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Libro electrónico171 páginas2 horas

Busca donde no creas

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El pecado que habían cometido sus padres muchos años atrás y que don Mario había quemado en la hoguera de su corazón, destruyendo luego sus cenizas, para que nunca más le hicieran daño, resurgía.
No podía asimilar que de nuevo la vida lo volviera a castigar de esa manera, a él y a sus descendientes, teniendo que rememorar otra vez sus orígenes, para intentar calmar la ira de Cristina, una joven periodista a punto de acabar su carrera en Madrid, para hacerla entender que mejor era olvidar ese amor que había surgido como un huracán entre ella y su hijo Mario, devastando su mundo actual; cambiando su vida para siempre.
¿Sería que el destino pretendía cobrarse una antigua deuda y cebarse con su corazón?
La historia de un amor apasionado deja al descubierto el secreto mejor guardado de una familia canaria.
Caracas, Madrid y las islas Canarias son los escenarios donde se fragua la tragedia de un hombre y una mujer que no pueden escapar de los acontecimientos del pasado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 oct 2022
ISBN9788411443166
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    Busca donde no creas - María Concepción Rodríguez Bacallado

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © María Concepción Rodríguez Bacallado

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Pintura de portada: Nicolás Pérez Delgado

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-316-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    I

    —¡Ya voy! —gritó malhumorada—. ¡Qué inoportuno!

    Se incorporó de muy mala gana, mientras buscaba algo que ponerse, cosa muy difícil en el desorden que reinaba a su alrededor.

    —¿Diga? —Descolgó el teléfono, dejándose caer en el sofá.

    —Cris, ¿eres tú? —La voz de su interlocutora no sonaba como otras veces—. Estabas durmiendo, ¿verdad? Lo siento, pero tengo que decirte algo muy importante.

    —¡Vaya! —exclamó contrariada y de buena gana hubiera colgado—. ¿No podías esperar a mañana?

    —No, ¡claro que no! —respondió muy segura la voz al otro lado del hilo telefónico—. ¿Recuerdas aquella revista que empezó a publicarse hace unos meses? Pues hay posibilidades de trabajar para ella.

    —¿Qué dices? Eso es una tontería, hace poco que cambió de director y es imposible. Además, no conocemos a nadie y no hemos terminado nuestros estudios. ¿Cómo crees que se van a interesar por dos novatos?

    —Tenemos una pequeña posibilidad, confía en mí. Conozco a una persona que nos puede echar una mano, ¿te interesa o no?

    —¡Claro que sí!, pero dudo que esa persona interceda por nosotros. —Cristina no estaba segura de entender bien todo aquel asunto.

    —Tú déjalo todo en mis manos y ya te darás cuenta del amigo que tienes.

    —No seas tonto. Bueno, si no tienes nada más interesante que contarme, regreso a la cama, estoy agotada —concluyó incorporándose.

    —De acuerdo. No olvides que en cualquier momento el director nos querrá ver.

    —Adiós —se despidió ella, colgando sin mucho interés.

    No podía creer que ese director quisiera conocerlos. Sabía que no perderían nada por intentarlo, aunque fuera una ardua labor. Movió la cabeza apartando cualquier idea y se volvió a meter en la cama sin pensar en otra cosa que no fuera descansar, porque había sido el día más agotador de su vida.

    A la mañana siguiente, la despertó la poca claridad que se colaba por la cortina. Ya no llovía, por el contrario, hacía un día estupendo, ideal para comenzar el último año de carrera. Las maletas, medio desechas, permanecían donde las dejara la noche anterior. No recordaba en cuál de ellas tenía la ropa adecuada para vestirse en su primer día de clase. Con mucha pereza empezó la laboriosa búsqueda. Sin pensarlo dos veces, las vació sobre la cama; por la tarde ya tendría tiempo de poner orden. Cuando al fin encontró todo, sonó el timbre de la puerta. Al mirar el reloj se alarmó, seguramente era Toni que venía a recogerla. No podía ir a abrir con lo poco que llevaba puesto, así que se metió como pudo los pantalones y con la blusa en las manos se dirigió a su encuentro.

    —¡Voy! —Por el camino intentó ponerse la blusa y, sin casi abrocharla, abrió—. ¡Hola, Toni! Se me ha hecho un poco tarde. Pasa y espera un momento —le dijo contrariada.

    No es que estuviera de mal humor, pero demasiado a menudo solía ser él la última persona con la que hablaba por la noche y la primera en tropezarse por la mañana. Tenía que pensar seriamente en poner remedio a tal situación.

    —¡Pero Cris! ¿Todavía estás así? —le reprochó mirándola de arriba abajo—. ¿Es que no vas a clase?

    —Sí, lo que pasa es que me quedé dormida —se disculpó ella.

    —Lógico —le reprochó con sarcasmo.

    —¿Lógico por qué? —Lo miró con rabia—. Ayer llegué a las siete, después de haber pasado todo el santo día en el aeropuerto de Tenerife. —A veces Toni conseguía hacerla enfadar.

    —Bueno, bueno. Perdona, no te pongas así. No sabía nada. Será mejor que te des prisa.

    —Márchate, yo iré más tarde. —Dio media vuelta, pero Toni no la dejó ir, sujetándola por un brazo.

    —Vamos, Cris, eres como un grano en el trasero, nunca sé cómo ponerme para no molestarte.

    —Está bien —rio por la ocurrencia—, siéntate, enseguida vuelvo.

    La conocía desde hacía cuatro años y no hubo un día que no pelearan por algo, pero en el fondo eran como uña y carne. Había sido un verano tan corto. Ella adoraba su tierra, el sol, su casa, desde donde en invierno veía el mar azul a un lado y la nieve que cubría el Teide al otro. Los últimos cuatro años los había pasado en Madrid, allí no veía el mar. Después de tanto tiempo, aún miraba a través de la ventana del pequeño apartamento con la esperanza de encontrárselo afuera, pero lo único azul que acertaba a ver, en ocasiones, era el cielo.

    Atrás quedó el maravilloso verano, sus amigos de allá, sus noches de fiestas, sus diversiones favoritas, su familia; todo estaba lejos, todo quedó allá.

    Ahora, aquí, le esperaba su último curso, sus compañeros de clase, su asistencia a alguna fiesta de facultad, pero sobre todo sus libros. Tenía que terminar de una vez. Había pasado casi cinco años fuera de su hogar, compartiendo piso con varias compañeras. Lo cierto era que le gustaba, adoraba la vida de estudiante, deseaba con todas sus fuerzas acabar, pero estaba segura que, en el fondo, lo echaría de menos.

    —¿Lista? —preguntó Toni, poniéndose en pie—. Qué bien te sienta tu tierra.

    —No seas adulador. Además, cada uno enseña lo que tiene y me parece que tú tienes poco que enseñar, ¿o me equivoco? —añadió burlándose.

    —Por favor, no empecemos —le rogó él, un poco frustrado. Cris sabía como herir sus fibras más sensibles.

    —Sí, será mejor que nos vayamos ya —salieron del apartamento riendo.

    En la calle, aunque lucía el sol, hacía frío. Era temprano y tal vez con el transcurso de las horas haría acto de presencia el calor. Nunca pudo acostumbrarse al clima de la capital. Procedía de una ciudad muy húmeda, pero el frío de Madrid era seco y diferente, cuando se le metía en los huesos le costaba luego sacarlo fuera.

    Allí estaba de nuevo la gran ciudad, la gigantesca ciudad que un día le diera miedo. Ella, que nunca había salido de su isla, que dudó mucho en ir o no a estudiar fuera, allí estaba, como cada año, encaminándose hacia la universidad. Había mucho movimiento, el correr de las personas, de los coches, de los autobuses y, en medio de todo, ella, una joven que aspiraba a ser periodista, con ansias de triunfar o por lo menos de llegar a ejercer su profesión.

    —Por cierto, ¿cuándo vienen las chicas? —preguntó Toni interrumpiendo sus pensamientos al comprobar que, como cada año, la cara se le llenaba de una inmensa nostalgia. Era como si no fuera a volver más a su pequeño paraíso. Su semblante se asemejaba a un pozo de lamentos y como cada año, intentaba animarla.

    —Silvia no sé cuándo llegará —respondió al fin respirando hondo—. Le gusta empezar a mitad de mes, quiere aprovechar hasta el último minuto para estar con su novio, ya sabes, l’amour. Tere debía haber llegado ayer, pero con la huelga de controladores no me extrañaría que estuviera tirada en el aeropuerto, esperando y meditando las posibilidades de meterle un paquete a la compañía.

    Rieron al imaginarla poniendo el grito en el cielo y pidiendo ver al gerente con la sana intención de demandarles. En cierto modo ella hubiera hecho lo mismo. Entendía que los trabajadores tuvieran que luchar por sus mejoras laborales, pero había algunos conflictos que se deberían solucionar de otra manera.

    Sus compañeras de apartamento estudiaban medicina y derecho. Eran muy diferentes, pero habían conseguido convivir sin molestarse una a las otras. Silvia era la chica más loca que había conocido, nunca entendió cómo conseguía cada año encabezar la lista de sobresalientes. No tenía muy claro en qué se especializaría, porque cada curso cambiaba de opinión. En cambio, Tere era tan distinta: reservada, demasiado metida en sus cosas, nada divertida. Solo le interesaba el derecho, las injusticias y lo mal que andaba la administración. En el futuro se veía en un juzgado de guardia, ejerciendo el turno de oficio.

    Siempre pensó que había sido una chica afortunada, porque disponía de dos familias: la de Madrid y la de Tenerife. Ya se aproximaba el final, sabía que tendría que elegir y quedarse con una, con la de siempre, con la primera que tuvo. Cuánto iba a echar de menos a su familia universitaria.

    Recordaba el día de la despedida, las lágrimas, los lamentos, los consejos. Estuvo a punto de mandarlo todo a paseo y quedarse en casa, estudiar otra cosa, qué más le daba. Fue su hermano quien, intuyendo sus pensamientos, la metió en el avión muy a pesar suyo, haciéndole prometer que no miraría atrás. En el momento de despegar, notó como si en su interior algo se rompiera y quedara en su tierra. Estaba segura de que parte de su corazón rondaría aquella isla para siempre y por primera vez sintió ese pesar que tienen todos los isleños al partir, al dejar su pequeño reino rodeado de agua y adentrarse tierra adentro.

    Cuando llegó a Madrid se vio sola, desamparada ante un gigantesco dragón que la miraba acechando cada movimiento, esperando ese primer descuido para atacar. Fue la suerte más poderosa que el gigantesco dragón, ya que en el aeropuerto conoció a Silvia, que venía de Andalucía. Sus padres la habían obligado a independizarse. Según ellos, su hija debía estudiar fuera y por mucho que se rebelara, no conseguiría hacerlos cambiar de opinión.

    Allí estaban las dos observándose, con las maletas en las manos y sin saber qué hacer: si coger el primer vuelo que saliera para sus respectivas ciudades o continuar adelante. Miraron a su alrededor y no encontraron nada que les llamara la atención. Estaban completamente solas, enfrentándose al futuro. Volvieron a mirarse con una sonrisa de cómplices y no lo pensaron más, caminando unos pasos, para tratar de ayudarse mutuamente.

    —¿Conoces Madrid? —le preguntó Cristina un poco azorada.

    —No, ¿y tú?

    —Tampoco. —Se disculpó por su ignorancia.

    —Bueno, pues podemos intentar movernos juntas. Así no creo que nos perdamos fácilmente.

    A partir de ese momento se convirtieron en amigas inseparables. Después de todo, el destino había sido benévolo con ellas, cruzando sus caminos. Sin el apoyo mutuo que se prestaron, sin duda, aquel mismo día hubieran regresado a casa.

    Tere entró en sus vidas un mes más tarde. Venía de Cáceres, donde sus padres se dedicaban a la abogacía. Ella tenía la suprema misión de proseguir con la saga. El apartamento era pequeño para las tres, pero tanto Cris como Si —ambas decidieron abreviar sus nombres— habían llegado a la conclusión de que, si no lo compartían con otra persona, los gastos iban a ser demasiado. Tere apareció un día que tronaba; estaba calada hasta los huesos, le chasqueaban los dientes y estornudaba. Desde esa misma noche comenzaron a vivir juntas.

    Al principio, resultó un poco difícil, sobre todo por Tere: la más mínima tontería le molestaba. Se pasaba el día y la noche estudiando. Sus compañeras resultaban un estorbo y decidieron separarse. Si y Cris dormirían en la habitación, mientras que Tere se arregló en la pequeña salita. A partir de entonces las cosas cambiaron, ya parecían una pequeña familia bien avenida, Tere estaba contenta y todo se arregló.

    Siempre que recordaban aquellos primeros momentos, reían juntas al comprobar que pudieron hacer frente a los problemas, aunque posteriormente se les presentaran más, pero ya no resultaba tan complicado solucionarlos.

    Tomaron una serie de medidas y les iba muy bien. Prohibieron la presencia de hombres en el apartamento, aunque muy pronto tal idea tuvo que cambiarse por Toni, que se había convertido en asiduo visitante.

    —¡Cris! ¡Cris! —insistió—. Ya hemos llegado —le dijo mientras pasaba la mano varias veces por delante de su rostro porque llevaba unos minutos con la vista perdida en las calles, muy pensativa.

    —Por favor, Cris, ¿ni el último año vas a cambiar de actitud? —Toni no entendía nada. Para él no tenía sentido echar de menos su tierra, su familia.

    Entraron en el recinto que seguía estando como siempre. Caras nuevas, los mismos saludos, los compañeros que dejara hacía tres meses. A medida que se iba acercando a clase, su rostro fue cambiando y pronto aquella melancolía dejaba paso a una gran sonrisa. Había tantas y tantas cosas que decir: lo que no

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