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Cosas de espías
Cosas de espías
Cosas de espías
Libro electrónico304 páginas3 horas

Cosas de espías

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Información de este libro electrónico

A Anton nunca se le hubiera ocurrido pensar que alguien quisiera salir con él. Al fin y al cabo, ¿no sabe todo el mundo que nadie quiere un novio transgénero? Por eso se sorprende tanto cuando Jude Kalinowski, que parecía heterosexual, le pide una cita ... y no parece estar bromeando.

El único problema es que Jude no sabe que Anton es trans.

Anton se imagina lo que puede pasar. Jude es un buen chico, y siempre se ha dicho que los chicos buenos nunca ganan. Y Anton es transgénero, y las personas trans no tienen finales felices. Si se lo dice a Jude, podría destruirlo todo.

Y si Jude se lo dice a alguien ... la destrucción será inevitable.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ago 2019
ISBN9781634869959
Cosas de espías
Autor

Matthew J. Metzger

Matthew J. Metzger is an author currently residing in Sheffield, England, though he originally hails from London. He writes a wide variety of fiction, from contemporary fiction to science-fiction epics, but usually focuses on the people within the stories. People are, after all, the most fascinating creatures around.When not writing, Matthew can usually be found flirting with the local population, hiking in the Peak District, and collecting bruises in his Muay Thai training.

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    Cosas de espías - Matthew J. Metzger

    Cosas de espías

    por Matthew J. Metzger

    Traducción realizada por Salvatierra Translations

    Publicado por Queerteen Press

    Rama editorial juvenil del grupo JMS Books LLC

    Visita jms-books.com para más información.

    Todos los derechos reservados 2019 Matthew J. Metzger

    ISBN 9781634869959

    Diseño de portada: Written Ink Designs | written-ink.com

    Imagen utilizada bajo una licencia estándar libre de derechos.

    Todos los derechos reservados.

    ADVERTENCIA: Este libro no es transferible. Es únicamente para su uso personal. Si se vende, comparte o se entrega es una infracción de los derechos de autor de este trabajo y los infractores serán procesados en la mayor medida permitida por la ley.

    Ninguna parte de este libro puede ser transmitida o reproducida de ninguna forma o por ningún medio sin el permiso escrito del editor, con la excepción de fragmentos breves que pueden usarse con fines de promoción u opinión en reseñas.

    Esta es una obra ficticia. Aunque puede haber referencias a eventos históricos o ubicaciones reales, los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor y/o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es únicamente una coincidencia.

    Publicado en los Estados Unidos de América. Queerteen Press es una rama editorial de JMS Books LLC.

    * * * *

    Para Kay, mi mejor aliada cuando se trata de cosas de espías.

    * * * *

    Cosas de espías

    por Matthew J. Metzger

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Epílogo

    Capítulo 1

    —Anton, ¿por qué no nos hablas un poco de ti?

    La respuesta que Anton quería dar era: «¿Qué coño estás diciendo?»

    La clase entera le miraba sin mucho interés. Tenía que haber como treinta y cinco alumnos, todos ellos tirados en sus sillas como si fueran profesionales. Un chico pelirrojo sentado junto a la ventana le miraba fijamente mientras mascaba chicle, una chica morena con el pelo largo y rizado estaba chateando con el móvil en la mesa a la vista de todos como si no le importase que lo vieran y un par de chicos asiáticos sentados en la última fila jugaban al fútbol con una pelota de papel.

    —Eh. —Anton miró a la profesora—. La verdad es que preferiría no hacerlo.

    La clase se llenó de risillas, el sonido traspasando el aire como el viento a través de la hierba alta.

    La profesora suspiró y golpeó su mesa con los nudillos. —¡Silencio! —Era una mujer bajita, con el pelo negro muy corto y llevaba unos pendientes azules que se columpiaban en sus orejas cada vez que se movía—. Bueno, Anton, no tendrás otra opción pronto. ¡No la tendréis ninguno! —añadió más alto cuando todos se rieron de nuevo—. El proyecto de EPSS de este trimestre con un poco de suerte conseguirá que algunos de vosotros mejoréis vuestras ideas sobre respetar a vuestros compañeros…

    —¿Respetar a Kalinowski? Lo veo difícil, señorita —gritó desde las últimas filas un chico flaco con cara de rata. El pelirrojo de la ventana se volvió con desinterés y le lanzó un libro—. ¡Eh! ¡Polacki!

    —¡Castigado, Walsh! —ladró la profesora. Apuntó con el dedo al pelirrojo—. ¡Y ni una palabra, Kalinowski!

    El silencio que se extendió nuevamente por el aula era algo incómodo. Anton se imaginó que la señorita cuyo nombre no podía recordar no tenía un gran control sobre la clase.

    —Vale, bueno. Por ahora esto bastará. Clase, este es Anton Williams. Quiero que todos le deis una buena bienvenida. ¡Y nada de tirarle libros, Kalinowski!

    —¿Y papeles?

    —¡Nada de tirar cosas!

    Kalinowski hizo una mueca y Walsh ignoró la orden y tiró el libro de nuevo, dándole a Kalinowski en la nuca.

    —¡Walsh!

    —¡Ha empezado él!

    —¡Kalinowski empezaría una guerra si creyese que así iba a divertirse, pero espero que tú seas lo suficientemente maduro como para ignorarle! —gritó.

    Anton traspasó su peso de un pie a otro. No estaba seguro de si tenía que quedarse dónde estaba o sentarse en algún sitio. Una chica en una mesa cercana quitó su bolso de la silla y le susurró—: Ven. —Anton se sentó sintiéndose agradecido. —Soy Emma —añadió en voz baja—. ¿Tú eras Anthony?

    —Anton.

    —Ups, lo siento —dijo, y sonrió. Era muy guapa: tenía unos ojos grandes y redondos que bien podían ser negros o marrones, una cara rellenita con hoyuelos cuando sonreía y pelo largo y moreno que se rizaba ligeramente en las puntas—. No te preocupes por ellos, están aburridos. Tenemos EPSS a primera hora los lunes y es supersoso.

    —¿EPSS?

    Ella parpadeó—. ¿Pero de qué instituto vienes? ¿Educación personal, social y sanitaria?

    —Oh —dijo Anton, y se sonrojó—. Eh, allí solo era la hora de tutoría. No lo llamábamos otra cosa.

    —Bueno, pues aquí es un asco —susurró Emma, a la vez que la profesora perdía la compostura y avanzaba con paso fuerte hacia Kalinowski para quitarle el libro—. Estábamos estudiando religiones el último trimestre y ni siquiera mencionamos el hinduismo o el sikhismo, menuda exclusión, no es como si…

    —¡Ems! —gritó una voz desde el otro lado de la clase—. Deja de matar al nuevo de aburrimiento, ¡que lo intente la profe antes!

    Emma se giró en su silla—. Walsh, ¿por qué no coges tu opinión arrogante y te la metes por tu arrugado y peludo…?

    La profesora dejó caer un libro sobre la mesa con un ruido ensordecedor y  un silencio alarmado se extendió por la clase.

    —Silencio —dijo en un tono de voz que delataba peligro.

    Se hizo el silencio.

    —Ahora —continuó con suavidad —tenemos una lección de EPSS que completar en esta hora y, si no la terminamos, volveréis todos a la hora de la comida. Y seguiré enseñando en esa hora hasta que el currículo del trimestre esté completo si seguís comportándoos como si la primera hora de los lunes fuera un juego. ¿Está claro?

    Aunque el coro de voces diciendo «sí, señorita» sonaba descontento, aceptaron a regañadientes.

    —Brown. —Emma se irguió—. Le enseñarás a Williams el instituto y te asegurarás de que llega a tiempo a todas sus clases hasta que se lo aprenda. —La puerta se abrió y un chico moreno y despeinado entró en la clase. La profesora suspiró—. Siéntate, Larimer, y no digas ni una palabra.

    Obedeció y se hizo el silencio de nuevo, aunque algo menos tenso que la vez anterior.

    —Nuestro proyecto este trimestre es «identidad». Estudiaremos cómo la gente puede identificarse con diferentes grupos y etiquetas, como son la raza, la sexualidad y otros, y las características protegidas por ley.

    Se oyó una queja comunitaria.

    —Os pondréis en parejas —continuó—, y trabajaréis juntos en un proyecto explorando vuestras propias identidades. Al final del proyecto, cada uno de vosotros presentará a su compañero, y borra esa sonrisita de tu cara, Larimer, por el amor de Dios, al resto de la clase. La idea es que, en teoría, os respetaréis más los unos a los otros, algo que hace mucha falta en el grupo de este año, y entenderéis mejor las diferencias que existen entre las personas.

    El chico despeinado, Larimer, levantó la mano tan rápido que casi se cayó de su silla.

    —¿Qué, Larimer?

    —Señorita —dijo, pasándose la lengua por los labios—. ¿Qué pasa si no quiero…presentarme…a mi compañero?

    La clase se llenó de risas. Anton se unió a ellos, imaginándose que sería seguro.

    —Larimer —dijo la profesora con tono sarcástico—, sé de buena tinta que estás más que dispuesto a presentarte a cualquiera que le parezca bien que lo hagas y en cualquier momento. Ahora no es hora de volverse tímido—. Las risas subieron en volumen—. En cualquier caso, no soy tan estúpida como para emparejarte con Walsh o Kalinowski. Trabajaréis en parejas con la persona que está sentada a vuestro lado. Excepto vosotros, Anderson y Crabtree. Crabtree, cámbiate de sitio con Walsh.

    Mientras recogían y se movían, la profesora salió de detrás de su mesa para ponerse delante y apoyarse en ella, con los brazos cruzados y mirando fijamente a la clase. No estaba frunciendo el ceño, pero claramente no estaba sonriendo.

    —¿Empezamos por lo básico? ¿Qué es una identidad? ¿Puede alguien darme un ejemplo de una?

    —¡Polack! —gritó Walsh. Kalinowski le hizo una peineta sin siquiera volverse a mirarlo.

    —Walsh, si no dejas de usar esa asquerosa palabra, les escribiré otra nota a tus padres.

    La cara de Walsh dejaba ver que no le importaba mucho.

    —¿Alguien quiere ofrecer una identidad que no sea un insulto étnico?

    —Los poles no son una etnia —protestó Larimer.

    —Polaco —dijo Emma, poniendo los ojos en blanco—. Alguien puede identificarse como polaco.

    —Gracias, Brown. ¿Alguien más?

    —Británico.

    —Escocés.

    —Negro.

    —Gay.

    —Tú eres gay, Larimer.

    —Que te den, mar…

    La profesora carraspeó audiblemente y el aludido se calló de forma rápida—. Sí —dijo con ironía—. Muchos de esos son buenos ejemplos. ¿Alguno más? ¿Williams?

    Anton se sonrojó. —Eh —dijo. Había uno obvio. El suyo propio. Pero hizo que pareciera que dudaba porque sabía que así lo alejaba de él, hacía que no fuera suyo—. Trans…¿Transgénero?

    —Sí —respondió ella—. Ese es un buen ejemplo. Aunque es importante recordar que las personas transgénero pueden identificarse únicamente como hombres o mujeres, no solo transgénero.

    —¿Qué? ¿Los dos a la vez?

    —Hombremujer —dijo Larimer.

    —Eso se llama bigénero, idiota —dijo Emma mordazmente.

    —¿Como bisexual? —preguntó Kalinowski.

    —Sí.

    —Eso sería increíble —añadió Walsh—. Sería como tener los dos juegos. Podrías tener un pene y una vagi…

    —Género, idiotas, no sexo —dijo Emma, y tanto Larimer como Walsh se rieron por lo bajo—. Oh, qué maduros.

    —No sé qué esperabas, Brown —dijo la profesora en tono cansado y golpeó la mesa con los nudillos—. No quiero más bromas de mal gusto. Este es un tema sensible. No penséis ni por un momento que todos sois iguales. Hay treinta y seis personas en esta clase, y cada uno de vosotros habrá tenido experiencias muy diferentes, incluso aquellos de vosotros que compartan la misma etiqueta.

    —No quiero compartir ninguna etiqueta con Kalinowski, vete a saber dónde las ha puesto —dijo Walsh en voz alta. Kalinowski, una vez más, le hizo una peineta sin preocupación.

    —Con suerte —dijo la profesora en voz alta—, algunos de vosotros maduraréis durante este proyecto. Ahora, por parejas, quiero que hagáis una lista con tantas etiquetas como podáis pensar y luego las dividáis en grupos, como por ejemplo nacionalidad o sexualidad. Yo iré por las mesas y comprobaré cómo avanzáis. Y no, Walsh, no podéis escribir ningún insulto.

    Anton se mordió el labio mientras Emma arrancaba una página de su cuaderno y empezaba a dibujar un diagrama. ¿Cómo de incómodo se podía volver esto? ¿Decirle a Emma sus etiquetas, cuando se había cambiado de instituto precisamente para esconderlas? No, no iba a pasar. ¿Y además que ella presentara sus etiquetas delante de todo este grupo? ¿Pero de quién era esta mierda de idea?

    —Es una mala idea —dijo Emma, haciendo que Anton saltara—. A ellos les va a parecer todo tremendamente divertido. Espero que no haya nadie en este curso que esté en el armario o tenga una discapacidad o algo, estos chicos pueden ser tan asquerosos…

    —¿Son siempre así?

    —Sí —dijo Emma—. En realidad son inofensivos, no piensan lo que dicen, pero no todo el mundo lo entiende, ¿sabes?

    —Supongo —dijo Anton con incomodidad.

    —Vale, ¡etiquetas!

    —Esto, bueno, parece que tú sabes todas las…todas las de sexo —dijo, fingiendo ignorancia, y Emma puso los ojos en blanco.

    —Género —le corrigió—. El sexo está entre tus piernas, el género en tu cabeza. —Anton quería decirle que eso lo sabía muy bien, gracias—. Pasé por una fase —admitió ella, empezando a escribir sexualidades en el diagrama—. No una fase de género, de sexualidad.

    —¿Una fase?

    —Sip. Bueno, fase no es la palabra adecuada, pero durante un tiempo me gustaban mogollón las chicas. Quiero decir, pensé que era lesbiana. Pero a lo mejor soy más bisexual, me volvieron a gustar los chicos.

    —Y…¿dices eso…así como así?

    —Todo el mundo lo sabe —dijo con desdén.

    —Oh.

    Ella parpadeó, y le miró inclinando la cabeza. —Oh —dijo—. ¿Vienes de un instituto de mierda dónde no podría decirlo?

    —Sí —dijo Anton significativamente y ella se contrajo como si le doliera.

    —Bueno, no sé en otros cursos, pero este está bien. Pueden parecer un grupo de capullos inmaduros, pero generalmente están bien. ¿Cómo deletreas bisexual? ¿Es una i o una y?

    Anton se permitió a sí mismo relajarse un poco, deletreándolo mientras Emma escribía, y mirando con aprensión a donde el chico con cara de rata, Walsh, estaba lanzándole bolas de papel al pelirrojo, Kalinowski, y el despeinado, Larimer, se reía tapándose la boca con la mano. Emma parecía…parecía estar segura. Y Kalinowski se había reído de las bromas con la palabra polack. A lo mejor tenía razón...

    —¡Que te jodan, maricón!

    —¡Larimer!

    …o a lo mejor no.

    * * * *

    Emma era buena guía. La mañana fue un desastre de clases confusas, caras nuevas que Anton no podía recordar cinco minutos después y bromas internas constantes que no entendía, pero Emma estuvo pegada a él todo el tiempo. Eran los mismos alumnos para las materias comunes, pero se dividieron para lengua extranjera (unos tenían inglés y otros alemán) y las asignaturas de arte. En este instituto no parecía que creyeran en separar a la gente por niveles, pero Anton se fijó en que no todo el mundo en clase de matemáticas tenía el mismo libro. No era a lo que estaba acostumbrado y Emma y sus susurros rápidos y constantes eran la única ancla que tenía.

    La hora de la comida llegó demasiado pronto, después de la clase de matemáticas y la clase de inglés más intensa que había tenido sobre Hamlet, ya que su último instituto usaba el texto de Romeo y Julieta en su lugar. Emma destruyó la ansiedad creciente de Anton sobre lo que este nuevo entorno social iba a demandar de él tirando del puño de su chaqueta.

    —Vamos —dijo—. Te puedes sentar con nosotros para comer.

    —Oh —dijo Anton—. Gracias. —No sabía a quién se refería con nosotros, pero era mejor que nadie.

    —La cafetería es asquerosa —continuó Emma, arrastrándole por un par de pasillos hasta su taquilla. Anton todavía no tenía una y se sintió un poco incómodo mientras esperaba—. Tienes que comprar la comida para sentarte ahí y la comida es horrible, así que vamos al aula de teatro en invierno, que tiene bancos al lado de los radiadores, o al campo de fútbol en verano.

    —La cafetería de mi anterior instituto no estaba mal.

    —¿Dónde era?

    —Lambeth —mintió Anton. No se había mudado, pero esa era la historia que iba a contar. Era más fácil así.

    —Puaj —dijo Emma con pasión—. Vale, no te preocupes. Te presentaré bien a todo el mundo, mejor que esa mierda de presentación que ha hecho la señorita Taylor. Y solo para que lo sepas, puedes darle un puñetazo a Jude sin problemas si se pone tonto, prácticamente se lo espera.

    —Vamos a…¿Vamos a sentarnos con ellos?

    —Son completamente inofensivos, no te preocupes —le aseguró Emma, cogiéndole del brazo como si se conocieran desde hace años. Era terreno desconocido para Anton, las chicas en su antiguo instituto le habían evitado como si tuviera la lepra, y ahora su piel picaba con la tentación de apartarse y preguntarle a Emma qué quería de él. Pero era también tranquilizador. Emma era…simpática. Al menos hasta ahora. Y había sido bastante brusca con Walsh antes, así que ella tenía que gustarle si se sentaba con ellos para comer, ¿no? Entonces arrastró a Anton al interior del aula de teatro, una clase sorprendentemente pequeña y llena de grupos de gente en uniforme azul, y allí estaban.

    —Gente —anunció Emma, tirando de él hacia donde tres chicos y una chica estaban apretados alrededor de un radiador, sentados en el suelo polvoriento—. Este es Anton.

    —Ya lo sabemos —dijo Larimer. Era un chico muy desgarbado, demasiado alto y con unas manos que parecían más palas pegadas a palos que partes funcionales de un cuerpo. Era como si un dios borracho lo hubiera construido por piezas una tarde de viernes. Ni siquiera sus ojos eran iguales: uno era azul pálido y el otro verde botella.

    —No seas borde —dijo la chica. Era pequeña con el pelo de color rubio platino y le dedicó una sonrisa a Anton—. Siéntate —añadió, dando una palmada en el suelo a su lado—. Yo soy Isabel.

    —Gracias —murmuró Anton.

    —Ese es Walsh y ese es Larimer. Son como una pareja que hace bromas de mal gusto. Ignórales o dales un puñetazo cuando estén siendo demasiado idiotas —le recomendó Emma. De cerca, la cara de rata de Walsh era todavía más angular de lo que a Anton le había parecido, pero le ofreció una sonrisa y un vago «¿qué pasa?» que se encontraba a medio camino entre ser una falta de respeto o simplemente extraño—. Y ese es Jude.

    Resultó que Kalinowski era Jude. Y…

    Oh, menuda mierda.

    De cerca, en lugar de desde el otro lado de la clase con mesas entre ellos, Jude Kalinowski era…guapo. Muy guapo. Era delgado pero fuerte, con los hombros anchos pero no demasiado musculosos, y sus brazos estaban llenos de pecas y pelo de color claro. Tenía una sonrisa amplia que dirigió a Anton y un hoyuelo en la mejilla izquierda que hizo que el estómago de Anton diera un vuelco. Su pelo no solo era pelirrojo, era de un rojo brillante, un pelirrojo que captaba la luz y parecía suave al tacto y Anton quería acercar su mano y comprobarlo.

    Se dio cuenta de que estaba mirándole embobado, simplemente mirando esos ojos marrones sin fondo, y tragó saliva. —Eh —dijo.

    —¿Ya le has dejado sordo de tanto hablar, Emma? —preguntó Jude mientras dirigía otra de esas sonrisas absurdas a Anton. El corazón de Anton se aceleró. Mierda. Menuda mierda.

    Se sentó para esconder el ataque de nervios repentino y dejó que la negación de Emma le pasara por encima.

    —¿Te doy un consejo, Anton? —dijo Jude, inclinándose hacia delante. Estaba sentado con las piernas cruzadas, y sus rodillas casi rozaban el suelo a pesar de la postura. El cerebro de Anton no le ayudó cuando le informó de que eso significaba que Jude probablemente podía pasarse las piernas por detrás de la cabeza. Anton tragó saliva—. Ignora como…el noventa por ciento de lo que Emma dice y estarás bien.

    —¡Ey! —protestó Emma, pegándole con la mano abierta. Jude se rio y la evitó—. Eres un gilipollas.

    —Pero me quieres de todas formas.

    —Eso es lo que tú te piensas —contestó—. Bueno, Anton, ¿de dónde eres?

    Anton se concentró. Dejó de mirar a Jude y a esos ojos oscuros y pelo rojo y se concentró en la historia que habían creado, la historia que su madre y su tía Kerry le habían ayudado a inventar, la historia que el director había aceptado y contado a la mayoría (sino a todo) el personal.

    —Tuvimos que mudarnos cuando mis padres se separaron —recitó con sentimiento, y empezó a contar su historia falsa.

    No se atrevió a mirar a Jude otra vez mientras la contaba, por si acaso perdía la compostura y la historia, la historia que necesitaba para que esto funcionara, la historia que tenía que contar para que su nueva vida empezase, se arruinaba.

    Capítulo 2

    —¡Eh! ¡Williams!

    Anton dio un salto brusco que casi hizo que tirase su libro de texto. Eran las tres y media, el final de las clases, y estaba preparado para salir de allí y recuperarse de la locura que era un instituto nuevo.

    Entonces Jude gritó su nombre, puso una mano en su hombro y Anton pensó que el cuello de su camisa iba a arder de lo caliente que estaba la piel de su cuello de repente.

    —¿Dónde vives, chico nuevo?

    Anton vaciló. —Cerca de la estación de metro.

    —¿Edgware o Stanmore?

    —Edgware. En la avenida Glendale.

    —Guay, nos pilla de camino. Puedes venir con nosotros si quieres.

    Larimer estaba pululando cerca. Por lo visto si se estaba quieto con suerte podía conseguir no chocarse con nada. Anton tragó saliva.

    —Sí, vale —dijo su boca antes de que su cerebro pudiera pensarlo, y Jude sonrió. El estómago de Anton dio un vuelco.

    Jude y Larimer hablaron de su clase de alemán hasta que atravesaron las puertas del instituto, lo que le dio tiempo a Anton para calmar su sonrojo y su estómago, hasta que Jude se giró hacia él y preguntó de repente—: ¿Qué equipo de fútbol?

    —¿Perdón?

    —¿De qué equipo de fútbol eres?

    —Oh. De los Spursii —dijo Anton sin pensarlo.

    —¡Bien! —Jude le animó, y Larimer gruñó y les llamo a los dos perdedores—. Cállate, Larimer. El chico sabe lo que es bueno.

    —Quieres decir que los dos sabéis cómo perder.

    Jude resopló y pasó un brazo sobre los hombros de Anton. Este intentó ignorar el modo en que su estómago reaccionó, pero fracasó.

    —Ignora a ese idiota —dijo Jude, su respiración calentando la oreja de Anton y haciendo que el pelo de sus brazos se pusiera de punta—. Está celoso de que su equipo sea una mierda.

    —¡Mejor que el vuestro!

    —Mejor en sobornar a los árbitros, igual.

    —El partido del sábado…

    —¡Estaba compradísimo! —discutió

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