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Didier 2: El lugar de cada uno
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Didier 2: El lugar de cada uno
Libro electrónico182 páginas2 horas

Didier 2: El lugar de cada uno

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Información de este libro electrónico

Han pasado veinte años y Didier acaba de convertirse en policía. Para celebrar su nombramiento, junto con los compañeros de academia, viajan a la Gomera, para visitar a su abuelo. Mientras cenan, reciben una llamada que cambiará sus tranquilas y organizadas vidas hasta entonces.
Esta vertiginosa historia, nos llevará de nuevo por las vivencias de unos personajes, que siguen buscando soluciones a hechos acontecidos en tiempos pasados y que permanecen sin concluir. Será Alberto el encargado de cerrar ese capítulo y continuar con el futuro.
Con Didier 2, visitaremos lugares de Canarias, Madrid, Paris y Cartagena de Indias, donde los protagonistas residen, tratando de solventar situaciones que se les presentan, ansiosos por conseguir respuestas.
Si la primera parte de esta novela te hizo pasar momentos entrañables, divertidos e inolvidables, Didier 2, demostrará que la vida es puro torbellino y plantea retos que ni el mejor jugador de ajedrez puede imaginar. No te la puedes perder.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 abr 2023
ISBN9788411448727
Didier 2: El lugar de cada uno

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    Didier 2 - María Concepción Rodríguez Bacallado

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © María Concepción Rodríguez Bacallado

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Pintura de portada: Nicolás Pérez Delgado

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-872-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    I

    Alberto Sárate vio llegar a los jóvenes y el orgullo reconfortó su alma al seguir comprobando que Didier no le defraudaba nunca. Los tres amigos viajaron a la Gomera a pasar unos días de descanso, después del gran esfuerzo que habían realizado para convertirse en oficiales de policías en París, donde residían.

    Venían dispuestos a desconectar por completo después de lo duro que les resultó todo el proceso de convertirse en lo que más deseaban en el mundo. Habían decidido que se merecían esas pequeñas vacaciones y qué menos que ir a conocer la tierra de la familia de Didier, de la cual no se cansaba de contar anécdotas y vivencias acontecidas desde su más tierna infancia.

    El abuelo se había encargado de inculcarles, tanto a él, como a su hermana Alice, todos los recuerdos que le venían a la mente en cada situación que experimentaban y si por casualidad olvidaba algo, Susana lo mencionaba. Ahora, con el paso de los años, lamentaba lo poco que coincidieron con sus primos ingleses, ya que ellos pasaron cortos periodos de tiempo en la isla.

    —¡Qué alegría verte, abuelo! —le aseguró el muchacho, abrazándolo muy fuerte al abuelo, que, pese a su avanzada edad, se seguía conservando en forma, según alardeaba cuando hablaban de la madurez, palabra maldita para él.

    —Querido nieto mío, al fin en casa. Te esperaba por la mañana —le respondió, recordando la conversación mantenida la noche anterior con su hijo Javier.

    —Estaba previsto llegar hace varias horas, pero el avión tuvo un problema y nos cambiaron de artefacto —aseguró el joven, resoplando al recordar el percance. Disfrutaba tanto en la isla; sin embargo, solo la idea de coger un avión, limitaba sus visitas. Odiaba volar y, por mucho que le habían tratado esa fobia, no conseguía superarla. Sus instructores decían que no ponía mucho de su parte para lograrlo.

    —Te presento a mis amigos, los oficiales Matías y Daren. —Los chicos saludaron al abuelo de su compañero de penas con mucho respeto, porque de tanto que les había hablado de él, parecía como si lo conocieran de mucho tiempo atrás.

    —Encantado de conocerles, jovencitos. Mis más cordiales felicitaciones a los tres por vuestro muy merecido logro, y ahora a disfrutar de estos días por aquí. Didier, toma la llave y vayan a ponerse cómodos. He preparado una pequeña cena de bienvenida. Cuando estén listos, continuaremos con la conversación.

    Alberto los vio alejarse entre bromas y, en su cascado interior, notó un extraño estremecimiento. No podía explicar lo que sintió al estrechar la mano de aquellos dos jóvenes, pero lo que fuera, siguió repicando, produciéndole una intranquilidad poco habitual en él, a esas alturas de su vida. Decidió alejar esos pensamientos de su cabeza, porque no valía la pena buscar donde no había nada.

    —Tu abuelo está muy bien —le comentó más tarde Matías, mientras esperaban turno para el baño.

    Los chicos se habían acomodado en la otra parte de la vivienda que Alberto había dispuesto años atrás para cuando viniera la familia de visita, dividiendo la gran casa de sus padres en dos más pequeñas que, por desgracia, había pasado de estar muy solicitada, a permanecer vacía la mayor parte del tiempo, cosa que lo entristecía mucho. Era como si todo a su alrededor se iba desinflando por mucho que él luchara para conservarlo en buen estado.

    —Sí, aunque el último año ha sido nefasto por la pérdida de Susana —respondió apenado Didier, que aún no se había repuesto de su falta.

    —¿Tu abuela?

    —Como si lo hubiera sido —respondió muy triste—. Mi abuela de sangre aún vive en Madrid. Berto se casó con Susana después. Lo pasó muy mal durante su enfermedad y sigue empeñado en no abandonar este lugar. Las sobrinas de Susana lo visitan a menudo, eso por lo menos le alivia la soledad.

    —Nunca va a París, ¿verdad?

    —No suele. Antes sí viajaba mucho por su trabajo, pero ya no —respondió Didier, que estaba cansado de tanto rogarle que se trasladara de una vez con ellos.

    —Supongo que debe de tener mil historias que contar de toda su vida profesional. Debería dedicarse a escribir.

    —No habla mucho de ello. Después le pediré que nos cuente alguna batallita de las suyas.

    —Siguiente —le interrumpió Daren, que se dirigió a la habitación para terminar de vestirse.

    Matías Lefaire tuvo una infancia feliz junto a su madre y su abuela, sin ninguna figura masculina a su alrededor que le mostrara algún patrón a imitar. Todo seguía un ritmo normal hasta que un fatídico día llegaron a casa después del colegio y encontraron a su madre, Marie Lefaire, tirada en el suelo de la cocina, envuelta en un charco de sangre, con una bala en la cabeza y una pistola en la mano.

    La Policía pronto cerró el caso tildándolo de suicidio pese a la negativa de su abuela, que no paraba de clamar que ella no se había quitado la vida, que la habían asesinado; sin embargo, no le hicieron caso y poco a poco siguió viviendo con el desconsuelo de que no habían hecho justicia con su amada hija.

    Matías envidiaba a Didier por tener un ilustre abuelo que perteneció al cuerpo de Policía y deseaba preguntarle mil cosas, seguro como estaba de que unos días a su lado le reportaría mucha más experiencia que meses de trabajo efectivo en las calles de París, dedicado a corregir los malos hábitos de sus habitantes.

    También le daba desconsuelo cuando oía contar cosas a Daren de sus padres que, aunque fueran adoptivos, habían hecho muy bien sus deberes, porque el chico siempre hablaba muy cariñosamente de ellos, además tuvo el gusto de conocerlos en la celebración del término de sus carreras y corroboró todo lo que el chico afirmaba de ellos. Le inspiraban tan buen rollo ambas familias que se sentía muy pequeño a su lado.

    Quería dedicarse a la investigación en un futuro cercano. Cualquier cuerpo especial de la Policía francesa le vendría bien. Siempre le gustó resolver entuertos y estaba seguro de que valía para ello, tenía un olfato privilegiado, que estaba deseoso de emplear.

    Los jóvenes llegaron al comedor familiar donde ya los esperaba el anfitrión con una amplia sonrisa. Llevaba mejor la pérdida de Susana y la añoranza, a veces, le daba una tregua. Esos días disfrutaría plenamente de los jóvenes que visitaban su hogar, dejando las penas para cuando la soledad lo invadía y se hacía más fuerte que el recuerdo de su esposa.

    —¡Carol! —exclamó Didier al verla—. Mi abuelo no me dijo que estabas también de visita.

    —Querido Didier, qué alegría me da verte y, sobre todo, muchas felicidades por haber terminado tus estudios con éxito. Al fin tenemos un nuevo policía en la familia. —Se volvieron a abrazar muy afectuosamente ante la atenta mirada de sus amigos, que se preguntaban quién era aquella interesante mujer.

    Ellos habían compartido muchos veranos juntos en casa de Alberto y Susana, cuando eran pequeños. Didier se convirtió en el hombrecito que cuidaba tanto de su hermana Alice, como de Carol durante los periodos de vacaciones que pasaban en la isla, poniéndolo todo patas arriba, mientras sus padres trabajaban.

    Los chiquillos adoraban que les narrase sus investigaciones, dándoles la oportunidad de resolver los casos, sorprendiéndolo con las respuestas acertadas. Su abuelo siempre supo que Didier se convertiría en un gran investigador cuando tuviera edad para ello. Al final costaba sacarlos de allí, pero había que seguir con la vida cotidiana cuando terminaba el verano. Alberto y Susana disfrutaban al verlos crecer a su lado, a salvo de cualquier peligro que la vida les mandara a traición.

    —Él no lo sabía —lo defendió la joven, mientras lo jalaba de los cachetes con fuerza—. Hace poco que llegué por sorpresa. El periódico me encargó un reportaje especial del turismo rural en Canarias y qué menos que venir a casa de tu abuelo a que me escriba el artículo. —Rio encantada de ver a su hermano postizo, al que adoraba sobre todas las cosas, por haberse convertido en su amigo inseparable de los veranos, enseñándole mil cosas divertidas.

    Carol no se había percatado de la especial atención con la que la observaba Daren. Desde que llegó, se quedó fascinado por su belleza y desparpajo. Desprendía una dulzura al mirar que lo inmovilizó por completo, sintiéndose por momentos muy estúpido y rogando para que la muchacha no se diera cuenta de su estado.

    —Amigos, les presento a Carol. Es la sobrina de nuestra querida Susana —anunció Didier, después de soltarla—. Es como mi hermanita pequeña a la que siempre he protegido, así que cuidadín con ella —les advirtió orgulloso, con un dedo amenazador en alto, conociendo cómo se las gastaban sus amigos con las chicas en París.

    —Carol, aquí están mis compañeros de penas en la academia, Matías y Daren. —Se saludaron y, cuando Carol le dio dos besos a Daren, notó que estaba un poco pasmado porque no reaccionaba ante ella, preguntándose si se encontraba bien. Prefirió no comentar nada porque temía las bromas de Didier y, a lo mejor, el muchacho acababa de perder los papeles por completo. Todos se sentaron ante una mesa puesta con mucho mimo por Berto para disfrutar de una agradable velada.

    Daren Fontaine no sabía decir exactamente cuál era su procedencia porque tenía recuerdos muy difusos de su más corta infancia, anterior a la adopción. Sus padres de acogida primero y adoptivos después, lo habían encontrado en un centro donde solían colaborar y los impresionó la mirada de cachorrito abandonado que tenía cuando los servicios sociales lo habían llevado allí. El joven siempre decía que fue flechazo a primera vista entre él y su mamá, quien, una vez conoció su historia, inmediatamente lo llevó a casa, para no dejarlo marchar nunca más de su lado.

    —Háblenos de algún caso especial —le rogó Matías enseguida al abuelo de Didier, entre bromas, muy interesado, porque era conocedor de sus aventuras vividas, según relataba su amigo muy a menudo, dejándolos con ganas de seguir oyendo más investigaciones.

    —Especial fue recuperar a Didier en su día —aseguró con cara de nostalgia, bajo la atenta mirada de los dos jóvenes—; querido nieto, sabiendo cómo eres, creo que nunca les has comentado nada de eso a estos ávidos jóvenes, ¿verdad?

    —Por favor, abuelo, cuenta otra cosa —le imploró el muchacho, porque no quería ser el protagonista a primeras de cambio.

    —Lo siento, pero esa fue la mejor investigación que he realizado. Te recuperé a ti y encontré a mi dulce Susana —sentenció, borrando la sonrisa de su rostro.

    —Déjalo ya, sabes que recordar te pone triste —insistió Didier, conocedor del mal trago que había pasado el hombre.

    —Al revés. Me sienta bien hablar de ella, de la familia, que es lo único que me queda. —Alberto respiró profundamente para tratar de aclararse las ideas.

    —Como desees. —Didier lo dejó continuar, algo contrariado porque sabía que no lo haría cambiar de opinión.

    —Un buen día, me llamó mi hijo desde Madagascar, donde vivían entonces, para decirme que mi precioso nieto había desaparecido en el parque donde pasaban un rato con su hermana y su madre.

    —¿Dónde? —preguntó Daren, porque la geografía nunca fue su fuerte.

    —Madagascar, hijo, donde vivió Didier durante los cuatro primeros años de su vida. La investigación enseguida puso en el punto de mira a los hermanos Coll y le propuse al jefe que me autorizara a infiltrarme en su organización a ver si conseguía averiguar algo. —Alberto había vuelto de lleno a sus recuerdos y parecía que realmente se había trasladado a la época donde ocurrieron los hechos—. Entré como jefe de seguridad en la empresa de Jean-Piere Coll en Tenerife. Solo pude confirmar que ese tipo era traficante de drogas y que, en principio, no tenía relación directa con la empresa de su hermano, Thomas Coll, en Madagascar.

    Todos prestaban mucha atención a sus palabras, como solía ocurrir cuando contaba sus vivencias. Daren y Matías, al ser la primera vez que disfrutaban de una velada así, estaban cautivados y ni una bomba que hubiera caído en ese momento los habría traído a la realidad.

    —Así que me dirigí a Madagascar a desenmascarar a esos canallas. —Sárate se tomó su tiempo en relatar la historia punto por punto y cómo había pasado los peores quince días de su vida.

    Los jóvenes lo acribillaron a preguntas y, de vez en cuando, Didier recibía una reprimenda por haber ocultado ese magnífico episodio de su vida. Cuando terminó de narrar los hechos, hacía tiempo que habían terminado de cenar, aunque con tanta interrupción, a punto estaba de ser medianoche y hora de ir a descansar, después de tan largo viaje.

    —Chico, ¿cómo nunca nos has contado tus andanzas de pequeño? —Rio Matías, alucinando por tenerlo sentado a su lado después de todo lo que pasó por aquel entonces.

    —Ya ves. Son cosas que pertenecen al pasado y

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