Querido Milo
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Pero el grupo chocará con una realidad que les era desconocida: a la gente no le conmueve el sufrimiento humano y no está dispuesta a molestarse por aliviarlo. Además, la burocracia impide llegar hasta quienes podrían hacer algo.
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Querido Milo - Angélica Dossetti
Viento Joven
ISBN Edición Impresa: 978-956-12-3406-2.
1ª edición: agosto de 2019.
Obras Escogidas
ISBN Edición Impresa: 978-956-12-3407-9.
1ª edición: agosto de 2019.
ISBN Edición Digital: 978-956-12-3447-5.
Editora General: Camila Domínguez Ureta.
Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2019 por Angélica Dossetti Calderón.
Inscripción Nº 307.481. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición reservados por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono (56–2) 2810 7400.
E-mail: contacto@zigzag.cl / www.zigzag.cl
Santiago de Chile.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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info@ebookspatagonia.com
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.
A Julio Castro Díaz
ÍNDICE
Querido Milo
Epílogo
A veces la vida se ensaña con nosotros y creemos que somos los seres más desdichados del mundo. Después levantas la cabeza y te das cuenta de que aún te quedan fuerzas para seguir luchando.
Ema S.
Miércoles 20 de agosto
Querido Milo:
Me has hecho mucha falta desde que viajaste. Las cosas por estos lados van de mal en peor: mamá dice que se debe a mis estados de ánimo tan cambiantes, pero no estoy segura de que sea ese el motivo. Me siento sola, no tengo con quien hablar de mis cosas y es por eso que decidí escribirte, sin la intención de preocuparte, por cierto.
Tengo unas ganas locas de saber de ti, tu lejanía me atormenta porque me he dado cuenta de que en estos años de amistad te transformaste en mi conciencia y, ahora que no puedo hablar contigo, ando perdida, dando botes como pelota guacha.
Tuve la idea de escribir un diario –sabes que tengo la manía de llenar cuadernos– y hasta comencé uno. Sin embargo, no era lo que necesitaba: te quería a ti, con tu mirada atenta, escuchando mis problemas y dispuesto a regañarme si era pertinente.
Hace cinco años llegaste a mi vida como un regalo de vacaciones de invierno, cuando viajé desde República Dominicana con mi amiga Ana para visitar a mi abuela. Hacía un tiempo que residía en ese país paradisíaco, pero extrañaba el mío y a mi gente. Cuando te vi desde la ventana de mi dormitorio ibas con Diego, tu hermano mayor, y tu quiltrita, saliendo de tu casa en bicicleta. Jamás imaginé que ese momento sería el comienzo de la amistad que nos uniría para siempre.
Nunca olvidaré tu cara serena, enmarcada por esos crespos desordenados color miel, en los que me gustaba enredar mis dedos. Aunque te encuentres a miles de kilómetros de distancia, sigo atenta al recuerdo de tu voz profunda de locutor de radio y al color de tu piel bronceada, que envidié desde el primer momento. Eres un chico guapo, todos lo saben, pero un cuerpo estilizado y una cara bonita no sirven de nada si no van acompañados de algo más. En tu caso, esa belleza radica en tu lealtad a toda prueba, en tu prudencia, en saber las palabras precisas en el momento oportuno y en tu sonrisa, que se escapa con facilidad.
Estos años hemos sido más que amigos, hemos sido cómplices de causas perdidas, aventureros en las desgracias y soñadores inseparables. El mundo se podría haber caído a pedazos, pero yo siempre supe que estarías ahí para salvarme.
Milo de mi corazón, aquí estoy extrañándote mientras lucho contra las majaderías de mamá, las de siempre, predecibles. Hoy, por ejemplo, durante los cincuenta minutos que duró el viaje hasta la casa de mi abuela Normi, me habló sin parar de esos temas que detesto escuchar: que las cosas pasan por algo, que Dios sabe lo que hace, que son pruebas que nos pone la vida, etcétera, etcétera. Pero fui incapaz de prestarle atención, me enfoqué nada más que en las gotitas de lluvia que caían sobre el parabrisas del auto y asentí con la cabeza para que quedara conforme y no continuara con más divagaciones.
La Normi, enfundada en la jardinera de mezclilla que se resistía a abandonar y que ocultaba su todavía armoniosa figura, nos recibió en el portón de su parcela con cara de pena y los labios sellados. Caminé cerro arriba como una zombi, abriéndome paso entre la manada de perros que habían corrido a saludarme. A mis espaldas, mi madre jadeaba debido al peso de la mochila que cargaba, profiriendo más de una palabrota cada vez que sus tacos se atascaban en el terreno barroso.
–Insistes en venir vestida de oficinista –le reclamó mi abuela.
–No moleste, mamá, que tengo que volver a la pega... –le contestó con un gruñido. Los mismos altercados de siempre, como si esas mujeres disfrutaran discutiendo...
¿Te has dado cuenta de lo joven que se ve la Normi? Yo diría que se ha sacado varios años de encima desde que dejó Santiago para venirse a vivir al campo. Vieras con qué agilidad camina esquivando hoyos y piedras. Tanto es así, que a veces pienso que me cambiaron a la abuela, aunque lo de sobreprotectora no se le ha quitado.
–¿Cómo está? –la Normi se acercó a mamá susurrándole al oído. Pero cuando el silencio reina, es imposible no escuchar.
–Como la ves... no dice mucho... no sé qué hacer... ¿Crees que le haga bien quedarse una temporada contigo? –mi mamá le contestó haciéndose la distraída.
–No sé.
La Normi subió la escalera de la terraza, se cambió las botas de agua por unos zuecos y nos invitó a ingresar a la casa.
Milo, no tienes idea de cuánto me molesta que hablen de mí como si no estuviera presente. Tampoco me gusta que mamá piense que estoy deprimida y pretenda mandarme a terapia con un sicólogo, a sabiendas que los detesto.
–No has estudiado nada –me dijo ayer apenas entró a mi pieza, sin siquiera llamar a la puerta–, faltan poco más de dos meses para los exámenes libres y menos de cuatro para la PSU, y no te he visto tomar ningún libro –me lo dijo de una forma que no parecía un regaño ni tampoco preocupación por mi futuro, sino que más bien hablaba por decir algo.
–Estoy cansada –le respondí, y seguí mirando por la ventana hacia la calle.
–¿Tus amigos van a venir hoy? –dio un par de zancadas y me tomó por los hombros para masajearlos, mientras yo cerraba un poco los ojos y sentía que me iba volando sobre las nubes.
–Ahora están en el colegio. En la tarde nos vamos a encontrar en el preu –respondí, a pesar de estar perdida en el infinito de los recuerdos que aparecían por el relajo que me provocaban los masajes. Y, ¿sabes?, vinieron a mi mente las veces que paseamos por la vereda frente a la ventana de mi dormitorio.
Mamá terminó sus masajes, me miró como si lo hiciera por primera vez en muchos años y se sentó en el borde de la cama.
–¿Por qué no me dices la verdad? Tú sabes que no soporto las mentiras. –Sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo y comenzó a jugar con él.
–¿De qué mentiras me hablas? –Apenas le di una ojeada y continué con la mirada perdida en la ventana.
–¿Crees que no me he dado cuenta de que hace más de un mes que no hablas con tus amigos?
Suspiré, y por un segundo tuve el impulso de confesarle todo lo que tengo guardado, pero me arrepentí.
–Y si sabes, ¿para qué preguntas?
–¿Me quieres contar qué pasó?
–¡No! –le respondí, seca, casi con bronca.
Mamá se levantó de la cama y comenzó a dar pasos sin destino, tomó un cigarrillo, se lo puso en la boca, luego se lo quitó y lo regresó a la cajetilla, que guardó en el bolsillo de sus pantalones.
–No sé qué hacer contigo. –Movió la cabeza de lado a lado. Percibí su frustración.
–Dejarme tranquila es una buena opción...
–¿Dejarte tranquila? Estás loca, niñita...
–En verdad, mamá, no tengo ganas de hablar contigo ahora...
–Nunca quieres –me interrumpió.
Quedamos sumidas en un silencio molesto, como si sostuviéramos una lucha interna, esperando que a alguna se le escapara una palabra.
–Entonces, ¿hoy sí irás al preuniversitario? –Se sentó de nuevo en la cama de mi pequeña habitación color verde esperanza, esa que ya no tengo.
–No sé –respondí en un susurro.
Mamá miró hacia el cielo raso y luego sus ojos inspeccionaron todo mi cuarto en menos de un segundo.
–Ema, ¿qué haré contigo?
No le respondí.
–Anoche me estuve comunicando hasta tarde con tu papá por wasap y quedamos de acuerdo en que tal vez sería una buena idea que terminaras el año con él en República Dominicana –me dijo, como tratando de ordenar sus ideas.
Tú sabes lo que significa República Dominicana para mí, cómo me fascina esa tierra que no puedo quitar de mi cabeza y menos de mi corazón. Recuerda que viví allí con mi familia durante casi dos años, en el elegante hotel en Punta Cana que administra mi papá. Todavía estaría nadando en sus tibias aguas color turquesa y respirando su aire caliente de no haber sido porque mi padre engañó a mamá con una empleada del mismo recinto vacacional. Apenas ella se enteró, nos agarró a mi hermano Nico y a mí como si fuéramos paquetes y nos embarcó en un avión de vuelta a Chile. Mamá nunca más regresó, pero nosotros continuamos visitando a papá por lo menos una vez al año.
No sé por qué te escribo estas cosas, supongo que a veces olvido que ya conoces mi historia, pero creo que nunca te mencioné lo mucho que sufrí con la separación de mis papás. Aunque, si lo pienso detenidamente, de no haber existido ese lío de faldas, tú y yo jamás hubiéramos llegado a ser tan amigos, casi hermanos. Creo que la Normi tiene razón cuando dice que de todo lo muy malo siempre nace algo muy bueno.
–¿Por qué quieres que me vaya? –En ocasiones me pongo melodramática y todo me ofende. Solté la cortina verde que sostenía con una mano y me di vuelta para mirar a mamá como si me estuviera expulsando de casa.
–No es que quiera echarte, ¿cómo se te ocurre?... Solo se nos ocurrió que te haría bien un cambio de aire –explicó tratando de que su hija adolescente y últimamente un poco trastornada, no malinterpretara sus palabras.
¿Te conté que encontré debajo de su cama el libro Aprenda a comunicarse con sus hijos adolescentes? Me dio risa cuando lo vi... Pobre...
–No quiero ir, por lo menos no por ahora. –Volví a apartar la cortina para seguir mirando por la ventana, imaginando que te veía caminando por la vereda como antes.
–Pero, ¿por qué no? Si a ti te encanta estar allá. –Ya la conoces, sabes que no se daría por vencida fácilmente...
–Porque tengo cosas que terminar aquí, mamá –le dije, ya un poco molesta.
–Con tu papá pensamos que quizás no sea conveniente que rindas la PSU este año y, con respecto a los exámenes libres, podrías venir por unos pocos días y darlos.
¿Cómo me puedes pedir que tenga paciencia con ella si sabes que no se rinde con nada?
Como sabes, tengo mi propio sistema de estudios, que llamé Ema’s High School of Ñuñoa
... Jamás imaginé que pasaría casi toda la Enseñanza Media estudiando en casa con profesores particulares y rindiendo exámenes libres... Qué injusticia más grande fue que me expulsaran del Colegio Americano en Primero Medio... Me parece escuchar tu voz profunda prometiéndome que nunca más hablaríamos de ese tema, pero perdóname porque todavía me hierve la sangre. Nunca quise ser una de ese tipo de minas aisladas
que se educan en casa como si les diera alergia el resto de los mortales. Pero lamentablemente no me quedó otra alternativa, ya que después de salir de tan mala forma del cole, pasé a ser una paria a la que no quisieron recibir en ningún colegio medianamente digno. Recuerdo que sugeriste el liceo municipal, pero mi mamá me quería lejos de las protestas y las tomas. ¿Será que sabe que soy como un imán para atraer los problemas? En fin, nada que hacer, faltan unos pocos meses para que termine Cuarto Medio y llegue el fin de mi época de escolar.
–Aparte de los exámenes, tengo otras cosas pendientes, mamá, así que no insistas.
Me tomó de un brazo y me forzó a mirarla a la cara. Estaba como loca, con los ojos desorbitados y su rostro pálido se veía más blanco aún en contraste con su pelo negro. En ese momento no supe de dónde sacó las fuerzas para apretarme el brazo, pues su cuerpo menudo parecía el de una niña desvalida.
–¡No sigas, Ema, no te hace bien seguir mandando cartas, pidiendo entrevistas, o paseándote con carteles frente a La Moneda! –Sus ojos castaños mostraban una furia que pocas veces había visto en ella.
–¡Suéltame! –Zafé mi brazo y me puse de pie–. ¡¿De qué hablas, mamá?!
–¡¿Acaso crees que no sé en qué pasos andas?! Lo que pasó ya pasó, no hay nada más que hacer. Ya no puedes cambiar las cosas.
–Estás descontrolada, mamá, déjame sola...
–No, niñita, vives en mi casa y aquí se hace lo que yo digo. –Su rostro casi rozaba el mío, y sentía su respiración en mi cara. Respiré profundo y conté hasta diez.
–Mamá, en verdad creo que estás nerviosa. Déjame sola, te lo pido por favor. –Traté de que mi voz sonara calmada.
–¡No estoy nerviosa! Tú me tienes así, sin saber qué hacer, adivinando tus estados de ánimo y ya no lo soporto.
Su voz me retumbó en la cabeza, miré al suelo y respiré profundamente para poder controlarme y no gritar que odiaba el mundo con sus injusticias, como tantas otras veces lo había hecho, casi siempre con pésimos resultados. Preferí mantenerme callada.
–¿Qué te parecería pasar unos días con tu abuela? No me gusta que estés tan solita. –La voz angustiada de mi mamá rompió el silencio roto, esta vez sin gritos.
–No quiero –gruñí.
–Por favor... una semana...
Y aquí me tienes, escribiéndote una carta en papel, a la antigua, de esas que ya no existen, porque donde la Normi con suerte llega el agua y la luz. De tecnología, ni hablar;