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Cody
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Libro electrónico300 páginas4 horas

Cody

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Con giros divertidos, románticos, eróticos y tristes, esta provocativa novela plasma de manera brillante el panorama de la adolescencia tardía, cuando las amistades parecen eternas y los amores reencarnan. Ambientada en Arkansas, pero publicada originalmente en Ámsterdam bajo el nombre Clicking Beat on the Brink of Nada, Cody ganó con rapidez el aprecio de los críticos y lectores de Europa y Norteamérica, y se mantuvo en las listas de los libros más vendidos de temática LGBT durante trece años. Tan hermosa, valiente y adelantada a su tiempo que William S. Burroughs fue uno de los primeros fanáticos, Cody se mantiene notablemente vigente, y sigue siendo una novela única en el género bildungsroman (novela de formacion).

Una visión encantadora de una amistad juvenil destruida por un mundo increíblemente cruel. La novela rebosa con los primeros amores de los adolescentes. Es tierna, divertida y real.
- William S. Burroughs, autor de Naked Lunch

Evoca mucho de la honestidad, intimidad y facilidad de estilo de J.R. Ackerley. Realmente encantadora.
- Jonathan Williams, Musings

El sentido de la vida, la búsqueda de identidad, la militancia intelectual, la ambigüedad de las relaciones humanas, el deseo insatisfecho, y las debilidades a la hora de enfrentar la propia existencia son solo algunas de las facetas de la vida que el autor evoca con exactitud en esta novela.
- Livres (Brussels)

Cody es imprescindible.
- RFD (Asheville, NC)

Evoca poéticamente los sentimientos de las primeras amistades y la fragilidad de los sueños adolescentes.
- The Advocate

El autor ha creado en su novela personajes con ternura, ingenio y humanidad. Debes apurarte y comprar este libro; una destacable novela que merece una amplia difusión.
- Bay Area Reporter (San Francisco)

Lo mejor que encontrarás en ficción gay.
- Gay Community News (Boston)

El mensaje trasciende más allá de la simple realidad. […] El autor nos muestra el triunfo de la esencia por encima de la apariencia, de las verdades eternas que trascienden por encima de las relaciones físicas. Sus personajes irradian calor y franqueza por igual.
- This Week in Texas (Houston)

Considerada una de las mejores de su generación, esta novela está bellamente escrita, es emocionante (y sexy), y llena de sucesos y encanto. Incluso los personajes secundarios son tratados con un toque dickensiano.
- Gay Star (Belfast)

Una novela sobre la individualidad y el derecho a ser lo que sea que quieras ser. […] Este libro debe ser leído por niños y adultos por igual […] Un clásico de la homosexualidad adolescente.
- Lambda Rising Book Report (D.C.)

El verdadero logro de esta novela es la manera en que retrata el amor adolescente. Este crítico no pude pensar en otra novela reciente que lo haya hecho mejor… Un logro considerable.
- English Language Book Review (Amsterdam)

Watersgreen House is an independent international book publisher with editorial staff in the UK and USA. One of our aims at Watersgreen House is to showcase same-sex affection in works by important gay and bisexual authors in ways which were not possible at the time the books were originally published. We also publish nonfiction, including textbooks, as well as contemporary fiction that is literary, unusual, and provocative. watersgreen.wixsite.com/watersgreenhouse

 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 abr 2022
ISBN9798201644062
Cody
Autor

Keith Hale

Keith Hale grew up in central Arkansas and Waco, Texas. He received his bachelor’s degree from the University of Texas at Austin. Following a five-year career as a journalist in Austin, Amsterdam, and Little Rock, Hale earned a Ph.D. in literature from Purdue and took a position teaching British and Philippine literature at the University of Guam. Hale writes both fiction and scholarly works including his groundbreaking novel Clicking Beat on the Brink of Nada (Cody), first published in the Netherlands, and Friends and Apostles, his edition of Rupert Brooke's letters published by Yale University Press, London.

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    Cody - Keith Hale

    Derechos de autor © 2021 por Keith Hale

    Todos los derechos reservados.

    Derechos de autor internacionales.

    Traducción: Christian Alexis López

    Blanco y Negro en papel los color crema

    6 x 9 pulgadas (15.24 x 22.86 cm)

    BISAC: Ficción / Literaria / Gay

    BISAC: Ficción / Mayoría de edad

    Queda estrictamente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo sin permiso previo del autor y de la editorial. Escanear y distribuir esta obra por Internet o por cualquier otro medio sin autorización constituye un delito y puede ser castigado conforme a las leyes aplicables. Adquiere copias autorizadas únicamente.

    Watersgreen House, Publishers.

    Disponible pasta suave y formato digital.

    Audiolibro original publicado como Clicking Beat on the Brink of Nada. © Keith Hale & Watersgreen House. Narrado y grabado en NYC por Jeff Gorcyca. Producción por Jeff Gorcyca y Keith Hale.

    Visit us at watersgreen.wixsite.com/watersgreenhouse

    Reseñas de la publicación original de esta novela:

    Una visión encantadora de una amistad juvenil destruida por un mundo increíblemente cruel. La novela rebosa con los primeros amores de los adolescentes. Es tierna, divertida y real.

    - William S. Burroughs, autor de Naked Lunch

    Evoca mucho de la honestidad, intimidad y facilidad de estilo de J.R. Ackerley. Realmente encantadora.

    - Jonathan Williams, Musings

    El sentido de la vida, la búsqueda de identidad, la militancia intelectual, la ambigüedad de las relaciones humanas, el deseo insatisfecho, y las debilidades a la hora de enfrentar la propia existencia son solo algunas de las facetas de la vida que el autor evoca con exactitud en esta novela.

    - Livres (Brussels)

    Cody es imprescindible.

    - RFD (Asheville, NC)

    Evoca poéticamente los sentimientos de las primeras amistades y la fragilidad de los sueños adolescentes.

    - The Advocate

    El autor ha creado en su novela personajes con ternura, ingenio y humanidad. Debes apurarte y comprar este libro; una destacable novela que merece una amplia difusión.

    - Bay Area Reporter (San Francisco)

    Lo mejor que encontrarás en ficción gay.

    - Gay Community News (Boston)

    El mensaje trasciende más allá de la simple realidad. [...] El autor nos muestra el triunfo de la esencia por encima de la apariencia, de las verdades eternas que trascienden por encima de las relaciones físicas. Sus personajes irradian calor y franqueza por igual.

    - This Week in Texas (Houston)

    Considerada una de las mejores de su generación, esta novela está bellamente escrita, es emocionante (y sexy), y llena de sucesos y encanto. Incluso los personajes secundarios son tratados con un toque dickensiano.

    - Gay Star (Belfast)

    Una novela sobre la individualidad y el derecho a ser lo que sea que quieras ser. [...] Este libro debe ser leído por niños y adultos por igual [...] Un clásico de la homosexualidad adolescente.

    - Lambda Rising Book Report (D.C.)

    El verdadero logro de esta novela es la manera en que retrata el amor adolescente. Este crítico no pude pensar en otra novela reciente que lo haya hecho mejor... Un logro considerable.

    - English Language Book Review (Amsterdam)

    Este libro trata acerca de ser gay, ser hétero, y un adolescente en Little Rock, Arkansas, pero, a su vez, trata acerca de muchas más cosas que no pueden ser definidas. [...] Contiene poesía exquisita, hermosas prosas, un poco de sexo, y mucho amor. [...] Recomiendo este libro sin lugar a dudas.

    - SAFE teen (London, Ontario)

    Le pido a todos que adquieran una copia de este libro.

    - Arkansas Advisor

    Los amores realistas de los jóvenes y el ritmo de la trama mantienen al lector interesado durante toda la novela.

    - Tulsa Week

    Evoca el dolor, las intensas emociones, y la exclusividad de la adolescencia. Merece una amplia audiencia.

    - Voice of Youth Advocates (Virginia Beach)

    Da un fuerte golpe con su retrato realista y oscuro de la sexualidad adolescente; te dejará temblando con su revisión de la evolución [...] de la amistad. No te la pierdas.

    - TLN (Eugene, OR)

    Esta historia evoluciona en un conmovedor y doloroso retrato del amor juvenil y la pérdida, con sorpresivamente poca pretensión.

    - OUT!  (Pittsburgh)

    Lo que destaca a esta novela por encima de las demás es su combinación única de la angustia adolescente, la controversia política, y el amor de un chico por otro chico.

    - The Weekly News (Miami)

    Lo que el libro hace muy bien es retratar la manera en que los adolescentes ven el mundo que les espera. [...] Se pueden rescatar una serie de eventos que ocurren cerca del final del libro que ofrecen un recuerdo de por vida para ser apreciado a pesar del dolor.

    - Edge (Los Angeles)

    Un retrato triunfal del amor adolescente.

    - Just Out (Portland)

    Una historia inteligente y triste, deliciosamente atrevida en los primeros capítulos, te dejará deseando poder abrazar a los personajes para asegurarles que todo eventualmente saldrá bien. [...] Si lloras con facilidad, tal vez quieras leerla en solitario.

    - Torch (Ft. Wayne, IN)

    Agradecimientos

    Mi aprecio a Jose Porcioncula, Dave Corbett, Jimmy Dewayne Smith, Daniel Atha, William S. Burroughs, Joan Dennis, Gerritjan Deunk, Scott Eaton, James Grauerholz, Wallace Hamilton, Alban Jouet, Christian Alexis López, Rob Lowe, George Martins, James Allen Rideout, Phillip Wade, y Jonathan Williams.

    Reconocimiento adicional por los siguientes permisos:

    All Things Must Pass por George Harrison. Copyright © 1969 por Harrisongs, Ltd. Todos los derechos reservados.

    The Renegade de Exile and the Kingdom por Albert Camus, traducido por Justin O’Brien. Copyright © 1958 por Alfred A. Knopf, Inc.

    Algunos de los poemas al final de este libro fueron publicados originalmente en RFD y Off the Rocks.

    CODY

    Capítulo Uno

    OBSERVABA DETENIDAMENTE al chico que se encontraba sentado en diagonal frente a mí, más o menos a metro y medio. La Sra. Kraemer impartía su clase acerca de las causas y efectos de la Guerra Fría, mientras los estudiantes de aquel salón de clases escuchaban a medias, en caso de ser llamados a participar, pero en su mayoría, distraídos, soñaban despiertos, ya que ese era el primer día sin lluvia en Little Rock en más de una semana, y el cielo había adoptado un maravilloso color azul claro.

    Como recién me había mudado a Little Rock, tenía menos de dos semanas de asistir a esta escuela. Sin embargo, ser «el chico nuevo» era un papel con el que ya estaba familiarizado, pues había asistido a media docena de escuelas en media docena de ciudades diferentes en los últimos once años. Aun así, era un papel que me hacía sentir incómodo, especialmente a la hora de hacer nuevos amigos.

    Por tres días, había estado observando, discretamente por el rabillo del ojo, a un chico de la clase, pero no había juntado el valor de acercarme a hablar con él. Era un chico apuesto, carismático, y mostraba una enorme inteligencia cuando contestaba o hacía preguntas en clase. Constantemente desafiaba a la profesora con diferentes interpretaciones de sucesos históricos, y con frecuencia mostraba los mejores argumentos. Además, sentía una atracción primitiva hacia él que no podía explicar; simplemente sentía que debía conocerlo. Desafortunadamente, parecía que mi presencia le pasaba inadvertida, por lo que no sentía la confianza de acercarme a hablar con él.

    La Sra. Kraemer hablaba acerca de las elecciones que Rusia prometió llevar a cabo en Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial —elecciones que estuvieron muy lejos de ser democráticas, y que en muchos casos ni siquiera fueron llevadas a cabo—. Estaba escuchando. Las clases de Historia siempre me habían fascinado a lo largo de mi formación.

    Repentinamente me di cuenta que me observaban, lo que me hizo desviar la mirada. Me había pillado mirándole, y ahora, el chico volteaba a verme de vez en cuando, sonriendo en un par de ocasiones, pero, sobre todo, con una mezcla de curiosidad y sospecha. La Sra. Kraemer se percató de que el chico estaba distraído y le preguntó enfadada que qué pensaba él de los rusos.

    Eran raras las ocasiones en que a Cody —ése era su nombre— lo sorprendían distraído en clase. Vaciló por un momento y contestó con voz seria y clara:

    —Escuché que alguna vez hablaron bien de nuestra revolución.

    Entre las risas que provocó en el salón, la Sra. Kraemer desafió su respuesta, ignorando la imprudencia de la misma.

    —¿Te refieres a la Revolución Estadounidense, supongo?

    —Sí —dijo, y explicó—. Tengo entendido que, durante la Guerra Fría, los rusos hablaron con respeto de nuestra revolución como un gran ejemplo del proletariado levantándose para romper las cadenas que los oprimían, pero que sentían que nos habíamos equivocado al adoptar el modelo capitalista, permitiendo que un sistema de clases nos siguiera esclavizando.

    Varios estudiantes protestaron ante la respuesta de Cody, algunos de ellos defendiendo el capitalismo, y otros simplemente argumentando que los norteamericanos no son esclavos. Por primera vez en esta clase aporté mis comentarios, sugiriendo que los rusos hubieran hecho mejor en criticar su propia revolución, la cual también había salido mal en la opinión de muchos cuando Stalin le arrebató el poder a Trotsky y los suyos.

    Mi argumento trajo de vuelta el orden a la clase, ya que aquellos que habían objetado la declaración de Cody asumieron que yo estaba defendiendo al capitalismo, y con mi comentario había puesto a Cody en su lugar. Éste no era el caso. Cody me miró de nuevo, con una sonrisa más grande que antes, y dijo que estaba de acuerdo, haciendo que nuestros compañeros murmuraran irritados. La Sra. Kraemer decidió cambiar de tema y se apresuró a hablar de la crisis de Berlín para poder asignarnos la tarea que ya tenía preparada antes de que terminara la clase: «Si fueras John F. Kennedy, ¿qué hubieras hecho?».

    En efecto, ¿qué?

    Me decepcionó ver a Cody salir apurado del salón acompañado por otro chico cuando sonó la campana del recreo. A pesar de que deseaba que no fuera tan popular como para que me fuera difícil llegar a conocerlo, era de esperarse que fuera muy popular. Era demasiado seguro de sí mismo, demasiado guapo, demasiado ingenioso, demasiado inteligente, demasiado encantador, demasiado bueno en todo, maldita sea. Lo único que le faltaba para ser el chico perfecto, quizá, era el dinero, algo que sin embargo no me importaba en absoluto.

    Asumí que Cody tenía más o menos mi edad —diecisiete años—. De estatura media, tenía un cuerpo bien formado, incluso algo musculoso, con hombros anchos y torso delgado. Su rostro era suave, como el de un niño, pero algo en sus mejillas y en la forma de su mandíbula le daba un aire de rudeza. Sus ojos eran de un hermoso color azul cobalto, y su cabello tenía un tono de rubio que nunca había visto antes; un dorado amarillento, casi anaranjado, pero sin serlo. Cortado en capas, caía sobre su cuello y en ocasiones sobre sus ojos, moviéndose con vivos destellos dorados de arriba a abajo mientras caminaba. En cuanto a su vestimenta, Cody asistía a la escuela casi todos los días con una camisa de franela, unos vaqueros severamente desgastados, y unas andrajosas zapatillas deportivas. Este conjunto no le daba un aspecto de pobreza sino el de alguien tan cercano a la tierra como era posible sin estar muerto, tan natural que era intimidante, al menos para mí. Me hubiera gustado lucir igual.

    Había comenzado a llover de nuevo al final del día, debido a la aparición de una tormenta procedente del Oeste. Subí el cierre de mi chaqueta hasta el cuello y con un dedo solté el mechón de cabello que había quedado atrapado dentro. El cielo continuó oscureciéndose, y las farolas comenzaron a encenderse. Las gotas de lluvia que caían a través de su luz resplandeciente, me dieron una tranquila sensación de presencia. La ciudad estaba sorprendentemente desierta, y cruzaba con facilidad por calles que, asumí, normalmente se encontraban congestionadas por el tráfico. Este tipo de vida citadina era nueva para mí, y me gustaba. ¿Cómo iba yo a saber que el centro de Little Rock lucía tan bello bajo la lluvia?

    Había vivido en Arkansas la mayor parte de mi vida, pero nunca en Little Rock. Mi madre había obtenido su doctorado recientemente en la Universidad de Arkansas en Fayetteville, y posteriormente había aceptado una oferta para impartir clases de Teoría Económica en la Universidad de Arkansas en Little Rock.

    Había comenzado a buscar trabajo tan pronto dieron las 3:30 de la tarde y terminaron las clases, embarcándome en esta misión sin mucha preparación, y obteniendo a cambio únicamente frustración. En todos los lugares en los que intenté, la respuesta era siempre la misma: o no estaban contratando, o buscaban a alguien con experiencia. En una ocasión, el gerente de una tienda me dijo que buscaba contratar a una mujer. En respuesta, lo miré incrédulo un momento y me marché. Me sentía como se sienten todos los jóvenes cuando intentan incorporarse al mercado laboral, preguntándome cómo sería posible conseguir un trabajo cuando era requisito la experiencia que no tenía. Ahora, mientras caminaba bajo la constante pero ligera lluvia, encontré por accidente las oficinas del Servicio de Empleo del Estado de Arkansas. Me apresuré a entrar, temiendo que las oficinas estuvieran próximas a cerrar, y me complació encontrarlas tan desiertas como el resto de la ciudad.

    La recepcionista me entregó un formulario que debía llenar, indicándome que debía hacerlo a la brevedad y que debía esperar a que me llamaran para una entrevista. Me lo dijo todo de una vez sin siquiera alzar la vista de su escritorio un momento. Bien podría haber sido una grabación, pero imagino que era consciente de ello, y dudo que le importara siquiera un poco.

    El formulario había resultado bastante fácil de llenar, hasta que llegué a la sección en la que debía anotar la media docena de escuelas en las que había estado en tan solo tres renglones. En todo caso, únicamente recordaba los domicilios de tres de ellas, así que fueron las tres que anoté, inventando las fechas de ingreso y egreso para acomodar los pasados once años. Mi corazón se hundió cuando en el apartado siguiente debía anotar mis domicilios particulares de los últimos diez años, de nuevo, en tan solo tres renglones.  Me sentí tan inadecuado como la cantidad de renglones; mi mente se quedó en blanco, al igual que el resto del formulario. Miraba distraídamente el antiguo sistema de calefacción que estaba en una esquina de la recepción, cuando escuché mi nombre. La recepcionista me dio instrucciones claras de cómo llegar al cubículo correcto, de nuevo sin siquiera alzar la vista.

    Sentada detrás del escritorio se encontraba una chica no mucho mayor que yo. La estudié con la mirada con una mezcla de curiosidad y asombro. Había algo en su forma de vestir, de una manera elegante y casi atrevida, que me gustaba. Estaba conversando con una mujer mayor cuando entré a su cubículo, y al parecer estaba terminando de contar un chiste.

    —Y luego la Madre Superiora dijo: Hueles a orines rancios de camello. Y entonces la hermana fue a lavarse. Cuando regresó le preguntó: ¿Aún huelo a orines de camello?. Y la madre superiora dijo: Sí, pero al menos ahora huelen frescos.

    La mujer no rió.

    —Eso es horrible —dijo llanamente, dejando caer la pila de documentos que tenía en las manos sobre el escritorio para remarcar que lo decía en serio. La chica jugueteó con un lápiz sobre su escritorio, contemplando cómo la mujer se iba. Se encogió de hombros cuando se marchó. Fue entonces que notó que yo estaba ahí.

    —¿Quién eres y qué estás mirando? —me preguntó. A pesar de que su pregunta había sido un poco agresiva, el tono en el que la dijo no había sido especialmente desagradable. Aun cuando parecería imposible decirle eso a un completo extraño y seguir causando una buena impresión, ella, de alguna manera, lo logró.

    —Eh, nada. Quiero decir, tú. No, me llamo Mat-.

    —Estás mojado.

    Reconocí esa frase de una película de culto muy conocida, pero no pude adivinar si la chica estaba bromeando o lo decía enserio. Había dicho las palabras de manera acusatoria, justo como el diálogo de la película. Recordé la respuesta que le seguía a la acusación en esa escena, así que eso respondí:

    —Sí, está lloviendo.

    La chica sonrió.

    Adoro esa película —dijo. Años más tarde caería en cuenta, después de haber visto Cabaret, que la chica había pasado de citar a Riff Raff, a citar a Sally Bowles.

    —Siéntate, pero no te recargues —me ordenó. Al ver los papeles del formulario en mis manos añadió—. Dame eso.

    Le entregué los documentos y tan solo verlos me dijo:

    —No está completo.

    —No, lo siento.

    Me evaluó con la mirada, mientras sostenía el lápiz en su boca. Era bastante atractiva. Su personalidad me había tomado por sorpresa tanto como su apariencia. Era casi... divertido. De hecho, me sorprendí esperando con «antici—pation» sus siguientes palabras. Parecía contenta con hacerme esperar, a pesar de que era casi hora de cerrar. Esa pausa me permitió retomar la compostura. Recorrí el escritorio con la mirada, esperando encontrar una placa con su nombre en algún lado entre todo el desorden. Tuve suerte al encontrar un prisma triangular de madera con una placa dorada por un lado. Un green de minigolf de fieltro verde asomaba por debajo.

    Su nombre era Sarah Turner. Sinceramente esperaba algo más exótico.

    Sarah me ofreció su lápiz, con la punta por delante. Lo tomé. La goma de borrar estaba húmeda con su saliva, y también tenía pequeñas marcas de dientes en la madera, lo que le daba cierta intimidad al objeto que me gustaba.

    —Un hábito nervioso —dijo disculpándose—. Puedes terminar de llenar el formulario ahora.

    Sarah tenía cosas que hacer antes del cierre, así que se puso a hacerlas mientras yo terminaba de llenar el formulario, de nuevo inventando las fechas en los apartados donde no había cabida para mi historia completa. Terminamos con nuestras respectivas tareas más o menos al mismo tiempo, y Sarah comenzó a revisar mis documentos.

    —¿Qué clase de trabajo estás buscando? —dijo.

    El énfasis al pronunciar «trabajo» con una voz seductora, lo hacía sonar como una invitación inapropiada. Me pregunté si quiso decirlo así a propósito.

    —En realidad no lo sé —dije.

    Sarah me estudió de nuevo con la mirada y luego me entregó los papeles.

    —La mujer que está cerca de la ventana puede leer la palma de la mano —dijo—. ¿Por qué no le preguntas?

    —¡Escucha! —exclamé, irritado—. Vine aquí para obtener ayuda para encontrar trabajo, y lo único que he recibido a cambio es, es... una pésima actitud.

    Intercambiamos miradas por un momento.

    Sarah se enderezó en su silla giratoria un poco más de lo que ya estaba.

    —Intentaré conseguirte algunas entrevistas —dijo al fin—, aunque en tu caso puede que sea un poco difícil. No tienes experiencia, y no soy Dios, no hago milagros. Así que no esperes que me siente en mi trono y haga uno para ti. Soy humana como todos.

    —Solo los extraterrestres sienten la necesidad de decirle a todo el mundo que son humanos —dije.

    Sarah no se rió, a cambio solo me echó una mirada.

    —Además, ya estás sentada en tu trono —agregué mirando su silla.

    Después de un corto silencio, Sarah comenzó a reír. Ambos lo hicimos.

    —¡Tienes razón! —contestó, divertida, mientras daba una voltereta sobre su silla. Cuando se encontró frente a mi nuevamente, sonrió y dijo que intentaría conseguirme algunas entrevistas, y me preguntó en qué horario podría llamarme por teléfono.

    —Después de la escuela.

    —Muy bien. Dame dos o tres días y te llamaré. Mientras tanto, intenta mantenerte seco.

    Sarah sacó del cajón de su escritorio un sello de goma y comenzó a estamparlo en todas las hojas del formulario. Observé cómo la tinta manchaba las palabras que había escrito en esas hojas. A fin de cuentas, ella sería la que tendría que leer esos documentos, no yo.

    Me levanté para irme. No hizo nada por detenerme.

    —Adiós —dije.

    —Adiós —repitió, y luego agregó—. Gracias por el pescado.

    No tenía idea de a qué se refería.

    De nuevo en la lluvia, no podía sacarme de la cabeza a esa extraña criatura. Era increíble pensar que me gustara esa alienígena, sin embargo ¿por qué otra razón me arrepentiría de haberme ido?

    Miré hacia arriba, más allá de la línea de rascacielos. El cielo se había oscurecido aún más, y la lluvia parecía intensificarse a través de la luz de las farolas, que ya brillaban con toda potencia. Amaba esos cielos oscuros y calles mojadas. También sentí una curiosa atracción hacia un joven moreno y mojado que me miró con incertidumbre mientras ambos corríamos entre los autos para cruzar una calle. Para cuando llegué a mi auto, la lluvia se había vuelto torrencial.

    —Hermoso —murmuré—. Fantástico —dije, mientras me incorporaba al tráfico de la hora pico—. Sarah —dije mientras atravesaba una intersección que comenzaba a inundarse.

    Pasé de nuevo la tarde siguiente en el centro de Little Rock, revisando las ofertas de trabajo que aparecían en el periódico local. Tal vez Sarah encontraría un trabajo para mí. Tal vez no. Tenía que seguir intentándolo por mi cuenta. Así era yo.

    Un anuncio decía: «GANE DE $1000.00 A $3000.00 AL MES. SOLO DEBE PODER HABLAR Y CAMINAR.» Parecían requisitos mínimos, en especial para que estuviera todo escrito en mayúsculas. Supuse que se trataba de un trabajo que implicaba ventas de puerta en puerta, así que no me molesté en aplicar.

    Llené varias solicitudes basándome en las vacantes anunciadas en el periódico, pero ninguna se veía prometedora. Aun así, debía aplicar para tener una posibilidad. Uno nunca sabe cuándo podría tener la suerte de que un supervisor decidiera contratar a alguien sin experiencia para moldearlo a su conveniencia.

    De regreso en mi auto, y habiendo agotado los anuncios del periódico, me pregunté cuál sería mi siguiente paso. A pesar del exagerado precio de la gasolina, me pareció casi un alivio descubrir que mi tanque estaba casi vacío. Por el momento eso me daba una pequeña sensación de propósito.

    Esa semana había intentado acudir a una gasolinera cercana a mi casa en varias ocasiones, pero no había encontrado el pretexto perfecto para hacerlo hasta hoy. Lo que me hacía querer ir particularmente a esa gasolinera era... Cody, a quien había visto operando las bombas.

    Sentí alivio al descubrir que el precio de

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