Quítame la respiración
Por María Pía Silva
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Quítame la respiración - María Pía Silva
Quítame la respiración
María Pía Silva
Edición y diseño equipo Edebé Chile
Fotografía portada de Claudia Núñez Rodríguez
© María Pía Silva Agurto
© 2013 Editorial Don Bosco S. A.
Registro de Propiedad Intelectual Nº 242.285
ISBN: 978-956-18-1209-3
Editorial Don Bosco S.A.
General Bulnes 35, Santiago de Chile
www.edebe.cl
docentes@edebe.cl
Primera edición digital, noviembre 2019
Diagramación digital equipo Edebé Chile
Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos químicos, electrónicos o mecánicos, incluida la fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.
Índice
La invitación
El susto
¿Será verdad?
Nada podrá separarnos
El accidente
La tristeza no me deja vivir
¡No es verdad, estoy enloqueciendo!
¿Qué haremos ahora?
La invitación
Me sorprendió su invitación, de golpe y sin rodeos. Mirando para otro lado, quizás para ocultar su timidez o para que yo no viera su cara de vergüenza, me pidió que fuera su pareja en la fiesta.
Aunque no me entusiasmé desde el principio, una extraña felicidad me invadió. No me emocionaba su compañía ni un posible romance ni salir de la rutina. No, no era nada de eso. Fue algo así como una posibilidad desconocida y estimulante.
–Me encantaría ir –le dije con tono dulce.
Mi respuesta pareció desconcertarlo, sacó las manos de los bolsillos, las volvió a guardar. Por un par de segundos me miró a los ojos y después de lanzar una sonrisa breve, se marchó a paso lento.
Regresé a casa con mil ideas en la cabeza. Al entrar encontré a cada uno en lo suyo, y ese silencio que lograba matar cualquier entusiasmo. Durante el almuerzo no hubo mucho de qué hablar, sólo el sonido de los menesteres de la comida llenaba el espacio.
Pasé buena parte de la noche pensando en lo que iba a usar, en quién asistiría, en qué lugar y en tantas otras cosas, hasta que por fin me quedé dormida.
A la mañana siguiente, cuando les conté a mis amigas de la escuela, se mostraron muy animadas con la idea de que Antonio fuera mi pololo. ¡Hicieron miles de planes!, parecían no entender que lo que me interesaba no era eso, pero me sumé al entusiasmo de jugar con los acontecimientos.
Aún faltaba una semana para el evento y mis amigas y yo no hablábamos de otra cosa. Los días pasaban más lentos que nunca, hasta que por fin llegó el viernes 16 de junio y él pasó a buscarme a la hora acordada.
Mi madre se mostró complacida con su presencia e invitación, lo cual se podía entender considerando que se trataba del hijo de una de sus mejores amigas, un chico inteligente y prometedor. Insistió en algo de charla trivial, pero ni Antonio ni yo teníamos ganas de hablar así que, sin más, salimos de casa.
La noche estaba muy fría y, sin mucho que decir, avanzábamos a paso ligero. Atravesamos caminando gran parte de la ciudad, ya que es pequeña y se puede recorrer a pie.
Por fin nos detuvimos ante una casa lujosa e iluminada. No fue necesario tocar el timbre, las puertas de la reja y principal estaban entreabiertas. Apenas entramos los invitados nos clavaron la vista y Antonio me presentó a todos.
–Ella es Julieta, una amiga de toda la vida –decía, con pinta de estar muy orgulloso y contento. Nos conocemos desde chicos y ahora somos compañeros de preuniversitario.
Desde que llegamos me sentí extraña y fuera de lugar. Las chicas estaban vestidas para la ocasión, con un estilo de mucho brillo y elegancia. Yo, en cambio, llevaba mis jeans regalones, blusa de gasa color frambuesa y mi adorado chaleco de raso negro sin mangas. Nada iba conmigo, me sentía tensa e incómoda. Todas ellas iban en grupo al baño luego de cada baile, siempre estaban juntas. Yo, sola, al otro extremo del salón. ¡Qué horror!
Pensé retirarme disimuladamente, pero era difícil porque estaba en el extremo opuesto a la salida y para llegar a ella debía atravesar entero el lugar donde se bailaba. Traté de comportarme con madurez, suspiré y decidí soportar la situación. Para colmo, mi amigo, el que me había presentado con tanto orgullo, se había esfumado dejándome en completa vulnerabilidad.
Me encontraba agazapada en el sofá, insegura y molesta, mientras las expectativas que me había hecho respecto de la fiesta se desmoronaban.
No quería parecer maleducada, pero había decidido escapar en la primera oportunidad, cuando llamó mi atención alguien que destacaba entre la masa de danzantes. Un chico que parecía muy seguro de sí mismo cruzaba la pista y, sin lugar a dudas, se dirigía al sofá que sólo yo ocupaba. A pesar de la formalidad de su traje, un collar de dientes de tiburón rodeaba su cuello blanco y fuerte.
–¿Bailamos? –me preguntó, exhibiendo una sonrisa sensual. Titubeé por unos segundos, tal vez a mi acompañante podría no parecerle que bailara con otro chico, pero algo en él me atrajo fuertemente. La seguridad con que se movía, cómo me miraba, lo guapo que me resultaba. Todo me impulsó a seguirlo sin dudarlo más.
Bailamos varios temas. No permitía que regresara al sofá. Cada vez que terminaba uno me afirmaba del brazo, indicándome que esperáramos el siguiente. Recién, terminando el cuarto, apareció mi acompañante con cara de pocos amigos y gestos de que el escándalo debía parar.
–¿Te molesta que baile con ella?–, le preguntó Emiliano.
Un seco no
salió de la garganta de Antonio. Fue extraño, decía una cosa y su rostro reflejaba otra. Sin embargo, no hizo nada por detener la situación. Nunca entendí su actitud, pero la verdad