Primavera en el corazón
Por Gina Wilkins
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Gina Wilkins
Author of more than 100 novels, Gina Wilkins loves exploring complex interpersonal relationships and the universal search for "a safe place to call home." Her books have appeared on numerous bestseller lists, and she was a nominee for a lifetime achievement award from Romantic Times magazine. A lifelong resident of Arkansas, she credits her writing career to a nagging imagination, a book-loving mother, an encouraging husband and three "extraordinary" offspring.
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Primavera en el corazón - Gina Wilkins
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Gina Wilkins
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Primavera en el corazón, n.º 1598- octubre 2017
Título original: Adding to the Family
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-504-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Tenemos el placer de invitarle a la celebración del vigésimo quinto aniversario de Jared y Cassie Walker.
Después de tantos años dedicados a su familia y amigos, queremos darles un homenaje y una gran fiesta.
Lugar: Rancho Walker, Texas.
Fecha: Sábado, 15 de octubre.
Se ruega confirmación.
Molly y Shane Walker
Molly se acercó al granero. La luz del atardecer hacía que su cabello rojizo pareciese aún más brillante, casi tanto como su sonrisa.
—¡He tenido una idea genial! —le dijo a su hermanastro Shane.
Él y el caballo que estaba cepillando la miraron con expresiones similares.
—Cada vez que dices eso me empieza a doler la cabeza.
—Hablo en serio —dijo ella, acercándose a él—. Es un gran plan y no tendrás casi nada que hacer. Podré encargarme de todo yo sola. De casi todo.
El larguirucho granjero dejó el cepillo en un estante y la miró de nuevo.
—¿Qué es lo que voy a tener que hacer?
—No te pongas dramático. Cualquiera diría que te pido cosas complicadas cada dos por tres —repuso ella, apuntándole con un dedo.
—Claro, claro. Lo que tú digas —respondió él, mirando incrédulo a su yegua preferida.
—¡Déjalo ya! —exclamó ella—. Ya sabes que el aniversario de papá y mamá es en octubre. Cumplen veinticinco años de casados.
—Ya lo sé. Recuerdo la boda, yo era ya un adolescente. Y también me acuerdo de cuando naciste tú, un año después.
Shane y su padre, Jared Walker, habían sido un par de solterones sin remedio hasta que conocieron a Cassie Browning. Los dos se enamoraron al momento de ella. Veinticinco años después, formaban aún una familia unida y feliz, a pesar de que Shane llevaba ya casi diez años casado y tenía dos hijas.
Y Molly quería hacer una gran fiesta para celebrar esa unión familiar.
—Deberíamos organizar una fiesta de aniversario sorpresa.
—Vale… Eso suena bastante razonable. ¿Dónde está la trampa?
—No hay trampas ni trucos. Van a viajar a Europa a principios de octubre así que podemos organizar todo mientras están allí. Y les daremos la bienvenida con una fiesta para celebrar sus bodas de plata.
—Parece buena idea. Kelly y yo te ayudaremos. Estoy seguro de que las tías Michelle y Layla también querrán colaborar. Y eso sin contar con el resto de tíos, primos y demás que estarán esperando cualquier excusa para celebrar una fiesta.
Jared tenía cinco hermanos, todos casados y con hijos. Eran una gran familia. Pero Molly quería invitar también a los amigos de la pareja.
—También vendrán los D’Alessandro, claro.
La hermana de Jared estaba casada con Tony D’Alessandro, un detective privado. La extensa familia de éste había formado parte de sus vidas desde siempre. Un primo de Molly se había casado con otro miembro de los D’Alessandro, con lo que los lazos familiares se habían estrechado aún más.
—También quiero invitar a los niños que mamá y papá tuvieron acogidos durante los primeros años de matrimonio, antes de que el rancho se convirtiera en un centro juvenil. ¿No crees que les encantará verlos de nuevo en una ocasión tan especial?
—Lo intentaremos con los que aún mantenemos contacto. Pero los demás… Será difícil encontrarlos.
—Pero quiero que estén casi todos aquí —insistió ella.
—No sabemos de algunos de ellos desde hace años. Por ejemplo de Mark, Daniel y Kyle. Fueron muy especiales en las vidas de papá y Cassie, pero no sé dónde están.
—Los encontraremos —dijo ella con una sonrisa—. Recuerda que nuestros tíos Tony, Joe y Ryan tienen una agencia de detectives. Seguro que nos ayudan y los localizamos en cuestión de semanas.
—Quizás los encontremos, pero eso no significa que quieran venir. No a todo el mundo le gusta recordar el pasado, sobre todo cuando ese pasado incluye hogares de acogida.
—Primero los encontraremos y después intentaré convencerlos para que estén aquí.
—Si alguien puede hacerlo seguro que eres tú.
—Así es. Confía en mí, Shane. Va a ser la mejor fiesta de aniversario posible. A papá y a mamá les va a encantar la sorpresa.
—Espero que no te desilusiones si no todo sale a la perfección. Porque puede que las sorpresas te las lleves tú intentando organizar algo tan grande.
Molly le hizo un gesto despectivo y se volvió hasta la casa principal. Tenía mucho que hacer. Necesitaba una lista de invitados y otras mil cosas en que pensar para que la fiesta fuera perfecta.
Capítulo 1
A MIRANDA Martin le atraía ver a un hombre manejando una calculadora. No sabía por qué. Pero había algo en esos dedos que apretaban teclas rápidamente, sumando y restando. Y todo mientras hablaba de fondos, inversiones y desgravaciones fiscales.
A otras mujeres les gustaban los vaqueros, los policías o los deportistas. La debilidad de Miranda, sin embargo, eran los contables. Y uno en particular: el suyo.
Apoyó la barbilla entre las manos, con los codos sobre la mesa de su contable. Era un hombre muy atractivo. Mark Wallace tenía ojos grises, pelo castaño desaliñado y algo rizado y la dentadura más perfecta que había visto. Pensaba que de no haber sido contable podía haber trabajado como modelo.
—¿Qué es esto? ¿Quieres desgravarte la compra de unos zapatos cómodos? —le preguntó frunciendo el ceño.
—Tuve que comprarlos hace un mes durante un viaje de negocios. Los que llevé me estaban matando. Y no me puedo concentrar en los negocios cuando me duelen los pies. Fui mucho más eficiente en cuanto me compré esos preciosos y cómodos zapatos, aunque es verdad que fueron un poco caros.
Había sido su contable durante un año y siempre la miraba igual cuando ella le decía algo que le chocaba. Lo hizo de nuevo tras oír la historia de los zapatos. Le encantaba esa mirada. Cuando incluyó el recibo del calzado en las deducciones ya había anticipado lo que iba a pasar.
La miraba con la cabeza inclinada, como si no estuviera seguro de si le estaba tomando el pelo o no. Después sacudió la cabeza y tachó el recibo.
Le encantaba que hiciera eso.
—Todo parece estar bien, menos lo de los zapatos —dijo cerrando la carpeta—. Tendré los formularios preparados para que los firmes a finales de semana. Pero la próxima vez no esperes hasta tan tarde para darme toda la información. Porque no nos dejas casi tiempo a ninguno de los dos para subsanar los errores.
—Pero si nunca cometes errores… —dijo ella en tono socarrón.
Mark se encogió de hombros y media sonrisa asomó a sus labios.
—Pues ha ocurrido alguna vez, aunque parezca mentira.
A veces le resultaba imposible no tocarlo. Alargó su mano y le acarició la suya.
—No puedo creerme que no seas perfecto.
Después de un año trabajando juntos, parecía que comenzaba a acostumbrarse al flirteo de Miranda. Al principio le habían desconcertado sus comentarios, pero con el tiempo se había dado cuenta de que ese juego era parte de ella y lo aceptaba como tal. Sobre todo después de que ella le confesara que hablar de dinero le ponía la carne de gallina.
Él la miró con sus penetrantes y masculinos ojos. Era una mirada depredadora que consiguió dejarla sin aliento.
—Algún día puede que te tome la palabra y te siga la corriente cuando flirtees conmigo. ¿Qué vas a hacer entonces? —le dijo.
Miranda Martin, una mujer a la que nunca le faltaba un rápido e ingenioso comentario, se quedó sin palabras. Se quedó perdida en sus ojos y la mente se le llenó de imágenes eróticas. No supo qué decirle.
«Muy bien, tómame la palabra. O aún mejor, tómame a mí», pensó ella.
Pero no lo hizo, sobre todo porque en la vida de Mark había otras dos mujeres. Y una de ellas entró en ese momento.
—Papá. Acabo de volver del cole. ¿Sabes qué? Vamos a ir al museo de ciencias y…
—Payton —la interrumpió Mark—. Estoy con un cliente. Sabes de sobra que no quiero que entres aquí cuando estoy trabajando. ¿Dónde está la señora McSwaim?
La preciosa niña, de ojos azules y cabello rubio y rizado, parecía arrepentida, pero no mucho.
—Ha llevado a Madison al baño —le respondió a su padre mientras estudiaba a Miranda.
—Entonces, ve a jugar un rato hasta que termine aquí.
—Muy bien, papá —repuso la niña suspirando reticente y saliendo de allí.
Mark esperó hasta que la puerta se cerró y se giró de nuevo hacia Miranda.
—Perdona la interrupción. Trabajar desde casa tiene sus ventajas, pero de vez en cuando hay que sufrir estas invasiones.
Miranda lo miraba con su sonrisa más impersonal. Se agachó a por su bolso y se lo colgó del hombro mientras se levantaba de la silla.
—De todas formas, me voy ya. Tengo algo de trabajo que hacer y luego me voy a un concierto.
—Muy bien, te avisaré cuando estén listos los formularios.
—Fenomenal.
—Pásatelo bien en el concierto.
—Cariño, yo siempre me lo paso bien —repuso ella con una sonrisa perversa.
Le gustaba jugar con él de esa manera, sobre todo porque sabía que nunca habría nada entre ellos.
De todos los clientes de Mark, sólo una hacía que la cabeza le diera vueltas después de cada reunión: Miranda Martin.
Pensaba en ella como una chica de oro. Tenía el pelo largo, castaño y cubierto de reflejos dorados. Su complexión era perfecta y siempre bronceada. Sus ojos también eran del mismo tono, del color del ámbar.
Tenía una frente lisa, una nariz perfecta, pómulos pronunciados y una barbilla en la que destacaba un hoyuelo, justo debajo de su boca. De mediana estatura, Miranda tenía piernas interminables, caderas redondeadas, cintura estrecha y un pecho proporcionado. Tenía todo lo que cualquier hombre necesitaba.
Sabía que, de haber sido el tipo de hombre al que le gustaran las aventuras temporales, ya habría llegado a algo con Miranda. Pero tenía dos hijas a su cargo y no podía permitirse ese lujo.
Además, ya había estado casado con una mujer que ponía por encima de sus responsabilidades familiares el pasárselo bien. Si llegaba el momento de reanudar su vida sentimental, nunca lo haría con una mujer tan juerguista como Miranda Martin.
Por otro lado, se había fijado en cómo miraba a sus hijas en las pocas ocasiones en las que habían coincidido. Las niñas eran alienígenas para ella. Sabía que ellas harían imposible que sucediera algo entre los dos.
—¿Quién era la señora que había en tu despacho, papá? —le preguntó Payton esa noche.
—¿Estás hablando del cliente con quien estaba trabajando cuando entraste sin llamar?
—Ya te dije que lo sentía —dijo la niña suspirando—. ¿Quién era?
—Se llama Miranda Martin.
—Era guapa.
—Madison, no le des los guisantes a Poochie, tienes que comértelos tú —repuso su padre mirando a la otra niña.
Madison, de tres años, era una fotocopia de su hermana. Al oír a su padre, se metió a regañadientes el tenedor en la boca, dejando a Poochie, el perro que había recogido Mark de la calle seis meses atrás, esperando bajo la mesa a que cayeran más restos de comida.
Payton tenía cuatro años y le quedaban varios meses para su cumpleaños, pero le gustaba decir que tenía casi cinco. A Mark le parecía a veces, por su forma de hablar, que tenía casi treinta.
—¿No crees que es guapa, papá? —siguió preguntando la niña.
—¿Quién? ¿Madison? Sí, es muy guapa —contestó él.
—Madison no, papá. La señora de antes, Miranda Martin.
—Sí, sí. Es muy guapa.
—¿Puedo hacerme agujeros en las orejas? Me gustaría llevar aros dorados y grandes como ella.
—Cuando seas mayor —dijo él sonriente.
—Nicola Cooper lleva pendientes.
—Cuando seas mayor, Payton —repitió.
—¿Vas a salir con ella?
—No.
—La madre de Nicola Cooper sale con hombres. Se pone guapa y deja a Nicola con su abuela. A veces Nicola pasa toda la noche en casa de su abuela y…
—Bueno, bueno. Come el pollo que se enfría —la interrumpió él.
La niña tomó un par de bocados y volvió a la carga.
—Si piensas que es guapa, ¿por qué no sales con ella?
—Porque no.
Sabía que no era una buena respuesta, pero no quería seguir hablando de aquello.
—Cuéntame cosas de la excursión —le dijo a la niña—. ¿Cuándo vais? ¿El lunes?
Sabía de sobra que era el martes, pero esperaba que Payton se distrajera y dejara de hacerle preguntas sobre su vida social. O más bien, sobre por qué no tenía vida social. Comenzó a