Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Mi mejor amigo es gay
Mi mejor amigo es gay
Mi mejor amigo es gay
Libro electrónico232 páginas3 horas

Mi mejor amigo es gay

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Carlos e Marcio son dos amigos que se conocieron hace mucho tiempo. Un buen día, un acontecimiento llevó a Carlos a descubrir que su amigo Marcio es gay y se ve paralizado delante de esa revelación. ¿Y ahora? En medio de esa sorpresa, Carlos se convierte en testigo de un crimen cobarde y decide crear un blog para narrar sus angustias que lo están sofocando. En ese proceso, se depara con la violencia motivada por el preconcepto que tiene como víctimas a varios segmentos considerados minoritarios en la sociedad. Al leer “Mi mejor amigo es gay”, nos encontramos con aventuras, peligros, peleas, reencuentros y una buena pizca policial que hacen del libro una narrativa realista, fácil de leer, comprendida y vivenciada por el lector, como siendo parte integrante de esta historia, independientemente de su orientación sexual, religiosa, cultural o ideológica ”

El libro estuvo entre los más vendidos en Amazon en varios países y en la Librería Saraiva.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 abr 2019
ISBN9781547579327
Mi mejor amigo es gay

Relacionado con Mi mejor amigo es gay

Libros electrónicos relacionados

Romance para jóvenes para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Mi mejor amigo es gay

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

2 clasificaciones1 comentario

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    O mejor libro LGBTQ+ do Brasil. Mejor, mejor, mejor, mejor!

Vista previa del libro

Mi mejor amigo es gay - Dielson Vilela

Este libro está dedicado a todas las personas que fueron víctimas de alguna intolerancia o prejuicio y en especial a tres personas que infelizmente inspiraron algunos acontecimientos en esta obra. Se lo dedico:

Al indio Galdino Jesús dos Santos, muerto cobardemente mientras dormía en una parada de ómnibus en Brasilia,

Al estudiante Luis Alberto Betonio, víctima de homofobia en la Avenida Paulista,

Por último, a Eloá Cristina Pimentel, víctima de machismo.

Cualquier tipo de prejuicio o intolerancia nunca será un simple lamento.

––––––––

Resumen

Mi mejor amigo me había decepcionad

Mi mejor amigo me entendería

Mi mejor amigo Marcio

Mi mejor amigo es siempre mejor que yo

Mi mejor amigo es seducido por la muchacha que me gusta

Mi mejor amigo tenía razón

Mi mejor amigo es gay

Mi mejor amigo es un mariconcito de mierda

Mi mejor amigo puede estar en peligro

¿Mi mejor amigo es niño Gogo?

Mi mejor amigo es heterosexual

Mi mejor amigo confía en mí

Mi mejor amigo no me abandona

Mi amigo fue expulsado del fútbol

Mi mejor amigo enfrenta a su padre

Mi mejor amigo no es un tipo así

Mi mejor amigo tiene un enamorado

Mi mejor amigo a veces es un necio

Mi mejor amigo está indignado

Mi mejor amigo juega muy bien

Mi mejor amigo y yo estamos muy felices

Mi mejor amigo es muy fuerte

Mi mejor amigo, no perdona a su padre

Mi mejor amigo tiene una bella sorpresa

Mi mejor amigo ya está bien

Mi mejor amigo y yo fuimos víctimas de intolerancia de nuevo

Mi mejor amigo es heterosexual

Agradecimientos

Informaciones sobre el autor

Iniciando el Computador

Capítulo 1

Mi mejor amigo me había decepcionad

Viernes, 21 de diciembre de 20XX

¡Triste época! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio

Albert Einstein

Ese es el título de mi primera publicación en el blog. Por el momento no quiero hablar sobre la decepción que me causó mi amigo, sino de lo que presencié el día anterior a esta fecha, pues no consigo sacarme de la cabeza lo que vi y oí aquella noche.

Pasé el día resolviendo varias cosas en el centro de Recife y por la noche, ya cansado, fui a un barcito que quedaba cerca de la orilla del río Capibaribe, uno de mis lugares favoritos. Esa noche, necesitaba mucho estar solo y beber algunas cervezas para intentar olvidar los problemas que estaba enfrentando.

Bebí solo, cosa que no me gusta, y cuando me di cuenta de la hora, ya era muy tarde. Pagué lo que debía y fui caminando hacia la parada de ómnibus.

Era tarde y comencé a andar de prisa, pues la parada estaba después del parque Trece de Mayo. Como casi era la hora de cerrarlo, resolví entrar y cortar camino para llegar lo más rápido posible.

De repente, vi tres hombres altos, vestidos con ropas negras, encapuchados y aparentemente jóvenes, despertando a gritos a un mendigo que dormía en uno de los bancos del parque.

En las manos de uno de ellos, vi relucir un arma plateada que brillaba mucho en medio de la plaza mal iluminada. En ese momento, con mucho miedo, no tuve la menor duda, me tiré entre las matas y me escondí. Temía ser descubierto. Estaba con el corazón acelerado, casi saliéndoseme por la boca, loco por salir allí.

— ¡Despiértate vagabundo, dale, levántate!

— ¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que hice? — Preguntó el mendigo sentándose en el banco.

— ¿Qué fue lo que hiciste? — Preguntó irónicamente el que estaba armado y enseguida le dio con la culata en la cabeza haciéndolo levantar del banco, gritando del dolor.

— ¿QUIRES QUE TE LO DIGA, QUIERES? — Gritó el otro que ahora estaba atrás, sujetándolo con una llave estranguladora y tapándole la boca con la mano. El tercer muchacho se aproximó a su oído, con el rostro encapuchado y le susurró:

— Tú no hiciste nada, sólo naciste.

Acabando de pronunciar aquellas palabras, le dio con la rodilla en el estómago a aquel pobre infeliz, seguido de otro piñazo, que lo hizo doblarse tanto, que fueron al suelo, el mendigo y el que lo estaba sujetando. Los dos que estaban parados, se reían de aquella situación, mientras que el pobre muchacho gritaba y se retorcía en el suelo de tanto dolor. El encapuchado que había caído con el mendigo se levantó y vio que su mano estaba sucia de sangre y se indignó. Fue furioso en dirección al indigente y lo levantó.

— ¡Pero qué mierda! Este vagabundo ensució mis manos con su sangre inmunda y ahora va a pagar por eso, miserable.

Le dio un puñetazo tan fuerte que lo derribó de nuevo en el piso y enseguida comenzó a patearle el rostro con todas sus fuerzas. Con el pie todavía en la cara, se inclinó y le dijo:

— Vas a morir porque la gente como tú no sirve para nada, solamente para recibir trompones y atrasar al mundo y porque además de ser mendigo, eres negro, un mono de mierda.

El mendigo por impulso y sin percibir que uno de ellos estaba armado, se olvidó del dolor por un segundo, se levantó y salió corriendo, gritando socorro en mi dirección.

Eso me hizo pensar, por un momento, que me había visto escondido, pero los tres lo alcanzaron primero y lo empujaron nuevamente al suelo.

— CALLA ESA BOCA, CÁLLATE LA BOCA, SI NO QUIERES TENER UNA MUERTE MÁS DOLOROSA — gritó uno de los tres.

— Por el amor de Dios, les pido que no me maten, yo no hice nada. Nunca robé, lo que hago es solamente pedir limosna en el ómnibus. Tengan misericordia por el amor de Dios. ¡Por favor!— suplicó aquel hombre llorando como un niño.

— ¿Misericordia?, ¿Dios? — ¿Cómo te atreves a hablar en nombre de ese santo? ¿Piensas que realmente se acuerda de ti? Ni tan siquiera te creó.

— ¡Eres obra del diablo! — Dijo el otro apretando la cara del mendigo.

— Vamos, ponte de rodilla aquí, ahora — Gritó el más alto de los tres que estaba en ese momento con el arma en la mano.

— Nosotros vamos a jugar contigo un poquito — Dijo el encapuchado al lado del más alto — Él está con un arma en la mano, que fue cargada con una sola bala.

El mendigo se quedó de rodilla y el que estaba detrás le dijo sonriendo como si estuviese contando un chiste — Debes saber cómo es este juego — Otro de los hombres completó la frase.

— Ahora, reza negrito para que la bala no salga. Si no sale, estás libre y puedes irte. Este es tu juicio final.

Viendo y escuchando todo aquello sin hacer nada, me sentía con mucha rabia y al mismo tiempo, con mucho miedo. Usted no cree que existen personas así hasta cruzarse con ellas en su camino y yo estaba allí, temiendo ser descubierto, viendo todo como un espectador obligado a enterarme del desenlace final de aquella historia.

En aquel momento, estaba hasta rogándole a Dios por aquel pobre desgraciado, implorando para que la bala no saliera del revólver.

— Ahora quiero que cuentes de uno hasta tres y vamos a ver si tienes suerte o Dios se acuerda de ti — Pidió uno de los hombres vestido de negro, cargando el arma.

El mendigo, sin ningún chance para defenderse, con el pánico reflejado en su rostro, solo podía cerrar los ojos y rezar para que la bala no saliera disparada. Después de algunos segundos, con voz trémula, comenzó a contar, tal vez los últimos segundos de su vida.

— Uno, dos... — Respiró profundamente y no tuvo coraje de decir el número tres, pero el que estaba armado no dudó en expresar el tercer número y apretó el gatillo del revólver.

Pero ni la suerte ni Dios estaban con él aquella noche. El arma se disparó sin hacer el menor ruido en aquel fúnebre silencio del parque. La bala atravesó su cabeza y cayó en ese mismo instante en el suelo.

Mi corazón latía tan rápido con una mezcla de miedo y rabia que las lágrimas comenzaron a caer sin poder controlarlas. No era justo. Los tipos encapuchados sonreían como si estuvieran en una fiesta y en medio de las carcajadas, uno de ellos expresó:

— Y todavía estaba pensando que Dios se acordaría de él. Peor, creyó que solo había una bala en el revólver. Me encanta ver la esperanza en los ojos de esos puercos y cómo están seguro que lo último que se pierde es la esperanza.

— ¡Vámonos rápido antes que llegue alguien! — Dijo el que había disparado, y dándole otro tiro para asegurarse que realmente lo había matado, como si fuera necesario, salieron corriendo y saltando los escalones del parque. Después, entraron en un carro rojo y se fueron.

Continué allí en estado de choque. Nunca había presenciado tanta brutalidad. Nunca había visto a nadie morir delante de mí y estaba temblando. No sabía qué hacer, si me quedaba sentado allí o si debería salir corriendo. Mi cuerpo estaba completamente inmóvil.

¿Y ahora? —Pensé

¿Y si regresan y quisieran hacer otra cosa? ¿Si me encuentran aquí? Tenía que salir de aquel lugar. Me llené de valor y me levanté. Mis piernas casi no me sostenían parado, pero antes de irme, precisaba mirar para aquel hombre que fue ejecutado sin piedad.

Cuando llegué cerca del cuerpo tendido en el suelo, miré la cara de aquel pobre indigente que ahora estaba desfigurada. Tenía mucha sangre y pude ver que de su cabeza salía un poco de la masa encefálica. Fue una de las escenas más horrible que ya vi en toda mi vida.

No me podía quedar allí, tenía que salir corriendo... Le di la espalda al cuerpo tendido en el suelo y fui corriendo en dirección a la parada de ómnibus. Por suerte, estaba pasando un taxi y sin dinero en el bolsillo, le saqué la mano y me monté.

Durante el camino, solo conseguí decir la dirección y más nada. Estaba blanco como el papel, con la respiración entrecortada y loco por llegar a mi casa.

Cuando llegué al edificio, le pedí al chofer que esperase un poco para pedirle el dinero a mi madre y pagarle.

Llamé desesperadamente para nuestro apartamento y mi madre atendió medio soñolienta, pero rápidamente se despertó, cuando le pedí el dinero para pagar el taxi. Ella sabía que algo había ocurrido, para que yo llegara de esa manera.

— ¿Qué fue lo que pasó? ¿Estás bien? Estás pálido, mi hijo, sudando frio. — Me dijo cuando llegó a la entrada del edificio.

— Mamá, por favor, me prestas el dinero, después yo te cuento todo. — Me lo dio y fui en dirección del taxista — Mire aquí tiene su dinero y muchas gracias por todo, señor.

— ¿Estás bien, muchacho? — Preguntó el taxista, desconfiando.

— Estoy mucho mejor, ahora que llegué a mi casa. ¡Muchas gracias!

Subí las escaleras con mi madre y lo único que pude hacer al llegar a nuestro apartamento fue abrazarla y llorar desconsoladamente.

Publicado por Carlos, a las 23h50.

Capítulo 2

Mi mejor amigo me entendería

Sábado, 22 de diciembre 20XX

Al abrir la puerta de mi casa y ver todo en su lugar, comencé a pensar en la posibilidad de que uno de ellos me hubiese descubierto escondido. No podía dejar de imaginarme lo que hubiera hecho conmigo.

Tal vez, si yo fuera quien hubiese estado tendido en el parque, ahora y más nunca podría ver de nuevo a mi madre, ni a las personas que amaba, ni las cosas que tanto me gustaban. Situaciones como esas son las que hacen a usted entender lo frágil que es la vida y que todo puede acabar en cuestión de segundos, como yo presencié.

Mi madre, súper preocupada, me preguntó sobre lo que había pasado y nuevamente tuve que recordar y narrarle toda aquella bestialidad. Cada episodio que le contaba, me hacía sentir peor. Era como si estuviera contando una película, pues veía toda la escena repetirse en mi cabeza.

— Mi hijo, tú no podías hacer nada. Ellos eran tres y de contra estaban armados. Menos mal que ellos no te vieron. Sabe Dios lo que te habría pasado — Con los ojos llenos de lágrimas, me abrazó — Solo Dios sabe lo que hizo para merecerlo.

— ¿Usted no me entendió?

— ¿Qué fue lo que no entendí, mi hijo? — Me preguntó frotándose los ojos.

— Aquel muchacho no merecía morir de aquella forma.

— Mi hijo, para que tuviese un final como ese, con seguridad, no debería ser una buena persona.

— ¡No, mamá! Ellos no estaban allí porque el tipo hizo algo incorrecto. Ellos querían matarlo simplemente porque era negro y mendigo. Yo lo escuché decir de uno de ellos.

— Yo todavía pienso, que debió de haber hecho algo para merecerlo. Generalmente esos mendigos están metidos en drogas o cualquier otra cosa. Hoy fue él, mañana será otro.

— Mañana podría ser yo o hasta tú misma, mamá. Usted no me entendió. Eso no es normal. Las personas no pueden morir solo porque nacieron o por ser lo que son.

— Puede ser que mañana seamos usted o yo, pero tenemos mucho más chance de vivir, hijo. A probabilidad de eso ocurrir con nosotros es mucho menor. Aquel tipo no tenía nada, ni tan siquiera donde vivir. Dios sabe si se drogaba, si robaba o quién sabe si también mataba. ¿Cuántas personas tal vez, ese muchacho ya habría aniquilado? Solo Dios lo sabe. Tal vez, el hecho de haber muerto esta noche haya sido mejor para todos. Será uno menos en la calle para hacernos el mal.

— Yo... Yo no puedo creer lo que estoy oyendo — dije levantándome — Una vida es una vida, mamá y por muy malo que alguien sea, nadie tiene derecho a quitársela, y mucho menos de aquella forma. Si era un marginal debería pagar de acuerdo con la ley como cualquier ciudadano.

— Hasta parece que las leyes funcionan en este país.

— Yo... Yo me voy a bañar y creo que voy a intentar dormir. Muchas gracias por todo.

— Mi hijo, yo sé que debe haber sido terrible presenciar todo aquello, pero intenta dormir. Mañana es un nuevo día. ¿Quieres algo de comer?

— No, muchas gracias — Le di un beso de buenas noches en la frente y me fui para mi cuarto.

Debajo de la ducha, el agua caía sobre mi cabeza y no me impedía recordar la escena del arma disparando y la bala atravesando la cabeza del mendigo.

Mi madre no entendía que no había sido asesinado porque robaba o por otra cosa que podría haber hecho. Fue muerto por el simple hecho de existir y de estar allí en aquel banco del parque durmiendo.

Lo había juzgado sin al menos saber si había tenido un chance para elegir o defenderse. Lo que me hizo recordarme que también me había acontecido con mis amigos varias veces.

Seguí pensando y más y más preguntas surgieron en mi cabeza. ¿Será que si él hubiese tenido un chance de mudar de vida, lo hubiera hecho? ¿Quién en una situación como aquella no quisiera mudar de vida? ¿Será que si él hubiese tenido las mismas posibilidades que yo tuve en la vida, no estaría en otras condiciones?

No podía creer que alguien escogiera una vida de aquella. Esas preguntas me hacían reflexionar sobre muchas cosas que me estaban pasando. No puedo culpar a mi madre por tener esas ideas sobre la muerte de aquel pordiosero, pues la mayoría de las personas pensarían de la misma forma. Tal vez, si yo no hubiese presenciado todo aquello, quizás pensaría lo mismo.

Pero de una cosa yo estaba seguro, nada justificaba aquel exceso de brutalidad.

Aquella noche no conseguí dormir. Mil cosas pasaban por mi cabeza y cuando lograba coger el sueño, aparecía la escena del parque y el miedo se apoderaba de mí. Así que amaneció, salté de la cama, fui para la sala y encendí

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1