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La Oscuridad Que Se Avecina
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La Oscuridad Que Se Avecina
Libro electrónico337 páginas5 horas

La Oscuridad Que Se Avecina

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Información de este libro electrónico

Un arcángel en exilio. Una raza de criaturas poderosas y vengativas. Un conflicto que puede acabar con el mundo.


La vida llena de lujos del Arcángel Lucifer se pone en pausa cuando se entera que El Paraíso está vacío y que su padre ha desaparecido. Buscando respuestas, se ve enfrentado a una raza de Dioses Creadores que no están felices con su padre y con el mundo que ha creado. Planeando terminar con este acto de herejía y dejar que La Oscuridad consuma al mundo, encierran a Lucifer en El Infierno.


Mientras, el amante del Arcángel intenta probar a sus enemigos que se equivocan sobre él. Sin embargo, el darse cuenta de que la influencia de Lucifer es mayor de lo que él creía, Kai se llena de dudas pensando que en realidad sólo es la mascota de Lucifer.


La Oscuridad que se avecina es el primer libro en la serie de fantasía paranormal de Susan-Alia Terry.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento4 dic 2022
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    La Oscuridad Que Se Avecina - Susan-Alia Terry

    UNO

    No te vas a poner eso.

    Suprimiendo un suspiro, Kai miró hacia abajo y vio su ropa cambiar. En lugar de pantalones negros, playera y botas, ahora estaba vistiendo un atuendo hecho a la medida de color crema bronceado—con mocasines. Odiaba los mocasines. Volteó, esperando a que su amado entrara al foyer.

    Lucifer, con el cabello blanco y suelto sobre sus hombros entró al foyer, trayendo un gato negro recién comprado en brazos y fijó sus ojos grises sobre él. Para alguien que siempre vestía algún tono de blanco— ¿y quién iba a decir que existían tantos? —Lucifer siempre tenía algo que decir sobre la vestimenta de Kai. De hecho, Lucifer lo vestía con tanta dedicación y fervor que alguien menos amigable — y Kai era muy amigable — lo llamaría obsesionado. Por eso Kai había tratado escapar de la casa antes de que Lucifer lo viera.

    Vamos Luc, eso no es práctico y lo sabes dijo Te, alcanzándolos en el foyer y cambiando de ropa a Kai nuevamente por la que originalmente traía. Cómo esperas que vaya a una operación de reconocimiento y recuperación con esa ropa y mocasines, no lo entiendo

    Gracias, dijo Kai, sonriendo.

    Vivo con filisteos, dijo Lucifer con una mueca. Lo mínimo que podrías hacer sería utilizar seda. Ahora Kai vestía una camisa de seda negra y se negó a aceptar que le gustaba cómo se sentía.

    ¿Ya terminaron de cambiarme? preguntó, intentando sonar exasperado pero sólo logrando sonar con conformidad.

    Te se rio. De su piel morena y el brillo de su cabeza calva hasta el arete de oro y sus dientes blancos, Kai tuvo que recordar algún tiempo cuando los ojos plateados de Te no estaban llenos de buen humor. Siempre vestido pulcramente, compartía con Lucifer una inclinación por la ropa linda y cara. Sin embargo, a diferencia de Lucifer, Te nunca había encontrado algún color que no le gustara o con el que no se viera bien. Su traje del momento era rojo a rayas, para completarlo un sombrero de hongo, corbatín y botines.

    Lucifer les dirigió su mirada especial y, con su nariz alzada, se dirigió a la sala adyacente. Sentándose en un sillón al cual alargó, posando su cuerpo estirado de tal forma para crear mejor efecto visual. El gato imitó su movimiento y se estiró sobre él. Después de más de setecientos años juntos, Kai nunca se aburría de ver al que consideraba su pareja. Lucifer lo llenaba de fascinación y tenía su amor y devoción.

    Te entró en la sala después de Lucifer y tomó asiento en un sillón y puso sus pies sobre el pedestal. Siempre era sorprendente ver que los muebles viejos y delicados de la casa no parecían protestar cada vez que Te se sentaba sobre ellos. Pero su tamaño era engañoso. Era cierto que medía casi dos metros y fornido, pero su personalidad, parecida a la de Lucifer, lo hacía ver aún más grande.

    ¿Qué hay de bueno hoy? preguntó Te cuando se prendió la televisión de sesenta pulgadas.

    Lucifer nunca mantuvo en secreto que odiaba a los humanos. De hecho, hacía todo lo posible para exponer este odio a cuanta persona lo escuchara. Eso no significaba, de ninguna manera, que no disfrutara de la comida, ropa y aparatos creados por ellos. La casa estaba llena de lo que fuera que le atrajera, incluyendo lo último en tecnología.

    "Amas de casa." contestó Lucifer mientras cambiaba los canales.

    ¿Ese es el que tiene a Kendra? preguntó Te, apareciendo un plato de palomitas sobre sus piernas. Cuatro gatos más aparecieron de la nada y se posicionaron alrededor de las dos figuras.

    No la Kendra en la que estás pensando, no

    El demonio grande hizo una mueca y se metió un puño de palomitas a la boca.

    Kai se recargó en el marco de la puerta, dándose un momento para disfrutar a su pequeña familia.

    Espera, espera. Regresa, dijo Te.

    "¿Es La semilla del diablo? preguntó Lucifer, regresando al canal solicitado. Oh, lo es, casi se me pasa— ¡buena vista! Volteó a ver a Kai y lo llamó con el dedo. Ven, sabes que quieres quedarte."

    Estaba en lo correcto. La semilla del Diablo era una de sus películas favoritas y las ganas de unírseles eran grandes, pero tenía trabajo que hacer. Kai retrocedió hacia el perchero que estaba por la puerta y tomó su gabardina de cuero.

    Tengo que irme, dijo disculpándose y poniéndose la gabardina. "Te, ¿te molestaría darme un aventón?

    Te volteó y sonrió. ¿Estás seguro? Gregory no se va a ir a ningún lado.

    Estoy seguro.

    Entonces, claro, sin problema. Feliz cacería.

    Con una última señal de adiós, Kai desapareció.

    DOS

    Estrella Roberta Maxwell estaba sentada en su escritorio contemplando matar a su jefe con el abre cartas — o mejor aún, la engrapadora, tomaría más tiempo. Nada era lo suficientemente bueno para Guillermo Ford Gregory III.

    Estrella, ¿ya enviaste esos número a Ginebra por fax? ¿Por qué tardas tanto? Tráeme otro café— éste está frío, gritó a través de la puerta abierta William Ford Gregory III también conocido como El Gilipollas.

    Cuando caminó hacia la puerta para responderle— ella pensaba que gritar en el lugar de trabajo era poco profesional— maldijo el nombre elegido por su madre y sus aspiraciones para ella por la enésima vez desde que había llegado a trabajar aquí. Presentarse como Roberta había sido en vano. El hombre había visto su nombre completo y después de verla por primera vez, prefería recordarle que se llamaba Estrella para recordarle que no lo era y nunca lo sería.

    Diciéndose a sí misma nuevamente que este era sólo un trabajo temporal y que una vez que se terminara la semana podría quemar al hijo de puta, contestó educadamente, Envié el fax hace veinte minutos. Pasan de las dos de la mañana en Ginebra, así que dudo que haya alguien para recibirlo. Regresó a su escritorio y tomó su café.

    "Claro que hay alguien. Para eso les pago. ¿Dónde está mi café? Lenta y tonta. Me hace pensar por qué te pago.

    Roberta suspiró y trató de no perder la cabeza. Llamaré a Sr. Prideaux y le traeré su café enseguida, Señor.

    Intentó que el señor sonara como un chíngate pero falló. Recordó su educación y no le permitió ser grosera con su jefe, sin importar qué tan grosero era él con ella. Se apuró a salir de la oficina, pensando qué hacer primero— el café o la llamada. De cualquier forma estaba jodida, así que rellenó la taza, sin hacer café nuevo, echando igual los sedimentos que quedaban en el café. Si no podía decirle que se fuera a chingar a su madre, podía por lo menos joder su café. Con una pequeña sonrisa, regresó con el café y lo puso sobre su escritorio.

    Una vez fuera de la oficina, hizo la llamada a Suiza, preparándose mentalmente para decirle al Gilipollas que nadie contestaba.

    Alguien contestó en el tercer repique. ’Allo?

    Roberta se llenó de alivio. Sí, es el señor William Ford Gregory III llamando al señor Pierre Prideaux.

    Habla Pierre.

    Un momento por favor.

    Señor Gregory, tengo al señor Prideaux en la línea, lo estoy transfiriendo ahora.

    Pierre, hijo de puta, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu hermosa esposa? Excelente. ¿Le llegó el regalo que le mandé a tu pequeña? Le encantó ¿no? Bien, bien. Sé que es tarde y en serio te lo agradezco. Escucha, mi chica dice que mandó el fax. Y entonces, ¿lo recibiste? ¿Sí? Está bien, esto es lo que tenemos que hacer…

    Roberta cerró la puerta de la oficina cuidadosamente, logrando callar su voz. Podía sentir que sus ojos y nariz le picaban, los cerró y sostuvo la respiración, negándose a llorar. Escuchar que se disculpara sinceramente con voz de preocupación unos segundos después de haberle gritado le hizo querer llorar— ¿cómo podía ser tan bueno con todos menos ella?

    Sólo tres días más, se dijo a sí misma. Tres días más y me largo de aquí.

    Cubierto por las sombras, Kai se sentó en la muralla alta rodeando el complejo Gregory. Había pasado dos días ahí, viendo a la gente ir y venir, y quería terminar con este trabajo. El complejo donde vivía y trabajaba Gregory era una cosa tan grande y enredada que cubría al menos quince hectáreas de tierra en el norte del estado de Nueva York, como a una hora de la ciudad. El camino de entrada era largo y se curveaba hasta llegar a los edificios principales que se encontraban escondidos por el follaje del camino serpenteante. Cámaras de vigilancia se encontraban por todo el paisaje, dando protección más que necesaria a la entrada. Había guardias parados en la entrada y en un punto de control más cerca de los edificios, Kai lo sabía. De todas formas, la seguridad no era mucha y no sería un gran problema.

    Lo que podría ser un problema, eran los gatos. Estaban por todos lados— rondando por los árboles, cazando, jugando entre ellos, tirados en el piso. No podía ver algún lugar que no estuviera lleno de estas bestias. No había forma de acercarse al edificio sin causar un desorden. Sin duda, Gregory había anticipado un ataque de Te y estaba preparado para ello.

    Una esencia de ozono con canela llenó sus fosas nasales y sonrió un poco. Uriel. Y yo que pensaba que me habías abandonado.

    Cuidado vampiro, no te vayas a acostumbrar, respondió Uriel

    Como si fueras a dejar que eso pasara.

    Kai se volteó para ver al arcángel, viendo si su respuesta había sido mucho. A pesar de que Uriel siempre lo acompañaba en estos trabajos, Kai apenas comenzaba relajarse en su presencia y aún se sentía algo incómodo con sus bromas. Como siempre, a Uriel no parecía molestarse— aunque Kai no tenía idea cómo se vería si esto pasara.

    Vestido con una túnica negra con acentuaciones rojas, pantalones negros y botas de cuero negras, el cabello rojizo de Uriel, que le llegaba hasta el hombro enmarcaba sus facciones atractivas que parecían estar tallados en piedra, por la expresión que tenía. Kai se preguntaba si la piel de Uriel se rompería si llegase a sonreír.

    Uriel ni lo miraba, en lugar de esto sus ojos comenzaron a ver todo el terreno. También era algo que hacía sentir incómodo a Kai, la mirada pesada de Uriel, que parecía que lo estuviera juzgando, como si no fuera lo suficientemente bueno— lo cual a juzgar por los desaires que le hacía, probablemente era verdad. Uriel era bien conocido como un asesino y fanático. Creador de grandes destrucciones tipo Sodoma y Gomorra le daban reputación— esta versión de él tan servicial no le ayudaba. De toda la familia de su amante, Kai dudaba que alguna vez se fuera a sentir cómodo con Uriel.

    Parece que tienes un problema, dijo Uriel.

    Tan sólo una molestia, respondió Kai, pretendiendo no haber estado en esa pared por dos días debido a los gatos. En ese momento Uriel además de subrayar lo obvio lo hacía sentir súper inadecuado para el trabajo.

    ¿Cómo pensabas pasar los gatos?

    Kai miró hacia arriba. ¿Era burla lo que podía escuchar en la voz de Uriel? Maldito. No había pensado tanto aún, admitió sintiendo que se le cerraba la garganta con pena. Podrías serme de ayuda dijo Kai, sabiendo que era lo que el arcángel quería escuchar y odiándose a sí mismo por tener que preguntar.

    Uriel se deslizó por la pared hasta el piso. Los gatos que estaban cerca de él inmediatamente vinieron corriendo. Ronroneaban y se le tallaban en sus pies, emocionados con su presencia. Los egipcios tenían razón al reverenciar a los gatos. Singularmente sintonizados a lo sobrenatural, la presencia de un gato podía asustar a fantasmas y espíritus y su saliva era venenosa para los seres sobrenaturales. Los gatos no podían herir a Kai, pero podrían hacer sonar la alarma y el tener a Uriel previniendo que esto pasara era de mucha ayuda.

    Kai observó desde su posición como Uriel caminaba entre ellos, deteniéndose de vez en cuando para acariciar, tocar y rascar por detrás de las orejas de los gatos. Eventualmente cargó a un gato color gris y caminó algunos metros con él en sus brazos.

    Se volteó y le dijo a Kai. Baja, vampiro. No van a anunciar tu presencia.

    Roberta vio la foto de dos gatos sobre su escritorio, las mascotas de su predecesora. Se preguntaba qué les habría pasado. La mujer que había tenido su puesto había muerto de un infarto, después de haber trabajado ahí por quince años. Roberta no lo podía imaginar. Roberta era la tercera empleada temporal que había durado tantos días y eso porque le habían ofrecido una cantidad ridícula de dinero para tomar— y mantener— el trabajo. Tener la reputación de poder trabajar para quien fuera, sin importar qué tan difíciles fueran, tenía sus ventajas.

    Pensaba que lo había visto todo y que podía manejar cualquier situación con una sonrisa y profesionalismo. Gregory puso a prueba esto en los primeros quince minutos de conocerse. Fue grosero, estúpido e insultante. Al final de la primera hora, ella estaba llorando en el baño.

    Fue cuando se dio cuenta de la razón por la que pagaban cuarenta dólares por hora— era un soborno, hecho y derecho. La agencia finalmente había adquirido el negocio de su compañía y lo querían mantener. Si ella no podía aguantar, nadie podría hacerlo. Por cuarenta dólares por hora, ella podía aguantar— tan solo la idea de un salario así la dejó impactada. Podría finalmente abrir una cuenta de ahorros.

    Eso era entonces, ahora sólo quería llegar al viernes. Una vez que fuera viernes, se negaría a seguir en el trabajo, y podrían sobornar a alguien más. Ella podía ser comprada pero también tenía un límite.

    Suspiró y miró hacia afuera por las ventanas de la oficina. Le había sorprendido saber que la casa y oficina de Gregory estaba en una hacienda grande en el norte del estado de Nueva York. De hecho, él era adicto al trabajo que se recluía en su propiedad donde vivía y trabajaba, y esperaba que todos sus empleados fueran como él.

    Ella se había instalado en la residencia de su secretaria anterior: una adorable cabaña de un piso con fachada de ensueño con una chimenea y paredes de piedra expuestas. También había dormitorios para los otros empleados— ella seguía sin entender para qué necesitaba a tantas personas que vivieran en el lugar. El edificio principal tenía una cafetería, una tienda de snacks y abarrotes y un gimnasio con spa y sauna. Las comidas eran deliciosas y la mayoría de los trabajadores eran amables, o un tanto raros. En conjunto no era un mal lugar para trabajar: tenía estadía y comidas pagadas; además de un muy buen salario.

    Desgraciadamente, quien lo hacía inaguantable era la persona para que la tenía que trabajar.

    Se había castigado a sí misma por haber sido seducida por el dinero, la comida gratis y el lugar para vivir gratis. Ya había pasado un mes. Al final de cada semana, quería renunciar y decirles que tomaran su trabajo y se lo metieran por el trasero, pero nunca hacía la llamada—diciéndose a sí misma que no era tan malo, y que descansara el fin de semana, y a ver cómo se sentía el lunes por la mañana, planeando llamarles si en realidad quería renunciar.

    Pero siempre se convencía a sí misma de quedarse. Al principio cuando le ofrecieron la cabaña, ella se rehusó, diciendo que no se quería mover hasta que tuviera el empleo permanentemente. Era su forma educada de decir Ni de puta madre. Entonces, de repente su departamento en Brooklyn se había convertido en un condominio y se tenía que mudar. La esposa y ayudante personal del Gilipollas; Catherine, también conocida como la Dama de Hierro, se había metido y había empacado todas sus cosas y las había mudado. Así nada más. Roberta había querido objetar, pero cada vez que tenía la oportunidad, sus razones parecían endebles y se sentía avergonzada por si quiera pensar en quejarse. Además, vivir en la propiedad era más fácil.

    Un par de los gatos que había afuera se correteaban entre sí. ¿Sería que ahí estaban los gatos de su predecesora? Cuando preguntó sobre los gatos, la Dama de Hierro le había dicho que a ella y a su esposo les encantaban los gatos tantos que hicieron de la propiedad un santuario.

    A Roberta se le hacía difícil creer que alguno de ellos pudiera amar algo que no fuera el poder o el dinero. Tenían demasiado de ambos y no herederos. Tal vez los gatos se quedarían con todo; al menos que el par planeara vivir para siempre o hacer que lo enterraran con ellos— y ninguna de las dos teorías la sorprenderían si pasara.

    Vampiro, después de haber pasado tanto tiempo con Lucifer, me sorprende que aún le tengas miedo a los gatos, dijo Uriel mientras caminaba, aun acariciando al gato en sus brazos.

    No les tengo miedo, tan sólo no me gustan, contestó Kai, con la mirada al piso mientras navegaba entre los animales. Gregory está en uno de los edificios adelante, ¿puedes ver en cuál?

    "No, se está escondiendo— su presencia está escondida y hay ecos por todos lados. Eventualmente podría encontrarlo, pero obtener la información de la vieja manera sería más rápido.

    Y probablemente más divertido, añadió Kai antes de tropezarse con un gato color naranja y grande. Lo hiciste a propósito, le dijo al gato, que parpadeó y ronroneó inocentemente como respuesta. No dudaba que ambos, Uriel y el gato se estaban burlando de él. Hazlo de nuevo y estarás calentando mis pies como mis pantuflas, le dijo al gato, quien estaba completamente imperturbable.

    Tenía entendido, vampiro, que tu clase era famosa por sus reflejos rápidos. Dijo Uriel tratando de no sonreír. Tal vez los siglos al lado de mi hermano te han… debilitado.

    Kai se detuvo y volteó a verlo. ¿Tan rápido te vas a volver despreciable Uriel?

    El arcángel lo miró, evaluándolo. Inclinó su cabeza. Con cuidado vampiro, será que te has vuelto tan sensible con la edad.

    Kai no podía evitar sonreír a pesar de su molestia, le caía bien Uriel. Continuaron caminando.

    Eventualmente se detuvieron en una cerca, no había gatos del otro lado. Uriel bajó al gato que estaba cargando suavemente y lo acarició una última vez.

    Esas imágenes en el límite, señaló a una línea de piedras, hacen que los gatos no crucen la cerca. Es impresionante el esfuerzo, tiempo y gasto que Gregory invirtió en proteger la propiedad. Está bien protegido de todo menos mi raza— y tú, claro.

    Te le había dicho a Kai que Gregory tenía impedimentos mágicos, que por las protecciones de Kai, a ninguno le había importado. Los gatos habían sido una sorpresa, pero gracias a Uriel, no habían causado mayor inconveniencia. Esto probaba la culpabilidad de Gregory— nadie pasaba por tantos problemas para protegerse a menos de que estuviera escondiendo algo.

    El estómago de Roberta gruñó. Se preguntó si podría escaparse para comer algo y tal vez traerle al Gilipollas su cena igualmente. Sabiendo que de cualquier forma le iban a gritar, después de verificar que no había nada que necesitara hacerse, decidió hacerlo. Cuando iba a salir de la oficina, se detuvo a escuchar, tratando de descifrar si seguía en su llamada telefónica o ya la estaba llamando. Seguía en la llamada, así que siguió moviéndose hacia fuera de la oficina.

    Respirando profundamente, salió de la oficina, con la mirada y la cabeza bajas. Moviéndose rápido, pasó los guardaespaldas del Gilipollas que estaban en el pasillo. Eran de semblante asiático, todos altos y delgados, todos con el cabello largo puesto de diferentes formas, de una trenza a varias trenzas atadas para despejar su cara. Vestidos de negro y con tatuajes tribales complicados en cada centímetro de piel descubierta, tenían un aire amenazante que siempre hacía que el estómago de Roberta diera vueltas. No portaban armas a la vista, pero cada uno tenía una espada a la cadera. No les tenía miedo— solo la hacían sentir incómoda.

    Después de pasar por el mar de guardaespaldas, respiró con alivio mientras caminaba por el pasillo hacia la cafetería. Como siempre, trataba de no mirar las estatuas que estaban en las paredes en intervalos regulares.

    La Dama de Hierro tenía un gusto horrible en arte. Esas cosas horribles estaban por todos lados. También había horribles figurillas en el escritorio y los estantes del Gilipollas, algunos de los cuales parecían estar hechos de partes reales de animales— o gente. Pensar en ello la hizo temblar por el horror. Una vez que hizo un comentario sobre la decoración, La Dama de Hierro le dijo que tanto a ella como al Gilipollas les gustaba el arte primitivo y que de vez en cuando hacían viajes a lugares recónditos específicamente para añadir a su colección.

    Una vez en la cafetería, olvidó sus pensamientos mientras checaba el menú. Una vez que se sentía mejor, escogió una hamburguesa con queso azul y papas a la francesa para ella— malditas calorías— y pastel de carne con puré de papas y una mezcla de vegetales para El Gilipollas. Sin duda él vería su plato y le preguntaría si nunca has visto una ensalada, ja, ja. Ella reiría cortésmente y desearía haber envenenado el pastel de carne.

    Claro que sabía que estaba gorda, era obvio— como tener ojos color café. Pero había otras cosas de su cuerpo que le gustaban. Midiendo un metro ochenta era más alta tanto que El Gilipollas y La Dama de Hierro, con o sin tacones. Su cabello era largo, grueso y pesado y le encantaba que podía peinarlo o teñirlo como quisiera. Prefería un café cobrizo para teñirlo, creyendo que mejoraba su apariencia. No todo tenía que ser sobre su peso y estaba bien con ello.

    Desafortunadamente, cuando había visitado a sus padres la Navidad anterior, su madre, quien era talla seis, se había molestado con ella por insistir que su pero no era algo para discutirse. Desde que Roberta había tirado a la basura su prometedora carrera en el mundo del entretenimiento, su madre sentía que lo único que tenía era su apariencia, haciéndole la pregunta— ¿quién quiere una esposa gorda?

    Roberta tenía alrededor de diez años cuando se dio cuenta que su mamá era una ilusa en lo que se refería al supuesto talento de su hija. Tuvo que sufrir tomando clases de baile, sin darse cuenta de que no era nada agraciada, cuando se dio cuenta la hizo perder confianza en sí misma y la hizo una, aún peor, bailarina— si es que eso era posible. Tenía pesadillas de sus clases de canto. Sin importar cuánto practicaba, no podía combinar su voz con la música. Era completamente desentonada y la atormentaba la culpa por su falta de habilidad.

    Ella seguía haciéndolo, soportando las miradas de vergüenza de los otros niños y sus padres cuando su madre alardear de que Roberta sería una estrella. Medianamente aceptable en la actuación, consiguió algunos comerciales cuando era una adolescente, pero después de una muy franca— y privada— plática con su agente, Roberta renunció.

    Los trabajos temporales la habían salvado. Darse cuenta de que era buena haciendo trabajos de oficina le daba un sentimiento de orgullo— finalmente era buena en algo. Claro que su mamá nunca la perdonó por haber tirado a la basura su carrera de estrella. Después de ello, los viajes familiares y las llamadas telefónicas ocasionales eran todo el contacto que su familia podía soportar.

    Cuando la comida estaba lista y empacada, la recogió y regresó a la oficina, preguntándose si El Gilipollas había notado que estaba o no. Temiendo haber estado mucho tiempo fuera, decidió tomar el camino por detrás de la cocina, la llevaría a la oficina más rápido que el camino por el que había venido.

    Cuando regresó, la puerta entre las oficinas estaba abierta, podía escuchar al Gilipollas gritando. Asumiendo que le estaba gritando a ella— pues parecía que solo a ella le gritaba— Roberta lo ignoró por un momento mientras ponía su cena sobre el escritorio. Caminando derechita y poniéndose su armadura mental, Roberta llevó la cena del Gilipollas a su oficina, esperando un ataque verbal.

    Una vez que Kai había pasado la cerca, notó una esencia y pudo entender por qué los gatos se mantenían en el pasto. Oliendo bien la esencia en el aire pudo notar que había cinco hombres lobo adelante. No necesitó su nariz para notar que no eran pura casta, ya que ellos nunca trabajarían para un humano.

    Moviéndose rápidamente, fue hacia ellos. Estaban agrupados cerca de la segunda puerta de control. Los turnos debían haber cambiado, estaban tranquilos, riendo y fumando.

    Sin bajar la velocidad, usando el elemento sorpresa a su favor, Kai le rompió el cuello a dos de ellos. Los mestizos sólo se transformaban durante la luna llena, y como faltaban semanas para ello, lo único que tenían a su favor era sus sentidos intensificados y su velocidad. Sólo con su edad, eso no sería suficiente. Lo rodearon preparándose para atacar. Esquivó a uno, tratando de saltar sobre otro cuando tres flechas en flamas aparecieron de la nada, matándolos instantáneamente.

    Maldición, Uriel. Dijo Kai hacia su acompañante.

    Vamos, vampiro. No holgazanees, dijo Uriel mientras lo pasaba, dirigiéndose hacia el camino.

    Sin darse cuenta, su propia risa sorprendió a Kai. Tan incrédulo, estaba más entretenido que irritado. Corrió y se detuvo al lado del arcángel. Dos guardias mestizos estaban cerca de la entrada. Parecía que no habían escuchado la conmoción que había pasado antes

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