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El Corazón Embrujado
El Corazón Embrujado
El Corazón Embrujado
Libro electrónico214 páginas3 horas

El Corazón Embrujado

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Información de este libro electrónico

Desde que Alan falleció, Flynn no ha comido, no ha dormido ni pasa mucho tiempo viendo espejos. Pero quizá debería poner más atención—porque algo en ese espejo del Siglo XVIII lo está observando a él.

Aún doliente por el súbito fallecimiento de su amado, el anticuario Flynn Ambrose se muda a la vieja y destartalada casa en Pitch Pine Lane para catalogar y vender el gran inventario de artículos arcanos y misceláneos que un día llenaran el misterioso museo de su tío.

Pero no todos los artículos son tan fáciles de catalogar.

O eliminar…

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2023
ISBN9781667407999
El Corazón Embrujado
Autor

Josh Lanyon

Author of nearly ninety titles of classic Male/Male fiction featuring twisty mystery, kickass adventure, and unapologetic man-on-man romance, JOSH LANYON’S work has been translated into eleven languages. Her FBI thriller Fair Game was the first Male/Male title to be published by Harlequin Mondadori, then the largest romance publisher in Italy. Stranger on the Shore (Harper Collins Italia) was the first M/M title to be published in print. In 2016 Fatal Shadows placed #5 in Japan’s annual Boy Love novel list (the first and only title by a foreign author to place on the list). The Adrien English series was awarded the All-Time Favorite Couple by the Goodreads M/M Romance Group. In 2019, Fatal Shadows became the first LGBTQ mobile game created by Moments: Choose Your Story.She is an EPIC Award winner, a four-time Lambda Literary Award finalist (twice for Gay Mystery), an Edgar nominee, and the first ever recipient of the Goodreads All-Time Favorite M/M Author award.Find other Josh Lanyon titles at www.joshlanyon.comFollow Josh on Twitter, Facebook, and Goodreads.

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    El Corazón Embrujado - Josh Lanyon

    El Corazón Embrujado

    Invierno

    Josh Lanyon

    Traducio por Xóchitl Estrada

    Agradezcamos al espejo por mostrarnos únicamente nuestra apariencia.

    — Samuel Butler

    Capítulo Uno

    No lo vi hasta que fue demasiado tarde.

    Una figura alta, sin facciones, amenazante entre las sombras; incluso si lo hubiese visto, no estoy segura de que hubiera sido diferente. Lo único que pensaba era bajar y salir tan pronto fuera posible. Al parecer la forma más rápida fue toparme de frente con alguien más grande y dejar que la inercia nos bajara dando tumbos por la escalera.

    Mi… compañero gritó y maldijo todo el tiempo que llevó llevar a la primera planta. Bueno, para ser precisos, fue una sola exclamación y maldición.

    —¡No-o-o me-e-e jo-oda-as-s!

    Caímos en un caos de miembros sobre la no muy mullida alfombra sin barrer. Mi codo pegó una última vez contra la balaustrada y me di de cabeza contra el suelo. Vi estrellas, o quizá fuera el polvo, el cual puede haber cristalizado con el tiempo.

    —¿Qué fue eso? — Se quejó alguien en el éter.

    Buena pregunta.

    ¿Qué diablos había sido eso? Seguro no fue un truco de la luz. Aunque hice lo más que pude para convencerme que eso era exactamente —y lo que me seguí diciendo hasta que lo turbio del espejo comenzó a tomar forma.

    —Lo siento, — murmuré.

    Su pie descalzo se apoyaba en mi barriga y no podía culparle cuando encajó sus dedos para darse impulso y ponerse de pie.

    —¡Uff! —

    —¿Qué crees que haces, bajando las escaleras a la carrera en medio de la noche?

    Busqué la barandilla a ciegas y me senté con dificultas.

    —Yo… creí que había alguien en mi habitación.

    Mentir era una costumbre para mí, pero esa era una mentira muy tonta. Lo supe en el momento que las palabras salieron de mi boca.

    404-A —¿Cuál era su nombre? Algo Murdoch —se arrodilló y me miró en la tenue luz.

    —¿Por qué no lo dijiste?

    —Te lo estoy diciendo.

    Ambos volteamos a ver la puerta abierta de par en par que llevaba a mis habitaciones, mis iluminadas y notoriamente silenciosas habitaciones.

    Nos miramos.

    404-A era mayor, más grande y desaliñado que yo. Llevaba barba y pelo negro que le llegaba a los hombros. Sus ojos eran oscuros y se veían un tanto vacíos — que posiblemente fuera la falta de sueño. Se veía como uno de esos viejos posters de Serpico, pero no era policía. Era una especie de escritor.

    Y un pésimo guitarrista. Aunque yo tampoco era el vecino soñado de nadie, como se demostraba por los eventos actuales.

    —¿Crees que haya alguien allá arriba? — Me preguntó escéptico, con lentitud.

    Consideré una posible visita de la policía local y preferí ser el loco residente.

    —Eso creí, pero… puede que esté equivocado.

    —¿Puede? ¿Puede? ¿Por qué no lo averiguamos? —

    Ya estaba de pie, cerrándose la bata de franela roja a cuadros escoceses y volviéndola a atar con un par de jalones bruscos que vagamente sugerían sus ganas de ahorcar algo. Sin ver si lo seguía o no, subió las escaleras a zancadas. Me sentí culpable al ver que cojeaba.

    De hecho, era sorprendente que ninguno de los dos se hubiera lesionado gravemente ni muerto en aquella caída.

    —¿Vienes? —Me preguntó por encima del hombro.

    —Eh…

    Murmuró algo y sin esperar mi respuesta, desapareció por el umbral.

    Admito que esperé.

    No podría evitar ver el espejo antes que nada. Era tan alto como yo, de forma ovalada, montado en un marco ornamentado de ormolú. Estaba erguido, apoyado contra un gabinete chino de laca negra. El ligero ángulo daba el efecto de caminar por un techo inclinado para ver dentro de su superficie plateada.

    Una corriente helada pasó por mi nuca. Me estremecí. Esta monstruosidad victoriana de cuatro plantas estaba llena de corrientes — corrientes y polvo. Todas ellas perfectamente inofensivas. Me estremecí de nuevo.

    Arriba sonaron pasos.

    —Todo libre. Sube, no hay nadie aquí. — Dijo 404-A al fin

    Solté un largo suspiro y corrí escaleras arriba. Los rostros élficos tallados en el barandal de nogal negro me sonreían y guiñaban los ojos al pasar.

    Llegué al rellano superior y entré al mercadillo que es mi sala de estar. Sala de estar es más bien un eufemismo. Era más como el vestíbulo de un museo en la ruina con todo y su estatuario maltrecho y las pinturas al óleo de taciturna gente flamenca. De hecho, la mayoría de estos objetos habían estado en un museo en algún momento. El museo de rarezas de mi difunto tío-abuelo Winston.

    Mi mirada cayó, en primer lugar, en el espejo, pero su superficie sólo me mostraba a mí, alto, delgado y pálido en mis calzoncillos de el Pájaro Loco. Mi pelo se parecía el del Pájaro también, sólo que rubio, no rojo. En definitiva, erizado, sin importar el color.

    —Supongo que… lo soñé, —dije a modo de disculpa.

    —¿Primera vez viviendo solo? — Me preguntó mordaz 404-A.

    Se paró justo al lado del espejo, con su propio reflejo a su lado.

    —Ja, — dije. — Ni mucho menos.

    Aunque ya que lo pienso, tenía razón. Viví en casa hasta la universidad y después, viví con Alan. Ésta era la primera vez que vivía completamente solo.

    —En fin, lamento haberte levantado de la cama y tirado por las escaleras. ¿Seguro que estás bien?

    Yo estoy bien. — Me siguió mirando de tal manera que pareció un tanto cínico.

    Sí, ya entendí. Quizá lo lo soñé. Qué alivio darse cuenta de que fue sólo una pesadilla.

    Si tanto hubiese estado dormido.

    —Ahora que lo pienso, ya estabas subiendo para acá, — recordé.

    —Iba a pedirte que dejaras de andar de un lado al otro toda la noche. — Dijo tajante. — Los tablones rechinan.

    —Ah. —

    Mi rostro se calentó ante su grosero, pero efectivo, recordatorio de que no estaba solo en el mundo. Ni siquiera en este rincón derruido y mal iluminado del mundo.

    —Lo siento, — murmuré.

    A decir verdad, olvidé que él estaba en el edificio la mayoría del tiempo. Era muy callado, aparte de un ocasional arranque de juguetear con la guitarra, y éramos nada más nosotros dos en el 404 de Pitch Pine Lane. Ninguno de nosotros era del tipo sociable.

    Miré de nuevo el espejo. Solo estábamos yo y el dobladillo de la bata de cuadros de mi vecino en su superficie brillante. El reflejo del candelabro en el techo ardía como un sol en su centro, destruyendo a la mayoría de nosotros y a la habitación en que nos encontrábamos.

    Miré más de cerca. ¿Se habría movido algo al fondo de la habitación del revés? 404-A miró el espejo y luego a mí.

    —Tengo que trabajar mañana. — Dijo-.

    —Claro. No sabía que me podías oír.

    Se relajó lo suficiente para decir: —Normalmente no puedo. Sólo los tablones, en especial de noche.

    — Me aseguraré de andar de un lado al otro en otra habitación.

    —Genial. —Se alejó del gabinete y se dirigió a la puerta. —Te dejaré seguir con ello.

    Su reflejo cruzó la superficie del espejo, grandes pies descalzos, Levi’s desgastados bajo el dobladillo de la bata.

    —Buenas noches. —Dije ausente. Recordé preguntar: —¿Cómo dijiste que te llamas?

    —Murdoch. Kirk Murdoch.

    ¿Kirk Murdoch? Vaya trabalenguas. No es que planeara acostumbrarme a buscar a Kirk.

    —Claro. Buenas noches, Kirk.

    —Buenas noches, Flynn.

    Vi el reflejo de la puerta cerrándose silenciosamente tras él.

    Capítulo Dos

    Dormir. Eso es lo que necesitaba. Una buena noche de sueño.

    Seguí de pie contemplando el espejo.

    Nada se movía, ni en mi habitación, ni en la habitación reflejada.

    Esperé.

    Y esperé.

    Podrían haber sudo las nubes pasando por la ventana. O el modo en que las corrientes movían las sombras en la habitación.

    Quizá lo había soñado.

    O, más probablemente, la falta de sueño me estaba afectando.

    ¿Pero y si —si acaso— me había equivocado? ¿Y si lo que vi, o creí ver, fuera la respuesta a una plegaria?

    Observé el espejo por otro minuto más. El frío silencio de la casa comenzaba a afectarme. Era tarde, pasada la medianoche. Estaba cansado y quizá comenzara a ver cosas.

    Una melodía pasó por mi mente. All we are say-ing… is give sleep a chance…

    Me alejé y apagué la luz de arriba. La oscuridad cayó como una tela, cubriendo los muebles hacinados y las obras de arte. Aquí y allá, la luz de las estrellas en las ventanas de guillotina iluminada un pináculo o una cornisa. Aún mirando la opaca superficie del espejo, me senté en una silla brocada con tapiz estilo Napoleón III y me incliné hacia adelante, mirando de cerca.

    —¿Estás allí? —Murmuré.

    No podía estar seguro, pero pareció como, quizá, algo cambiara, como si la oscuridad del espejo de moviera.

    Me levanté de la silla, crucé la habitación y me acuclillé frente al espejo. Me asomé a su plateada superficie, forzando los ojos. Sí, hubo un movimiento, como de humo oscuro… algo agitándose al fondo del espejo, moviéndose en las opacas profundidades, caminando por el piso inclinado de la habitación al revés, acercándose a mí.

    Sostuve la respiración. — ¿Alan? —

    Por un instante, todo pareció detenerse, muy quieto. Luego la oscuridad pareció disiparse, dispersarse en el camino de una pálida luz. Mi garganta se cerró. Mis ojos ardieron. Me acerqué más, tratando de asomarme a través del espejo.

    Allí estaba. Un pequeño destello, un puntito de luz, poco más de una chispa. Apenas podía distinguirlo a través de mis lágrimas.

    No lo imaginaba. Era real. Mis lágrimas manaron. Las limpié. Solté un suspiro tembloroso.

    —Alan…

    Apoyé mi mano en la superficie del espejo, sentí el cristal calentarse bajo mi piel. Presioné más. El vidrio no cedió. Cerré los ojos, tratando de imaginarlo derretirse bajo mi mano, concentrándome por largos minutos, pero se mantuvo firme… y frío.

    Frío.

    El cristal se estaba enfriando. Abrí mis ojos. El espejo estaba oscuro ahora, la superficie tan fría como si de hielo se tratara. Un sollozo se abrió paso en mi garganta.

    —¡No te vayas!

    El espejo estaba oscuro y vacío, no revelaba mas que las abultadas siluetas de los muebles y mi agachada figura. Me limpié los ojos y la nariz con impaciencia.

    Pero no era un sueño. No estaba dormido. Había sido real. Apoyé mi cabeza contra el espejo, mi aliento nublaba el cristal. Vuelve, vuelve…

    No había ningún sonido. No sé porqué abrí los ojos, pero lo hice, y vi — o esa impresión tuve — de alguien andando por el suelo inclinado tras de mí.

    Me di la vuelta, pero no había nadie. Solo la luz de las estrellas marcando los tablones vacíos, el destello del péndulo del reloj columpiándose hipnóticamente de un lado al otro, el beso pintado en los labios de una ninfa de porcelana.

    Con el corazón golpeteando, volteé hacia el espejo, pero la imagen que me regresaba la mirada no era la mía.

    No era yo.

    Algo más estaba allí, algo me devolvía la mirada, mirando a través de mi como si el espejo fuese una ventana. Me acerqué, tratando de ver con más claridad y la forma traslúcida se poco a poco pareció hacerse más sólida.

    Una mujer me miraba. Tendría quizá mi edad, en sus veintitantos, inesperadamente hermosa con una nube de cabello negro y ojos, que brillaban como gemas, de pesados párpados. Vestía algo pálido y diáfano, o quizá esa palidez y diafanidad fuese ella. No lo veía muy claro.

    —¿Quién eres? —Pensé en voz alta, sin esperar respuesta.

    Aun así, allí había algo. Yo no creía en la otra vida. Pero quizá habría pensado en la otra vida del modo incorrecto. Quizá este fuera un eco psíquico, una huella de energía, sin vida, sin inteligencia e inactivo, sólo una huella. Casi como la marca que hace el bolígrafo en el papel debajo de la página en la que se escribe.

    No era más que un rastro, una sombra de lo que fuera que ella haya sido.

    No hay necesidad de temer a una sombra. Esto era como estudiar una pintura; ella era en bella como la ninfa de Dresden haciendo piruetas sobre la repisa de la chimenea.

    Pero, al estar agachado ahí, observando su imagen oscilar como una bombilla que se apaga, una sensación inquietante comenzó a apoderarse de mí, una creciente sensación de pavor. No había una razón para ello, pero la sensación de amenaza, de peligro, aumentaba. Mi corazón golpeteaba en mi garganta, mis manos se sentían frías y pegajosas, mi estómago estaba hecho nudo de ansiedad.

    —¿Qué quieres? —Susurré tembloroso.

    No creí que me estaba comunicando con… eso, así que su sonrisa — el obvio divertimento en la curva burlona de su labio — Me tiró, literalmente, a mis talones.

    Luché para enderezarme y ella se reía de mí, en silencio.

    Me sorprendió. Más que eso, me aterró.

    Esto era lo que había sentido antes, esta sensación de algo terriblemente mal, algo que me acechaba. Esto era lo que me había hecho huir de mi habitación y bajar las escaleras. Mi corazón resonaba en mi pecho mientras ella flotaba allí, pareciendo tan real e inmediata como yo mismo, riéndose de mí como si encontrara mi desconcierto divertido. No, no era sólo el divertimento. Era la burla tras él. Fuera lo que ella —eso— fuere, no era amistosa.

    Retrocedí — y luego me arrastré aún más lejos — al ella, casi con cuidado, se acercaba. No quise ver si atravesaría la superficie del espejo. Estaba de pie, fuera y huyendo escaleras abajo una vez más.

    No se veía luz bajo la puerta de 404-A. Igual aporreé la superficie raspada y maltrecha.

    La puerta se abrió de par en par antes que alcanzara el crescendo de mi solo de percusiones. Kirk Murdoch se abrochaba el cierre del pantalón a toda prisa, su expresión era una mezcla de ira y protesta. Su pelo parecía un arbusto y tenía la clase de abdominales que rara vez se veían en hombres que no se ganaban la vida trabajando en infomerciales. Un bíceps musculoso portaba el pendón negro y rojo de un tatuaje que se leía REGIMIENTO COMANDO 75.

    —Algo está mal allá

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