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Los moteros del MidWay, 6. Una locura maravillosa. Londres: Extras Serie Moteros, #12
Los moteros del MidWay, 6. Una locura maravillosa. Londres: Extras Serie Moteros, #12
Los moteros del MidWay, 6. Una locura maravillosa. Londres: Extras Serie Moteros, #12
Libro electrónico406 páginas6 horas

Los moteros del MidWay, 6. Una locura maravillosa. Londres: Extras Serie Moteros, #12

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En esta nueva entrega de Los moteros del MidWay, la historia regresa a Londres con B.B.Cox y Harley en los mandos para llevarte al fascinante mundo de las ferias internacionales del tatuaje. 

 

¡Si adoras a los moteros del bar The MidWay y te enamoraste de B.B.Cox y Harley en Fire & Gasoline, te va a encantar la sexta temporada de la serie de ficción romántica Los moteros del MidWay!

 

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Fire & Gasoline (Fuego y gasolina) (Serie Moteros # 5)
Fire & Gasoline Entre-Historias (Serie Moteros # 6)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jun 2022
ISBN9788412087987
Los moteros del MidWay, 6. Una locura maravillosa. Londres: Extras Serie Moteros, #12
Autor

Patricia Sutherland

Su estreno oficial en el mundo romántico español tuvo lugar en abril de 2011, de la mano de Princesa, una novela que aborda el controvertido asunto de la diferencia de edad en la pareja, y que ha enamorado a las lectoras. Han sido sus apasionadas recomendaciones y su permanente apoyo, las que han convertido a Princesa en un éxito y a Dakota, su protagonista, en el primer héroe romántico creado por una autora española que cuenta con su propio club de fans en Facebook. En noviembre de 2012, Princesa obtuvo el I Premio Pasión por la Novela Romántica. En dicho mes, asimismo, fue nominada en tres categorías, Mejor Novela, Mejor Autora Chicklit y Mejor Portada en el marco de los I Premios Chicklit España. Un año más tarde, en noviembre de 2013, salió Harley R., la segunda entrega de la Serie Moteros de la que Princesa es ahora el primer libro, una novela sobre el amor después del desamor y las segundas oportunidades. En febrero de 2014, Harley R. resultó ganadora del II Premio Pasión por la Novela Romántica y más tarde fue nominada al Premio Rosas Romántica'S 2013 y a los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2013. Su último trabajo publicado es Harley R. Entre-Historias, un apasionado "spinoff" de Harley R., que salió en abril de 2015. También es autora de la serie romántica Sintonías, compuesta por Volveré a ti, Bombón, Primer amor, Amigos del alma y Simplemente perfecto, que quedó 2ª Finalista en los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2014. Patricia Sutherland nació en Buenos Aires, Argentina, pero está radicada en España desde 1982.  Más información en su página oficial: Jera Romance www.jeraromance.com

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    Los moteros del MidWay, 6. Una locura maravillosa. Londres - Patricia Sutherland

    Episodio 1

    Mañana del lunes, 18 de octubre de 2010.

    Residencia de Brandon Baxter-Cox.

    Knightsbridge, Londres


    Brandon y Harley llevaban más de quince minutos despidiéndose, pero ninguno hacía el menor ademán de apartarse. Aquella había sido una mañana de confesiones tan importantes que habían conseguido ganarle la mano al deseo y Hugo se había encargado de ponerle el broche de oro impidiendo definitivamente que el sexo se consumara con su aparición inesperada en la habitación de su padre.

    Esto era algo que en ellos tenía muchas más implicaciones de lo normal. Como, por ejemplo, que los dos sabían que se pasarían el día cociéndose a fuego lento, contando los minutos que quedaban hasta que al fin lograran consumarlo y, por supuesto, que serían incapaces de dejar de provocarse, asegurándose de continuar alimentando el fuego como correspondía a una pareja apasionada.

    Después de que Hugo se presentara en la habitación de su padre (y se quedara dormido casi al instante), Brandon había conseguido devolverlo a su cama donde el niño había seguido durmiendo, recuperándose de la gripe. Pero estar «malito» había aumentado sus niveles de apego hacia su padre y las dos veces que se había despertado y no había visto a Brandon cerca, había ido en su busca.

    La primera vez, lo había encontrado en la bañera con Harley. Sin pretenderlo, el niño había estropeado el tercer intento de consumar el sexo de aquella mañana. Dado que tanto Harley como él tenían compromisos pendientes durante las primeras horas de la mañana, se habían vestido y preparado para irse.

    Al ir a recoger su bolso a la habitación azul y ver otra vez aquel rincón superespecial, Harley había regresado al «modo agradecimiento». Dispuesta a demostrárselo a Brandon, se había dirigido a la habitación del tatuador.

    Pero Hugo estaba allí, escuchando con un solo ojo abierto las explicaciones de su padre acerca de por qué no podía quedarse con él aquella mañana. Cuarto intento fallido y mucha frustración, que explicaban a la perfección el porqué ahora llevaban quince minutos junto a la puerta de la calle inmersos en una despedida que parecía no tener fin.

    —¿Y si nos encerramos en el baño de invitados? Diez minutos y nos quedamos como nuevos —sugirió Brandon mientras sus labios dejaban un reguero de besos en el pronunciado escote de Harley.

    Ella empujó sus pechos contra aquellos labios que la estaban volviendo loca y exhaló un largo suspiro.

    —¿Crees que hay algún rincón en esta casa en el que Hugo no vaya a encontrarnos? Estamos en tiempo de descuento, BB. —Volvió a suspirar cuando él le acarició un pezón con la punta de la nariz, presagio de que lo siguiente que lo acariciaría sería su lengua—. El pequeñín está sufriendo un ataque agudo de «papitis» post-gripe y como eres su padre, te tocará aguantar, guapo.

    Y con esas se apartó de Brandon antes de que fuera demasiado tarde.

    —Ay, no… —se quejó él, resistiéndose a dejarla marchar.

    Ella lo miró con ternura, procurando mantener a buen recaudo las ganas locas que sentía de desnudarlo y darse un festín de él allí mismo, de pie contra la puerta y a la vista de quien se dignara aparecer por ahí.

    —¿«Ay, no»? Ay, sí, BB. Tú tienes una entrevista. Yo tengo otra y un tatuaje muy complejo media hora después de que el periodista en cuestión acabe con su interrogatorio. Y Hugo quiere a su padre pendiente de él. Es lo que hay. Lo siento.

    Brandon casi se desinfló de un suspiro.

    —Joder… Estoy tan caliente que no puedo ni pensar. ¿Sabes cuánto hace de la última vez que me dejaron empalmado y con las ganas? ¡Siglos! Debía ser un crío todavía…

    Harley se acomodó la ropa. Con premeditación y alevosía, le dedicó el mismo tiempo a acomodarse los pechos dentro del sostén, sin dejar de mirarlo. Disfrutando de cómo aquellos increíbles ojos azules se la estaban comiendo trocito a trocito.

    —¿En serio? Pues te diré que tienes muy mala memoria, querido BB. No fue hace tanto. De hecho, fue hace muy poco; en la boda de Evel y Abby para ser exactos. Estabas muy caliente esa mañana, ¿te acuerdas?

    Lo estaba. Siempre lo estaba junto a Harley. Incluso cuando no se suponía que debía o podía estarlo. Esa mujer lo hacía desvariar con sus flirteos, con sus insinuaciones, con esa belleza inapelable de la que era dueña… Y desde que hacía un rato le había confesado que estaba enamorada de él, desde que había oído esas dos palabras…

    BB volvió a abrazarla en un arrebato de pasión. La acarició sin límites y ella lo dejó hacer, respondiendo con la misma intensidad. Los besos no tardaron en llegar. Largos, calientes, apasionados… Se bebían mutuamente y lo hacían por turnos. Primero él, luego ella, y vuelta a empezar.

    Él exhaló un suspiro sobre el oído femenino. Tomó una mano de Harley y la guió entre sus cuerpos, directa a su propia entrepierna donde su miembro, libre dentro del grueso tejido de su pantalón estilo medieval, crecía apenas contenido por sus boxers. Ella lo aprisionó entre sus dedos y lo apretó a placer al tiempo que exhalaba una bocanada de aire ardiente.

    —¿Te imaginas lo que te haría con esto? ¿Los gritos de placer que te arrancaría? Ven conmigo, encerrémonos en el baño. Diez minutos. Y si vuelves a decirme «te amo», te juro que te lo haré tan bien que vas a pasarte el día deseando volver a tenerme dentro… Por favor…

    Harley lo miró unos instantes. Los ojos de Brandon desprendían lujuria. Ella también ardía de deseo, lo cual no era nada nuevo teniendo en cuenta al hombre que se estaba frotando contra ella como si no hubiera un mañana. Le sobraban ganas y motivación.

    Pero el diminuto gramo de cordura que aún le quedaba, le estaba gritando que aquel no era el momento de dejarse llevar. Hugo no tardaría en aparecer y, en todo caso, los dos tenían compromisos importantes que no podían cancelar y a los que no les convenía presentarse tarde. A ver cómo se lo hacía entender a un hombre cuyo caudal sanguíneo fluía poderoso muy lejos del cerebro.

    —¿Te imaginas cómo se te pondrá de dura esta noche si ahora te dejo con las ganas? Vas a hacerme gritar con esta cosa… —Le apretó el miembro y él gimió de placer—. Y a mí me encanta que me hagas chillar… Y me encanta tenerte caliente todo el día… Así que… —Se apartó de él, cogió sus cosas que habían caído al suelo—, sigue pensando en mí y en esta noche… No —dijo, apartándolo cuando él volvió a intentar retenerla—. Basta de besos. Para gente como nosotros son la fruta prohibida.

    Harley le dijo adiós con la mano. Una sonrisa lujuriosa lucía en su rostro cuando al fin despareció detrás de la puerta.

    BB dejó caer la cabeza derrotado, se apretó la entrepierna, ardiendo de deseo. Unos instantes después, cuando algo de sangre volvió a alimentar sus circuitos mentales, pensó que el día se presentaría muy interesante intentando disimular el subidón delante de un periodista que se caracterizaba por analizarlo desde todos los ángulos posibles.

    Y no acabó de pensarlo, cuando oyó la vocecita de Hugo que decía:

    —Papi, tengo un hambre bárbaro… ¿Por qué no desayunamos juntos?

    «Qué coincidencia. Yo también estoy hambriento, peque. Aunque no de la misma clase de hambre».

    Jana había dormido como un angelito toda la noche sin despertarse ni una sola vez y al levantarse se había puesto en marcha enseguida, llena de energía. Era lo habitual después de la menstruación. Durante, el dolor y el cansancio apenas le daban tregua, haciendo que se quedara dormida en cualquier parte de puro agotamiento; después, era como si funcionara a pilas y acabaran de ponerle unas nuevas.

    Pero, aunque conscientemente evitara reconocer que había otra razón para su altísimo nivel de energía, sabía que la había.

    Después de una ducha rápida, se vistió escogiendo minuciosamente su indumentaria del día. Una falda larga hasta los tobillos con imprimación de galaxia en distintos tonos de azul con algunos trazos en amarillo y en rojo y una camiseta laminada en dorado con un sobrio escote en forma de uve y mangas tres cuartos. Las numerosas pulseras y abalorios iban a juego. En esta ocasión, usaría sus gafas oscuras de pasta azul, a tono con la falda. Con una taza de café humeante, regresó al baño para la segunda fase de preparación; el maquillaje.

    Ignoró el primer rastro físico evidente de su especial bienestar, el área enrojecida que rodeaba sus labios, en especial, el inferior. Se apresuró a aplicarse la base de maquillaje y notó con alivio que toda la zona ahora lucía tan normal como siempre. Continuó con los ojos, una línea de eye-liner y dos buenas capas de rímel le devolvieron a su rostro el aspecto al que estaba acostumbrada. Finalizó con el lápiz labial; rojo bermellón.

    Pero aquel deliberado intento de ignorar lo evidente llegó pronto a su fin, y lo hizo de la forma más inesperada. Al ponerse un poco de su perfume favorito, el aplicador rozó una zona delicada y el escozor le hizo reparar en la marca rojiza. Cerca del lóbulo de su oreja izquierda, destacaba sobre el cuello como un cartel de neón.

    «Menudo chupetón», pensó. Un instante después, cuando instintivamente ya había vuelto a coger el bote de maquillaje con la intención de cubrirlo, su mente regresó al momento en que se había producido aquella marca, y toda ella se estremeció intensamente sin poder evitarlo.


    Lo peor del caso era que, siendo sincera consigo misma, Jana se moría por repetir. Aquella sesión de besos la habían alterado no solo por lo inesperados que habían sido, sino porque le habían descubierto cuánto los deseaba.

    Cuánto los seguía deseando.

    Pero el ascensor se había detenido al llegar a su destino y se suponía que tenían que bajar.

    Sentía las piernas como gelatina e ignoraba cómo se sentía Declan, pero ella estaba como si hubiera bebido varias copas de champán, y todo su cuerpo se hubiera rendido al placer, sin oponer la mejor resistencia.

    Declan se sentía mucho peor. O mejor, según se mirara. Era mejor en el sentido de que siempre era bueno sentir esa clase de subidón. Y era peor, porque se trataba de alguien que no estaba en su lista de contactos habituales. Que no tenía nada que ver con la clase de mujeres con las que él se relacionaba de manera tan liberal.

    Y porque tener semejante calentón por ella, tan intenso y tan loco, había sido inesperado incluso para él.

    Declan era consciente de que había empezado a sentir cosas por Jana hacía un tiempo, cosas que un hombre siente por una mujer. Se había negado a clasificarlas porque poner etiquetas a sus sentimientos era algo que no iba con él. Pero era muy consciente de que toda su atención estaba puesta en ella desde aquel día que ella se había quitado sus inseparables gafas oscuras y él se había quedado enganchado a aquellos ojos intensos, hermosos, por primera vez. Había sido como descubrirla, a pesar de que hacía mucho que se conocían. Y cuanto más la miraba, más cosas descubría, cosas que le encantaban de su forma de ser, de su manera de reaccionar ante lo inesperado…

    Cosas como lo que había hecho hacía un momento; besarlo primero. Un beso pleno, nada recatado, que lo había puesto duro en un instante. La erección más rápida de su vida, gracias a alguien que conocía hacía años y a quien durante la mayor parte del tiempo, había tenido por una niña caprichosa. Increíble.

    De haber seguido sus instintos más básicos, la habría empotrado contra la pared del ascensor y la habría hecho suya en aquel mismo momento. Pero algo se lo había impedido. Algo que no sabía exactamente de qué parte de su ser provenía, que esta vez quería otra cosa. O mejor dicho, la misma pero de manera diferente.

    Quería saborearla. Deleitarse en ella. Probar cada centímetro de su cuerpo y descubrir qué la encendía. Qué la ablandaba y la ponía mimosa, qué lo acercaba a ella, con esa clase de cercanía que iba mucho más allá del sexo. Por una vez, quería estar cerca de la persona, oír latir su corazón, saber qué lo aceleraba, qué lo ilusionaba.

    Declan respiró hondo. La miró de reojo. A su lado, sentía tantas cosas que le resultaba extraño. Era él, con su calentón y su chabacanería y su afición por el sexo sin complicaciones. Y a la vez, era otro hombre. Uno con un montón de necesidades nuevas que no entendía ni había sido consciente de tener hasta hacía unos instantes.

    Mirarla, aunque fuera solo de reojo, no mejoró las cosas. Verla tan afectada como lo estaba él, lo hizo temblar de deseo. Temblar en el sentido más literal de la palabra.

    Reuniendo toda su determinación, Declan estiró la mano y cogió las gafas de Jana, se las entregó dedicándole una mirada breve. Ella se las puso de inmediato pero no lo miró. Podía entenderlo; si ella sentía una décima parte de lo que él sentía y dejaba que sus miradas se encontraran… «Peligro inminente», pensó.

    A continuación, cogió el equipaje de Jana.

    —¿Bajamos? —murmuró, señalando la puerta para que ella saliera en primer lugar.

    Jana se acomodó la ropa, luego el cabello y abandonó el ascensor. Tanteó el bolsillo en busca de las llaves. Pero no estaban allí. Miró alrededor algo confundida y vio que Declan daba un paso atrás, dentro del ascensor, y se agachaba a recoger algo del suelo.

    «Claro, ¿cómo no se te iban a caer las llaves? No has perdido las bragas de milagro», pensó ella procurando no ruborizarse. Un instante después se rió de sí misma. Como si el rubor fuera algo que pudiera controlar. Sentía una ola de fuego trepando por el cuello en dirección a la cara.

    Declan le entregó el llavero sin decir ni media palabra y Jana abrió la puerta de su piso. En teoría, habían subido porque él había aceptado un café que ella le había ofrecido hacía tiempo. Ahora, no tenía claro que fuera una buena idea…

    En realidad, le parecía una idea demasiado excitante para ser buena. Lo último que a él le apetecía en aquel momento era un café, estaba segura. Y lo estaba porque también era lo último que a ella le apetecía. Había algo que le apetecía muchísimo más; él. Más de sus besos, más de sus abrazos, más de su cercanía y sí, muy probablemente, todo lo que viniera después.

    Le apetecía tanto que estaba segura de que se le notaba. Lo cual no era deseable estando en compañía de un donjuán como Declan.

    Jana entró, dejó las llaves sobre la mesilla del comedor y fue directo a la cocina. La propuesta era café y por el café empezaría. Ya se preocuparía a su debido tiempo de lo que sucediera después.

    Como suponía, Declan la siguió. Cuando se volvió ligeramente para mirarlo, él se había quitado la cazadora. Debajo llevaba un clásico jersey de mohair de cuello redondo y manga larga de color negro y unos vaqueros de pana del mismo color. A diferencia de BB, a quien le gustaba exhibir el resultado de sus horas de gimnasio, Declan no era provocativo en su forma de vestir. Pero su físico era ideal sin necesidad de que él «marcara» pectorales o tríceps escogiendo ropa ceñida. Era un pedazo de tío en el más amplio sentido de la palabra.

    «Deja de pensar en sus músculos y céntrate, Jana».

    —¿Algún café en especial o prefieres que te sorprenda? —preguntó ella, devolviendo su atención a la caja de madera que ella misma había pintado a mano, donde guardaba las diferentes cápsulas.

    Declan retiró la mano de Jana de la caja, cerró la tapa y la puso a un lado. Luego, sin mediar palabra, la hizo girar de frente a él y hundió la nariz en el cuello femenino.

    La maquinaria volvió a ponerse en marcha en un instante.

    Sentir que a la nariz había seguido su boca y que las caricias se convertían en mordiscos y estos en chupetones, consiguió que Jana se pusiera a temblar sin parar. Impulsivamente, se pegó a él que la recibió, doblándose sobre ella y rodeándola completamente con sus brazos.

    Un instante después se besaban apasionadamente, paladeándose, explorándose.

    Instantes eternos en los que no hubo pensamientos; solo emociones. Intensas, abrasadoras, adictivas.

    Las caricias muy pronto se volvieron más profundas. Se recorrían mutuamente sin límites, regodeándose en el placer de sentirse excitados y expectantes.

    Jana se descubrió buscándolo igual que él la buscaba a ella. Probablemente más, teniendo en cuenta que no era ella la que había puesto en marcha la maquinaria. El sex-appeal de Declan le resultaba adictivo. Era un hombre atractivo independientemente del ángulo que se lo mirara, pero a esa distancia, a la distancia del beso pleno que él le estaba dando, él le inspiraba tantas cosas más… Sentir la envergadura de su cuerpo doblado sobre el suyo para adaptarse a la diferencia de estatura, la fortaleza de sus músculos rodeándola, cercándola por todos lados, el calor que emanaba de él, lo posesiva que era su boca, que la besaba por todas partes con incursiones dominantes, como si quisiera dejar claro que en aquel preciso momento y lugar, ella era suya. Jana no había esperado sentir algo semejante junto a aquel hombre al que se había dedicado a detestar los últimos ocho años de su vida. De hecho, no recordaba haberse sentido así, tan entregada, tan subyugada y dispuesta jamás.

    Declan no podía parar. Lisa y llanamente, no podía hacerlo. Cada roce, cada caricia, cada beso eran como una invitación a continuar. Ella era receptiva y muy activa, justo la clase de mujer que él prefería en las distancias cortas. Y justo la clase de mujer que le gustaba el resto del tiempo, aunque no se hubiera dado cuenta hasta ahora de que prefería una clase específica de mujer para esos menesteres. Toda la vida se había dedicado al sexo por deporte, por pura afición. Sus preferencias jamás habían ido más allá del espacio en el que se desarrollaba la única actividad que le interesaba realizar en compañía de una mujer.

    Pero Jana era Jana, el mayor descubrimiento de su vida. Una mujer con la que disfrutaba tomando un café o pinchándola por el puro placer de meterse con ella, sin que sus pieles se rozaran. Y, ahora que se estaban tocando, lo sabía con total seguridad, una mujer que lo excitaba lo indecible porque parecía haber sido hecha a su medida. A la medida de sus apetencias, a la de sus deseos más elementales y básicos.

    En aquel momento, Declan sintió que Jana se apartaba un poco. Un instante después, sintió sus manos hurgando en el bolsillo derecho de sus pantalones. Veinte centímetros al otro lado de aquellas manos, su miembro acusó recibo de inmediato.

    La libido de Declan inició un camino sin retorno posible cuando sintió que, tras sacarle el móvil del bolsillo y dejarlo sobre la mesada de fórmica, Jana lo empujaba suavemente hacia la silla. Y después de indicarle con un gesto que se sentara, se subió la falda plisada hasta las caderas.

    Joder.

    Sus ojos se movieron raudos de los ojos de Jana a sus muslos cubiertos por unas medias de red que lo pusieron cardíaco perdido. Un segundo después, ella se sentó sobre él con sus piernas una a cada lado de su cuerpo.

    Declan exhaló un suspiro.

    —Joder, Jana… —fue todo lo que pudo decir antes de que ella se adueñara de su boca y todo empezara a expandirse y a contraerse a su alrededor, latiendo al frenético ritmo de su corazón.

    Entonces, el sonido del móvil los paralizó a los dos. Jana abrió los ojos, apenas se apartó de los labios masculinos esperando su reacción. ¿Lo atendería o lo dejaría sonar?

    Declan demoró unos segundos en volver a la realidad. Miró los labios de Jana, a escasos centímetros de los suyos. Aquellos preciosos labios que lo estaban enviando al cielo y que se moría por volver a sentir sobre su boca, dentro de ella. Se lamió en una reacción instintiva. Y, acto seguido, se llamó al orden. Tenía que centrarse un instante, y pensar.

    A aquellas horas, solo podía tratarse de una llamada importante. O era Brandon por alguna emergencia. O era de la residencia donde estaba su padre… Por una emergencia.

    Asintió con la cabeza indicándole a Jana que lo atendería. Ella se incorporó, él se puso de pie. Respiró hondo antes de coger el móvil de la mesa.

    Ver el nombre que se iluminaba en la pantalla hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.


    Jana regresó a la realidad con un suspiro. Miró su imagen en el espejo y le costó reconocerse. Tan solo el recuerdo de lo sucedido, había conseguido devolverla a aquel momento con las mismas sensaciones a flor de piel. Con las mismas necesidades.

    La llamada telefónica había puesto un abrupto final al momento más intenso que habían compartido en ocho años. Su padre había tenido que ser ingresado de urgencia y Declan se había marchado cinco minutos más tarde. Después de eso, Jana había procurado continuar con su ritual nocturno antes de irse a la cama, decidida a no pensar en lo que habían compartido.

    Ni en lo que había estado a punto de suceder.

    Se repitió por millonésima vez que era una mujer joven y libre, que tenía necesidades como cualquier persona sana de su edad y que no había por qué darle vueltas a nada, y volvió a acercar el aplicador sobre la zona donde Declan le había dejado una señal y fue muy consciente de cuánto estaba temblando su mano.

    De cuánto estaba temblando toda ella.

    Soltó el aplicador, que cayó en el lavabo, e instintivamente se apretó los pechos. Los masajeó y acarició al tiempo que se observaba en el espejo, totalmente consciente de cómo se sentía.

    Exhaló un suspiro cargado de fuego.

    «Joder, Jana. Te has metido en un buen lío».

    Episodio 2

    Lunes, 18 de octubre de 2010.

    Boutique J & H.

    Soho, Londres


    Harley se apartó el cabello de la cara. Se acarició el rostro y el cuello en un gesto nervioso. Volvió a leer por enésima vez el último mensaje de BB.

    «¿Estás preparada para pasarte la noche chillando? Estoy ardiendo».

    Exhaló un suspiro cargado de ansiedad. Estaba tan caliente que ya casi no podía aguantarse. Si él no se presentaba ya, iba a explotar.

    Todo estaba programado. A pesar de las complicaciones de último momento que los dos habían tenido, habían conseguido abrir un hueco en la agenda, libre de compromisos, durante veinte minutos.

    Pero aún faltaban cinco.

    Brandon no había aparecido y ella tenía la desesperación propia de quien sabe que está demasiado necesitado y es consciente de que, con la vida profesional ajetreada que ambos tenían, cualquier cosa podía estropear los planes en el último minuto.

    Echó un vistazo a su mesa de trabajo. Estaba todo en orden. De pura ansiedad, había repasado dos veces sus instrumentos.

    Café, pensó. Lo descartó de inmediato. Hacía horas que había sobrepasado su dosis diaria recomendada de cafeína, lo cual, probablemente, explicaba su nivel de ansiedad. Exhaló un suspiro a punto de perder los nervios por no saber qué hacer para entretenerse hasta que al fin pudiera darle gusto al cuerpo, cuando la puerta de su estudio se abrió y apareció él.

    Le bastó verlo, notar su expresión, el brillo de sus ojos, para saber que se sentía exactamente igual que ella.

    B.B.Cox avanzó hasta Harley. Sin mediar palabra, la rodeó con sus brazos. Los dos soltaron un suspiro de alivio. Los dos se fundieron en aquel apasionado abrazo que, como siempre, los llevó a mucho más.

    La boca de Brandon estaba por todo el cuerpo de Harley y sus manos ya habían empezado a quitarle las prendas imprescindibles para llevar a cabo el plan, cuando ella empezó a hacer lo mismo con él.

    No disponían de tiempo para preliminares. Ni los necesitaban. Pero de haberlos necesitado, habrían tenido que pasar sin ellos. No había tiempo para detalles, ni para el romance, ni para…

    Nada.

    Excepto sucumbir al deseo.

    La voz de Jana anunciando «os oigo, chicos» impuso una pausa al apasionado intercambio que estaba teniendo lugar en el estudio de Harley. Suponiendo que aún les quedara alguna neurona funcional en su cerebro anegado de endorfinas, el anuncio no les habría extrañado nada. Estaban sobre la camilla y las embestidas de BB eran tan violentas que el cabecero articulado golpeaba la pared cada vez sin fallar una.

    Tras unos instantes, la interacción continuó en un rincón del estudio. Harley de espaldas a la pared, con un pie sobre el reposapiés de su taburete de trabajo y BB encajado entre sus piernas, embistiéndola. Esta vez, los impactos contra la pared eran igual de violentos, pero mucho más silenciosos. No así los jadeos, que muy pronto empezaron a llenar la pequeña estancia y que resultaban tan audibles como antes lo habían sido los golpes de la camilla.

    Los dos alcanzaron el orgasmo al mismo tiempo. Eso también era normal. Para BB era el primero, para Harley el cuarto. Eso también era lo normal.

    Por eso BB disfrutaba tanto del lado más físico de su relación con Harley, porque sus orgasmos preparaban el suyo propio, volviéndolo mucho más intenso.

    Por eso Harley no tenía ningún pudor en reconocer que BB era el mejor amante que había tenido en su vida; lograr que ella se corriera cuatro veces en un mismo encuentro era un lujo que solo un hombre podía permitirse; el que ahora, con un nuevo subidón en curso que ambos tendrían que dejar para más tarde, se cerraba la bragueta con aquellos gestos provocativos que siempre, indefectiblemente, la ponían al límite.

    Harley le acarició la entrepierna.

    —Qué pena que haya que guardarla… —susurró.

    Todavía continuaba con la nuca apoyada contra la pared, la camiseta subida por encima de los pechos, y desnuda de cintura para abajo.

    —No me lo recuerdes… Y hablando de recordar, todavía no he escuchado esas dos palabritas que me ponen loco… —Ella esbozó una sonrisa desafiante—. Aunque, reconozco que quizás no sea el mejor momento para que la sueltes por esa preciosa boquita que también me pone cardíaco… Igual las cosas se precipitan, ya sabes… —Sus ojos recorrieron aquellos pechos generosos que, valga la redundancia, también lo ponían cardíaco—. Y acabo empotrándote otra vez. Ganas no me faltan.

    Harley se mordió por dentro y por fuera. Y él, al ver aquel labio pintado de carmín aprisionado por aquellos dientes blancos inmaculados, exhaló un suspiro cargado de fuego y volvió a pegarse a ella.

    —¿Sabes? Que las digas o no, no cambia nada. Siguen resonando en mi cabeza desde que esta mañana las oí por primera vez y, como ves, el efecto sigue siendo el mismo… Mierda. ¿De verdad tenemos que dejarlo ahora? —se lamentó, apretando los párpados al tiempo que emitía una ligera sonrisa de frustración.

    Sabía positivamente que la respuesta a su pregunta era «sí». Tenían que dejarlo. Ella tenía una cita con un cliente nuevo. Él tenía que ir al hospital a acompañar un rato a Declan y ver cómo seguía su padre, y Hugo, todavía convaleciente de la gripe, ya lo había llamado cuatro veces, preguntándole cuándo volvería a casa.

    Harley también lamentaba no poder seguir a su lado un rato más. Últimamente, daba igual si habían compartido una hora o una semana, todo le resultaba poco cuando se trataba de BB. Pero aquellos escasos veinte minutos era todo lo que se podían permitir y no tenía sentido ponerse las cosas aún más difíciles mutuamente. Le acarició el rostro con dulzura y respondió a su pregunta con un ligero asentimiento de la cabeza.

    Brandon permaneció mirándola y, raro en él en semejantes condiciones, pensando. Harley era como un camaleón, afectivamente hablando. La mano que antes le apretaba lujuriosamente la verga había pasado, sin solución de continuidad, a posarse sobre su mejilla rezumando ternura. Y el nivel de dulzura era tal, que no se atrevía a moverse. Le encantaba sentir esa mano sobre su mejilla. Le encantaba lo que comunicaba. Era como si le estuviera diciendo «te adoro» sin decirlo en voz alta. Y, dadas las circunstancias, era casi tan bueno como oírselo decir.

    Casi.

    B.B.Cox respiró hondo con una expresión divertida en el rostro. O se largaba ya mismo, o no se iba.

    —Me voy. —La besó en los labios y una libidinosa caricia de su lengua le dejó claro que solo se trataba de una pausa—. Te espero en casa.

    Aquel beso la hizo estremecer. Le parecía increíble de qué forma más simple él conseguía mantenerla ardiendo.

    Porque así estaba. Después de veinte minutos y cuatro alucinantes orgasmos, quería más de él.

    Harley respiró a todo pulmón y exhaló el aire en un largo suspiro. Al fin, asintió varias veces con la cabeza.

    —Envíale un abrazo a Declan de mi parte. Dile que mañana iré a verlo al hospital.

    BB concedió con un guiño y abandonó el estudio.

    Jana le dedicó una mirada con mensaje a Brandon cuando él reapareció en la tienda arreglándose su elegante chaqueta steampunk violeta y negra, como si no acabara de correrse una ruidosa juerga en la habitación contigua. Él se limitó a guiñarle un ojo y abandonó rápidamente la boutique, procurando no llamar la atención de las clientas que curioseaban los expositores. Sabía que como una sola de ellas notara su presencia, lo rodearían y daría comienzo otro momento «fan».

    Cuando estaban en público, tanto su socia como el tatuador se mostraban de lo más formales, guardando las distancias y comportándose como si solo los uniera una relación profesional. Eran muy cuidadosos con ese tema. Pero ella, que los conocía a nivel personal y, como hacía un rato, había tenido la ocasión de «oír» cómo eran cuando estaban a solas, no podía evitar pensar que Harley había encontrado la horma de su zapato. Se suponía que lo que había sucedido en el estudio de Harley era una versión minimalista de sus auténticos encuentros privados y había tenido que llamarles la atención porque las clientas iban a creer que Harley estaba viendo una película porno en su estudio. O peor aún, que se lo estaba montando con un cliente. Menudos eran los dos. Y qué bien se lo pasaba Harley cuando estaba con BB… Qué envidia.

    Aquel pensamiento inesperado llamó la atención de Jana. ¿«Qué envidia»? Pues sí, por alguna razón que no era capaz de explicar, aquella mañana sentía envidia de lo que había escuchado entre bambalinas.

    En realidad, de que lo que había sucedido en su piso la noche anterior, se hubiera quedado a medias.

    Declan, pensó. Y, al igual que le venía sucediendo desde hacía horas, su nombre le provocó un cosquilleo inexplicable en

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