Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.: Extras Serie Moteros, #10
Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.: Extras Serie Moteros, #10
Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.: Extras Serie Moteros, #10
Libro electrónico351 páginas3 horas

Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.: Extras Serie Moteros, #10

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¡Es diciembre y el bar The MidWay se prepara para dar la bienvenida al primer bebé motero entre sus filas!

 

Si te enamoraste de Dakota en Princesa y te mueres de ganas de conocerlo en su faceta de «papá primerizo», no puedes perderte esta nueva entrega de Los moteros del MidWay. ¡Los suspiros están asegurados… y las risas también!

 

Secuencia de lectura recomendada:

Princesa. (Serie Moteros #1)

Los moteros del MidWay, 1 (Extras Serie Moteros #1)

Los moteros del MidWay, 2 (Extras Serie Moteros #2)

Los moteros del MidWay, 3 (Extras Serie Moteros #3)

Momentos Especiales - Dakota & Tess (Extras Serie Moteros #4)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 mar 2021
ISBN9788412087949
Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.: Extras Serie Moteros, #10
Autor

Patricia Sutherland

Su estreno oficial en el mundo romántico español tuvo lugar en abril de 2011, de la mano de Princesa, una novela que aborda el controvertido asunto de la diferencia de edad en la pareja, y que ha enamorado a las lectoras. Han sido sus apasionadas recomendaciones y su permanente apoyo, las que han convertido a Princesa en un éxito y a Dakota, su protagonista, en el primer héroe romántico creado por una autora española que cuenta con su propio club de fans en Facebook. En noviembre de 2012, Princesa obtuvo el I Premio Pasión por la Novela Romántica. En dicho mes, asimismo, fue nominada en tres categorías, Mejor Novela, Mejor Autora Chicklit y Mejor Portada en el marco de los I Premios Chicklit España. Un año más tarde, en noviembre de 2013, salió Harley R., la segunda entrega de la Serie Moteros de la que Princesa es ahora el primer libro, una novela sobre el amor después del desamor y las segundas oportunidades. En febrero de 2014, Harley R. resultó ganadora del II Premio Pasión por la Novela Romántica y más tarde fue nominada al Premio Rosas Romántica'S 2013 y a los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2013. Su último trabajo publicado es Harley R. Entre-Historias, un apasionado "spinoff" de Harley R., que salió en abril de 2015. También es autora de la serie romántica Sintonías, compuesta por Volveré a ti, Bombón, Primer amor, Amigos del alma y Simplemente perfecto, que quedó 2ª Finalista en los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2014. Patricia Sutherland nació en Buenos Aires, Argentina, pero está radicada en España desde 1982.  Más información en su página oficial: Jera Romance www.jeraromance.com

Lee más de Patricia Sutherland

Autores relacionados

Relacionado con Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.

Títulos en esta serie (14)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Romance contemporáneo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres. - Patricia Sutherland

    Episodio 1

    Viernes, 3 de diciembre de 2010.

    Buhardilla de Dakota & Tess.

    Hounslow, Londres.


    Dakota subió la escalera que conducía a la buhardilla de dos en dos peldaños. Acababa de llegar del taller e iba silbando una canción que no dejaba de sonar por todos lados, como llevaba haciendo desde la mañana. Una señal inconfundible del especial buen humor con el que se despertaba los viernes, ya que era el único día de la semana en el que podía dedicarse a dar los últimos retoques a la habitación de la niña con la ayuda del padre de Tess. Además, también era el único día que la editorial cerraba por la tarde y no se tropezaba con Diana, la socia de su mujer, a cada paso que daba. Le caía bien, era divertida y había sido un gran apoyo durante las semanas que Tess debía guardar reposo, pero aquel lugar era su casa y Dakota ya no recordaba lo que era abrir la puerta y tener a su bollito sólo para él.

    Su bollito, que ahora se parecía más a un dónut tamaño familiar relleno de nata, pensó divertido. Eso era algo que a ella le preocupaba y, en cambio a él le encantaba; porque si antes estaba buenísima, ahora…

    Con unos pensamientos tan estimulantes dando vueltas por su mente, Dakota entró en la buhardilla mucho más eufórico que de costumbre. Dejó la cazadora y el casco sobre una silla y llamó a su mujer a voz en cuello mientras avanzaba por la casa dando grandes zancadas.

    —¡Teeeeeeeeesssssss!

    La vocecita dulce de la editora no tardó en hacerse oír.

    —¡Sí, amor, estamos aquí, en la habitación de la niña!

    Los pasos de Dakota se volvieron más lentos de repente y su sonrisa se desdibujó un poco.

    ¿Estamos?… ¿Tú y quién más?

    Dakota no tardó en averiguarlo y el descubrimiento no fue precisamente de su agrado. Richard bajó la cabeza para esconder su sonrisa al ver cómo se había transformado la cara de su yerno.

    —Hombre, pero si ya estás aquí… —lo saludó Amelia, después de darle un repaso crítico a sus habituales pintas de sepulturero—. Le estaba diciendo a Tess qué bonito está quedando el cuarto de la niña… Se nota la mano de mi marido.

    Dakota se ahorró comentar que no habían sido las manos de Richard Gibb las únicas implicadas en el asunto. Sin ir más lejos, él se había deslomado con buena parte de las tareas de las que su suegro no podía ocuparse por su problema de huesos, a saber; cargar ladrillos, bolsas de arena y sacos de cemento como si en vez de un motero fuera una mula.

    Tess, que se dio cuenta al instante de la clase de pensamientos que circulaban por aquella hermosa cabeza de larga melena rubia, estiró el brazo para acariciarle al tiempo que decía:

    —Mis dos hombres favoritos se han esmerado a fondo, ¿verdad, amor?

    Los ojos enamorados de Dakota le comunicaron a Tess cuánto le había gustado la caricia, mientras sus palabras se ocupaban de hacer las aclaraciones oportunas.

    —¿Dos hombres favoritos? Eso vas a tener que explicármelo bien. Despacito y de muy cerca —subrayó, haciendo reír a su mujer.

    —De eso no hay duda —intervino Richard—. Mi cuerpo ya no está para tantos trotes, así que el pobre Dakota ha tenido que doblar la espalda a base de bien…

    En esta ocasión fue Amelia quien se ahorró los comentarios. Era la habitación de su hija, ¿quién debía deslomarse, si no él?

    —Bueno, sí… La cuestión es que ha quedado hermosa.

    Amelia tenía razón. Dakota y Tess le habían dado muchas vueltas hasta decidirse con aquel asunto. Finalmente, se habían decantado por ampliar la buhardilla, añadiendo una habitación y una pequeña sala de juegos, situadas a continuación de la oficina de Tess. La habitación tenía una entrada independiente desde el largo pasillo que atravesaba la casa y otra que conectaba con el estudio de Tess. Para los primeros meses, habían dispuesto un rincón del dormitorio matrimonial donde actualmente estaba la cuna.

    La habitación era tan amplia como la de Dakota y Tess, pero se hallaba dividida en dos estancias: la habitación propiamente dicha, y la sala de juegos situada a la derecha de la puerta que daba al pasillo. Las obras todavía estaban en la fase de pulir los detalles del suelo y de las paredes, pero calculaban que en un par de semanas ya podrían montar los muebles. El suelo estaba recubierto de madera sobre la cual pondrían alfombras infantiles en las zonas destinadas al juego. Las paredes habían pasado por un paso previo de insonorización, al igual que ocurría con el resto de la buhardilla, y ahora estaban trabajando en la última de las paredes que quedaba por terminar, la del fondo de la habitación. Era la más laboriosa, ya que alternaba la mitad inferior pintada del mismo color gris azulado dominante en la estancia, con el papel pintado que Tess había encargado personalizar con un diseño que alternaba gruesas franjas grises y otras de un rosa pálido con pequeños lunares en blanco. Las otras tres paredes mostraban una cobertura de madera muy clara en la mitad inferior mientras que la superior estaba pintada de gris azulado.

    En la parte central del papel pintado había una franja libre de lunares destinada a lucir el nombre de la pequeña pero, dado que sus padres aún no lo habían decidido, dicha zona continuaba allí, como un recordatorio de lo que estaba pendiente. Amelia no perdió la ocasión de recordárselo y, de paso, de insistir en su propuesta.

    —Hermosa y a medio terminar. ¿Todavía no sabéis cómo vais a llamar a la pequeña? Pobre criatura. Estás de treinta y ocho semanas, Tess… Me pregunto si pensáis resolverlo en el último momento arrojando una moneda al aire. Por las dudas, os recuerdo mi propuesta: Diana es un nombre precioso. Es elegante, sonoro y muy querido en este país, como ya sabéis.

    Tess se tomó la nueva intromisión de su madre con deportividad. Siempre había sido una metomentodo y no tenía sentido esperar que eso fuera a cambiar en el futuro, pero la relación madre e hija había mejorado mucho después de que Tess le hubiera puesto los puntos sobre las íes, hacía ya varios meses.

    —No te preocupes, mamá, creo que estoy a punto de convencerlo. ¿Verdad, amor?

    Dakota se rió para sus adentros. Lo que creía era que su mujer estaba cantando victoria antes de tiempo, pero eso tenía arreglo. Lo que ya no le causaba tanta gracia era el comentario de su suegra. La pequeña se llamaría Diana por encima de su cadáver.

    —Y yo me pregunto quién le ha dado vela en este entierro… —repuso con todo su descaro, haciendo que Richard y Tess miraran a otra parte y que Amelia se mordiera la lengua para no decir lo que pensaba. Era lo mismo que había pensado siempre de él, pero desde que su hija le había dejado claro que la libertad de expresión no era bien vista en su casa, le tocaba tragarse sus opiniones día sí y otro también.

    Dakota no se quedó a esperar la reacción de su suegra, le daba igual lo que pensara o lo que dijera. Pasó a su lado como si ella fuera una columna más de las que sostenían el techo de la buhardilla al tiempo que le decía al padre de Tess:

    —Me cambio de ropa y vuelvo enseguida. A ver si hoy acabamos con la madera.

    Después de que el padre de Tess fuera a reunirse con su mujer y su hija en el salón, antes de marcharse a su casa, Dakota continuó trabajando un rato más. No por amor al arte ni porque la laboriosa tarea de fijar las láminas de madera a la pared fuera especialmente de su agrado. El único tipo de trabajo manual que le gustaba tenía que ver con tuercas y piezas de motores. Pero estar en aquellos veinte metros cuadrados lo hacía sentir cosas que nunca antes había sentido. Ver cómo aquella habitación iba tomando forma mientras avanzaban los días y el nacimiento de la niña se acercaba, era una sensación sin precedentes en su vida. Una mezcla de alegría, expectación y emoción. Una clase de emoción rara que sabía que estaba directamente relacionada con su hija porque nunca antes había experimentado algo semejante. Lo cual no evitaba en lo más mínimo que se enfadara cuando las cosas no quedaban como él quería y que reaccionara como el macarra deslenguado que siempre había sido.

    Eso era exactamente lo que acababa de suceder. Al fijar el clavo que sostenía la lámina de madera en su sitio, no atinó con el golpe y el martillo acabó impactando parcialmente sobre su dedo.

    Un «¡mecagoentodo!» resonó en la habitación vacía como si lo hubiera dicho a través de un micrófono.

    —Tú no oigas, nena. Es que tu viejo se acaba de dar un soberano martillazo en el dedo y no veas lo que duele… —Dakota soltó una risotada al comprender que no existía ninguna posibilidad de que alguien lo hubiera oído, ya no hablar de su niña, que aún no había nacido.

    Pero el motero estaba equivocado. Alguien lo había oído. Alguien que estaba profundamente enamorada de él y cuyo amor crecía a medida que pasaba el tiempo y él se quitaba otra capa más de su personalidad de Gran Dakota, dejándole ver la auténtica naturaleza del hombre que se escondía detrás.

    —¿Has oído a papá, pequeña? ¡Tápate las orejitas que esto es lenguaje de adultos! —dijo Tess.

    Dakota volvió la cabeza con una sonrisa.

    —¿Ya me estás echando de menos? —Fue lo que salió de su boca después de darle un repaso a la mujer que con un elegante vestido sin mangas rojo y negro a cuadros, un jersey negro de cuello vuelto y unas botas a juego, lo miraba sonriente desde la puerta. El pensamiento que acudió raudo a su mente también fue el de siempre: «qué buena estás, bollito».

    —Eso siempre… Está quedando precioso. Creo que a nuestra niña le va a encantar…

    —Y yo creo que como me siga lesionando entre estas cuatro paredes, la primera palabra que dirá la peque no va a ser «papá» o «mamá» —repuso él, tronchándose de risa.

    —Tú no te preocupes por eso, amor. Ya me ocuparé yo de pulir su lenguaje adecuadamente.

    Dakota dejó las herramientas en la caja y se acercó a su mujer limpiándose las manos con el trapo que llevaba prendido a la cintura del pantalón mientras pensaba en su respuesta.

    —¿Va a haber otra repipi ¹ en la familia? —preguntó cuando ya estaba frente a ella, muy cerca. Tanto que Tess tuvo que elevar el mentón para poder mantenerle la mirada.

    —¿Acaso lo dudabas? Tú encandilas a todo el mundo con tu presencia. Cuando te tienen delante, lo último en lo que piensan, especialmente las damas, es en cómo te expresas. El resto de los mortales tenemos que esforzarnos más para dar una buena primera impresión.

    Dakota le rodeó la cintura con los brazos. Todo lo que salía de su boca le importaba, pero cuando disfrazaba sus opiniones sobre el tema con palabras halagadoras le daban ganas de comérsela entera y no dejar ni las migas.

    —¿Ah, sí? —La vio asentir y estrechó el cerco de sus brazos todo lo que pudo—. ¿Y los abuelos de la criatura, dónde están?

    —Acaban de marcharse…

    —¿Y nuestra peque?

    La voz masculina había descendido al tono de los susurros. Era lo que solía suceder cuando hablaba de su hija si estaba cerca de ella. Invariablemente, un instante después, Tess sentía su mano posándose sobre su vientre. Encontraba profundamente tierna esa faceta suya, tan alejada de la imagen que todos tenían de él.

    —Durmiendo. Es como tú, amor, le encantan los fines de semana, pero como todavía es viernes, está cargando sus baterías. —Tess esbozó una sonrisa divertida—. Mañana nos hará madrugar, ya lo verás.

    Él no ocultó el orgullo que le provocaba oír que ese bebé al que se moría por conocer guardaba algún parecido con él. Cuando habló, sin embargo, volvió a ser el Dakota de siempre…

    Diciendo las mismas cosas de siempre.

    —Así que estamos solos… —Un sensual movimiento de cejas acompañó las palabras del motero, haciendo que Tess se empezara a reír.

    —Eso parece.

    —Y digo yo, ahora que estamos solos, ¿me cuentas la verdadera razón de que tu vieja haya venido hoy? Porque eso de querer ver cómo está quedando la habitación de la peque, no cuela. La vio hace dos días.

    Tess lo tomó de la mano y lo condujo hasta el salón. No tenía muy claro que decirle lo que intuía al respecto fuera una buena idea pero, dado que si sus sospechas eran ciertas, él no tardaría en averiguarlo, decidió que era mejor decirlo antes que después.

    —Dos días es mucho tiempo en manos de un hombre tan creativo como tú…

    Él se limitó a sonreír y al pasar frente al salón, en vez de detenerse, siguió andando, llevándose de la mano a una risueña Tess quién comprendió enseguida lo que se proponía.

    —Por si acaso, lo de influir sobre el nombre tampoco cuela —aclaró Dakota, inclinándose a besarle la nariz tras lo cual abrió la puerta del baño y entró.

    Tess se quedó en el quicio, mirándolo con evidente interés. Un interés del que Dakota era plenamente consciente. Se quitó la vieja camiseta que usaba para trabajar y exhibiéndose sin pudor, la depositó en el cesto de la ropa sucia. Los ojos de la editora se dieron un festín con aquel cuerpo esbelto y fuerte, aunque no especialmente musculoso, pero enseguida fueron al encuentro del gran dragón bicéfalo que llevaba tatuado en la espalda.

    —Tómate tu tiempo para responder. No tengo ninguna prisa… —El tono de voz de Dakota, entre tierno y desafiante, devolvió a Tess a la realidad con una sonrisa pícara.

    —Es que me encanta ese tatuaje —admitió con las mejillas arreboladas.

    Él se ató el pelo en una especie de moño en la cima de la cabeza y empezó a enjabonarse en el lavabo. Primero fueron las manos; luego, los antebrazos, las axilas y, finalmente, el cuello. Al fin, la miró con su sonrisa seductora.

    —Especialmente la parte que no está a la vista. ¿Quieres que te la muestre? Por mí, encantado, ya lo sabes… Te pones a mil cada vez que ves la cola de mi dragón… Y a mí me vuelve loco que te pongas a mil… —Otro movimiento sensual de sus cejas coronó una frase que ya llevaba suficiente pimienta.

    Tess, finalmente, claudicó. Era demasiado temprano para tanto picante.

    —Esto es una sospecha mía y no tengo confirmación de que sea cierta, pero me parece que mi madre pretende organizar una fiesta por Navidad y está intentando averiguar cuáles son nuestros planes. —Un instante después, Tess pudo comprobar cómo la hermosa sonrisa cautivadora de su marido se convertía en una mueca irónica.

    —¿Fiesta? Ni hablar —sentenció él. Manoteó una de las toallas del toallero y empezó a secarse enérgicamente.

    —Si te puedo ser sincera, creo que la idea de la fiesta no ha surgido en mi casa sino en la tuya. —Dakota la miró con los ojos muy abiertos a lo que ella respondió haciendo un gesto de «calma» con las manos—. Ya te he dicho que no tengo confirmación, así que no empieces a subir como la espuma…

    —¿De mi casa?, dices. Joder… Cuando digo que si tu vieja y la mía participaran en un concurso de locos acabarían empatadas, no exagero nada… Están como dos putas cabras.

    —No te enfades, Scott…

    ¿Cómo no iba a cabrearse?, pensó el motero. Después de nueve meses difíciles, Tess salía de cuentas la semana anterior a Navidad, ¿y las muy locas pretendían que se fuera de juerga después de dar a luz? Dakota volvió a dejar la toalla en su sitio, tomó a su mujer de la mano y pusieron rumbo al salón. La acompañó hasta el mismísimo sofá, hizo que se sentara y luego, desapareció durante unos instantes. Cuando regresó, vestía una ceñida camiseta negra y llevaba el cabello suelto. Se dejó caer a su lado, estirando las piernas cuan largo era y exhaló un suspiro. Las memeces de las consuegras lo tenían harto. Su respuesta a la hipotética fiesta era un «no» rotundo y no tenía más que decir al respecto. En cambio, había otro tema en el que estaba muy interesado. Había comenzado como algo que tenían que resolver pero, como casi todo entre ellos, se había transformado en una ocasión para los juegos eróticos.

    —¿Hay algún avance en el asunto «nombre de nuestra peque»?

    Tess se estiró su bonito vestido premamá con coquetería.

    —Ninguno por mi parte, ¿y por la tuya? —A su tono hiperdulce, siguió un aleteo de pestañas.

    Ay, nena, te comería entera…

    El motero tiró de su mujer haciendo que se acurrucara contra él en uno de sus arrebatos mitad tiernos, mitad apasionados. Ella se dejó llevar como hacía siempre. Muy pronto, las manos de Dakota estaban por todas partes, recordándole sin necesidad de palabras, lo que ese extra de sinuosidad que su cuerpo había adquirido con el embarazo provocaba en él. Tess tiró de su camiseta hasta quitársela y recorrió su piel desnuda primero con las manos, y luego, con sus labios.

    Los besos incendiarios no tardaron en llegar y la temperatura empezó a subir a velocidad vertiginosa.

    —A ver si tu vieja acaba teniendo razón sobre lo de arrojar una moneda al aire… Me jodería muchísimo tener que dársela —susurró él, liberando los labios femeninos sólo el tiempo necesario para hablar.

    Tess le desató el cinturón. Su mano se deslizó con urgencia dentro del bóxer y empuñó su miembro. El agradecimiento de Dakota fue hundirle la lengua en la boca y el beso duró un buen rato.

    —Eso no sucederá, amor, no te preocupes.

    Dakota se puso en marcha, decidido: le subió la falda del vestido y la ayudó a despojarse de su ropa interior. Ya estaba de rodillas en el suelo, con la cabeza hundida entre las piernas de Tess, cuando repuso:

    —Cuánta seguridad… ¿Qué, crees que te saldrás con la tuya, bollito?

    Un largo suspiro escapó del pecho femenino. Aquella lengua estaba desatando una tempestad en su libido.

    —¿Te refieres a como hago siempre? —Él asomó la cabeza por el borde del vestido y sus ojos desafiantes la miraron. Ella le ofreció una sonrisa cargada de deseo—. Pues sí, lo creo.

    —¿Sabes lo que yo creo? Que voy a tener que ajustarte un par de tuercas, nena. Soy el hombre de la casa. A ver si tengo que empezar a sacar el látigo para que lo tengas claro…

    La imagen que se apoderó de la mente de Tess al oírlo habría sido suficiente para arrancarle un gemido, pero además tuvo sus manos sujetándole con fuerza las piernas, obligándola a mantenerlas abiertas y la voracidad de su boca y de su lengua, recordándole por qué seguía imbatido en sus preferencias sexuales.

    —¿Este será siempre mi castigo? —Otro gemido aún más fuerte escapó de sus labios—. En ese caso, amor, voy a convertirme en una chica muuuy mala…

    Pero en aquel preciso momento, se oyó el timbre. No era el de la calle, sino el de la puerta que comunicaba con el bar. Nadie lo usaba a menos que se tratara de algo importante, de modo que los dos sabían que no podían ignorarlo.

    —No puede ser… —murmuró Tess con un punto de desesperación.

    Dakota fue mucho más gráfico.

    —¡Mecagoenlaleche! ¡¿Qué coño pasa ahora?!

    Tess empezó a acomodarse la ropa con premura. Él le dio unos minutos extra mientras se volvía a poner la camiseta y se arreglaba el pelo.

    Finalmente, puso rumbo hacia el otro extremo de la buhardilla soltando maldiciones en voz alta.

    Episodio 2

    Dakota abrió la puerta y se quedó mirando a su socio con cara de «más vale que tengas una buena razón». Evel no había venido solo, pero Abby seguía sin ser santo de su devoción, así que ni siquiera se molestó en mirarla.

    —Hola, tío —lo saludó Evel ante la evidente ausencia de comentarios por parte del dueño de casa—. Tenemos que hablar…

    —Eso será vosotros. Yo vengo a ver a mi hermana y a mi sobri —intervino Abby alegremente.

    Sin esperar a ser invitada, pasó junto al motero hacia el interior de la vivienda. Dakota la siguió con la vista sin decir ni mu.

    Evel reprimió una carcajada. Los pensamientos de su socio podían leerse en su cara con la misma claridad que si los llevara escritos. Antes solía enfadarse con él, pero ya no. La diplomacia nunca había sido uno de sus puntos fuertes y menos ahora, a pocos días de convertirse en padre. Aunque él siguiera negándolo por activa y por pasiva, los nervios se lo estaban comiendo vivo.

    Dakota volvió su atención hacia Evel con evidente impaciencia.

    —¿Y por qué tenemos que hablar justamente un viernes por la tarde?

    Evel le ofreció una sonrisa de compromiso. Sospechaba que había llegado en mal momento y un vistazo rápido a su indumentaria le confirmó que, en efecto, así era. Entró en la vivienda y al pasar junto a él, le indicó con disimulo que llevaba la bragueta abierta. Dakota, más preocupado por tener que atender visitas cuando lo que quería era retozar con su mujer, soltó un bufido y después de cerrar la puerta, siguió a Evel haciendo caso omiso a su cremallera.

    —Lo sé y lo siento, tío. Pero ha surgido un contratiempo que afecta al bar, o sea, a nosotros, y como además está la cuestión de la reunión de Navidad, a Abby y a mí se nos ha ocurrido una idea. A ver qué os parece…

    «¿Una idea tuya y de tu mujer? Joder, qué mal me huele esto».

    Dakota se subió la cremallera con un gesto de mal humor, ya que estaba claro que pasaría un buen rato hasta que pudiera volver a bajarla. Fue entonces cuando reparó en la segunda parte de la frase.

    —A ver, a ver… ¿Qué tenemos que ver mi mujer y yo con una reunión navideña? —Fue decirlo en voz alta y recordar las sospechas de Tess—. De eso, nada. Ya os podéis ir olvidando del tema.

    Evel se detuvo obligándolo a hacer lo mismo. Estaban a punto de llegar al salón desde el que podían oír a las hermanas conversando.

    —Ya sé que lo tuyo es ir por libre, pero ¿de verdad, esperas seguir haciéndolo después de que nazca tu hija? No creía que fueras tan iluso… Sus abuelos se están peleando por ser los anfitriones de la primera Navidad de la niña y sus tíos, aunque no nos peleamos, tampoco queremos quedarnos fuera. Habrá una reunión, Dakota. Ve haciéndote a la idea. Sé que si de ti dependiera, pasarías de todo, pero dudo mucho que tu mujer esté dispuesta a hacerlo.

    Aquello fue una dura toma de contacto con la realidad para el motero. El embarazo de riesgo había supuesto tener la casa sitiada por familiares desde el primer momento y hasta ahora había albergado la esperanza de que Tess y él pudieran pasar unos días tranquilos cuando naciera la niña… Un tiempo para disfrutarla y también para ir afrontando en la intimidad los grandes cambios que la existencia de un bebé en sus vidas traería aparejado. Evel tenía razón; había sido un iluso. Seguro que Tess iba a querer reunirse con toda la familia. Probablemente, no pensara en una fiesta multitudinaria, pero sí en pasar algún tiempo con los más allegados en una fecha tan señalada. Tener la confirmación de la pelea que mantenían los abuelos por hacer de anfitriones no le sorprendía; era la misma cantinela de siempre. Pero no estaba dispuesto a aceptar que le organizaran la vida, ni a él ni a su familia…

    Entonces, en medio de su enfado por la interrupción y por el tema que la había motivado, sucedió algo; la palabra «familia» lo tomó totalmente desprevenido. Hasta el momento habían sido Tess y él. Pronto, serían tres. Una sonrisa pugnó por abrirse paso a través de su frustración y mostrar sin tapujos que la idea, decididamente, le encantaba. Sin embargo, el tema «reunión navideña» no le gustaba y lo último que quería era que una sonrisa diera lugar a malos entendidos. No estaba por la labor de dejarse imponer nada.

    —Ya, pero de ahí a permitir que dispongáis de nosotros como os dé la puta gana, el trecho es muuuy largo, tío. Eso no va a pasar, ¿estamos?

    La llegada de Tess interrumpió la conversación de los socios. Se dirigía a la cocina a preparar café y enseguida notó que algo sucedía. Esbozó una sonrisa.

    —¡Hola, cuñado! ¿Te apuntas a un rico café?

    —Claro que sí, gracias, Tess.

    La editora asintió con la cabeza y pasó entre los dos hombres, que se apartaron galantemente, al tiempo que decía:

    —¿Café o té para ti, amor?

    Dakota la tomó del brazo, ella se detuvo y lo miró con una sonrisa tierna en los labios. Él se agachó a hablarle al oído mientras Evel se apartaba para darles intimidad.

    —¿Y si te acompaño? Mientras tú haces el café, yo sigo a lo que estaba… —Dakota no pudo evitar reírse de su propia desesperación—. ¡Será el café más caliente que hayas preparado en toda tu vida, bollito!

    Bonita excusa para no perderme de vista ni un minuto, amor. Qué tierno eres.

    La pareja intercambió miradas cargadas de picardía.

    —Tentador… —admitió la editora en un susurro—. Pero me temo que tendremos que dejarlo para otra ocasión… Dime, ¿café o té?

    Dakota chasqueó la lengua, un gesto que a Tess le resultó incluso más erótico que su propuesta.

    —Decídelo tú, nena… Pero avísame cuando esté listo, no cargues con la bandeja, ¿eh?

    —Te avisaré, por supuesto. ¿Cómo se te ocurre que voy a recorrer diez metros llevando tres tazas de café, amor? ¡Menuda insensatez!

    El tono de Tess no había sido irónico ni mucho menos molesto, sino tierno. Era tan cierto que Dakota no la dejaba sola ni a sol ni a sombra, como que a ella le encantaba que él lo hiciera. Y aunque la primera razón del motero para no perderla de vista era preocupación por su bienestar, la segunda, sin ningún género de dudas, era complacerla.

    La

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1