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Momentos Especiales - Dylan & Andy: Extras Serie Moteros, #7
Momentos Especiales - Dylan & Andy: Extras Serie Moteros, #7
Momentos Especiales - Dylan & Andy: Extras Serie Moteros, #7
Libro electrónico255 páginas3 horas

Momentos Especiales - Dylan & Andy: Extras Serie Moteros, #7

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Información de este libro electrónico

¡Dylan y Andy se dan el "sí, quiero"! 

Vive junto a ellos sus cuatro últimas semanas de solteros, un mes cargado de ilusión, emoción y prisas  por tenerlo todo a punto para el gran día. Y sobre todo, prepárate para conocer una faceta diferente del motero más tatuado del bar The MidWay.

Si eres fan de Dakota, suspirarás.

Si eres fan de Evel… ¡también suspirarás!

Y si echabas en falta volver a tener a todos los moteros reunidos, ¡estos momentos especiales se quedarán grabados en tu recuerdo para siempre!

Momentos Especiales - Dylan & Andy narra en detalle las semanas previas a la boda así como el gran día de la pareja protagonista de Lola, Serie Moteros 3.

Secuencia de lectura recomendada:

Lola (Serie Moteros 3)

Lola. Entre-Historias (Serie Moteros 4)

Momentos Especiales - Maverick & Shea (Extras Serie Moteros 6)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2019
ISBN9788494876394
Momentos Especiales - Dylan & Andy: Extras Serie Moteros, #7
Autor

Patricia Sutherland

Su estreno oficial en el mundo romántico español tuvo lugar en abril de 2011, de la mano de Princesa, una novela que aborda el controvertido asunto de la diferencia de edad en la pareja, y que ha enamorado a las lectoras. Han sido sus apasionadas recomendaciones y su permanente apoyo, las que han convertido a Princesa en un éxito y a Dakota, su protagonista, en el primer héroe romántico creado por una autora española que cuenta con su propio club de fans en Facebook. En noviembre de 2012, Princesa obtuvo el I Premio Pasión por la Novela Romántica. En dicho mes, asimismo, fue nominada en tres categorías, Mejor Novela, Mejor Autora Chicklit y Mejor Portada en el marco de los I Premios Chicklit España. Un año más tarde, en noviembre de 2013, salió Harley R., la segunda entrega de la Serie Moteros de la que Princesa es ahora el primer libro, una novela sobre el amor después del desamor y las segundas oportunidades. En febrero de 2014, Harley R. resultó ganadora del II Premio Pasión por la Novela Romántica y más tarde fue nominada al Premio Rosas Romántica'S 2013 y a los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2013. Su último trabajo publicado es Harley R. Entre-Historias, un apasionado "spinoff" de Harley R., que salió en abril de 2015. También es autora de la serie romántica Sintonías, compuesta por Volveré a ti, Bombón, Primer amor, Amigos del alma y Simplemente perfecto, que quedó 2ª Finalista en los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2014. Patricia Sutherland nació en Buenos Aires, Argentina, pero está radicada en España desde 1982.  Más información en su página oficial: Jera Romance www.jeraromance.com

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    Momentos Especiales - Dylan & Andy - Patricia Sutherland

    1

    Londres. Domingo, 27 de junio de 2010.


    El sábado había sido un día memorable que Dylan y Andy habían acabado en una noche aún más memorable en el piso que él tenía en Piccadilly Circus en vez de en el hotel que habían reservado. Sus últimas horas en Londres las habían dedicado a husmear entre los puestos de Camden Market y en ningún momento habían dejado de compartir miradas cómplices.

    Tal como los dos imaginaban, la noticia se había extendido con rapidez entre los amigos, y sus respectivos teléfonos hervían de llamadas y mensajes desde primera hora de la mañana, renovando con cada felicitación y cada buen deseo, la emoción que se había instalado en los dos el día anterior cuando Andy había puesto día, hora y lugar a algo que Dylan anhelaba desde hacía mucho tiempo.

    Por razones laborales, Maverick no había podido sumarse a la comitiva que los había acompañado hasta el aeropuerto, pero excepto él, todos los demás estaban acompañándolos en sus últimos minutos de estancia en el país.

    Todos, incluido Brennan Mitchell, que para la enorme sorpresa de su único hijo varón, no solo estaba allí, sino que conversaba con su futura consuegra como si se conocieran de toda la vida.

    Si no fuera porque él mismo se había ocupado de la cocina, Dylan habría apostado que a su viejo le habían puesto algo en la comida y todavía le duraba el colocón.

    El beso de Andy lo trajo de vuelta a la realidad de golpe. La miró divertido.

    —¿Qué?

    Ella volvió a besar ruidosamente su mejilla. No pensaba estropear el momento diciéndole lo que él ya sabía que ella estaba pensando; que a pesar de su asombro, muy en el fondo y aunque todavía no estuviera en condiciones de admitirlo, le agradaba que su padre se hubiera tomado el tiempo y el evidente interés de ir a despedirlo al aeropuerto.

    —Nada. Me encantas.

    Él sacudió la cabeza ligeramente, sonriendo por dentro y por fuera.

    —¿Debería preocuparme que me tengas tan calado, preciosa? —Una sonrisa brilló en el rostro de Andy cuando se estiró a darle un tercer beso que, esta vez, fue sobre sus labios.

    Nah. Soy inofensiva.

    Su lado más reservado siempre se había sentido extraño junto a ella. Era práctico y, en consecuencia, nada dado a hablar de sí mismo, a lo que había que añadir un filtro autoimpuesto que en la vida adulta le había resultado de mucha utilidad. Pero, de alguna forma, Andy se las arreglaba para saber lo que pensaba y eso lo desconcertaba. Quizás su filtro no estuviera funcionando tan bien como él creía. O quizás, ella hubiera acabado haciendo a escondidas aquel Master en Dylan Mitchell al que había aludido aquella tarde de confesiones familiares en una cafetería del aeropuerto de Mahón, y ahora fuera una experta en él.

    Dylan se levantó del taburete.

    —Hora de abandonar tu adorado Londres —le dijo en un susurro, después de dejarle un beso en la oreja.

    El movimiento de Dylan interrumpió las conversaciones y todos empezaron a prepararse para el momento del adiós. Él se acercó a Neus.

    —Dámela, que yo la llevo. Esta hermosura pesa un montón ya, ¿eh, peque? —Dylan tomó a Luz de brazos de la tía de Andy. La niña enseguida mostró sus encías donde algún dientecito empezaba a asomar tímidamente.

    Cuando su mirada se cruzó circunstancialmente con la de Andy, ella reía con disimulo ante lo que en realidad no había sido un gesto de cortesía —a la niña le encantaba ir en el carro del equipaje—, sino un intento de evitar que la despedida incluyera acercamientos físicos con su familia. Más concretamente, con el cabeza de familia.

    —Ya sé, no lo digas; te encanto, ¿a que sí? —se burló él y la vio asentir una y otra vez con la cabeza.

    —Eres lo más adorable que existe en esta galaxia y en las que se están por descubrir —afirmó Andy, categóricamente, mientras los demás seguían la interacción de la pareja con interés.

    —¡Dí que sí, sobrina! —intervino Neus quien saltándose todo tipo de protocolos, se puso de puntillas y besó la mejilla de Dylan—. Venga, vámonos que ya está bien de tanta juerga… ¡tenemos que organizar una boda!

    —Bueno, bueno… ya será menos —dijo Danny y con una de sus típicas salidas adolescentes añadió—: Tú estás mayor, chico. Mejor la llevo yo —Y con esas, tomó a la pequeña en brazos y empezó a alejarse mientras se despedía de todos—: Como dijera mi madre, todo estaba muy rico y lo he pasado muy bien… ¡Hasta pronto, amigos!

    —¡Danny…! —se quejó, avergonzada, la madre de la criatura.

    —¿Mayor, dices? Muy bien. Te lo recordaré la próxima vez que vengas a pedirme algo como…. —Ni Dylan acabó la frase, ni Danny continuó alejándose.

    Las carcajadas ya se hacían oír cuando el muchacho regresó junto a él y le devolvió a la niña.

    —No seas tan sensible, hombre…. Era una forma de hablar, nada más.

    —Me gustaría mucho saber qué os traéis entre manos mi hijo y tú —apuntó Anna.

    Esta vez las carcajadas fueron de Dylan.

    —Qué va, no te gustaría.

    En efecto, lo más probable era que no le gustara saber que Dylan encubría muchas de las tonterías adolescentes de su hijo. Andy estaba al tanto, no siempre estaba de acuerdo, pero entendía la posición de Dylan al respecto y no pensaba delatar a ninguno de los dos. Danny había crecido rodeado de mujeres; necesitaba un hombre en su entorno, alguien de quien se fiara y su relación con Dylan era muy buena. Lo mejor era cortar esa conversación de cuajo.

    —Bueno, detesto este momento, pero tenemos que irnos… —empezó a decir Andy. Abrazó a Shea—. Gracias por todo, cuñada, ha sido un fin de semana fabuloso. Nos vemos en Menorca en un mes, ¿sí?

    —Gracias a ti. Gracias por todo, Andy. No quiero volver a llorar, pero… tú sabes a qué me refiero.

    Las mujeres estrecharon el abrazo.

    —Lo sé, tonta, y no hay nada que agradecer.

    Esta vez le tocó a Anna.

    —Me ha encantado volver a verte, Shea y es genial saber que muy pronto estaremos de celebración otra vez, ¿verdad? Por favor, dale saludos míos a Maverick.

    —El gusto ha sido mío, Anna. Me hacía muchísima ilusión tenerte a ti y a tu familia en mi casa. Nunca olvidaré lo cómoda que me hicisteis sentir cuando estuve en Menorca.

    —Nos vemos pronto —se limitó a decir Dylan cuando le llegó el turno.

    Shea no se cortó. A pesar de que él sostenía a Luz en brazos, se las arregló para besar las dos mejillas de su hermano imitando lo que había visto hacer a la familia de Andy y le rodeó la cintura con un brazo.

    —Dalo por hecho. Me encanta volver a tenerte en mi vida, hermanito, y no te vas a librar de mí tan fácilmente.

    Los ojos del irlandés denotaron que había recibido las muestras de afecto con más gusto de lo que sus palabras dieron a entender.

    —No, parece que esta vez no voy a librarme —repuso.

    —No te hagas el duro —intervino Erin. También besó a su hermano en una mejilla sin más acercamientos—. A estas alturas, ya no engañas a nadie.

    —Tú tampoco —fue la respuesta de Dylan—. Nos vemos en un mes.

    Ella asintió complacida.

    —Nos vemos en un mes —concedió.

    Las despedidas se sucedieron durante un rato, hasta que al final, llegó la que Andy —y todos, en realidad— esperaba con ansias.

    Brennan Mitchell quedó frente a la pareja. Andy sonreía. Dylan observaba a su padre con expresión seria. Hacía años que había dejado de creer en él y lo único que esperaba era que no fastidiara las cosas en el último minuto.

    —Bueno, es hora de decir adiós…. Me ha gustado mucho volver a verte, Andy… Y a ti, hijo…

    Dylan se limitó a asentir. Andy, en cambio, se sintió obligada a sacar a relucir su talante más extrovertido. Lidiar con el lado poco comunicativo de Dylan no era plato de gusto para nadie y a pesar de todos los pesares, aquel hombre le daba una pena enorme.

    —¡Y a mí, señor Mitchell! ¡Ha sido genial poder pasar unas cuantas horas todos juntos! —Cuando lo dijo, ya le había echado los brazos alrededor del cuello, afectuosamente algo que el padre de Dylan recibió con agrado y cierta sorpresa.

    Dylan contempló la escena con los mismos ojos de hombre enamorado que lucía siempre que Andy estaba en su campo visual.

    —Su nombre es Brennan, preciosa. No creo que le importe que dejes de llamarlo señor.

    Hubo un intercambio de miradas entre padre e hijo.

    —Claro, por supuesto que no… —concedió Brennan.

    Andy les ofreció a los dos hombres su mejor sonrisa. Esperaba que de ella dedujeran que no era hablando de tontas formalidades como quería pasar sus últimos momentos en aquel aeropuerto. Quería lo que quería todo el mundo allí presente, ver a padre e hijo despidiéndose como lo que eran; familia.

    —Bueno, hasta dentro de un mes… Vendrás, ¿no? —comentó Dylan. Ya había retrocedido un par de pasos, como si aquello fuera la antesala de su marcha definitiva.

    —Claro. Quizás llegue unos días antes… Anna ha insistido con tanta gentileza que no he querido negarme… ¿Te parece bien?

    La mirada de Andy se desplazó de su futuro suegro a su futuro marido, expectante. Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no empezar a dar saltos de alegría. No sabía que su madre hubiera estado tejiendo lazos invisibles a sus espaldas, aunque tampoco le extrañaba; era su forma de ser.

    —Claro. Por mí, bien —repuso Dylan.

    ¿Y ya está? ¡Ay, calvorotas, que difícil te pones cuando quieres!, se quejó Andy para sus adentros, pero se ocupó de ponerle toda la alegría al momento que él se estaba reservando.

    —¡Nos parece perfecto, fabuloso, ¿verdad, Dylan?! ¡Ay, qué bien!

    Lo que a él le parecía era que ya había tenido suficiente ración de familia por el fin de semana. Ahora, quería irse. Pasó un brazo alrededor de la cintura de Andy.

    —Nos vemos. Adiós a todos —se despidió.

    Y con esas, la pareja puso rumbo a la puerta de embarque acompañada del resto de la familia. En cuanto se alejaron lo bastante, Andy le habló en tono de confidencia.

    —Ay, calvorotas, con la sonrisa bestial que tienes y lo poco que se la enseñas a tu padre… ¿No podías sonar un poquito más alegre?

    Él miró a su chica de reojo. No había sido una recriminación, pero no hacía falta que nadie le dijera que, en su dicharachera opinión, se había quedado corto de efusividad.

    —Sonaré alegre cuando tenga razones para hacerlo. De momento, me limito a observar.

    —Observar —repitió ella pensando que entre el padre que metía la pata a base de bien y el hijo que no le dejaba pasar una, les daría la Navidad del 2040 y seguirían observándose.

    —Sí, exacto; observar. Por cierto, gracias por lo de la sonrisa bestial —añadió, coronando su frase con un guiño.

    Andy exhaló un largo suspiro. Estaba claro que todavía quedaba un gran trecho por recorrer hasta poder ver al padre y al hijo comportándose como si fueran familia.

    Dylan no pudo evitar sonreír. La apretó cariñosamente contra su cuerpo al tiempo que la miraba resplandeciente de amor.

    —Así que te quieres casar conmigo… —comentó, pícaro.

    La sonrisa volvió de golpe al rostro de Andy. ¿Había dicho ya que estaba total y absolutamente loca por él? No se podía ser más adorable.

    —¿Yo? ¡Qué dices! ¿Casarme, de dónde has sacado eso?

    —Vaya… ¿La has oído, peque? Parece que vas a tener que esperar un poco más para vestirte de dama de honor —le dijo a Luz.

    La pequeña, todo sonrisas, se agitó alegremente en los brazos de Dylan, moviendo sus bracitos como si estuviera celebrando algo. Él sacudió la cabeza risueño.

    —Ni ella se lo cree, preciosa… Sabe que por increíble que parezca, es real.

    La pareja intercambió miradas cómplices.

    —Muy, muy real —concedió Andy.


    Unos metros atrás, el padre también observaba, aunque sus emociones eran de un tenor diferente. Ver a su hijo alejándose por aquel aeropuerto junto a la menuda joven a quien llevaba tomada de la cintura y con un bebé en brazos era una imagen que atesoraría en sus recuerdos lo que le quedara de vida.

    Más tarde, en Menorca…


    Las miradas cómplices continuaban al llegar al aeropuerto de la capital menorquina. Aunque Dylan fuera demasiado práctico para reconocerlo y Andy, que lo conocía, no intentara que él lo pusiera en palabras, los dos estaban emocionados por igual.

    Sin embargo, el ánimo positivo respecto de su gran noticia que habían dejado atrás en Londres, empezó a cambiar en cuanto pusieron un pie en Menorca y volvieron a activar sus teléfonos; todos los mensajes y llamadas que no habían recibido por cuestiones de roaming, aparecieron tan pronto sus aparatos se conectaron a la red local. Especialmente, los móviles de Anna y Neus, que ocupaban sendos asientos en la parte posterior del monovolumen de Dylan y que intercambiaron miradas al recibir el mismo mensaje:

    ¿Puede alguien explicarme de qué va esta historia de que mi sobrina se casa en un mes?

    Las hermanas se limitaron al intercambio de miradas, ya que ellas mismas tampoco tenían muy claro cómo se habían desarrollado las cosas. Sabían que la boda tendría lugar en la finca La Savina, propiedad de la familia Martí, la segunda esposa de su padre, pero ignoraban cómo se había escogido el lugar y todos los detalles relacionados. En la familia Estellés el organizador era Pau, especialmente después de que Francesc se hubiera retirado, de modo que habían dado por hecho que él estaba implicado en la sorpresa. Ahora, quedaba claro que no era así. Y si Pau no estaba al tanto, el tema traería cola.

    A pedido de Andy, Dylan se detuvo frente al gimnasio y ella se apeó. Dio la vuelta al vehículo hasta el lado del conductor y asomó la cabeza por la ventanilla.

    —Gracias por traerme, calvorotas. A las diez, a más tardar, estaré en casa, que tenemos mucho que planear… —dijo y se estiró para dejar un beso sobre sus labios que Dylan, como siempre, se ocupó de convertir en una explosión—. Guaaaaaaaaaaauuuu….

    —¿Te gustó?

    —Muchísimo —repuso ella.

    —Pues, ya sabes dónde hay más… No te entretengas demasiado, ¿vale? —murmuró el, comiéndosela con los ojos.

    Ella negó con la cabeza y se despidió de los pasajeros que iban en la parte posterior con un gesto de la mano.

    —Claro, a nosotros que nos parta un rayo —se quejó Neus, haciéndole un guiño a su hermana. Pronto, su broma en tono de queja acabó dando el resultado esperado, cuando su sobrina abrió la puerta y, pasando por encima de su madre, de su hermano y del bebé, depositó un sonoro beso sobre la mejilla de su tía.

    —Eso jamás… ¿Te has quedado a gusto o te doy otro?

    —Ya que estás, reparte… —intervino Anna acercándole su mejilla.

    —A mí, ni me mires —dijo Danny.

    Al final, la muchacha acabó repartiendo besos a todos los ocupantes del vehículo mientras desde el asiento delantero, los ojos enamorados de Dylan la observaban por el retrovisor.

    Andy pasó frente al mostrador saludando a la recepcionista con la mano, sin detenerse.

    Tina estaba acabando su sesión de aerobic. Era una clase que empezaba a crecer, a pesar del horario en el que se desarrollaba. Había sido la primera práctica que había inaugurado el gimnasio, ya que era el tipo de actividad más demandada en la región, y ahora estaba casi al completo. Esperó junto a la puerta observando. Había profesionales que daban clases de aeróbic de buen nivel, y había otros, como Tina, que además eran capaces de ofrecer entretenimiento a la par que motivación para continuar poniéndose en forma. La gente se lo pasaba verdaderamente bien en sus clases y se habían formado grupos con mucha camaradería. Verlos sudar en aquella coreografía bastante lograda al ritmo de Everybody Dance Now, un remix del famoso tema de los ’90 de C+C Factory, era todo un espectáculo.

    Las amigas se reunieron en cuanto acabó la clase y juntas se dirigieron al vestuario mientras conversaban.

    —¡¿Qué tal está la flamante futura señora Mitchell?! —bromeó Tina al tiempo que le pellizcaba la mejilla en lugar de darle un abrazo como de costumbre—. Disculpa, estoy toda sudada…

    Había sido una pregunta espontánea, ya que no esperaba verla aparecer por allí aquel día. Por su talante, Andy no parecía estar al tanto de las últimas noticias y Tina no tenía claro si advertírselo o no.

    —¿Señora Mitchell? —Andy se echó a reír. Era la primera vez que alguien le sugería el cambio de nombre y le resultaba extraño—. La verdad, no tenía pensado dejar de ser Andrea Avery después de que me case…

    —¡No esperaba menos de ti! —repuso la entrenadora. A continuación, abrió el grifo del agua fría y situó su cabeza debajo para refrescarse.

    Andy la miró extrañada. Tina estaba contenta, sí, y se había mostrado bastante efusiva, pero había algo en ella que no le acababa de cuadrar.

    —¿Te molestó que no te lo dijera, Tina? —le preguntó al cabo de unos instantes.

    La entrenadora cerró el grifo con parsimonia y se secó el rostro con la toalla que llevaba alrededor del cuello antes de responder.

    —A mí, no, por supuesto. Sé por qué lo has hecho de esta forma. Y además, mientras cuentes conmigo para ayudarte y acompañarte, me doy por satisfecha…

    —¿Pero…?

    —Ya conoces a tu tío —repuso Tina con un gesto de disgusto. Él había puesto el grito en el cielo, no sólo por el candidato a novio y la juventud de la prometida, sino porque lo habían mantenido al margen.

    Los ojos de Andy se abrieron como platos.

    —¿Quieres decir que discutisteis o algo así?

    Tina movió la cabeza a un lado y otro, dubitativa. Tanto como discutir, no, pero todo aquel asunto le había sentado fatal al menorquín, y cuando algo le sentaba mal, todo el mundo se enteraba.

    —Bueno, le gusta estar en todo así que la noticia fue un cubo de agua fría y, lógicamente, creyó que yo estaba al tanto, así que… Me costó convencerlo de que yo no tenía ni idea.

    Andy soltó un bufido. No había recurrido a él porque estaba de viaje. Además, a su abuelo le había hecho tanta ilusión conocer sus planes, que todo se había desarrollado de la forma más natural.

    —Lo siento, nena… No quería que se estropeara la sorpresa, por eso no se lo dije antes a nadie. Ni mi madre lo sabía… Joder, no puedo creer que se haya enfadado… ¡Este hombre es de lo que no hay! Pues me va a oír…

    Tina la detuvo.

    —Llega de Barcelona en el último vuelo de hoy. Y, si me permites un consejo, te diría que dejaras estar este tema, cari.

    —¿Tú me dices a mí que lo deje estar? Esto sí que es bueno…

    —Mira, este

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