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Momentos Especiales - Conor & Nikki: Extras Serie Moteros, #9
Momentos Especiales - Conor & Nikki: Extras Serie Moteros, #9
Momentos Especiales - Conor & Nikki: Extras Serie Moteros, #9
Libro electrónico284 páginas4 horas

Momentos Especiales - Conor & Nikki: Extras Serie Moteros, #9

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¡Conor y Nikki emprenden una nueva aventura!

 

Después de varios meses residiendo en Suiza, no solo están felices con su nueva vida de casados, sino que los dos han alcanzado el éxito profesional. Ella tiene al fin su lugar entre las intérpretes de la ONU y él ha vuelto a engrasarse las manos en una importante empresa ginebrina dedicada a la customización de vehículos. Ahora, además, acaban de recuperar su antiguo piso de Londres donde pueden pernoctar los fines de semana que pasan en la ciudad sin provocar guerras familiares por el turno de visita. Si a eso le suman una agenda cargada de quedadas moteras de las que Conor ya no tiene que encargarse de organizar, el panorama es simplemente perfecto.

 

Pero la vida tiene otros planes para Conor y Nikki y les reserva una gran sorpresa...

 

Todo comienza un domingo cualquiera en el centro de Londres, con una actuación de músicos callejeros y una propuesta de lo más inesperada.

 

Si has leído la serie de ficción romántica Los moteros del MidWay y te has quedado con ganas de saber más del motero de las rastas, ¡no puedes perderte estos momentos especiales!

 

Secuencia de lectura recomendada:

 

Lola (Serie Moteros 3)

Lola Entre-Historias (Serie Moteros 4)

Los moteros del MidWay, T1 (Extras Serie Moteros 1)

Los moteros del MidWay, T2 (Extras Serie Moteros 2)

Los moteros del MidWay, T3 (Extras Serie Moteros 3)

Momentos Especiales - Dylan & Andy (Extras Serie Moteros 7)

Momentos Especiales - Evel & Abby (Extras Serie Moteros 8)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 dic 2020
ISBN9788412087932
Momentos Especiales - Conor & Nikki: Extras Serie Moteros, #9
Autor

Patricia Sutherland

Su estreno oficial en el mundo romántico español tuvo lugar en abril de 2011, de la mano de Princesa, una novela que aborda el controvertido asunto de la diferencia de edad en la pareja, y que ha enamorado a las lectoras. Han sido sus apasionadas recomendaciones y su permanente apoyo, las que han convertido a Princesa en un éxito y a Dakota, su protagonista, en el primer héroe romántico creado por una autora española que cuenta con su propio club de fans en Facebook. En noviembre de 2012, Princesa obtuvo el I Premio Pasión por la Novela Romántica. En dicho mes, asimismo, fue nominada en tres categorías, Mejor Novela, Mejor Autora Chicklit y Mejor Portada en el marco de los I Premios Chicklit España. Un año más tarde, en noviembre de 2013, salió Harley R., la segunda entrega de la Serie Moteros de la que Princesa es ahora el primer libro, una novela sobre el amor después del desamor y las segundas oportunidades. En febrero de 2014, Harley R. resultó ganadora del II Premio Pasión por la Novela Romántica y más tarde fue nominada al Premio Rosas Romántica'S 2013 y a los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2013. Su último trabajo publicado es Harley R. Entre-Historias, un apasionado "spinoff" de Harley R., que salió en abril de 2015. También es autora de la serie romántica Sintonías, compuesta por Volveré a ti, Bombón, Primer amor, Amigos del alma y Simplemente perfecto, que quedó 2ª Finalista en los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2014. Patricia Sutherland nació en Buenos Aires, Argentina, pero está radicada en España desde 1982.  Más información en su página oficial: Jera Romance www.jeraromance.com

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    Momentos Especiales - Conor & Nikki - Patricia Sutherland

    1

    Domingo, 26 de septiembre de 2010.

    Aeropuerto de Mahón.

    Menorca, España.


    Conor sonrió ante la inusual imagen. Nikki había dicho que ella se encargaba de ir a buscar unos tentempiés y ahora volvía con ellos en una bandeja, contoneándose al ritmo de una música imaginaria.

    —¿Qué? —le dijo risueña al notar que la miraba con expresión pícara—. No creas que solo tú puedes ir por ahí meneando las caderas y acaparando la atención de toooodo el mundo.

    Y con esas, se inclinó a darle un beso en los labios, tras lo cual se dedicó a distribuir lo que traía sobre la mesa, más feliz que unas pascuas.

    —Por mí, perfecto. Pero como te vea tu señora madre, dirá que te he contagiado y me echará la culpa de haber convertido a su seria y formal hija en una payasa.

    —Mi señora madre haría muy bien en ocuparse de su vida y dejar de meterse en la nuestra. Cree que mi marido es un payaso, ¿y qué? A mí me encanta.

    —Pero también crees que soy un payaso. Al menos, no lo niegas —apuntó Conor con malicia.

    Era divertido. Extrovertido y supersociable. Y muy desinhibido. No le daba vergüenza lanzarse y tampoco le importaba si la gente pensaba que estaba haciendo el ridículo. En su opinión, esa mezcla de cualidades lo volvía terriblemente atractivo. Nikki revolvió su batido con la pajita. Seguidamente, se la pasó por la lengua en un gesto que tuvo más de sensual que de goloso.

    —Creo que eres el hombre de mi vida. Me da igual lo que la gente piense de ti… Mi señora madre, incluida.

    —Guaaaaaaaaauuuu… —Conor la besó en un arrebato apasionado—. Me vuelve loco que me digas esas cosas…

    Y a ella, sus agradecimientos. Nikki se lamió los labios, insinuante.

    —En ese caso, te las seguiré diciendo…

    Él sonrió con cierta incredulidad ante la evidente transformación de su chica. Los dos habían cambiado desde que habían tomado la decisión de casarse y la habían convertido en realidad en apenas treinta días, eso era cierto, pero Nikki mucho más. Y ahora, para ponerle la guinda al cúmulo de sorpresas con las que ella lo venía sorprendiendo desde hacía cinco meses, había vuelto a alquilar el piso de Londres. El mismo que habían compartido al empezar a vivir juntos y que él había conservado tras la ruptura. Desde el mismo momento en el que Nikki le había confesado la pequeña travesura que había hecho a sus espaldas, era como si hubiera vuelto a transformarse. La fiesta por la boda de Evel y Abby había terminado al alba y apenas habían dormido, pero durante el desayuno había estado conversando con todo el mundo, animándolos a apuntarse a la quedada que tendría lugar la siguiente primavera en honor a la hija de Dakota y Tess.

    —Estás contenta. —Había sido una afirmación hecha con el mismo tono de hombre enamorado que empleaba cuando hablaba con ella.

    —La palabra es «feliz». La otra se queda corta. Pero ¿por qué lo dices? ¿Porque ahora bailo en público y no solo cuando estoy en casa?

    —También por eso, sí. Te has pasado el fin de semana relacionándote con todo el mundo. Fue bonito verte reír con mis colegas. No sé… Antes tenía la sensación de que no acababan de caerte demasiado bien…

    Nikki asintió con la cabeza, pero no hizo comentarios. Dio otro sorbo a su batido de plátano.

    —Eh, preciosa, ¿te ha molestado? —quiso saber él, algo sorprendido ante su cambio de actitud.

    Ella se apresuró a quitarle hierro al asunto con un gesto.

    —No, para nada… Es solo que tenía la sensación de que era justo al contrario… Bueno, en realidad, es más que una sensación; durante bastante tiempo yo no les caía bien, Conor. Hubo una época en la que discutíamos como si no nos soportáramos y creo que se quedaron con esa imagen mía, la de «novia terrible que te amargaba la vida»… No digo que se portaran mal conmigo, pero mantenían la distancia… Me hablaban lo imprescindible, nada más. Creo que pensaban que no era la chica adecuada para ti…

    Conor se rascó la cabeza en un gesto cómico. «Vaya cagada», pensó. No había sido su intención sacar ese tema y por mucha transformación que hubiera sufrido Nikki, seguía sin tener demasiado claro que abordarlo fuera una buena idea. Pero allí estaba, sobre la mesa de aquella cafetería del aeropuerto.

    —La verdad es que no les caías bien.

    Nikki bajó la vista. Lo sabía y, sin embargo, aquella confirmación le había sabido mal. Le había traído recuerdos de una época no tan lejana en la que las dudas sobre él y su relación la ahogaban. Una época en la que se recordaba muy infeliz.

    Conor continuó.

    —¿No es alucinante la cantidad de gente de nuestro entorno que no era capaz de ver más allá de sus propias narices? Por mi lado, te tenían por una caprichosa y por el tuyo, me tenían por un inmaduro con alma de payaso. Y míranos. ¿Cuántas parejas logran lo que nosotros hemos logrado? ¡Llevamos juntos desde que éramos unos críos y cada vez estamos mejor! ¿Sabes? Me encanta que se hayan tenido que tragar sus palabras. —Se estiró sobre la mesa para robarle un beso—. Y me encanta que ahora os caigáis tan bien, que charléis, que riáis… ¡Me encanta, Nikki!

    —¡Y a mí! Hemos pasado un finde de película, ¿no? Pero ahora toca ponerse el chip de «mañana es lunes y hay que trabajar».

    Él asintió con la cabeza resignado.

    —Dios, qué bajón me acaba de dar…

    —Sí, tienes razón, no pensemos en eso. Mejor, planeemos cómo vamos a celebrar tu cumple. ¡Y dónde!

    A Conor se le iluminaron los ojos. Cumplía los veintiocho en dos semanas y le ilusionaba la idea de celebrarlo con una fiesta.

    —¡En nuestro piso de Londres, por supuesto! ¡Invitando a todo el mundo!

    Nikki festejó su propuesta con una carcajada. Menudo iluso.

    —Es una idea genial y lo último que quiero es pincharte el globo, cari, pero como se te ocurra celebrarlo de esa forma, tu madre no volverá a dirigirte la palabra el resto de tu vida. ¡Tú verás lo que haces!

    Conor soltó un bufido. Era cierto. Cuando se trataba de celebraciones, la comida familiar era un imperativo en la familia Murphy-Finley. Realmente, no le importaba seguir celebrándolo de esa forma, disfrutaba volviendo a reunirse con sus hermanos y con sus padres, pero ahora que apenas pasaba tiempo en Londres y casi no veía a sus colegas, también le apetecía estar con ellos.

    —Mira, ¿sabes qué? Tendrá que asumir que ya no soy su niño pequeño y tengo mis propios planes. Tenemos. Porque aunque mi madre siga refunfuñando al respecto igual que lo hace la tuya, nos hemos casado y tenemos nuestra propia vida. —Levantó su copa de cerveza, animado—. ¡Propongo una fiesta con amigos y colegas en nuestro piso de Londres!

    —¡Propuesta aceptada! —Nikki brindó por esa gran idea, haciendo chocar su batido contra la copa de Conor—. Eso sí, vamos a tener que ponernos a amueblar el piso ya mismo o tendremos que sentarlos en cajones de fruta…

    En su momento, habían alquilado el piso semi-vacío. De la propia vivienda, solo eran los electrodomésticos y una espantosa mesa con las sillas a juego que Conor había guardado en el garaje de su madre.

    —Joder, es cierto… Liquidé nuestros muebles antes de devolverle las llaves al dueño…

    La vio asentir varias veces con la cabeza, risueña y decidió dejar caer la idea que tenía en la mente.

    —Bueno, no pasa nada. Si no tienes que trabajar el próximo sábado, podemos ir a Londres de compras, ¿no?

    A Conor le encantó ver cómo ella saltaba de su silla y tomando su rostro en las manos, exclamaba:

    —¡Este es mi chico!

    La siguiente media hora había estado llena de planes y de ilusión. Conor sabía que Nikki debía echar de menos su ciudad natal mucho más de lo que admitía en voz alta para haber decidido darle la sorpresa de volver a recuperar su antiguo nidito de amor, pero aquellos minutos totalmente abstraídos planificando sus próximos fines de semana en Londres habían sido muy reveladores también en relación a sí mismo. Era muy feliz en Suiza. En realidad, era muy feliz con Nikki, daba igual dónde estuviera, pero hasta aquel momento no se había percatado de que también echaba terriblemente de menos su vida en Londres.

    Estaban en la fila, esperando para embarcar en el avión que los llevaría de regreso a Ginebra, cuando sonó el móvil de Conor. Lo sacó del bolsillo posterior de sus vaqueros y sonrió al ver de quién se trataba.

    —¡Hey! ¡Dichosos los oídos que te oyen, hermanito! ¿Dónde andas?

    Eso digo yo —repuso Milo—. Porque en tu casa no estás…

    Conor miró a Nikki interrogante. Enseguida cayó en la cuenta de que ella no podía oír la conversación y puso el móvil en manos libres.

    —Te he puesto en altavoz, Milo. Estamos en España, en la isla de Menorca, este finde teníamos la boda de mi ex jefe. Bueno, la segunda boda.

    —¡Hola, cuñado!

    Hola, preciosa, me alegro de oírte… Bueno, si no estáis aquí, me buscaré un hotel. No pasa nada.

    —¿Estás en Ginebra? ¿Qué haces allí? —preguntó Conor intercambiando con Nikki miradas preocupadas.

    Sí, sí… Es largo de explicar, así que mejor lo dejamos para mañana. Llevo veinte horas de vuelo a mis espaldas este fin de semana y tengo un jet lag de campeonato, así que me voy a desmayar en una cama ahora mismo. No hagáis planes para mañana, ¿vale? Cenamos fuera. Invito yo.

    La preocupación de Conor creció con cada palabra de Milo. ¿Veinte horas de vuelo a sus espaldas? ¿Y por qué había hecho escala en Ginebra?

    —Eh, espera, espera… ¿Estás bien, Milo?

    Del otro lado, les llegó un suspiro.

    Sí… bueno no del todo, pero sí, sí… Voy a necesitar que me hagáis un favor, chicos. Solo es eso, ¿vale? Y no se trata de que me prestéis pasta —bromeó, aunque ni Conor ni Nikki se creyeron la broma—. No os preocupéis. Mañana hablamos, ¿de acuerdo?

    A Conor se le habían disparado todas las alarmas. Sabía que algo sucedía porque no se había creído las razones que Milo le había dado a la familia para explicar por qué su traslado a la central londinense de la empresa se había aplazado otros tres meses. Ni por qué cuando al final había sucedido, él estaba de todo menos feliz. Era algo que Milo llevaba mucho tiempo planeando. Algo que le había devuelto la ilusión, la risa fácil, la alegría… Y de pronto, estaba más mustio que nunca.

    Fue Nikki la que tomó la iniciativa ya que Conor se había quedado mudo.

    —Por supuesto, Milo. Lo que sea, cuenta con nosotros. ¡Te esperamos en casa mañana! Y ahora vete a dormir, que el jet lag es matador.

    Gracias, preciosa. Eres un cielo. Mañana nos vemos.

    Un buen rato después de haber cortado, Conor continuaba dándole vueltas al asunto y cada vez entendía menos lo que estaba sucediendo. Nikki ya había agotado su stock de «no te preocupes, seguro que no es nada» y lo había dejado tranquilo con sus pensamientos. Milo era alguien especial para él y podía volverse muy obsesivo cuando se trataba de algún problema familiar.

    Ya les llegaba el turno de pasar el control de embarque y Nikki aprovechó para hacer un nuevo intento de devolverlo a la realidad. Se estiró a besarlo en los labios al tiempo que le sacaba la tarjeta de embarque del bolsillo superior de su vistosa camisa vaquera.

    —Vuelve conmigo que me siento muy sola…

    Conor le devolvió el beso.

    —Sí, perdona… —Le pasó un brazo alrededor de la cintura—. ¿Lista para volver a casa?

    —¿Y dejar esta maravillosa isla atrás? ¿Se puede estar preparada para algo así? Voy a llorar… —bromeó, haciendo pucheros.

    —Cuánta razón tienes. Creo que yo también voy a llorar —repuso, imitándola.

    Y al final, los dos rieron.

    2

    Lunes, 27 de septiembre de 2010.

    En un restaurante italiano,

    Ginebra, Suiza.


    La llamada de Milo había preocupado a Conor y volver a verlo después de dos meses, había confirmado sus sospechas. No tenía buen aspecto. Siempre había sido un hombretón con tendencia al sobrepeso que se mantenía en forma gracias a las duras condiciones en las que se desarrollaba su trabajo en las plataformas petrolíferas. Su traslado a Londres, y a una vida sedentaria, tenía que haber favorecido el sobrepeso y, sin embargo, no había sido así. Estaba mucho más delgado y no tenía buen semblante. Su piel lucía apagada, sin brillo, y su frondosa cabellera castaño oscuro peinaba muchas más canas que la última vez que se habían visto. Era quisquilloso con su barba, que mantenía muy corta y perfilada, pero se notaba que hacía varios días que no la tocaba. Milo lo había atribuido a que el tratamiento para dejar de fumar que el médico le había puesto tras darle un ultimátum era tan severo que lo dejaba sin ganas de nada.

    La cena había sido amena. Milo era un gran contador de historias y después de toda una vida viendo mundo, siempre tenía historias nuevas para compartir. Que hubiera dejado para el final hablarles de la razón que lo había llevado hasta su puerta la noche anterior había sido deliberado y a Conor le había confirmado que sucedía algo importante en la vida de su hermano. Pero siempre había dejado que fuera él quien escogiera el momento de hablar de sus asuntos y esta vez no sería diferente.

    El momento llegó después de los postres, cuando el camarero de la coqueta trattoria donde Nikki había hecho la reserva, les sirvió el café.

    —Si os digo la verdad, no sé por dónde empezar —confesó Milo.

    Conor ya no tenía ninguna duda al respecto; muy complicado debía ser el asunto para que estuviera dando semejante rodeo. Decidió facilitarle las cosas.

    —Yo creo que estaría bien saber de dónde vienes. Ayer nos dijiste que traías «veinte horas de vuelo a tus espaldas» y, que yo sepa, de Londres hasta aquí con dos basta y sobra. ¿Qué opinas, Nikki?

    Ella sacudió la cabeza ligeramente a un lado y a otro como si estuviera pensando.

    —Mmm… No sé, no sé… Nos va a soltar la excusa de que tenía un viaje de trabajo y nos vamos a quedar igual que estábamos; mordiéndonos las uñas. Propongo que empiece por decirnos por qué una conversación frente a frente y no una llamada o una videoconferencia.

    Milo sonrió con resignación después de dar un sorbo a su café.

    —Chica lista —concedió.

    La frase de apertura idónea se le seguía resistiendo, de modo que optó por la sinceridad sin adornos.

    —Había alguien en mi vida, pero algo que hice sin la intención de cagarla, dio al traste con todo. Ahora estoy intentando recuperar el terreno perdido y aquí es donde entráis vosotros. Necesito que celebres tu cumpleaños en mi casa, Conor. Y necesito que toda la familia esté presente. La de Nikki también.

    Milo estaba sudando y ver sus expresiones entre sorprendidas y divertidas no ayudaba. Sentía que toda su vida dependía de la bendita celebración y cada vez que se descubría inmerso en semejante terremoto emocional, se sentía como un desconocido para sí mismo. Y lo peor de todo era que aquello no era más que el principio. Incómodo, bebió otro poco de café.

    Pero la sorpresa no tardó en convertirse en risa. Enterarse de que Milo había dejado de ser el solitario aventurero que se enrollaba con cientos de chicas pero no se comprometía con ninguna les parecía una gran noticia.

    —¿Quieres decir que vas a sentar la cabeza, hermanito? ¡Madre de Dios, repítelo mientras te grabo con el móvil porque esto no me lo creo!

    Nikki, por su parte, siempre había sentido un gran afecto por él, pero aquella noticia, por más grande que fuera, seguía sin explicar lo más importante.

    —Cuñado, me encanta saber que al fin alguien te ha echado el lazo y todavía no sé qué relación tiene una fiesta de cumpleaños con eso, pero lo que me intriga de verdad es… ¿Vuelas hasta Ginebra para pedírnoslo personalmente? ¡Ni que te fuera la vida en ello!

    Conor miró consecutivamente a su hermano y luego a su mujer. La alegría de saber que Milo había encontrado a ese «alguien especial» con quien compartir su vida lo había ocupado todo en un momento. Pero Nikki tenía razón. Su breve explicación había servido para centrar el tema, nada más. Lo más importante estaba aún por decir.

    —Déjalo que organice sus ideas, nena. Reconocer que hay alguien en su vida es toda una confesión viniendo de él, así que, mejor, no lo agobiemos.

    Milo exhaló un suspiro. A la porra el tratamiento; necesitaba algo fuerte ya.

    —¿Os importa si pido un whisky? Sé que madrugáis y no quisiera ser la causa de que mañana estéis como dos zombis…

    —Claro, yo también me apunto con un gin-tonic —lo interrumpió Conor—. ¿Y tú, Nikki, quieres beber algo?

    —¡Por supuesto! Tomaré un Baileys.

    Cuando llegaron las bebidas, la conversación se reanudó.

    —Habíamos planeado instalarnos en mi casa cuando la empresa me trasladara a Londres y Sunny consiguiera el suyo… Así la llama todo el mundo, Sunny… Trabaja para una ONG. Mi idea era presentar a las familias y casarnos en cuanto ella estuviera fija en Londres.

    —¡Guau! —exclamó Conor. Notó que su hermano se ruborizaba un poco.

    —Pero entonces, vosotros os lanzasteis a la aventura de casaros en un mes, no encontrabais un lugar donde celebrar la boda y, lógicamente, os ofrecí hacerlo en mi casa y… —Respiró hondo—. Esa no era la mejor circunstancia para hacer las presentaciones.

    Conor frunció el ceño. A él le parecía no solo un momento ideal, también una forma muy práctica de facilitarlas; si se mostraba delante de la familia con una mujer por primera vez en toda su vida, a todos les quedaría claro solo con verlos que la señorita en cuestión era la elegida para convertirse en la señora Murphy.

    —¿Por qué no? ¡Al contrario!

    —Porque nos habríamos convertido en el centro de toda la atención… Y lo último que quería era robaros el protagonismo de un momento que todos esperábamos desde hace años… O sea, que os dejarais de tonterías, reconocierais que sois incapaces de vivir el uno sin el otro, y dierais el gran paso de una vez…

    El comentario gracioso no consiguió despistar a Conor y se lo comunicó a su manera; bromeando.

    —¿Tú robarme el protagonismo a mí? ¿En el día más fabuloso de mi vida? ¡Ni en sueños, tío!

    Nikki notó que Milo no rió la pulla de Conor. En cambio, dio un sorbo a su bebida y continuó.

    —Pensé que ella lo entendería. —Respiró hondo—. Me equivoqué; lo tomó como una falta de compromiso por mi parte y rompió conmigo.

    Conor pasó de la broma a la preocupación en un instante. De pronto, se sentía culpable. Miró a Nikki y comprobó que ella también lo estaba.

    Pero Milo seguía absorto en sus pensamientos, intentando encontrar las palabras idóneas para continuar.

    —No tuvo nada que ver con una falta de compromiso. Pero, bueno… Supongo que, en parte, entiendo que lo creyera… —Volvió a respirar hondo—. Retrasé mi traslado todo lo que pude para poder estar cerca suyo mientras intentaba arreglar las cosas. No hubo forma de hacerlo… Y al final, tuve que trasladarme a Londres. Solo. Durante estos meses, he intentado mantener el contacto y no me lo ha puesto nada fácil. —Milo se removió incómodo y cuando alzó la vista de su copa y los miró, sus ojos brillaban y había un cierto rubor en sus mejillas—. Sé que me quiere, pero está muy dolida conmigo y que sea una persona con las ideas tan claras, no facilita las cosas, ¿sabéis? Así que cuando surgió este viaje en el trabajo, me puse a planear la manera de… No sé, vamos a llamarlo «estrategia para quebrar sus defensas», y recordé tu cumpleaños, Conor… Pero al llegar a Abu Dabi, me llevé el enorme disgusto de enterarme que había vuelto a Ámsterdam. Y como ya estaba embalado por verla, cambié mi billete de regreso y… —Miró a Nikki—. Contestando a tu pregunta, de allí vengo. De Ámsterdam… Dar con ella fue toda una odisea que os ahorraré… La cuestión es que he conseguido que aceptara tomarse un café conmigo y la he invitado a tu cumpleaños en tu nombre. Ha dicho que se lo pensará. Y te juro que voy a hacer lo imposible para que venga, pero no puedo mentirte. Quizás no lo consiga y acabes cambiando tus planes para nada. Seguro que siendo tu primer cumpleaños estando casado, estabais organizando algo especial… Lo siento mucho, tío.

    Milo hizo una larga pausa para beber y también para aclararse. Tenía un nudo en el estómago. Las expresiones de aquellos dos rostros juveniles hablaban a las claras de cómo se sentían. Sonrió con ironía.

    —No entendéis nada, ¿verdad?

    Lo explicado por Milo empezaba a arrojar luz sobre varios sucesos de los últimos meses, pero tanto Nikki como Conor tenían la impresión de que quedaban varios cabos sueltos. Lo de no querer robarles protagonismo era una estupidez. La razón no

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