Punto de Equilibrio: Romance en Santa Mónica
Por Jill Blake
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Cuando Angie se enfrenta a su antiguo némesis Zach, “negociación a puerta cerrada” cobra un significado totalmente nuevo. Como abogados en lados opuestos del mismo caso, tienen mucho que discutir. Ella es ambientalista, mientras que él es consejero para una promotora inmobiliaria.
Lidiar con clientes complicados, con familiares y amigos entrometidos, y con peleas en la corte, parece ser más fácil que enfrentar una creciente atracción que amenaza con salirse de control. Angie quiere creer que hay más en la vida que documentos legales, pero ha sido lastimada antes. ¿Puede aprender a confiar en Zach, o el pasado turbulento de este mujeriego destruirá cualquier posibilidad de un final feliz?
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Punto de Equilibrio - Jill Blake
CAPÍTULO UNO
—Escuché que están demandando a la compañía de tu padre.
Zach se lanzó por la pelota, estrellando su hombro contra el piso.
—¿Qué?
Mike le tendió la mano.
—Lo vi en un comunicado de CNS camino a aquí. ¿No sabías?
Zach frunció el ceño. Como consejero interino de Stewart & Landry LLC, era su trabajo saberlo. Esa era la razón por la que monitoreaba regularmente las alertas del Servicio de Noticias del Juzgado. Sabía que pasaría eso en el único día que salió de la oficina sin revisar su correo.
Se pasó el brazo por su sudorosa frente y ajustó su agarre en la raqueta.
—Tú sacas.
Otro minuto pasó en silencio, marcado por gruñidos y el golpe de la pelota contra la madera de poliuretano y vidrio templado.
—¿Y quién lo está demandando? —preguntó Zach al terminar el rebote.
Mike se encogió de hombros.
—Una mujer diciendo que hay violaciones en el ACAC.
Ninguna sorpresa. El Acto de Calidad Ambiental de California era la maldición de vida de cualquier constructora, y una mina de oro para cualquier abogado de bienes raíces escurridizo que pueda encontrar a un amante de los árboles dispuesto a luchar por la causa.
—Malditas sanguijuelas —murmuró.
—¿A qué te refieres?
—Uno podría creer que la gente estaría agradecida de que estamos dándole vida a una economía en decadencia. —Le pegó a la pelota con tanta fuerza que rebotó contra la pared y le hubiera golpeado a Mike si este no se hubiera quitado—. De no ser porque nosotros rediseñamos el área no tendrían más que plaga urbana en sus manos. Algunos de esos edificios apenas si se sostienen. Con tantas violaciones al código, hace décadas que debían haber sido demolidos.
—Oye, no me ataques por decírtelo. Si quieres desquitarte con alguien, ve con el abogado del demandante.
—¿Y quién es?
—La hija del Juez MacDowell. ¿Alicia? ¿Ana? Empieza con A.
Zach se detuvo abruptamente.
—¿Angie?
—Ángela. Eso. Por lo que he escuchado, es la gran cosa en leyes de propiedad inmobiliaria.
—Ajá. —Zach concentró su atención de vuelta en el juego.
—Ahora que lo pienso, es la gran cosa en todo. —Mike sonrió, burlón—. El trasero de esa nena...
Zach apretó los dientes.
—Ya madura, ¿quieres?
—Oh, por favor. Como si no lo hubieras pensado antes.
—No de ella.
—¿Qué? ¿Estás ciego?
—No. Pero su hermana es una amiga de mi familia.
Mike parpadeó, perplejo.
—¿Entonces por qué los demanda?
—No lo sé. Pero te aseguro que voy a descubrirlo.
~
Las voces fuertes afuera de su oficina le dieron a Angie un par de segundos de advertencia antes de que Zach Stewart abriera la puerta, irrumpiendo molesto.
—¿Qué significa esta porquería? —dijo, lanzando un grueso sobre manila en su escritorio.
—Hola, Zach. —Angie se levantó con calma—. Veo que el personal de citatorios te encontró.
—¿Qué quieres obtener de todo esto?
Angie se tomó su tiempo para responder. No era algo de todos los días que un hombre agitado de dos metros, invadiera su oficina. Su mirada recorrió sus hombros anchos y su cintura delgada. Oh, Dios. Debería ser ilegal lo que le hacía un traje a rayas y una camisa estilo Oxford.
Para el momento en que ella logró volverse a encontrar con su mirada, ya podía sentir la ira de Zach salir en oleadas.
—Te ves un poco acalorado en ese traje, Zach. ¿No quieres un vaso de agua fría para refrescarte?
Sus ojos azules se entrecerraron.
—Conociéndote, es probable que el agua se caiga ‘accidentalmente’ sobre mi traje. No, gracias.
—Sobreestimas mis tendencias agresivas.
—No lo creo. Aún recuerdo cómo negociaste la liquidación de tu hermana. Tú podrías enseñarle a un Doberman un par de cosas sobre agresividad.
Angie cruzó los brazos sobre su pecho.
—Roger y tu papá comenzaron S&L juntos. Era justo que la viuda de Roger fuera compensada por su parte en la compañía. Y por si no lo recuerdas, no había ningún acuerdo de compra cuando Roger murió. No habría tenido que insistir tanto si hubiera existido uno.
—Un acuerdo de compra no habría cubierto todos los problemas legales que Roger provocó —replicó Zach—. Por si tú no lo recuerdas, él estaba metido en posibles inversiones fuera de la compañía.
Angie se mordió el labio. Zach no sabía ni la mitad de lo acontecido. Por suerte, Eva logró salir—con ayuda de Angie —de la pesadilla legal y financiera posterior a la muerte de su esposo. Ella tuvo que vender su casa y buscar un trabajo, pero al final, se hizo lo mejor que se pudo.
La voz de Zach interrumpió sus pensamientos.
—De cualquier forma, eso ya terminó. Pero esto...— se inclinó hacia adelante y puso un dedo sobre los papeles que había lanzado sobre el escritorio — es ridículo, y lo sabes. S&L ha pasado por todos los baches regulatorios que el gobierno estatal y local requieren. Tu cliente tuvo tiempo de sobra para discutir sus dudas. La Revisión de Impacto Ambiental fue presentada para opinión pública hace más de un año. Y en ese tiempo, el Ayuntamiento, la Comisión de Planificación, y la Junta de Control de Renta han organizado docenas de audiencias. Todas las objeciones fueron debidamente consideradas y tratadas.
—Debes estar bromeando. Las objeciones fueron hechas a un lado, ignoradas. Un cambio de minimis en el acuerdo de desarrollo, que no provoca una revisión a profundidad en el tráfico e impacto ambiental, es una burla a todo el proceso. El Ayuntamiento simplemente sella lo que sea que tú les pones en frente con un absoluto desinterés por las preocupaciones de los habitantes.
—Todo lo que hizo S&L fue acorde a la ley —dijo Zach.
—Tal vez para ti, pero mi cliente lo ve de otra manera. Y en este punto, ésta es la única forma de hacer que el Ayuntamiento preste atención y tal vez atienda sus inconformidades. —Señaló con su cabeza el sobre manila entre ellos—. Y mientras la corte re-examina todo, el convenio que pedimos al menos prevendrá que derrumbes la casa de mi cliente.
Zach frunció el ceño.
—Esto es extorsión. Así de simple. S&L hizo ofertas más que generosas a los residentes como pago por relocalizarlos. Tu cliente fue la única que se negó a firmar.
—Tenía una buena razón.
Zach respiró profundamente.
—Mira, vayamos al grano. ¿Qué quieres para deshacernos de todo esto?
—Si estás preguntándome eso, es obvio que no leíste nuestra queja con detenimiento. Todo está más que claro.
—Lo leí —contestó—. Y es absoluta mierda.
Angie negó con la cabeza.
—Qué vergüenza, consejero. ¿Esa es la clase de lenguaje que te enseñan en Derecho en Harvard?
Un músculo brincó en su mandíbula.
—Angie...
—Conoces el negocio, Zach. Treinta días para recibir tu respuesta. —Lo encaminó a la puerta—. Te veré en la corte.
CAPÍTULO DOS
Una semana después, Zach seguía furioso. Pero él sabía que lo mejor no era descargar su frustración frente a su padre.
Tom Stewart le tenía cariño a la viuda de su antiguo socio, y en consecuencia, a su hermana Angie. Fue ese cariño el que consiguió que Angie obtuviera un buen acuerdo para su hermana hace cuatro años. Si hubiera sido por Zach, los términos del acuerdo de compra no hubieran sido ni de cerca así de generosos.
Esta vez Zach tenía que ganar la batalla legal. No solo había dinero en juego—aunque cada día de retraso en la construcción le estaba costando decenas de miles de dólares a la compañía. Y no era ni siquiera una cuestión de ego —pero obviamente disfrutaba de la idea de ganarle a Angie. Era bastante simple; una cuestión de vida o muerte para su padre.
Hace seis meses, Tom había sufrido un infarto masivo. Un minuto inspeccionaba un sitio de trabajo, y al siguiente estaba pálido, en el piso.
Después de tres estudios médicos, el cardiólogo de Tom leyó el veredicto:
—Tienes suerte de estar vivo —dijo el doctor—. Si quieres seguir así, debes dejar de fumar, tomar tus medicamentos como están prescritos, y reducir tus niveles de estrés.
Las primeras dos fueron fáciles, comparadas con la tercera. Y la demanda no ayudaba.
La única manera en que Zach podía convencer a su papá de que tenía que calmarse era arreglando las cosas lo antes posible. Así el proyecto podría continuar. Y como un beneficio adicional, le probaría a Tom que incluso si se retiraba, la compañía seguiría en buenas manos con su hijo a cargo.
Con ese objetivo en mente, Zach intentó hacer a un lado cualquier tipo de distracción extraña. Como el recuerdo que seguía regresando de la insolente inspección de Angie de pies a cabeza. Como si fuera una pieza de mercancía en escaparate. Era insultante. Degradante. Una excitación innegable. No podía haber causado una mayor reacción si ella hubiera pasado los dedos por su cuerpo desnudo.
De algún modo él logró permanecer tranquilo y apenas consiguió mantener un semblante indiferente.
A duras penas.
Y luego ella tuvo las agallas de sonreír.
Considerando el propósito de su visita, la sorpresa que vio en ella revivió el enojo que lo había llevado a su oficina en primer lugar.
—¿Hay alguna posibilidad de que esto quede fuera de la corte?
Zach volvió a la conversación alrededor de la mesa de conferencias. La pregunta venía de Bob Geller, Vicepresidente de Desarrollo en S&L.
—Perdón —dijo Zach—. Pero esto es Santa Mónica, la capital de los movimientos ambientalistas. Ningún juez se atrevería a hacer a un lado un caso de ACAC.
—Ya hemos lidiado con demandas molestas. —Tom levantó la vista de los papeles que estaba ojeando—. Solo es cuestión de saber cuánto tenemos que darles para que se calmen.
—Eso es una locura —dijo Bob. —Si alguien quiere arruinarte, no vas a ceder y hacérselos fácil.
Zach garabateó otra anotación en la página que tenía en frente.
—No planeamos que sea fácil. Pero necesitamos tener algo como estrategia. Tan pronto archive este papeleo podemos volver a los negocios.
—Bien —dijo Bob—. ¿Qué necesitas de mí?
Pasaron la hora siguiente haciendo lluvia de ideas sobre las posibles respuestas a cada punto en la queja.
En algún momento, Bob salió para atender una llamada, y Tom se recargó en su silla.
— ¿Cuál crees que sea la verdadera razón por la que está haciendo esto?
— ¿El demandante? ¿O Angie?
—Los dos. Cualquiera.
—Dinero, por supuesto.
Tom frunció el ceño.
—Aquí no están pidiendo nada de dinero.
—A menos que cuentes los honorarios del abogado.
Tom hizo a un lado el comentario.
—Tiene que haber algo más en juego. Algo que no estamos viendo. Quiero decir, ¿por qué le importarían a esta mujer los requisitos de Uso de Suelo y Elementos de Circulación?
—Tal vez es una ex-hippie, buscando revivir sus días de gloria. O tal vez está aburrida y quiere sus cinco minutos de fama. —Zach metió sus notas en un folder—. O tal vez lo ve como una oportunidad para chantajear a la gran compañía feroz, para así financiar su retiro. ¿Por qué es importante?
—Si no sabemos que la motiva—dijo Tom—, no podemos imaginar el acuerdo que ella puede aceptar.
Zach suspiró.
—Investigué un poco. Tiene setenta y seis años, con ingresos fijos. Enfermera retirada. Su esposo no tiene buena salud. Sin hijos. Sin familia más allá de su esposo, por lo que vi.
—¿Crees que ayude si hablo con ella?
—Técnicamente, la única forma en que puedes hablar con ella es a través de mí.
—¿Qué hay de Angie? —Preguntó Tom—. Tal vez debería hablar con ella en su lugar.
—Ella es la consejera del demandante. Aplica la misma regla.
—¿Seguro?
—Positivo. No te preocupes, papá. Yo manejaré esto. —Zach se levantó y metió sus archivos en su portafolio—. Tendré un borrador mañana, para que lo revises.
CAPÍTULO TRES
—Es que no entiendes—dijo Phyllis Callahan—. Necesito que extiendas esto. Cuanto más tiempo, mejor. ¿No es eso lo que hacen los abogados?
—No, Sra. Callahan—repitió Angie por tercera vez en los últimos veinte minutos—. Eso no es lo que hacemos. Al menos no es lo que yo planeo hacer.
—Pero tu paga será mayor...
—No si terminamos perdiendo—dijo Angie—. Si S&L gana el caso, no nos pagarán nada. Así funciona la contingencia.