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Huéspedes de los libros
Huéspedes de los libros
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Libro electrónico182 páginas2 horas

Huéspedes de los libros

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Información de este libro electrónico

El joven y solitario Ariel Saenz es un fotógrafo aficionado a las lecturas interminables, las charlas filosóficas y las mujeres talentosas en la cama. Todo esto compone un misterio al cual él no puede resistirse, pero la vida lo pondrá frente a un enigma aún mayor cuando, en su nuevo trabajo dentro de una revista sobre hechos paranormales, la lente de su cámara capte una y otra vez cómo los monstruos de los libros que tanto lo fascinan se materializan frente a él dando vida a historias de fantasía y terror que lo lleven a cuestionarse qué tanto hay de verdadero en los mitos de lobos, duendes y brujas que nos contaban de niños.

Él creía poder soportarlo hasta que conoció a Lucero Rios, la valiente reportera con quien conformará un tierno equipo de trabajo que lo irá enamorando lentamente, haciendo que se cuestione si un conquistador de malos hábitos como él es digno de compartir la vida de alguien con quien a leguas se nota que nada podría terminar bien.

  •  Terror.
  •  Ternura.
  •  Diversión.
  •  Erotismo.
  •  Amor.

Deja que tus sentidos se llenen con una narrativa en primera persona donde nuestro protagonista te arrastre con su tono argentino hasta la esencia misma de los sentimientos humanos al exponerse a las situaciones más extremas. Cree en tus emociones, déjalas respirar.

IdiomaEspañol
EditorialLien Howl
Fecha de lanzamiento7 jul 2021
ISBN9781393676799
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    Huéspedes de los libros - Lien Howl

    .

    Huéspedes

    de los

    libros

    por Andrés Argüello

    .

    Querido lector:

    Bienvenido a mi pequeño mundo de letras. Al final de este libro encontrarás una lista de otras historias pertenecientes a mi creación los cuales podrás encontrar en tiendas online por su título. Espero también puedas darle una oportunidad.

    Todas las anécdotas paranormales narradas en este libro están basadas en hechos reales, pero los personajes y sus aventuras pertenecen a la ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

    .

    Índice.

    Los huéspedes de mi historia....................8

    Mis primeros pasos............................14

    Caminando hacia «Otro mundo»................22

    La danza de las Hadas..........................34

    Duendes de fuego.............................42

    La casilla embrujada...........................48

    Llanto fantasmal...............................57

    La noche de los aullidos sordos, parte 1.........63

    La noche de los aullidos sordos, parte 2.........69

    Los poseídos..................................77

    Las palabras del ruiseñor......................85

    Noche uno: Dos personas no tan distintas.......98

    Noche dos: Vínculos..........................108

    Noche tres: Los huéspedes de los libros.......118

    Noche cuatro: ¡No mires atrás!................124

    La entrevista.................................135

    Milagros.....................................143

    Colmillos observándote en la oscuridad........154

    Tres historias en Bariloche....................160

    Primer exorcismo.............................170

    Segundo exorcismo..........................178

    Encuentros y desencuentros..................186

    El hombre de su pasado......................192

    Verdades ocultas.............................197

    «Gracias»....................................204

    Busca otras historias del autor:................210

    Los huéspedes de mi historia.

    Cuando era niño leí un artículo sobre lapiceras, hojas viejas y sin valor, fotografías o quizás algún elemento cotidiano de esos que inesperadamente dejamos olvidados en nuestros libros. Recuerdo —quizás con escasa precisión— que el artículo llamaba a estos artefactos huéspedes de los libros; esta historia trata sobre los míos. Debo admitir que mi torpe manejo de internet no me ha posibilitado el encontrar al autor de dicho texto, más aún mi torpe manejo de la memoria me imposibilita recordar con exactitud las reflexiones que este buen hombre dedicó al objeto de su obra; no obstante, elijo acentuar ciertos detalles que me vinieron al pensamiento en la medida que divagaba entorno a este tema.

    Cuando abrimos un libro nos adentramos en la realidad del libro. Los huéspedes de los libros nos permiten que por primera vez sea el libro quien se adentra en nuestras realidades, y así como los libros nos cuentan una historia, los huéspedes nos traen a la memoria historias completamente diferentes.

    Sería raro encontrar en medio de mi ejemplar de El libro de las tierras vírgenes la garra de un tigre o el colmillo de un lobo, mas no me resultó extraño encontrar una vieja poesía ya amarilla por el tiempo que llevaba hospedando ese lugar, donde declaraba un amor jamás confesado a cierta muchacha de quinto que me había cautivado con su hermosa figura juvenil de aquellos días. Mío era el libro, pero ajena era la historia. El huésped era del libro, pero esta vez la historia era mía. Es como si nuestras líneas se fusionaran y ya no hubiera un libro y un hombre sino una mezcla de ambos dando dos historias que se unen en un intervalo de tiempo en común. Es por esto que elijo contar mi historia a través de los huéspedes de los libros que la marcaron. ¿Te parece raro? Pues no lo es en absoluto.

    Permitime primero presentarte al hombre que soy: podrías imaginarme como el tipo más normal de esta bella ciudad y no te equivocarías; tengo la cara más normal, con mis ojeras de trasnochador y mi barba sin bigote, el cabello castaño que no sobrepasa la línea de los hombros, sin anteojos ni cicatrices. No sabría decir algo de mi rostro o de mi cuerpo que destaque lo suficiente como para citarlo con rigidez. Te preguntarás quizá si trabajo con libros, y la respuesta es: no. Mentiría si te dijera que no lo deseé más de una vez, pero mezclar el placer y el trabajo es quitarle al ocio su lado más ameno. No me mal interpretes, amo mi trabajo, solo decidí no restarle interés a otras áreas de mi vida como lo es la lectura obligándome a disfrutarlas para poder conseguir el pan. Soy un fotógrafo en mi ciudad natal, la Buenos Aires que albergara también a mis padres y abuelos. Ya me dediqué a numerosas áreas dentro de mi profesión, pero hoy estoy en una que particularmente me atrae mucho.

    Quizás esta no sea la mejor manera de comenzar con esta historia, permitime nombrarte algunos otros detalles que te faciliten el entender mejor hacia dónde quiero ir sin restarle interés a lo que más tarde pueda compartirte.

    Lo que debés saber sobre mí tiene su comienzo a mitad de la década del 90. Cuando tenía 8 años me encontraba leyendo algún libro infantil sobre una cebra astronauta y de repente un ruido brusco me interrumpió: mamá y papá estaban peleando. A pesar que esto no era normal, no quise prestar atención, creí que no era de mi incumbencia y además no podía interrumpir mi libro, pero un segundo ruido más contundente aún me hizo bajar la guardia y decidí marcar la página con mi primer huésped: los cordones sueltos de una zapatilla —era lo primero que tenía a mano—. Bajé por las escaleras y pude ver como los cristales de un plato volaban por la habitación tras estrellarse estrepitosamente contra la pared. Esa fue la última vez que vi a mi madre... Ya sé, no empecé esta historia contándote algo que desees oír, no era mi intención deprimirte, creo, pero te prometo que esta no es una historia triste. ¿No me creés? Solo confiá en mí.

    Mi papá es doctor. Él fue un gran padre para mí, algo obsesionado con la religión, un poco solitario y huraño de vez en cuando, pero definitivamente un buen padre. Cuando era adolescente me apoyó en todo, incluso cuando confesé mi amor por la fotografía en ningún momento me desestimó, ni trató de sofocar mis sueños. Él nunca me pediría cosas que yo no deseara.

    En ese entonces vivíamos los tres —mi padre, mi hermano mayor y yo— solos en una casa humilde pero acogedora en el barrio de Paternal. Fue en aquellas épocas, cuando yo tenía aproximadamente doce años, que tuve mi segundo huésped importante. Me encontraba como siempre encerrado en mi habitación con las luces prendidas y un libro entre mis manos. En esta oportunidad se trataba de El sabueso de los Baskerbille, una deliciosa obra de Arthur Conan Doyle que me habían incitado a leer como tarea escolar cuando unos ruidos provenientes del piso inferior turbaron mi lectura. Recuerdo haber estado enviándome mensajes de texto con un amigo que no quería leer el libro y me preguntaba sobre las respuestas a los cuestionarios de la clase cuando mi hermano irrumpió en la casa.

    Por las voces pude notar que no estaba solo, lo acompañaba el timbre agudo y nervioso de una de sus compañeras de curso. La escuché preguntar si había alguien en la casa o no, a lo que mi hermano reaccionó llamándome en voz alta. No sé por qué, pero opté por no responderle. Creo que me consumió el misterio y pronto escuché ruidos de pasos en la escalera y la puerta de mi hermano abrirse abruptamente como si llevaran prisa en lo que hacían. Presté especial atención a cada sonido mientras comentaba la situación con mi amigo del colegio y luego los golpeteos cesaron para dar paso a un lapso de silencio que fue dando espacio a una serie de gemidos magníficos en la voz de la muchacha que había conversado con mi hermano.

    No sabía cómo reaccionar, le envié un mensaje de texto a mi amigo con la frase en mayúscula «¡¡ESTÁN TENIENDO SEXO!!» a lo que él en la brevedad me respondió con un simple «Sacales una foto».

    Te vas a reír, pero lo que estaba usando para marcar las páginas en ese momento era, curiosamente, una fotografía del verano pasado con toda mi familia en ella. Sí, mi hermano también. Entonces, y vaya uno a saber de dónde saqué el valor para una hazaña tan heroica, más aun sabiéndome un chico introvertido, pero pese a todo salí casi con determinación de mi pieza y atravesé el corto trecho que me separaba de la habitación de mi hermano, me escondí tras el cerrojo de la puerta y pude ver sobre la cama el torso de la muchacha completamente desnudo erguirse con su inigualable belleza adolescente deslumbrando ternura al exhibir una espalda cubierta únicamente por unos risos dorados que realzaban el brillo de su piel blanca mientras gemía despacio y decía el nombre de mi hermano, el cual permanecía fortuitamente tapado por las sábanas de su litera.

    Con algo de temblor metí la mano por la puerta entreabierta sosteniendo el celular y apunté lo mejor posible a fin de sacar una borrosa fotografía de aquella situación la cual guardaría para la posteridad. Esa fue mi primera foto.

    Al día siguiente en el colegio me rodearon de elogios y, presurosos, los jóvenes deseaban ver la imagen de la muchacha regordeta montando como una mancha blanca, borrosa y fantasmal a mi hermano en un éxtasis de placer virginal.

    Ellos se baboseaban y juraban no haber visto algo mejor en su vida, pero yo no compartía esa emoción. La foto era borrosa, era turbia; era nada. No lograba transmitir la perfección ni la locura de esa muchacha a la cual le estaban haciendo el amor y ella lo disfrutaba moviendo majestuosamente su cadera mientras su cuerpo y su pelo danzaban en el aire, y sus brazos se aferraban a las sábanas desarmadas por la brutalidad amante con la que las estiraba, su voz repleta de placer me revolvían la cabeza... me temo haberla olvidado con el tiempo, o haberla confundido quizás con muchas otras voces apasionadas que más tarde tuve el privilegio de oír y ocasionar, pero esa imagen jamás pudo borrarse de mi mente.

    Necesitaba lograr que tampoco se borrara de la mente de quienes yo quisiera transmitírselas. Necesitaba ser fotógrafo.

    Mis primeros pasos.

    Es así como comenzó mi historia con la fotografía: en un principio mi padre me regaló una máquina compacta de bolsillo con la que solía salir a sacar fotos mal encuadradas, a menudo borrosas (como la primera) y con una mala elección de valores de exposición. Me pasaba las tardes leyendo tutoriales en internet para aprender a mejorar mi técnica con la cámara.

    Cuando cumplí los 16, mi padre me regaló mi primera réflex y con ella un curso básico de fotografía (te dije que él me acompañaba en todos mis proyectos). Recuerdo haberme colgado de los árboles de un bulevar para sacar los mejores planos posibles de los pechos en los escotes de las damas que esperaban sentadas en los bancos en verano... vaya uno a saber qué cosa esperaban.

    En ese entonces la técnica la tenía, pero no sabía lo más importante: la fotografía cuenta una historia. ¿Que por qué no elijo entonces contar mi historia con las fotografías en lugar de hacerlo con los huéspedes? Porque no todo lo que alberga mi línea temporal se puede ver. Me toca citar a Saint Exuperi al decir que «Lo esencial es invisible a los ojos». Así lo fue para mí.

    Armé mi primer proyecto con la fotografía antes de terminar la secundaria. Tenía 17 años, iba por el primer año de la carrera formal en un instituto de fotografía profesional y ya poseía un estudio de producción muy casero armado en un cuarto en desuso dentro de mi hogar. Lo había preparado montando cortinas que daban un fondo sin fin para las fotos, lo equipé con trípodes y reflectores armados a mano con alambres, telas y cartulina... francamente era muy artesanal para lo que uso ahora, pero tenía una iluminación más o menos cuidada y, para el momento, estaba bastante bien.

    Lógicamente, ya había realizado algunos trabajos antes en fiestas familiares, eventos infantiles, e incluso el bautismo del hijo de un amigo de mi tío. Pude abrirme paso en el mundo de la fotografía gracias a las recomendaciones siempre fieles y constantes de mi padre y mi hermano, que en ese momento estudiaba electrónica en un instituto privado a pocos minutos de donde vivíamos. Fue entonces cuando mi tercer huésped importante hizo su aparición.

    Esta vez me encontraba leyendo «Vamos a calentar el sol», una hermosa obra de José Mauro de Vasconcelos, cuando el sonido roquero del timbre de mi celular interrumpió mi fantasía. Se trataba de un amigo de mi padre preguntando por mis servicios. Coloqué una moneda antigua como huésped en medio de las páginas de mi libro y lo fui a atender. El hombre solicitaba crear un álbum personalizado para su hija que había cumplido 15 hacía pocos meses y había retrasado su fiesta para prepararla a lo grande en una quinta con pileta que aprovechara al máximo esos días de verano. Le comenté mi forma de trabajo, personalicé opciones según él me lo requería y

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