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Cuando el escándalo hace que Grace vuelva a casa y a los brazos del que fue su novio en la universidad, logra tener una segunda oportunidad en el amor. Pero, ¿podrá sobrevivir al dolor y a las traiciones pasadas?

Grace se va a Nueva York en busca de su padre y termina envuelta en el frenético estilo de vida de los más ricos de Manhattan, pero cuando su matrimonio fracasa en el caos del escándalo, huye a California para recuperarse. 

Cuando su novia de la universidad rompe con él sin darle explicaciones, Logan se pasa ocho años labrándose una carrera y catando lo mejorcito de Los Ángeles. Ahora que Grace está de vuelta en la cudad, no puede dejar de pensar y ella y preguntarse, ¿y si...?

A veces el primer amor se merece una segunda oportunidad. 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento10 nov 2018
ISBN9781547554485
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    Volver a casa - Jill Blake

    Grace se va a Nueva York para buscar a su padre, aunque termina sumergiéndose en una vida frenética entre los multimillonarios de Manhattan. Sin embargo, su nuevo matrimonio se derrumba por culpa de un gran escándalo, por lo que decide viajar a California para desconectar.

    Después de que su novia lo dejase sin darle ningún tipo de explicación, Logan se pasa los ocho años siguientes centrado en su carrera y descubriendo algunos de los mejores talentos de Los Ángeles. Ahora que Grace está de nuevo en la ciudad, no puede dejar de pensar en ella y se pregunta qué pasaría si...

    A veces, el primer amor merece una segunda oportunidad.

    CAPÍTULO UNO

    — ¿Grace?

    Si no hubiera sido porque apretó el reposabrazos de madera con los dedos, hubiera permanecido completamente inmóvil y con los ojos cerrados, mientras una liberadora brisa ligera, después de que el día fuera inusualmente cálido, agitaba las hojas que se encontraban sobre ella.

    — ¡Grace!

    A los 29 se era joven para empezar a padecer alucinaciones, ¿verdad? Pero esa voz era inconfundible, e iba acercándose. Grace, lentamente, abrió los ojos y parpadeó con incredulidad: allí estaba, con su 1’87 m de estatura; ojos azules brillantes tras una montura dorada; salvaje cabello oscuro que se rizaba sobre las orejas y del que podía recordar la textura, escapándosele entre los dedos; barba incipiente en la mandíbula; la mochila siempre presente en los hombros y una camiseta desgastada de Caltech apretada en el pecho, que parecía mayor de lo que recordaba, mientras que la cintura y las caderas, cubiertas por unos vaqueros descoloridos, eran tan delgadas como siempre.

    Había vuelto atrás en el tiempo para tener de nuevo 18 años, el corazón acelerado y sin poder ordenar sus pensamientos, según él se acercaba, inclinándose, como si fuera a mirarla a los ojos, y sus labios, que habían saboreado cada centímetro de su cuerpo, esbozaron una sonrisa.

    — ¡Grace King! No puedo creérmelo. ¿Qué haces de vuelta en Los Ángeles?

    — Logan, —la mujer se levantó del banco, afectada de nuevo por lo pequeña que era a su lado, y se le ocurrió que incluso le sacaba una cabeza a su exmarido, cuyo pensamiento la llevó a tensarse instintivamente. No seas idiota. Acto seguido obligó a sus músculos a relajarse y hasta consiguió dibujar algo parecido a una sonrisa.

    — Me alegro de verte. ¿Qué tal estás?

    — Muy bien —el hombre se quitó la mochila e hizo un gesto con la cabeza en dirección al banco— ¿Puedo sentarme?

    Grace, en respuesta, retrocedió haciéndole sitio, aunque después dudó un instante antes de quitar el bolso y la chaqueta, colocándose con cautela en el borde, con un tobillo sobre el otro y las manos juntas en el regazo. Logan sonrió, girándose hacia ella de tal forma que le rozaba la rodilla con la suya, cubierta por la tela vaquera.

    — ¿Qué estás haciendo aquí, Grace?

    — Voy a hacer una entrevista de trabajo —le explicó mientras retrocedía un poco para que hubiera espacio entre ellos.

    — ¿Sí? ¿Dónde?

    — En la facultad de Medicina, en el departamento de Psiquiatría.

    — ¿Estás de broma?

    — No, estoy haciendo aquí la última rotación de mi residencia médica para que puedan verme trabajar y ser así la primera cuando haya una plaza. Es algo así como un híbrido entre lo clínico, de enseñanza y de investigación.

    — Es increíble —Logan negó con la cabeza para sí mismo—. Nunca me lo hubiese esperado.

    — ¿Qué quieres decir con eso?

    — Vamos a estar juntos otra vez.

    — ¿Cómo? —inquirió Grace, rígida.

    — Yo estoy en el departamento de Neurobiología, en el apartado de los que tienen plaza fija, y dirijo mi laboratorio junto con uno de los doctores del departamento de Psiquiatría.

    — Ah, —iban a ser compañeros de trabajo, eso era lo que quería decir.

    — Todavía es fácil irritarte —explico Logan, entre risas.

    — Y no puedes dejar escapar ninguna oportunidad para intentar conseguirlo afirmó la mujer, al empezar a recordar todas las cosas que solían molestarla cuando estaban juntos.

    — Sí, lo sigues haciéndolo, —Logan ladeó la cabeza— lo de mirar por debajo de la nariz. Da miedo lo bien que se te da formar juicios. Por cierto, ¿qué tal está tu abuelo?

    — Murió, hace seis meses.

    — Vaya, Grace —se quejó el científico, según le cubría la mano con la suya, cálida, firme y conocida, y ella tragó saliva en respuesta.

    — Lo siento, no lo sabía.

    — No tenías por qué saberlo.

    Había habido un gran obituario en los periódicos L.A. Times y Santa Monica Mirror sobre su abuelo, pero no le sorprendió que Logan se lo perdiera, cuando solo se centraba en lo que le importaba y de lo contrario permanecía ajeno al resto del mundo, algo que la llevaba a preguntarse si había conseguido lograr ser el foco de su atención. Solamente lo hizo, quizás, cuando estaban en la cama, sin ninguna otra distracción, aunque esos momentos eran escasos y finalmente decidió dejarla marchar, demostrando sin duda cuál era su lugar entre sus prioridades. ¿Había logrado subir de puesto alguna otra mujer en esa lista? Se fijó en la mano que cubría la suya, sin anillo, aunque su ausencia no significaba nada, cuando ella se había quitado el suyo mucho antes de que terminaran los trámites del divorcio.

    Maldita sea. ¿Qué estaba haciendo al especular sobre si Logan estaba casado? Por casi no escapa de un desastre de esa categoría y sería ridículo meterse en otro, aunque  tampoco es que estuviera interesada en ninguno de los casos. Claro que no. Había pasado demasiado tiempo y mucho había ocurrido entre medias, no obstentante, pensándolo mejor, no se habían separado de manera amistosa. Después de ocho años, todavía sentía un resquicio de resentimiento sobre lo fácil que había sido para Logan deshacerse de ella, como si los cuatro años que habían pasado juntos no hubieran importado.

    Si se hubiera preocupado en preguntar, no se lo hubiera ocultado. Solo que no fue así; no hizo más que desearle buena suerte y explicarle que una relación a larga distancia no funcionaría antes de irse a Caltech, tras lo que Grace tardó dos años en volver a salir con otra persona, y tres, antes de aceptar casarse con Harry. Y mira cómo acabó todo, con una orden de alejamiento del tamaño de los Estados Unidos para separarles, e incluso entonces, se ponía nerviosa cada vez que sonaba el timbre.

    Así que no, no estaba interesada en retomar nada con Logan, incluso si estuviera soltero y dispuesto a ello. Estaba harta de los hombres, pero no pudo evitar seguir las líneas de su mano hasta los músculos del brazo, por su impresionante pecho hasta lo liso de su abdomen, para acabar en su paquete. Entonces se sonrojó, el aliento se le quedó atrapado en la garganta y apartó la mirada, a lo que él, sin embargo, le pasó el pulgar por el nudillo, provocándole un escalofrío.

    — ¿Qué tal está tu abuela?

    — Así, así —Grace apartó los dedos a la seguridad de su regazo—. La semana pasada se cayó y se rompió la cadera. La operación fue el lunes.

    — ¿Por eso has vuelto?

    — No, iba a dejar Nueva York de todas formas, esto solo aceleró el proceso — afirmó la mujer mientras seguía el vuelo de un pájaro que echó a volar desde un arbusto cercano para dar un rodeo antes de posarse en una rama del árbol que se encontraba en frente y después desapareció.

    — Me enteré de lo de tu divorcio —declaró Logan.

    — Tú y el mundo entero —el hombre le echó una mirada acusadora ante tal afirmación.

    — ¿Estaba involucrado? Me refiero a tu ex.

    Trató de ignorar su decepción, porque ya le habían hecho la misma pregunta de una docena de formas distintas en cinco meses. ¿Por qué iba a ser Logan diferente? Puede que prefiriera centrarse en otras cosas, pero ni siquiera él podría ignorar lo que la prensa denominaba como «el fraude de la década» y de lo que no habían parado de hablar desde que se destapó en diciembre.

    Entonces, ¿a Logan solo le guiaba su curiosidad, como a todos los demás? ¿O era por motivos personales? ¿El esquema Ponzi le había afectado a él o a su familia? Dios, esperaba que no, no quería tener que sentirse culpable teniendo en cuenta todo lo demás. Sin embargo, de forma racional, sabía que no era culpa suya. Nunca había estado involucrada, es más, no se había enterado de las maquinaciones de su suegro hasta que su exmarido se presentara en su puerta, hablando sin parar sobre el FBI.

    Pensar que su primera reacción había sido la incredulidad, la llevó a sonrojarse; no por las alegaciones, sino por creerse que Harry ya no estaba consumiendo a pesar de su forma de hablar acelerada, inconexa y poco brillante, y cómo gestualizaba nervioso según caminaba por el salón. Todo le era muy familiar, igual que la euforia que se convertía en paranoia y que la historia que le contó fuera demasiado extraña para ser cierta, y, sin embargo, en cuanto se involucraron los federales y la investigación avanzó, la realidad fue mucho más devastadora: décadas de engaños, billones de dólares robados, fondos de pensiones, asociaciones benéficas y miles de personas teniéndose que enfrentar de pronto a la bancarrota.

    Durante meses, Grace mantuvo la cabeza baja y repitió que no haría comentarios al respecto, incluso si no le debía su silencio a Harry y estaba segura de no sentirse compungida porque se hubiera encontrado al culpable, a William Blackwell, el que fue su suegro. Pero lo cierto era que no tenía nada que añadir a la indignación generalizada, porque aunque no estuviera al tanto del crimen, se la había asociado con el resto de los Blackwell, como si fuera culpable por asociación. Qué importaba que hubiera pedido el divorcio mucho antes de que se destapara el escándalo o que hubiera insistido en cortar toda relación con Harry y con su familia, hasta incluso renunciar a todo derecho sobre los bienes maritales y las propiedades comunes durante el divorcio.

    Ahí sentada, entre las sombras que proyectaban las ramas, con el hombre al que había conocido antes de que su vida se descontrolara, Grace sintió toda la ira y la ansiedad acumuladas saliendo a la superficie. ¿Cómo reaccionaría Logan si supiera lo que realmente pensaba y sentía en ese momento? Entonces respiró hondo, varias veces.

    — No, —respondió sin alterarse— Harry no formaba parte del plan, él fue quien denunció a su padre. El día que lo descubrió llamó al FBI.

    — ¿Qué? —preguntó Grace cuando Logan se echó a reír, sorprendido, y tras quedársele mirando.

    — Lo siento, —respondió el hombre, negando con la cabeza— y yo que pensaba que mi familia estaba jodida.

    Se hubiera insultada si no fuera porque la sonrisa torcida de Logan parecía invitarla a formar parte de la broma.

    — Claro —la animosidad la evadió, como el aire en un neumático pinchado—. ¿Qué tal está tu padre?

    — Como siempre, andando tras mujeres con la mitad de su edad, demandado por acoso sexual y fumando canutos en su tiempo libre —tras responder le echó un vistazo al reloj—. Van a cerrar las puertas pronto, ¿quieres que vayamos a por algo de comer?

    Si había algo más que solía volverla loca, era la tendencia de Logan de cambiar de tema cuando algo le tocaba la fibra sensible. Bromear estaba bien, pero Dios no quisiera que siguieran hablando del tema.

    — ¿Qué me dices? —le preguntó entonces Logan—. Hay un restaurante mediterráneo que está muy bien al otro lado de la calle.

    — Gracias, pero tengo que irme a casa —Grace se levantó, pasándose la mano por la falda para alisar las arrugas y se colocarse la tela en su sitio, y se sonrojó al darse cuenta de que Logan estaba siguiendo sus movimientos con la mirada, antes de girarse para recuperar su chaqueta—. Me alegro de haberte visto.

    — Venga, deja que... —Logan se levantó entonces y le quitó la chaqueta de las manos, estirándosela para que pudiera meter los brazos por las mangas. E incluso si Grace trató de ignorar el calor que emanaba su cuerpo tras ella, cuando le puso las manos sobre los hombros, no pudo evadir la calidez que sintió por los brazos y el pecho, asentándose en su estómago y debilitándole las piernas. Siempre había tenido ese efecto en ella y era todo un alivio volverlo a sentir y saber que todavía era capaz de hacerlo.

    — Una comida, Grace, por los viejos tiempos —le pidió Logan y su aliento le acarició la oreja, no obstante, la mujer vaciló ante la desafortunada elección de palabras, retrocediendo. Por los viejos tiempos, qué inocente sonaba.

    Harry le había

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