien remuneradas tareas. De tus mensajes, te encargas tú. Así que si no tienes ningún otro asunto, vuelvo a mi lista de pendientes, ¿de acuerdo?

    —Oye, te recordaba menos cascarrabias… ¿Qué pasa? ¿Las cosas con ese pedazo de novio que te has echado no van tan bien como deberían?

    —¿Y cómo sabes tú si tengo un pedazo de novio o no? Ah, ya… Y pensar que tooooodo el mundo lo tiene por el tipo más discreto a este lado de la galaxia. Pura fachada, está claro que Evel solo es discreto cuando se trata de sus asuntos. Ya le diré un par de cosas cuando le vea —se despidió Amy.

    La expresión de Harley se ensombreció cuando los recuerdos de un pasado lejano, regresaron a su mente con la misma fuerza de entonces.

    No sabes lo equivocada que estás. Evel es como una tumba. Doy fe de ello .

    Desde la caja donde cobraba al cliente, Jana había estado siguiendo de manera intermitente la conversación telefónica de su socia. Tan pronto la veinteañera se marchó de la tienda con su encargo, se acercó hasta Harley que, en aquel momento, volvía a guardar el móvil.

    —¿Alguna noticia de tu ídolo?

    —De su publicista. Él sigue desaparecido. Aparentemente, ocupándose de asuntos personales —dijo Harley.

    —Bueno, estás a sólo dos días de ver cómo reaparece…

    Jana lo había dicho en tono de broma. Ella también conocía el acentuado sentido de la privacidad del Dios del tatuaje y también las artimañas de las que echaba mano para seguir protegiendo su vida personal de curiosos y demás plagas.

    Harley asintió sonriendo. Aunque no iba a negar que le divertía más hablar con él que con sus intermediarios, le bastaba con saber que todo estaba en marcha y que en apenas cuarenta y ocho horas comenzaría su nueva vida.

    —¡Qué le vamos a hacer! Es increíble que alguien con una imagen pública tan llamativa, pueda ser tan paranoico con su vida personal. Pero allá cada cual con su locura —dijo la tatuadora.

    Jana intentó mostrarse tan animada como su amiga, pero la idea de que Harley estuviera unos días fuera no le hacía gracia. Algo que no pasó desapercibido a la tatuadora.

    —Eh, ¿no te alegras por mí? Llevas unos días muy rara, Jana. ¿Estás bien, cariño?

    Jana sacudió la cabeza y forzó una sonrisa en su rostro, intentando quitarle hierro al asunto.

    —No me hagas caso. Claro que me alegro por ti, estoy encantada con el giro que está dando tu vida y te lo mereces; era hora de que te llegara el reconocimiento internacional.

    Harley tomó las manos de su socia y amiga.

    —¿Me lo dices en serio o sólo estás intentando cerrarme la boca con un cumplido?

    —Lo digo absolutamente en serio. No te preocupes, es que…

    Harley buscó su mirada. ¿Cómo no iba a preocuparse? Desde hacía un tiempo a esta parte, ni su cabello a dos colores, rojo y rosa, lograba poner un poco de alegría en el aspecto de su socia. En apariencia, era la misma; su estilo grunge con toques metaleros, sus inseparables gafas de sol redondas, sus labios pintados de rojo bermellón… Pero era solo en apariencia.

    —Es que ¿qué? Me encantaría saber lo que te pasa. Puedes confiar en mí, ya lo sabes…

    Jana sacudió la cabeza. No podía decirle lo que realmente le sucedía, así que recurrió a la mejor excusa que se le ocurrió.

    —Es una tontería grande como una casa. —Miró a su socia, poniendo morritos—. Es que te echo muchísimo de menos cuando no estás… Ya sé lo que me vas a decir, que ya no tengo edad para estas tonterías, pero… Hemos pasado tanto y hemos salido adelante juntas. Eres mi familia, Harley y te echo muchísimo de menos…

    La tatuadora rodeó a su socia con los brazos al tiempo que la acunaba, cariñosamente.

    —Ay, cari ¹, solo serán unos días… En cuanto quieras darte cuenta, estaré otra vez aquí.

    Jana se apretó más fuerte contra Harley.

    —Tienes razón —le dijo.

    Sin embargo, sus ojos, que Harley no podía ver, lucían sombríos.

    2

    Las autoridades del colegio habían dado con Hugo en la sala de estudios de la tercera planta donde lo habían hallado sentado en el suelo, dibujando sobre un folio y rodeado de unos tebeos que había sacado de las estanterías de la sala. El pequeño había echado mano del recurso de sentirse enfermo para evitar que lo regañaran, pero todo su malestar se había desvanecido tan pronto Brandon le había informado a la directora que las clases se habían acabado para Hugo aquel día y se reanudarían, si el niño se encontraba bien, la mañana siguiente.

    No habían habido recriminaciones por parte de Brandon, nunca las había, pero aquel día en particular se había limitado a decirle que si no se encontraba bien, lo que debía hacer era decírselo a su tutora. Ese había sido el consejo del psicólogo a quien había llamado de camino al colegio; que evitara darle mayor trascendencia a las reacciones del niño. Hugo pasaba por una situación difícil, se había aferrado a él y cada vez que un viaje lo alejaba de casa, el miedo a quedarse solo tomaba el relevo y el niño lo manifestaba poniéndose enfermo o, como en este caso, armando un revuelo en el colegio.

    —¿Te has enfadado conmigo, padrino? —se animó a preguntarle cuando ya estaban en el ascensor que comunicaba el garaje con el hall de entrada de la casa.

    Brandon miró de reojo a Hugo. El uniforme del colegio lo hacía parecer un hombre en miniatura, con aquel blazer azul marino y la corbata a rayas gris y roja, pero no era más que un niño al que la vida había dejado huérfano de padre y de madre al mismo tiempo. Le partía el corazón que el pequeño estuviera pasando por un trago tan amargo.

    —¿Debería? ¿Qué me quieres decir, Hugo, que no te duele el estómago? —repuso el tatuador, fingiendo ponerse serio.

    El niño se encogió de hombros.

    —Tampoco me duele tanto… —murmuró sin mirarlo.

    —¿No te duele… o no te duele tanto? —insistió Brandon.

    Cuando Hugo alzó la mirada con expresión de cordero degollado, ya no pudo fingir más. Le despeinó el cabello cariñosamente.

    —El domingo a media tarde estaré de regreso. Si te apetece, podríamos ir al cine o donde quieras. ¿Qué opinas?

    No hizo falta que respondiera; el rostro del pequeño se iluminó con una sonrisa.

    —Muy bien —dijo el tatuador—. Ve pensándote el plan, ¿de acuerdo?

    En cuanto abrió la puerta de casa, Sigfried fue a su encuentro.

    —Buenos días, señor. Hola, Hugo. ¿Estás mejor?

    —Está perfectamente —dijo Brandon.

    —Qué noticia más buena… Aunque, la que tengo para usted no lo es tanto —dijo el mayordomo—. Toda su familia está en el salón posterior, lo siento.

    —¿Toda? —Era justamente lo que necesitaba para acabar de complicarse el día.

    El mayordomo asintió con expresión compungida.

    —Excepto su cuñada, que todavía no ha llegado.

    La cara de dolor del niño fue aún más explícita que la del propio Brandon, que rió de pura desesperación.

    —Parece que nos invaden las fuerzas enemigas. Vamos, coge el atajo a tu habitación, que yo te cubro la retirada —le dijo a Hugo, señalándole la puerta de servicio—. Y pase lo que pase, no asomes la nariz.

    —¡Gracias, padrino! —exclamó el pequeño. Un instante después había desaparecido de la vista.

    Brandon se quitó la chaqueta y se la entregó al mayordomo con un suspiro resignado.

    —Bueno, deséame suerte —dijo, poniéndose en marcha.

    Cuando Brandon entró en la habitación, todas las miradas se volvieron hacia él. Allí estaban todos, reunidos en petit comité, interesados en el pequeño Hugo y su travesura. Sabía que, en realidad, a lo que habían venido era a intentar convencerlo (una vez más) de que continuar a cargo del pequeño no era una buena idea. Pero él ni había necesitado pensárselo entonces, al enterarse del drama que se había cernido sobre la vida del niño, ni necesitaba hacerlo ahora, seis meses más tarde: tenía absolutamente claro que no permitiría que nada ni nadie interfiriera. El lugar de Hugo estaba junto a él.

    Pero eso no era algo que, al menos dos de las tres personas presentes en la sala, vieran con buenos ojos, y en vísperas del segundo evento internacional más importante del año, no tenía ni el ánimo ni la paciencia para debates. El objetivo era que se fueran de allí cuanto antes para que él pudiera regresar al estudio.

    —¿Y Hugo? —preguntó Perry Baxter mientras seguía a su hijo con la mirada por la habitación. Una mirada exhaustiva, que pasaba revista al aspecto de Brandon y ponía en evidencia, sin necesidad de palabras, que no aprobaba su estilo de vida.

    Quien respondió fue su esposa, Fay.

    —¿Acaso esperabas que viniera al salón para recibir tres regañinas en lugar de una? Estará en su cuarto, por supuesto.

    Brandon le hizo un guiño disimulado a su madre. De toda la familia, siempre había sido la única que no lo juzgaba. No podía decir lo mismo de su padre, que en aquel momento apartó la vista en un claro gesto de molestia. Brandon contaba con que muy pronto la molestia pasaría de los gestos a las palabras. Era lo habitual. Notó que su hermano Kyle también se conformaba con mostrar su desacuerdo con un gesto, en su caso, una mirada displicente que también, muy pronto, se convertiría en comentarios displicentes.

    —Está en su cuarto —corroboró el tatuador. A continuación, ocupó su sofá preferido bajo la mirada interesada de todos los presentes—. ¿Puedo saber qué es lo que estáis haciendo en mi casa?

    —Vamos, Brandon… Tú y esa actitud de tomarte estas cosas tan a la ligera empiezan a resultar cargantes. Es un niño y este no es su país. Si algo le sucediera… —terció Kyle.

    Los ojos del tatuador, de un profundo azul, se posaron sobre los de su hermano menor, igual de azules. Todo el mundo decía que se parecían mucho, pero Brandon solo se reconocía en el color de aquellos ojos que miraba mientras contaba hasta veinte antes de responder.

    —No va a sucederle nada.

    —Claro, como eres adivino…

    Brandon cruzó una pierna sobre la otra y miró a su hermano con aquel gesto que anticipaba un combate sangriento.

    —Es cuestión de estadísticas. Ha perdido a su madre y a su padre al mismo tiempo, y como era la única familia que tenía, se ha quedado solo en el mundo. Por suerte, un testamento vital lo dejó a mi cargo, pero claro, también supuso mudarse a un país extraño y dejar atrás todo lo que conformaba su vida; su casa, su barrio, sus compañeros del colegio, sus conocidos, sus amigos… Hugo ha cubierto su cuota de desgracias e infortunios. Está en el fondo del pozo, así que ahora, solo puede ir hacia arriba.

    —A ver, señores, que yo no he venido para presenciar este duelo de gallos de corral —se quejó Perry—. ¿Qué es lo que ha sucedido, Brandon?

    Él apartó momentáneamente la mirada de su hermano y la puso en su padre.

    —No sucede nada. Sólo es un niño intentando adaptarse a su nueva vida. Está perfectamente.

    —Perfectamente no puede estar desde el momento que necesita organizar estas situaciones y tenernos a todos con el corazón en un puño.

    Brandon se armó de paciencia.

    —Pues dile a tu corazón que regrese al pecho, que ya me basto yo para ocuparme del asunto, y también para preocuparme, si hace falta.

    —¿Si hace falta? —intervino Kyle—. No es nada normal que el niño tenga esos arranques de locura cada dos por tres. No es normal que cuando debería estar jugando con otros amiguitos de su edad, esté escondido en un rincón con sus libros y su cuaderno de dibujo, y se pase las horas muertas sin decir una palabra. No es normal, Brandon. Debería estar en tratamiento, no ir a ver al psicólogo; un tratamiento psiquiátrico de verdad. Y debería estar en un entorno que favoreciera su recuperación.

    —¿Te refieres a uno como tu casa, contigo y con tu mujer? —repuso el tatuador con ironía. Se le estaba viendo el plumero. Toda esa cháchara solo venía a cuento de una cosa; sus intereses.

    —Por ejemplo.

    Y una mierda.

    —Hugo está donde debe estar y aquí seguirá —sentenció el tatuador.

    —Estoy de acuerdo con Kyle —intervino Perry.

    Fay exhaló un suspiro pensando que su marido bien podía haber mantenido la boca cerrada en vez de arrimar leña al fuego.

    —Vaya novedad; sueles estarlo.

    —No seas cínico, Brandon. Céntrate en el tema antes de que se te escape de las manos, hijo. Ya me pareció bastante malo, bastante preocupante, que aceptaras hacerte cargo de un niño de tan corta edad, justamente tú, que eres la antítesis de la vida en familia. Y entiendo los compromisos que pudieras tener con los padres de la criatura. Es más, si las cosas fueran bien, lo aceptaría. Pero no es el caso. Tu forma de vivir es lo opuesto a lo que ese niño necesita. Es tu ausencia la causa de sus pataletas.

    —No son pataletas, padre, es dolor. Cada persona lo expresa como puede. Hugo se ha aferrado a mí porque soy lo único conocido que le queda, y cuando tengo que marcharme, sufre.

    —Lo cual no sería un problema si no te marcharas tan a menudo, ¿no te parece? —intervino Kyle, confirmando una vez más que las treguas siempre eran temporales entre los hermanos—. Mírate, no eres precisamente el prototipo de un tutor normal —dijo señalándolo con la mano.

    Brandon respiró hondo. Era muy consciente de que la imagen de su marca comercial no era la más adecuada para la función legal que desarrollaba en relación a Hugo. De hecho, tan consciente era de que no podía presentarse con su uniforme de B.B.Cox en el colegio del niño, que se había cambiado parte de la indumentaria (siempre llevaba ropa de calle en el maletero), y había limpiado su cara del maquillaje todo lo que unas toallitas desmaquillantes le habían permitido. A pesar de lo cual, la directora lo había mirado con cierta extrañeza.

    En el mundo de los Baxter todo era cuestión de imagen, sólo que la suya estaba en las antípodas de la tradicional y conservadora visión de su padre y de su hermano. En cualquier caso, eso le parecía lo de menos. Aunque su vida y su profesión fueran tan respetables como las de su familia, ellos seguirían cuestionando su capacidad para hacerse cargo de un niño de diez años.

    —No es mi indumentaria profesional lo que me hace ser mejor o peor tutor legal. Y, para que conste, a Hugo le divierte muchísimo.

    —¡Es un crío! —exclamó Kyle—. Si por él fuera, vestiría de Hombre-Araña todo el día. Naturalmente que encuentra divertido tu disfraz de Conde Drácula. Pero esa no es la cuestión. Tú debes darle estabilidad porque eso es lo que un niño necesita. Un hogar, una familia, alguien que ejerza de madre y alguien que ejerza de padre. Todos necesitamos eso. ¿Eres tú capaz de dárselo?

    Resultaba irónico que alguien que no se quitaba la pajarita ni para ir a tomar el brunch, utilizara la palabra disfraz para referirse a su vestuario. Del resto de la frase, mejor no hablar, pensó el tatuador.

    Brandon intercambió miradas con su madre. Pudo leer en la suya la misma frase que ella siempre le decía. Déjalo estar. No merece la pena discutir. Su propia practicidad le hacía estar de acuerdo con ella. La mayoría de las veces, esta no.

    —Desde que Hugo ha puesto un pie en Inglaterra, has estado intentando por activa y por pasiva convencerme, convencernos a todos, de que el mejor lugar para él es tu casa, irse a vivir con tu mujer y contigo. Por supuesto, no estoy de acuerdo, pero, además, resulta que Hugo no quiere. Lo cual no te ha impedido seguir insistiendo. Así que te lo voy a decir con claridad. Sé cuánto deseáis tener un hijo y lamento en el alma que a Gayle le esté costando tanto quedarse embarazada, pero Hugo no es una opción. Seguirá aquí, conmigo, porque además de ser la última voluntad de sus padres, es lo que los dos queremos. Y con esto, Kyle, cierro este tema definitivamente —sentenció el tatuador, tras lo cual se puso de pie dando la reunión por terminada—. Lo siento, tengo que volver al trabajo. Os sugiero que hagáis lo mismo.

    Después de abandonar el salón, Brandon fue directamente a la habitación del niño. Golpeó la puerta y esperó respuesta.

    ¿Quién es?

    —Soy yo, Hugo. ¿Puedo pasar?

    —Bueno…

    Al entrar, comprobó que estaba echado de espaldas sobre la moqueta con un tebeo en las manos, leyendo. Brandon fue a sentarse a su lado. Apoyó la espalda contra el borde de la cama y permaneció mirando en silencio a aquel ser que tanto le había cambiado la vida. Nunca había sido aficionado a los niños. De hecho, a los treinta y dos años, formar una familia seguía sin estar entre sus aspiraciones. Hugo no era consciente del cambio radical que había supuesto en su vida. Lo había cambiado todo y ocupaba un lugar tan importante ya que, sencillamente, no concebía sus días sin él. La cuestión era que, aunque frente a su padre y su hermano lo negara, sabía perfectamente que su estilo de vida no se adecuaba a las necesidades del niño. Y eso lo enfadaba, porque se sentía responsable de sucesos como los de aquella mañana. Y no por la preocupación que habían conllevado, ni por las prisas ni los nervios de pensar que pudiera haberle pasado algo, sino porque podía sentir el dolor de Hugo, y eso le hacía un daño terrible.

    —¿Cómo está tu estómago?

    El niño lo miró brevemente.

    —Estoy bien. Me dolía la tripa, pero ya pasó.

    Brandon asintió con la cabeza varias veces. Hugo sufría, pero su dolor no era físico.

    —Sólo serán cuatro días, no tienes que preocuparte. Si pudiera llevarte lo haría, pero tienes que quedarte aquí, ¿lo entiendes?

    —Sí… Bueno, no… Siempre hago lo que me dices y no te molestaría, padrino. ¿Por qué no puedo ir contigo?

    —Primero, porque tienes que ir al colegio. La educación es importante, Hugo. Y además, en nuestro caso, hay muchos ojos pendientes de lo que sucede contigo. Si faltaras a clase, si tu educación no avanzara como debe, tendríamos problemas. Segundo, el mundo en el que yo me muevo profesionalmente no es adecuado para un niño. Y tercero, en el momento en el que la prensa detecte tu existencia, ya no serás dueño de tu vida. Sé que ahora no entiendes lo que esto significa, pero, créeme, no es nada fácil vivir cuando todo lo que haces aparece en los periódicos. Es fundamental que puedas seguir manteniendo la vida de un niño hasta que dejes de serlo, y si me presento contigo en un evento, habrá preguntas y fotos. ¿Qué es lo que vamos a responder? ¿Quieres tener a los periodistas indagando en nuestra vida y en la de tus padres? Yo no.

    El niño siguió pasando las hojas de su tebeo como si intentara que aquel mundo de fantasía al que era tan proclive, lo separara de una realidad en la que sus padres habían muerto y se había quedado solo.

    Brandon tomó el tebeo suavemente y se lo quitó de las manos. Hugo se sonrojó de inmediato.

    —Si estás enfadado conmigo, dímelo. No me ignores.

    —No estoy enfadado, pero sigo queriendo ir contigo —dijo el niño, haciendo un gesto tristón con los labios.

    Brandon no se ablandó. Era un tema demasiado importante para ceder ante aquellos ojitos de cordero degollado.

    —Sólo serán cuatro días —insistió.

    —Ufffff. Vaaaale. ¿Me quedaré aquí con Fay o…? —quiso saber el niño. No completó la frase, pero ambos sabían a qué se refería. Lo había oído demasiadas veces.

    —¿Y dónde si no? Aquí, en tu casa, por supuesto. —Brandon tomó una mano del niño, instándolo a que se sentara a su lado—. Oye, mi vida es una locura, pero la estoy cambiando. Tú y yo somos un equipo, Hugo. Nos las arreglaremos, ¿de acuerdo?

    El niño asintió y, para alivio de Brandon, le echó los brazos alrededor del cuello.

    Amy volvió a dejar el teléfono sobre el escritorio y se puso de pie. Su jefe, que llevaba en paradero desconocido desde primera hora de la mañana, había aparecido al fin y desde entonces, no había salido de su estudio. Ahora, acababa de pedirle que fuera a verlo.

    Al acercarse al estudio, notó que la lámpara en forma de semáforo que custodiaba su privacidad, técnicamente, le estaba prohibiendo el paso. Abrió la puerta despacio y asomó la cabeza; él no estaba la vista. Avanzó de puntillas sobre la moqueta hasta que al fin lo encontró, repantigado en su sofá de pensar, hojeando un gran cuaderno de dibujo.

    —¿Estás seguro de que puedo entrar? Tu semáforo está en rojo —dijo Amy al ver que él continuaba a lo que estaba, aparentemente ajeno a su presencia.

    B.B.Cox estaba tan concentrado en los diseños que revisaba, que ni siquiera se había percatado de que ella había entrado. Alzó la vista. Amy notó que, debajo de unas frondosas cejas rubias, su mirada de pocos amigos le informaba que las bromas no eran bienvenidas.

    Amy no se dejó intimidar por ella.

    —Venga, hombre, que yo esté de los nervios se entiende, es mi primer gran evento internacional, pero tú ya eres perro viejo en estas lides, ¿no me dirás que estás nervioso? Vale, me callo —añadió al notar que la mirada del tatuador se endurecía, pero permaneció mirándolo con una media sonrisa.

    —Gracias —repuso él. Continuó hojeando el cuaderno mientras pensaba en la forma de no parecer demasiado ansioso por conocer la información por la cual le había pedido que fuera a verlo. Pero ahora que ella estaba allí, le resultaba incómodo preguntar.

    —Perdón por la interrupción, pero ¿te acuerdas de que me has pedido que viniera? —volvió a decir Amy al cabo de un rato.

    Él sonrió para sus adentros. Le gustaba el desparpajo de Amy y, aunque intentara mantener las distancias porque esa era su reacción natural en todas las circunstancias, tenía razón; la había mandado llamar. Lo lógico era dejar de pensárselo tanto y decir algo.

    —¿Tienes prisa? —repuso él, mirándola brevemente, tras lo cual regresó a los diseños.

    Amy se tragó la carcajada. Sin embargo, no se quedó de brazos cruzados, tomó uno de los taburetes que había frente a la mesa de trabajo del tatuador, lo acarreó hasta la mitad de la alfombra y acto seguido se sentó. Cuando él volvió alzar la mirada, ella se encogió de hombros.

    —Lo entenderías si llevaras mis tacones —se limitó a explicar.

    Jefe y publicista permanecieron mirándose. Al final, B.B.Cox sacudió la cabeza al tiempo que sonreía y ella, directamente, se echó a reír.

    —Eres imposible —admitió él.

    —Pero te hago reír. Y unas buenas risas se agradecen en momentos de tensión. ¿Estás nervioso? A mí me lo puedes decir. Te juro que soy como una tumba.

    —Hace mucho que he dejado esa fase atrás —repuso él con displicencia.

    Lo que acababa de decir no era del todo cierto. Había cierto nivel de ansiedad no reconocido, que no tenía que ver con la organización del evento como daba a entender, sino con esa parte de él, el artista, que volvía a estar delante del público, creando en vivo y en directo. Los eventos internacionales más importantes, no más de una veintena al año, eran los únicos momentos en los que él se ponía los guantes y ofrecía espectáculos de tatuaje en directo, ya que en el resto de las muchas ferias y festivales menores en los que tomaba parte, su presencia era simbólica. El grueso de sus ingresos provenía de su acaudalada clientela que requería sus servicios a nivel privado y, normalmente, la elaboración del diseño a tatuar se planificaba con tiempo.

    El ligero cosquilleo, como si la sangre burbujeara en sus venas, que dominaba las horas previas a su participación en uno de estos grandes eventos, era lo más próximo al nerviosismo del común de los mortales. En él era, simplemente, un poco de ansiedad.

    Sin embargo, en este caso, había circunstancias añadidas que lo tenían nervioso. En primer lugar, tener que estar lejos de casa durante cuatro días. Y en segundo lugar, Harley.

    —Bueno, si no estás nervioso, ¿qué es lo que se te ofrece? —insistió Amy que ya empezaba a impacientarse de estar allí sin hacer nada, mientras en su mesa la lista de pendientes continuaba esperándola—. No es por meterte prisa, pero ¿sabes que soy yo quien se ocupa de la organización de todos tus asuntos profesionales? Todavía me quedan unas cuantas cosas por hacer y el festival comienza en dos días…

    —¿Mi reserva está en orden?

    —Sí. Te he dejado el billete de avión sobre tu mesa. ¿No lo has visto? —Amy enseguida se levantó para ir a comprobarlo—. Aquí está, BB.

    Él miró el sobre que Amy señalaba y movió la cabeza afirmativamente.

    —¿El hotel tiene claro lo que queremos?

    —Sí. Lo tienen por escrito, y hablé directamente con la persona responsable.

    B.B.Cox volvió a asentir. Continuó hojeando el cuaderno de dibujo unos instantes y al fin, fue al meollo de la cuestión.

    —¿Has hablado con Harley?

    —Claro.

    —¿Y está de acuerdo? ¿Le ha parecido bien?

    Amy se quedó mirando a su jefe mientras su mente se dedicaba a hacer las asociaciones oportunas.

    —¿Me has hecho venir para preguntarme por Harley?

    Él alzó la mirada y el solo gesto fue suficiente para que Amy hiciera el ademán de ponerle una cremallera a su boca y permaneciera mirándolo atentamente.

    —¿Le has explicado lo de su indumentaria y sus herramientas?

    —Sí, y tal como esperabas, opuso resistencia. Pero, tranquilo, logré dominar la situación.

    Un amago de sonrisa atravesó fugazmente el rostro del tatuador que, sin embargo, se las arregló para permanecer serio.

    —¿Tenía alguna duda?

    —No, dijo que todo estaba clarísimo.

    —¿Y el tríptico? —preguntó mientras seguía pasando las hojas del cuaderno.

    —Le encantó. Me dio las gracias y me dijo que me había quedado muy bonito —lo pinchó a propósito. Él alzó la mirada nuevamente—. Tranquilo, le dije que habías sido tú.

    —Así que le gustó…

    —Sí, pero, ¿sabes?, creo que le habría gustado mucho más que fueras tú quién la llamara —repuso Amy.

    La mirada del tatuador le indicó que lo dicho no había sido de su agrado antes de que lo hicieran sus palabras.

    —No trato directamente con mis colaboradores.

    B.B.Cox detestaba hablar por teléfono y, desde el primer momento, había delegado en ella todas las cuestiones relacionadas con el contacto de sus colaboradores. Poco después, Amy se había enterado de que siempre había sido así. Él no trataba directamente más que con su publicista y el personal de su estudio londinense. Sin embargo, lo que tenía con Harley, la cercanía -incluso física- que Amy había visto entre ellos y que no había presenciado antes en ninguna otra circunstancia, le habían llevado a pensar que entre ellos había algo más que una simple relación profesional.

    —Es cierto, no lo haces. Pero que yo recuerde, tampoco te preocupas de conocer en detalle mis conversaciones con ellos. Así que me ha dado por pensar que Harley no es como cualquier otro colaborador para ti… A lo mejor estoy equivocada, claro —dejó caer Amy y al ver la (mala) acogida que tenían sus palabras, rectificó de inmediato—. Lo sé; tampoco es asunto mío. Vale, vale, ya mismo me voy y te dejo seguir con esos dibujos tan interesantes…

    Cuando Amy se marchó, B.B.Cox fue hasta su mesa. Abrió su copia del dossier que ella había hecho llegar a todos los artistas colaboradores del festival. Desplegó el tríptico dedicado a Harley R. Había quedado fantástico. La obra de la tatuadora era colorista y rebosaba vida, algo doblemente meritorio si se tenía en cuenta que como especialista en tatuaje reconstructivo, su lienzo de trabajo distaba mucho de ser el idóneo. Las imágenes parecían escapar del folleto y tomar forma real. Sus tatuajes eran como ella; fuerza, energía, vida. Como si una llama imperecedera ardiera en su interior que, en su necesidad de manifestarse, se expresaba en todo; desde sus arrebatos de mal genio hasta sus combinaciones de ropa imposibles, desde su exuberante belleza exterior hasta su generoso corazón que en tantos problemas la había metido en el pasado. Harley era el ser más extraordinario que había conocido en su vida. Y el más caprichoso y competitivo. Podía llegar a ser insoportable cuando se lo proponía.

    Pero era la única persona que podía ayudarlo a liberar el tiempo necesario para ocuparse de Hugo. El festival no era más que la primera de una serie de colaboraciones internacionales, ya que si todo salía como esperaba, dentro de poco ella asistiría en su lugar a los distintos eventos, y él se quedaría en Londres, con Hugo. No había razón para estar nervioso.

    Algo en su interior, sin embargo, seguía diciéndole que acudir a Harley había sido una pésima idea.

    3

    Jueves 4 de marzo de 2010.


    Andrew Blackmore, más conocido en el mundillo de la prensa especializada en tatuajes como André ya estaba allí, cerca de los mostradores de facturación, comprobando su móvil; treinta y pocos que parecían muchos menos, y la misma pinta de universitario pijo de siempre. B.B.Cox lo vio en cuanto entraron en el terminal de salidas del aeropuerto de Heathrow y apartó rápidamente la mirada. Con un poco de suerte, quizás no se percataría de su presencia entre tanta gente, y conseguiría escabullirse sin ser visto.

    —Parece que es la hora del espectáculo —comentó un segundo después, al comprobar que la suerte no lo había acompañado.

    Amy, que también lo había visto, le ofreció un salvoconducto.

    —Si quieres, lo entretengo mientras tú haces el check-in.

    B.B.Cox descartó la idea con un gesto. El tipo no había llegado a convertirse en el reportero estrella de la prestigiosa Tattoo Magazine por casualidad. Venía acompañado de uno de sus fotógrafos habituales, de modo que estaba claro que le habían asignado cubrir la noticia de la feria de Frankfurt. Más tarde o más temprano le tocaría lidiar con él.

    Además, dado que estaba allí, lo más probable era que también le tocara compartir el vuelo. Algo que quedó claro cuando los dos se dirigieron al mismo mostrador desde distintas direcciones. Jefe y publicista intercambiaron miradas resignadas, pero enseguida, Amy se puso a hablar con la azafata en el mostrador.

    —Qué suerte la mía, si voy a compartir avión con el dios entre dioses… —lo saludó el reportero al tiempo que le ofrecía su mano después de darle un repaso descarado—. Tienes que contarme cuál es tu secreto, chico. ¡Cada vez que te veo estás mejor!

    B.B.Cox apenas rozó sus dedos con amaneramiento y sus ojos, perfilados por una línea negra perfecta le devolvieron el repaso, en su caso, con elegancia.

    —André… —lo saludó a su vez—. Te puedo contar muchas cosas sobre mis nuevos proyectos, sobre la nueva colección en la

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