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Un soltero y un bebé
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Libro electrónico158 páginas1 hora

Un soltero y un bebé

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Información de este libro electrónico

Kim acudió a ayudar al guapísimo doctor... ¡y acabó en su cama!
El doctor Stuart Thorpe sabía muy bien qué hacer en caso de emergencia, pero cuidar a su sobrina de seis meses era algo muy diferente. Necesitaba ayuda, ¡y pronto!
Kim Cooper, una guapísima fotógrafa de niños, era la solución perfecta... Además de ser una experta en bebés, tenía un poderoso efecto en la libido de Stuart. Kim accedió a acompañarlo a casa y ayudarlo con aquella pequeña... Pero no contaba con quedarse a pasar la noche, ni tampoco con dejarse cautivar de aquel modo por los encantos de Stuart. ¿Cómo demonios iba a mirarlo a la cara a la mañana siguiente?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 may 2018
ISBN9788491887102
Un soltero y un bebé

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    Un soltero y un bebé - Kristine Rolofson

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Harlequin Books S.A.

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Un soltero y un bebé, n.º 38 - junio 2018

    Título original: The Baby and the Bachelor

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

    I.S.B.N.: 978-84-9188-710-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    1

    2

    3

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    Si te ha gustado este libro…

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    —¿Te he sacado de la cama? Lo suponía.

    —Payne, trabajé hasta las cinco y media de esta mañana —Stuart Thorpe, vestido con su camiseta y pantalones cortos más viejos, aceptó el bebé de los brazos de su hermana y la observó dejar un montón de parafernalia infantil en el suelo de mármol—. Me estoy relajando. ¿Qué crees que hago en mi día libre?

    —Disfrutar de orgías, de fiestas salvajes y de otras cosas que ni siquiera pienso mencionar —le lanzó la típica mirada de desaprobación de hermana mayor que él había experimentado durante treinta y cinco años—. No tendrás ahí a una mujer dormida, ¿verdad?

    —No —sus hermanas tendían a exagerar el alcance de su vida social solo porque aún no se había casado, algo que parecía preocuparlas a las dos—. Bambi se marchó ya para ir a trabajar al Foxy Lady.

    —Jamás sé si estás de broma o no —lo miró con ojos centelleantes—. ¿El Foxy Lady es ese sitio donde unas bailarinas exóticas sirven el desayuno?

    —Sí, lo es, y sí, estoy de broma. Te lo juro. No he vuelto al Foxy Lady desde que cumplí los veintiún años.

    —Ni falta que te hace —musitó ella, pasando a su lado para ir a guardar unos biberones en la nevera—. Las mujeres se lanzan sobre ti a todas horas. Es ridículo.

    —Yo creo que es agradable —le sonrió a su sobrina, que con deditos regordetes le palmeó la mejilla—. El tío Stuart tiene un montón de amigas bonitas.

    —Bueno —indicó su hermana—, mantén a tus amigas bonitas alejadas mientras Bree esté aquí. No quiero que nada te distraiga de tu cometido de canguro.

    —Desde luego —Stuart habría reído, pero no se atrevió. Tenía a su familia y su vida social separadas, para que ninguna dama hermosa con la que pudiera estar saliendo se hiciera una idea equivocada y pensara que iba a haber algo permanente en el futuro.

    —¿De verdad crees que podrás arreglarte hasta que Temple llegue a casa? —preguntó Payne. Temple era su hermana menor.

    —No hay problema —afirmó Stuart, pero los dos sabían que cuidar de una niña de seis meses era un trabajo duro que no entraba en la categoría de «no hay problema»—. ¿Para qué está un tío?

    —¿Estás seguro? —Payne parecía preocupada.

    Pero su hermana mayor siempre lo parecía. La acompañó a la puerta.

    —Nos arreglaremos a la perfección —tenía a su sobrina en brazos, y le tiraba del lóbulo de la oreja como si quisiera arrancársela. A Brianne Nicole Johnson le encantaba jugar con todo—. Has traído su corralito, ¿verdad?

    —Lo he dejado fuera, junto a la puerta —se detuvo y miró alrededor del salón blanco y negro—. Estos muebles ultramodernos parecen peligrosos.

    Él miró la mesita de centro de cristal y metal cromado, el sofá de piel y el mueble donde estaban todos los aparatos electrónicos que le habían costado más que un semestre en la universidad.

    —Cuesta demasiado caro ser peligroso, y, además, Bree va a estar demasiado ocupada para tener tiempo de lastimarse, Payne. La lista de actividades que me has dado es de dos folios.

    Su hermana frunció el ceño, aunque en esa ocasión caminó hacia la puerta.

    —Temple volverá a la ciudad a la hora de la cena. Dijo que te llamaría desde el aeropuerto y que luego vendría directamente aquí a recoger a Bree.

    —Perfecto. Llámame esta noche y dime cómo se encuentra la madre de Phil.

    —Lo haré —dio la impresión de que iba a ponerse a llorar. Quería mucho a los padres de su marido, y pensar en su suegra en el hospital era casi más de lo que podía soportar, en particular en ese momento, en que su marido se hallaba en viaje de negocios en Australia. Los tres hermanos Thorpe compartían el mismo pelo oscuro, la misma complexión atlética y los ojos castaños, pero Payne era la emocional de la familia. Y al ser la mayor, la más mandona—. Asegúrate de que coma a tiempo.

    —Mmmmm —zumbó la pequeña mientras alargaba una mano regordeta hacia su madre.

    Payne la besó tres veces más y luego se marchó a toda velocidad hacia la puerta. Al llegar allí se volvió y le dio a su hermano otra orden.

    —¿Te cerciorarás de que duerma la siesta? ¿Y de que lleve prieto el cinturón de seguridad? Si se pone mala, llama a su pediatra. El número figura en el bolso.

    —Bien.

    —Y dile a Temple que cuento con ella.

    —Podemos cuidar de Bree —la tranquilizó, sabiendo que sus hermanas aún no creían que tuviera treinta y cinco años.

    —No te olvides de la cita con el fotógrafo a las cuatro y media. Si no le sacan las fotos hoy, tendré que esperar tres meses más para conseguir otra cita. Oh, está programada entre su siesta y su cena, así que mantén el horario a rajatabla —fue la orden de despedida.

    —Lo haré —cerró la puerta y se concentró en Bree—. Tu mami es un verdadero… bueno, ya lo descubrirás cuando cumplas los quince años —los ojazos de Bree lo miraban sin pestañear—. Entonces podrás llamar al tío Stuart para que te ayude, ¿de acuerdo?

    —Mmmmm —gorjeó su sobrina al tiempo que tiraba otra vez de su oreja.

    Miró el reloj que tenía sobre la repisa. Iba a ser una tarde larga.

    —No sé si el tiempo vuela —musitó Anna Gianetto. Miró su reloj—. ¿Son las cuatro y media o las tres y media?

    —Cuatro y media —le dijo Kim a su vecina.

    —¿Ya? Ooh —se abanicó el pecho amplio con un folleto de Providence Photography—. Hoy te he traído muchas cosas.

    —Está bien. Mi último cliente aún no ha llegado —distribuyó la ropa infantil para que tuviera la luz adecuada y luego, con la cámara digital de Anna, sacó la foto.

    —Haces un buen trabajo —comentó Pat O’Reilly, dándole una palmadita en la espalda mientras Anna recogía la ropa—. Eres una buena chica al ayudarnos en esto.

    —No me importa —les respondió. Sabía que en ese momento estaban preocupados por ella. Todo el mundo lo estaba, lo que la desconcertaba un poco. No le gustaba ser el centro de atención.

    —Bueno, pues eres una buena chica —repitió Patrick.

    —Lo sé —le guiñó un ojo. Sus vecinos eran como de la familia, ya que los conocía casi de toda la vida. Su empresa de vender cosas en eBay, una casa de subastas en línea, les proporcionaba dinero extra y a Kim su compañía. La hacían reír, aunque su hermana Kate la consideraba un poco loca por frecuentar a sus vecinos mayores—. Es un cambio agradable, después de tantos niños, gatos y perros.

    Patrick, un hombre bajo y fibroso de ochenta y pocos años, agitó un dedo nudoso.

    —Uno de estos días tendrás tus propios hijos, Kimmy, no te preocupes.

    —No me preocupa —prometió.

    Dos años atrás, cuando Jeff rompió su compromiso y dijo que no era «capaz de asumir esa responsabilidad», había creído las declaraciones de su familia de que la vida le reservaba todo tipo de sorpresas agradables y que lo único que tenía que hacer era mantener el buen humor. Pero recientemente había llegado a la conclusión de que quizá su vida no fuera más que el simple transcurrir de un día tras otro. Los hombres con los que había tratado de emparejarla su hermana no habían sido nada interesantes… o quizá, para ser justa, tenía que reconocer que tal vez no habían estado interesados en una versión poco seductora de su hermana.

    —Deberías salir más —dijo Anna—. Pasas demasiado tiempo sola.

    —Lo haré —convino, como todas las veces que sus vecinos se presentaban en el estudio—. Lo prometo.

    —A Robbie le gustas —indicó Anna—. A veces pasa cuando vuelve de su gimnasio. «Tía Anny», dice, «¿qué hago mal para que Kim no quiera casarse conmigo?»

    —No lo amo, Anna —en secreto pensaba que Robbie, un levantador de pesas profesional, estaba más entusiasmado con su propio cuerpo que con la habilidad de mantener una relación con ella. Anna, decidida a cuidar de su joven vecina, tenía una legión de sobrinos que consideraba «apropiados» para ella.

    —Podrías esforzarte un poco más. En la actualidad, las mujeres no deberían esperar tanto para casarse —aconsejó. Guardó la ropa cuidadosamente doblada en una bolsa—. Por eso ahora tienen problemas para tener bebés. Sus óvulos son viejos. No era así en nuestra época. Yo me quedé embarazada en nuestra luna de miel.

    —Sí —corroboró Pat—. Mary y yo tuvimos a nuestro primer hijo con veinte años —frunció el ceño, tratando de recordar—. O quizá fue con diecinueve. Mi memoria ya no es lo que era.

    —Es una pena que las cosas hayan cambiado —dijo Kim, con la esperanza de que sus óvulos le ofrecieran unos años de optimismo antes de secarse. Solo tenía veintiséis años—. Quizá no sea propensa al matrimonio.

    —Tonterías —contradijo Pat.

    —Yo me quedo con nuestra época —indicó Anna—. Cuando los hombres eran hombres.

    —Y las mujeres, mujeres —añadió Patrick con un suspiro. A Kim le habría gustado saber cómo había sido de joven. Sospechaba que atractivo como el pecado y el doble de encantador—. Ya ni siquiera cocinan.

    —Eh —invitó Anna—, pasa por casa que te prepararé unas galletitas de anís.

    —¿Yo también estoy invitada? —Kim sentía debilidad por la especialidad de su vecina.

    —Claro, cariño. Nos ofreceremos una pequeña fiesta —declaró Anna, satisfecha, una vez guardado todo en la bolsa.

    —Será mejor que nos vayamos, Anna —Pat señaló con el pulgar en dirección a la zona de recepción—. Kimmy tiene trabajo de verdad.

    Todos miraron hacia la puerta abierta y oyeron la bulla de un bebé y una voz ronca

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