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Momentos Especiales - La quedada: Extras Serie Moteros, #13
Momentos Especiales - La quedada: Extras Serie Moteros, #13
Momentos Especiales - La quedada: Extras Serie Moteros, #13
Libro electrónico254 páginas3 horas

Momentos Especiales - La quedada: Extras Serie Moteros, #13

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Información de este libro electrónico

Se acerca el mes de abril y los moteros del bar The MidWay se preparan para un momento que llevan mucho tiempo esperando; la gran quedada en honor al primer miembro infantil del club, la hija de Dakota y Tess.

 

Enredos, diversión, humor y, por supuesto, romance hacen de este relato de un fin de semana inolvidable entre amigos haciendo kilómetros a lomos de una Harley Davidson, una lectura que no te querrás perder. Y si echabas en falta volver a tener a todos los moteros reunidos, ¡estos momentos especiales se quedarán grabados en tu recuerdo para siempre!

 

Momentos Especiales - La quedada narra en detalle las semanas previas así como el gran evento motero en honor a Romy Taylor, la hija de la pareja protagonista de Princesa (Serie Moteros #1).

 

Secuencia de lectura (mínima) recomendada:

Princesa (Serie Moteros # 1)

Momentos Especiales - Dakota & Tess (Extras Serie Moteros # 4)

Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres (Extras Serie Moteros # 10)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 sept 2022
ISBN9788412576801
Momentos Especiales - La quedada: Extras Serie Moteros, #13
Autor

Patricia Sutherland

Su estreno oficial en el mundo romántico español tuvo lugar en abril de 2011, de la mano de Princesa, una novela que aborda el controvertido asunto de la diferencia de edad en la pareja, y que ha enamorado a las lectoras. Han sido sus apasionadas recomendaciones y su permanente apoyo, las que han convertido a Princesa en un éxito y a Dakota, su protagonista, en el primer héroe romántico creado por una autora española que cuenta con su propio club de fans en Facebook. En noviembre de 2012, Princesa obtuvo el I Premio Pasión por la Novela Romántica. En dicho mes, asimismo, fue nominada en tres categorías, Mejor Novela, Mejor Autora Chicklit y Mejor Portada en el marco de los I Premios Chicklit España. Un año más tarde, en noviembre de 2013, salió Harley R., la segunda entrega de la Serie Moteros de la que Princesa es ahora el primer libro, una novela sobre el amor después del desamor y las segundas oportunidades. En febrero de 2014, Harley R. resultó ganadora del II Premio Pasión por la Novela Romántica y más tarde fue nominada al Premio Rosas Romántica'S 2013 y a los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2013. Su último trabajo publicado es Harley R. Entre-Historias, un apasionado "spinoff" de Harley R., que salió en abril de 2015. También es autora de la serie romántica Sintonías, compuesta por Volveré a ti, Bombón, Primer amor, Amigos del alma y Simplemente perfecto, que quedó 2ª Finalista en los Premios RNR (Rincón de la Novela Romántica) 2014. Patricia Sutherland nació en Buenos Aires, Argentina, pero está radicada en España desde 1982.  Más información en su página oficial: Jera Romance www.jeraromance.com

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    Momentos Especiales - La quedada - Patricia Sutherland

    1

    Enero de 2011.

    Taller Rowley Customs.

    Londres.


    Evel completó el formulario y lo envió al correo electrónico del club de moteros The MidWay Riders junto con el justificante del pago efectuado por el miembro adicional de su familia que se había apuntado a la quedada a último momento, tras recibir las bendiciones de su médico; su abuela Angela. La idea había calado tanto en su familia, que su padre y su madre también asistirían aunque no seguirían la ruta de la quedada, sino que se reunirían con ellos en algunos puntos del recorrido. Desde hacía unos meses, la relación de sus padres había cambiado para bien. Hacían muchas más actividades juntos de lo que él recordaba haberles visto hacer en el pasado y también disfrutaban de escapadas de fin de semana que, aunque ninguno de los dos lo reconocieran, a Evel le sonaban a la típica escapada romántica de una pareja.

    Aquella mañana, él había llegado bastante más temprano de lo habitual por una razón. Ike Adams pasaría a recoger la moto que les había encargado y le había pedido como un favor especial hacerlo a primera hora, ya que salía de viaje.

    Por supuesto, no podía negarse. Le había encargado esa moto en su boda y gracias a la animadversión que Dakota sentía hacia el nuevo presidente del club, el bendito pedido había demorado nada más y nada menos que tres meses en estar listo. Y habrían sido más, de no haberle puesto las pilas a su socio durante las fiestas. Le había dicho alto y claro que se le habían acabado las excusas y que el primero de año lo quería ver trabajando en el taller las horas que hicieran falta hasta acabarlo, ya que debía estar listo para que lo vinieran a recoger la primera semana del mes. Dakota se había subido por las paredes, había refunfuñando hasta hartarse y, finalmente, se había puesto con el pedido; en apenas dos días esa moto había quedado hecha una maravilla.

    Echó un vistazo a la hora a ver si le daba tiempo de ponerse a trabajar un rato y al hacerlo oyó que tocaban el timbre. Fue hacia la entrada y dejó entrar a Ike por la puerta lateral para peatones.

    —Qué puntual —fue el saludo de Evel, que acompañó de una sonrisa por puro formulismo. Ike era un verdadero dechado de elegancia con aquel traje de tres piezas marrón chocolate y un modernísimo (y carísimo) chaquetón a juego. Su única conexión con un motero era el casco que llevaba en una mano y, dado que no había rastro de una moto en la explanada de aparcamiento, estaba claro que o bien había venido en taxi o lo habían traído. Que Dios lo perdonara, pero aquel tipo le seguía cayendo muy mal.

    —Qué menos después de sacarte de la cama una hora más temprano… Lo siento mucho, Evel. Pero me voy de viaje y estaré fuera varios días y prefería dejar este asunto zanjado hoy.

    Los dos hombres descendieron por la rampa y atravesaron el taller hacia la sala donde se aparcaban los pedidos terminados a la espera de que los fueran a recoger.

    —Por supuesto. Faltaría más. Hace un rato os he enviado el formulario de inscripción de mi abuela y el correspondiente justificante de la transferencia para la quedada… Lamento que se haya quedado para último momento, pero hasta ayer ella no tenía el consentimiento de su médico. Mis padres también irán. Les gustó mucho la idea cuando se los comenté y al principio habían barajando la posibilidad de unirse, pero finalmente harán la ruta por su lado. Pero mi abuela no lo dudó ni un segundo; si el médico se lo permitía, iría encantada.

    Ike asintió satisfecho.

    —Me encanta tu abuela.

    —¿Has estado hablando con ella?

    —El día de tu boda hubo muy poca gente con la que no hablé. Sí, estuvimos conversando un rato… No sobre la quedada, sino sobre Dylan y sus hermanas… —La anciana lo había visto hablando con Erin, probablemente se había dado cuenta de su gran interés, ya que seguro que era como un cartel luminoso que llevaba pegado a la frente, y no había perdido la ocasión de hablarle de la familia Mitchell, a la que conocía y apreciaba mucho.

    —Ah... Sí, adora a Dylan. A veces, hasta me siento un poco celoso… —bromeó Evel, agradeciendo que su querida abuela le estuviera ayudando a pasar aquel momento. Detestaba que la conversación con Ike fluyera tan poco, que le costara tanto mostrarse como se mostraba con el resto de la gente.

    Ike hizo los honores, totalmente consciente del enorme esfuerzo que Evel continuaba haciendo por ser agradable.

    —–Uy, qué va. Adora al irlandés, sin duda, pero tú eres el ojito derecho de tu abuela. Cada vez que habla de ti se le ilumina la cara.

    Habían llegado a su destino y Ike lanzó un silbido.

    —¿Esa maravilla es mía? —Enseguida se acercó y empezó a inspeccionarla con interés.

    Un interés que no engañó a Evel.

    —Te agradezco el cumplido, pero dudo mucho que alguien que conduce una Kawasaki 1400GTR, piense que una Harley Davidson es una maravilla.

    «Me has pillado», pensó Ike. Concedió con un gesto que vino a decir exactamente lo mismo.

    Pero, al final, ambos rieron.

    —Habéis hecho un trabajo fenomenal —reconoció Ike—. Y aunque es cierto que prefiero conducir motos más veloces, realmente pienso que esta en particular es una obra de arte.

    Se trataba de una Harley Davidson Heritage de 1986, un modelo para nostálgicos, con sus formas redondeadas y sus complementos jalonados de tachuelas que según le había contado Evel tenía mucha historia. El contraste entre sus colores nacarados y el cromado perfecto resultaba impactante. Tanto como la aerografía que en naranja y negro decoraba la cara superior del tanque de un intenso dorado nacarado y se extendía sobre los guardabarros delantero y trasero; una majestuosa ave con cuerpo de águila y cabeza de dragón que echaba fuego por la boca.

    —Está prácticamente original, excepto algunas piezas básicas que preferimos cambiar por nuevas más por prevenir que otra cosa, y hemos tenido suerte porque en realidad ha estado muchos años parada. Así que es casi como si se tratara de una moto nueva. Espero que la disfrutes mucho y que la uses… Me refiero, aparte de llevarla a la quedada. Es una forma diferente de disfrutar de la carretera y cuando le cojas el gustillo, ya no te será tan fácil decidirte por cuál moto llevar.

    Ike dudaba mucho que alguna vez le supusiera un problema decidir en qué moto viajar, pero se limitó a conceder con una sonrisa. Después de todo, era el presidente de un club de moteros de Harley Davison, lo lógico era escuchar hablar maravillas de esas motos. Lo que no era tan lógico era que él, siendo su presidente, no condujera una Harley. Ironías al margen, estaba muy satisfecho del trabajo que habían hecho en el taller.

    —Me encanta. Enhorabuena. —dijo Ike ofreciéndole su mano que Evel estrechó—. ¿La probamos?

    Evel sacó la llave de su bolsillo y se la extendió. Ike negó con las manos a lo que él respondió con sorpresa:

    —¿Quieres que te lleve de paquete?

    —Sí, ya sé que es una petición poco corriente, pero para mi primera vez prefiero que sea así…

    Por supuesto, Ike no tenía ningún problema en conducir aquella moto o ninguna otra, para el caso, sólo se había tratado de una gentileza por su parte.

    La prueba había durado alrededor de quince minutos tras los cuales habían regresado al taller para ultimar los detalles pendientes de la venta. Evel le había entregado la documentación. Ike le había entregado un cheque por el veinticinco por ciento restante del pago. Finalmente, regresaron junto a la moto, que esta vez pilotaría el propio Ike. Se subió, se puso el casco y volvió a poner la moto en marcha. Mientras tanto, Evel se había encargado de abrir el portón principal.

    Volvieron a encontrarse en la rampa de salida donde Ike se detuvo para despedirse.

    —Bueno, como se suele decir, ahora toca coger carretera y manta a lomos de mi nueva burra —Evel sonrió ante aquel lenguaje tan habitual entre los moteros y tan inhabitual en Ike—. ¡Hasta más ver, colega! ¡Deséame suerte!

    Evel le palmeó el hombro amistosamente.

    —No la necesitas, tío. A bordo de esa máquina perfecta, no la necesitas.

    Ike había logrado llegar sano y salvo hasta su concesionario, donde había guardado la moto, realizado unas últimas gestiones y, finalmente, había puesto rumbo al aeropuerto.

    Tan pronto obtuvo su tarjeta de embarque, se sentó en uno de los bancos libres y se dispuso a hacer la llamada más importante de la mañana. Echó un vistazo a la hora. Erin ya habría acabado con su reunión de primera hora.

    El móvil apenas llegó a sonar cuando oyó su voz que le decía:

    Tengo un café recién hecho sobre el escritorio y ahora, tu voz en mi oído. ¡Esto es una maravilla!

    Una sonrisa halagada iluminó la cara del no-motero del bar The MidWay.

    —Me alegro de haber puesto mi granito de arena para que tu mañana sea estupenda. ¿Qué tal, preciosa? ¿Has salido de una pieza de la reunión o esos granujas se han quedado con un trozo? Dime la verdad, ¿eh? Que ya sabes que no tengo ningún problema en ir a Dublín y vérmelas con ellos.

    He salido tan entera que no acabo de creerlo. De hecho, empiezo a preguntarme si esto de que me hayan tratado tan bien es sólo un intento de que me confíe antes de que me den el varapalo —se rio Erin—. ¿Y tú? ¿Preparado para pasar el fin de semana hablando de tu moto favorita?

    Hablar de motos no era uno de los temas preferidos de Ike. Lo suyo, definitivamente, era conducirlas. Quizás esa fuera la peor parte de ser presidente de un club de moteros, el hecho de que sus colegas vivían hablando de motos y y que a él eso lo aburría horrores. De hecho, esperaba que la forma de socialización de los miembros del club durante la quedada no fuera esa, o quedaría en evidencia. Hablar de números (de beneficios, de ventas, de publicidad), que era lo que solía suceder dentro y fuera de una convención de propietarios de concesionarios, le interesaba mucho más. Aunque, todo había que decirlo, si asistir a la convención le impedía pasar un fin de semana con Erin, entonces tampoco le gustaba.

    Después del tiempo que habían pasado juntos en Dublín para inaugurar el año, la relación había subido de nivel. Ahora eran pareja y, aunque apenas habían transcurrido unos días desde la última vez que se habían tenido mutuamente a la distancia de un beso, ambos eran conscientes de que se les estaba haciendo bastante cuesta arriba mantener una relación sentimental viviendo en países diferentes. Hablar de ello no era una opción; ya tenían bastante con vivirlo.

    —Sí, supongo que después de tantos años, he acabado acostumbrándome a la molestia de estar fuera de casa y he aprendido a encontrarle el lado divertido o, por lo menos, útil de pasar unos días en compañía de otros tipos que también han escogido vender motos Kawasaki como forma de vida. Pero que te quede claro, se me va a hacer interminable sin ti.

    En Dublín, Erin hizo girar su sillón de cara a la ventana y se arrellanó en él. Su voz descendió al nivel de los susurros cuando dijo:

    Ike, por favor, no me lo recuerdes… Ya se me ha olvidado cuándo fue la última vez que desayuné mirando esos ojos preciosos que tienes…

    —Te refresco la memoria —repuso él con dulzura—. Fue el domingo pasado, en mi cocina, frente a una humeante taza de café moca.

    Una eternidad…

    —Dos eternidades, como mínimo.

    Los dos rieron, cómplices.

    —Pero el viernes veintiuno se acabarán las dos eternidades y volverás a desayunar mirando mis ojos, que no sé si son preciosos, pero estarán encantados de verte a ti.

    ¿Vienes a Dublín el próximo viernes? —La voz de Erin sonó como si acabara de volver a la vida, llena de energía y de ilusión.

    —Puedes apostar lo que quieras por eso —fue la respuesta taxativa de Ike.

    La conversación con Erin había dejado a Ike en las nubes. Era lo habitual y, en cierto modo, esa era la razón de que hablaran por la mañana todos los días (además de por la tarde y por la noche). Para él era como un chute de energía. Se sentía renovado. Después de tantos meses interesado en Erin sin saber muy bien qué posibilidades había de que el interés fuera mutuo y, en segundo lugar, que de serlo, ella se aviniera a mantener una relación en la distancia, su situación actual, aunque distaba mucho de ser la ideal, era la mejor que había tenido en los últimos diez años.

    Ese era un tema que debía resolver, pensó Ike. Desde el primer momento había tenido claro que conformarse con ver a Erin los fines de semana, suponiendo que siempre alguno de los dos pudiera trasladarse, lo dejaría insatisfecho. Se recordaba bastante apegado en ese sentido; era de la clase de hombre que necesitaba compartir tiempo con su pareja a diario, aunque solo fuera un rato. Pero en la vida se habría imaginado que le resultaría tan duro. Su última experiencia junto a alguien significativo se había desarrollado durante algún tiempo en la distancia y no recordaba haberlo llevado tan mal como ahora. Realmente, le estaba costando mucho continuar con su vida normal, con sus compromisos profesionales. Erin siempre era un pensamiento recurrente. Una necesidad recurrente. Quizás influyera el hecho de que él ya no era un niño, de que habían pasado muchos años desde la última vez que había tenido una relación significativa con otra persona. O quizás se debiera a que esta vez era diferente. Con Erin se sentía muy a gusto. Relacionarse con una mujer que estaba a su lado por un interés genuino en él (y no por su posición económica o por darle celos a otro hombre o por no sentirse sola) lo había reconciliado con el amor, con la idea del amor que siempre había tenido: el de un hombre y una mujer compartiendo sueños, ilusiones y tiempo en pos de construir un futuro juntos. De modo que, definitivamente, la distancia era un tema que tenía que resolver.

    El sonido del móvil interrumpió los pensamientos de Ike. El identificador de llamada anticipó que se trataba de Maverick.

    —Hola, Mav. Espero que no me necesites para nada porque estoy en el aeropuerto a punto de salir para Frankfurt —lo saludó.

    No, que va… Siempre recurro a ti cuando necesito que me saquen las castañas del fuego, pero hoy las castañas están perfectamente… Ya sabía por mi chica, que a su vez se enteró por la tuya, de que vas a estar varios días comiendo salchichas blancas y bebiendo cerveza Pilsen… ¡Espero que sobrevivas a tanto exceso!

    Él también lo esperaba.

    —Al menos, lo intentaré —se rio—. Y tú, ¿qué tal? ¿Qué tal te tratan los moteros este nuevo año?

    Me hacen trabajar muchísimo. Cada día viene más gente… Las redes sociales nos están dando muchísimo bombo, pero yo sigo siendo uno solo… En cualquier momento me compro unos patines porque ya ni corriendo… —A pesar de las palabras, el tono empleado por Maverick indicaba satisfacción por que el negocio estuviera yendo tan bien—. Te llamaba porque estuve hablando con Conor…

    —Ah, cierto que la semana pasada se reincorporaba al trabajo… Yo hoy estuve en el taller, pero era muy temprano por la mañana, todavía no habían abierto… Fui a recoger mi «Harley de coleccionista» —subrayó con retintín haciendo reír a Maverick—. Y, la verdad, no sé que decirte, tendré que conducirla en la quedada, pero pesa tres toneladas… De buena gana me llevaría mi Kawa

    ¡Eso sería una afrenta gravísima! —se rio Maverick.

    En realidad, si las cosas ya estaban tan mal en el club a raíz de que el presidente fuera él -independientemente de la moto que condujera-, no podía imaginar cuánto más empeorarían si se presentaba a lomos de su Kawasaki en una quedada de moteros de Harley Davidson.

    —Lo sé, lo sé… Pero, entre nosotros y por favor que no salga de aquí, no quiero pensar cómo me quedará la espalda después de conducir ese trasto durante cuatro días completos…

    Lo que hay que hacer para mantener contentos a estos tíos… —dijo Maverick—. Y puede que ni aún así, porque Conor me comentó que ha tenido un encontronazo con Dakota.

    —¿Por qué no me sorprendo? —repuso Ike. Empezaba a estar de Dakota hasta la mismísima coronilla—. ¿Qué ha pasado ahora?

    Entre su viaje a Dublín a primeros de año y el fin de semana que Erin había pasado en Londres, Ike estaba bastante desconectado de los asuntos del bar desde la última Nochevieja.

    Bueno, más o menos lo de siempre con la diferencia que esta vez Conor se plantó. Le dijo que ya estaba bien de querer usarlo de intermediario y que si no quería hablar contigo, la quedada se cancelaría y punto.

    ¡Sopla!, pensó Ike. Qué enfadado debía estar Conor para decir algo semejante.

    —No me lo digas; y después de eso se armó el follón, ¿no? —Era de cajón. Dakota no era de los que toleraban los desplantes de nadie.

    Y tanto. Por lo visto, hasta tuvo que intervenir Evel.

    Ike sacudió la cabeza. Por un lado, le parecía que ya era hora que Evel, el tipo al que todo el mundo tenía por el hombre perfecto, por una vez, tomara partido en un tema que ya clamaba al cielo. Pero por otro, que hubiera tenido que intervenir, hablaba a las claras de lo mal que estaban las cosas.

    —Gracias por avisarme, Maverick…

    De nada, tío. Faltaría más. Yo todavía no he visto a mi socio, no vendrá hasta primera hora de la tarde, pero imagino que no me dirá nada. Normalmente hay tanto trabajo que apenas nos da tiempo a comentar lo imprescindible. Y además, sabe lo que pienso de este tema. Pero si me entero de algo, no dudes que te lo comentaré.

    —Te debo una. A decir verdad, te debo varias… —concedió Ike—. Significa mucho para mí saber que alguien en todo ese bendito bar está de mi parte. Y te lo agradezco muchísimo.

    Ojalá pudiera ser de más ayuda, tío. Porque sabiendo todo el esfuerzo y el interés que le estás poniendo a esta quedada, me sabe fatal que justamente quien más agradecido debería estar de todo eso, sea el que te está poniendo la zancadilla todo el tiempo… De verdad, que es algo que me quema.

    —Está claro que no es plato

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