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Secretos en mis canciones: A veces la música cuenta tu historia / Novela juvenil romántica
Secretos en mis canciones: A veces la música cuenta tu historia / Novela juvenil romántica
Secretos en mis canciones: A veces la música cuenta tu historia / Novela juvenil romántica
Libro electrónico322 páginas6 horas

Secretos en mis canciones: A veces la música cuenta tu historia / Novela juvenil romántica

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Información de este libro electrónico

Camila se considera un sapo de otro pozo. No encaja en su grupo de amigas, no le gustan las redes sociales, vive y respira música y dice lo que se le cruza por la cabeza, sin pensar en las consecuencias. Todo lo contrario que su mejor amiga Martina, una chica encantadora y amigable por naturaleza.

Cami ve el amor de una manera práctica, donde todos salen ganando si saben disfrutar del momento y después despedirse. ¿Qué pasará cuando en su camino se cruce el chico más sonriente del mundo? ¿Podrá resistirse a su sonrisa o caerá bajo su embrujo? Mientras Martina lucha contra sus sentimientos para evitar pisotear su orgullo, Camila se encontrará entre la espada y la pared, arrastrada entre una pasión que la consume y la lealtad hacia sus amigas. Las canciones flotan a su alrededor, igual que los secretos. ¿Serán Cami y Marti capaces de perseguir la verdadera felicidad?

"Secretos en mis canciones" es el segundo libro de la Saga Secretos. Se trata de una novela juvenil romántica pensada para niños de 12 a 16 años, ambientada en Buenos Aires, Argentina y escrita en español latinoamericano. Incluye un glosario con explicación de los modismos locales.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 sept 2018
ISBN9780463189238
Secretos en mis canciones: A veces la música cuenta tu historia / Novela juvenil romántica
Autor

Antonella Grandinetti

Antonella Grandinetti was born in Buenos Aires, Argentina, in 1984. She grew up in Buenos Aires, where she went to a French school and then studied Public Relations and Advertising in UADE. After finishing the university, she moved to Europe with her husband. She lived in Germany, Spain, and France. Nowadays, she spends her time writing in her home in Switzerland and playing with her two kids.Antonella has always loved writing, reading and traveling. She reads every single day and enjoys the ride. Children's stories are her first step in the writing world.

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    Secretos en mis canciones - Antonella Grandinetti

    Capítulo 1

    El sol entraba por la ventana, abriéndose paso entre las ranuras de la persiana. Me desperecé, todavía sumida en la tranquilidad del sueño. Estaba fresco en la habitación, demasiado. Siempre hacía lo mismo: ponía el aire acondicionado a 18 grados y después me congelaba. Me acurruqué bajo las mantas de nuevo, sin ganas de abrir los ojos.

    — Cami, ¿estás despierta?

    — Mmmm

    — Camiiiiii

    — Sí, sí, estoy despierta…

    Abrí los ojos con pereza y poco a poco empecé a enfocar la vista. En la cama de al lado estaba mi mejor amiga, Marti. A diferencia de mí, Martina parecía llevar un tiempo despierta. Estaba ya cambiada, peinada y recostada sobre la cama ¡hecha!, mirando vídeos en su smartphone.

    — ¿Se puede saber qué hacés ya cambiada?

    — Me desperté hace rato. El ruido de los colectivos no me dejaba seguir durmiendo y como no quería despertar a tus viejos, me quedé acá —Sonrió—. Pero ahora me muero de hambre. ¿Vamos a desayunar?

    Lancé un suspiro sin poder controlarme. No había nada que me gustase más que dormir hasta tarde el fin de semana, sobre todo si el día anterior habíamos ido a bailar pero mi amiga tenía otros planes. Como siempre. Marti estaba acostumbrada a salirse con la suya. Y yo la dejaba porque por algo era mi mejor amiga. La adoraba. Era esa persona que siempre estaba a mi lado, sin importar cuán loca yo estuviese y eso era mucho decir porque la verdad era que estaba como una cabra. Sonreí sin poder evitarlo al escuchar cómo el estómago de mi amiga rugía de hambre

    — ¿Podés levantarte de una vez? En serio me muero de hambre —Lloriqueó haciendo puchero.

    — Ya voy, ya voy…

    Me levanté no sin esfuerzo. Miré el reloj y cuando vi que eran las 10 de la mañana casi me dejo caer de vuelta en la cama. Casi, porque Marti adelantándose a mí, me agarró de las manos. ¡Cómo me conocía! Riéndose, sacó ropa de mi armario, me dio un beso de buenos días y juntas salimos de la habitación.

    Mientras me lavaba los dientes, no podía dejar de pensar en lo diferentes que éramos Martina y yo. Ella era pura sonrisas, una de esas chicas que siempre caían bien a la primera. Le gustaba gustar, valga la redundancia, y eso se notaba en su comportamiento. Tenía unos modales totalmente pulidos que a mis papás les encantaban, sonreía cuando había que sonreír y decía siempre las palabras adecuadas en cada ocasión. Eso sin decir que era una estudiante modelo… Sin dudas, era una embaucadora de cuidado. Y no lo digo mal, que conste. Sólo con conocimiento de causa. Martina era tan pero tan encantadora que siempre se salía con la suya. Todo el mundo la adoraba, incluyéndome. Era una buena persona, a pesar de que a veces podía ser un poco consentida (es lo que tiene conseguir siempre lo que uno desea) y sin duda, era una buena influencia para mí.

    Escupí la pasta de dientes, me enjuagué la boca y comencé a peinarme. Mi reflejo me devolvió la mirada desde el espejo. Mi pelo lacio me enmarcaba la cara. No tenía ni una onda en el pelo. De hecho, no sabría decir por qué me cepillaba el cabello cada mañana: era tan lacio que no lo necesitaba. Ni un nudo, ni siquiera parecía despeinada. Nada de nada. Igual que yo. Suspiré y terminé de prepararme antes de ir a desayunar. Desde el living se escuchaban las carcajadas de mis papás. Martina ya estaba obrando su magia. No estaba celosa, te lo aseguro. Bueno, quizá sólo un poco. Yo no sabía ser como ella. Yo era anodina, aburrida, demasiado parca. No sabría describirme bien. Por ahí, la mejor manera de definirme sería decir que era tibia. Tibio, ni frío ni caliente, sólo tibio. No era una excelente alumna como Marti pero tampoco era un desastre. Una estudiante promedio. No era una belleza pero tampoco asustaba. Quizás si me hubiese gustado arreglarme un poco, podría haberme sacado más provecho pero lo cierto era que odiaba la moda. No era una gran deportista pero tampoco me tropezaba con mis propios pies. La verdad es que no destacaba por nada, salvo por mi carácter demasiado retorcido y oscuro para mi edad. O al menos eso solían decirme.

    Nunca fui una chica de regalar sonrisas. Nunca, ni de bebé. Mamá siempre me contaba que cuando se acercaban a mí familiares y amigos nunca les sonreía, de hecho más de una vez me ponía a llorar. No me gustaban los cumpleaños multitudinarios ni la Navidad. Eso de que me mirasen al abrir los regalos, me daba grima. En fin, no quería ser el centro de atención, sino más bien pasar desapercibida. Podría decirse que en relaciones interpersonales me sacaba un cero. Por eso, éramos una pareja tan extraña con Marti: como el agua y el aceite, andábamos juntas (siempre juntas) pero no mezcladas.

    Martina y Camila. Éramos como las papas fritas y el ketchup o Batman y Robin, ¡qué sabía yo! Siempre nos nombraban juntas porque así íbamos a todos lados. Éramos amigas desde el jardín. Nunca supe bien qué había visto Marti en mí. En ese entonces yo era una nena solitaria, retraída y tímida. Jugaba en un rincón, escondiéndome de los demás, hasta que ella se acercó a mí, con sus dos trenzas y una sonrisa enorme que le ocupaba todo el rostro. Se sentó a mi lado y ni me habló. Sólo jugó conmigo. Interiormente agradecí que la interacción no fuese más directa porque nunca sabía cómo actuar, incluso en ese momento con tan sólo 4 años. Hacía poco que me había cambiado de colegio y no conocía a nadie. Marti me abrió las puertas de la clase. Me presentó a sus amigos, me ayudó a integrarme… dentro de lo que era posible para una persona como yo que tenía un poco de fobia al contacto social. Sin darnos cuenta, nos hicimos amigas y mientras ella creció para cultivar una personalidad encantadora, yo crecí para ser… yo, simplemente yo. Una chica normal, sin demasiado que contar ni que decir, un poco bruta a la hora de interactuar con otros y sin talento alguno, al menos hasta el momento.

    Por supuesto, me pulí un poco. Con los años fui aprendiendo a mantener conversaciones más o menos civilizadas pero a veces se me escapaban comentarios que dejaban a más de uno con la boca abierta. En esos momentos, Martina salía en mi rescate, tratando de hacer alguna broma que cubriese mis excentricidades.

    En fin, salvo ella y mis papás, no había nadie que realmente me entendiese y aceptase como era. Ni siquiera mi hermano… Uf, mi relación con mi hermano era un poquito especial.

    — Camila, ¿venís? Se te enfrían las tostadas.

    — Ya voy, ma —contesté, lanzándole una última mirada a mi reflejo y apartando, al menos por un rato, mis pensamientos.

    Capítulo 2

    Me senté a la mesa del desayuno junto a mi hermano, mis papás y Marti. Miré a mi alrededor y sonreí. Mi amiga estaba deleitando a toda la mesa con la historia de cuando se había escapado su perro y todos la escuchaban con atención.

    — No se rían, es en serio. Lo encontré en el parque, tirado en el suelo patas arriba…

    — ¿Pero qué hacía? —preguntó mi hermano embobado. Siempre tuvo un enamoramiento total por Marti y cada vez se le notaba más.

    — Estaba mirando con amor a una perra salchicha. ¿Te lo podés imaginar?

    Las carcajadas estallaron alrededor de la mesa. Hasta yo que ya conocía la historia tuve que reírme. Imaginar a Thor, un Rotweiller gordo y con cara de malo, patas arriba enamorado de una pequeña salchicha causaba risa. Pero bueno, nadie elige de quién enamorarse. O al menos eso creía yo. Conocimiento de causa no tenía porque el amor era para mí algo que sólo se veía en las series. Sin embargo, mirando la cara de embobado de Thèo, era obvio que el amor surgía sin que uno pudiese elegir con quién. No se podía negar que estaba totalmente cautivado por Martina. Pobre, no tenía chances. Con sus 11 años era imposible que mi amiga lo tomase en cuenta. «Y bueno, chiquito, vas a tener que espabilar y darte cuenta que hay cosas fuera de tu alcance», pensé con cariño. Le revolví el pelo en un ataque de amor que sucedía de mi parte muy de vez en cuando y como respuesta, el muy rata me pegó una patada bajo la mesa.

    — Pero ¿qué te pasa? —le pregunté al tiempo que le pegaba un manotazo en el hombro.

    — Vos me pasás. No me despeines —respondió acomodándose el pelo, en un triste intento de parecerse a Taylor Lautner.

    Tiempo atrás habíamos visto los tres juntos la película Crepúsculo y él había escuchado a Martina decir que le gustaba el lobito. Desde entonces lo único que hacía era intentar imitarle. Patético. No tenía ni el cuerpo de Taylor Launet, ni el encanto ni nada. Era una simple y burda imitación que causaba más risa que otra cosa. Antes de que pudiese responderle, mi mamá me pidió que buscase más café en la cocina. Evidentemente intentaba evitar que ardiese Troya. Cuando volví a la mesa, ya me había olvidado de lo sucedido, o al menos tenía ganas de hacerlo. Sin embargo, vi a mi hermano tratando de hacerse el sexy y me mordí el labio.

    — Vamos Marti, salgamos a dar un paseo antes de que la sanguijuela se te pegue a las piernas.

    Martina se sonrió disculpándose con Thèo por mí, mientras mi papá me miraba sorprendido y mi mamá apretaba los labios. Ese gesto lo había sacado de ella sin duda.

    Salimos a dar una vuelta en silencio. Parecíamos el día y la noche. Martina, arreglada con una pollera de jean y una remerita rosa entallada y yo con short de jogging gris y una remera extra large negra, con la lengua de los Rolling Stones en el medio.

    — No tenés por qué ser así con él.

    — ¿Así cómo?

    — Tan brusca. Es chico —suspiró—. Dale un respiro.

    — Esa pose de galán con la que te mira me enferma. Pone ojitos y boquita —Imité a mi hermano haciendo que Marti no pudiese ocultar una sonrisa.

    — En serio. No seas así. Es tu hermano. Respetá lo que siente.

    — ¿Me vas a decir que no te causa gracia que esté loquito por vos?

    — No, no me causa gracia. Me parece tierno.

    — Ay sí, re tierno. Dale, me vas a decir que ahora te gusta mi hermano —me reí con ganas y al ver su cara, continué—. No, no, no, te gusta, te gusta mi hermanito —Empecé a tirar besitos al aire hasta que mi amiga me pegó en la mano.

    — No seas tonta. No me gusta pero —Suspiró— me acuerdo de Pato, ¿te acordás?

    — Cómo olvidarme de él —Fruncí el ceño.

    — Estaba loca por él y él ni siquiera sabía que existía. Bueno, sí sabía, y se reía con sus amigos de mí. No está bueno. Es tu hermano, respetálo che.

    La miré seria y asentí. Yo no sabía tratar a la gente, ni siquiera a mi hermano así que supuse que ella tenía razón. Como siempre.

    Seguimos paseando por el barrio, vagabundeando sin nada que hacer. Martina siempre supo acompañarme sin presionarme. No me gustaba hablar demasiado, sino escuchar. Ella sabía estar a mi lado sin exigirme interactuar. Juntas podíamos disfrutar de un paseo en silencio, escuchando los ruidos típicos de la ciudad. De repente, apuntaba aquí o allá, hacía algún comentario o aprovechaba para confesarse, como le decía yo siempre que quería contarme algo. Ese era uno de esos momentos.

    — Ya casi se terminan las vacaciones. No tengo ganas de que empiecen las clases.

    No dije nada. Sabía que ella quería llegar a algún lado y lo mejor era dejarla continuar.

    — Otra vez madrugar —Suspiró mirando hacia otro lado. Yo tenía claro que eso no era lo que le preocupaba, por eso esperé—. Exámenes, orales, trabajos prácticos… No tengo ganas.

    La miré de reojo, mientras pateaba una piedrita solitaria en la vereda.

    — Va a ser duro verlo de nuevo.

    Y por fin habíamos llegado al fondo de la cuestión. A Martina lo que menos le importaban eran los trabajos prácticos o los exámenes. ¿Cómo iban a preocuparle si nunca sacaba menos de un 9? No, lo que a ella le preocupaba era él. ÉL, así con mayúsculas. La miré entornando los ojos y noté cómo se hinchaba su pecho al suspirar. Estaba pensando en él. ¿Recordando quizás su primer beso, sus interminables salidas por Puerto Madero? ¿O recordaba acaso…?

    — ¿Cómo hago para verlo cada mañana después de lo que pasó?

    Suspiré, meditando mi respuesta. No quería decir lo que pensaba porque sabía que no era políticamente correcto. Paseé mi mirada por nuestro alrededor y me sorprendí al descubrir dónde estábamos. No era raro para mí caminar sin prestar atención a mi entorno. Los pies muchas veces me llevaban de aquí para allá sin que mi cabeza siquiera notase el rumbo que tomaban. Y ese día no era la excepción. Hasta ese instante no me había dado cuenta de que estábamos paseando a orillas del río. Los edificios de ladrillo rojo típicos de Puerto Madero nos rodeaban. La gente paseaba a nuestro alrededor, ajena a los sentimientos que se agitaban en el interior de mi amiga. Martina se frenó en seco, tomando consciencia de dónde estábamos. Apoyó sus manos sobre la baranda, miró el río y levantó la vista, clavando su mirada en el imponente Puente de la Mujer. Me acerqué a ella y la sentí temblar. Tomé su mano y miré a lo lejos, a la nada, dejándome embargar por los recuerdos de unos meses atrás.

    Capítulo 3

    3 meses antes - 2017

    Cerré los ojos y me dejé llevar por la música. El mágico solo de guitarra de Starway to Heaven de Led Zepellin me puso la piel de gallina, como cada vez que escuchaba esa canción. Estaba totalmente en otra dimensión, en un mundo mío, lejos de todo y de todos. Sólo existía yo… y la música. De repente, un codazo me sacó de mis ensoñaciones.

    — ¿Podés prestar atención al mundo que te rodea al menos por un minuto?

    Miré a Martina con cara de pocos amigos. Pocas cosas me aburrían más que escuchar el eterno parloteo de mis amigas sobre chicos. Bueno, en realidad no me aburría, decir eso sería mentir. Escuchar sus idas y vueltas con el galán de turno era de todo menos aburrido. Cada vez que las oía sentía que estaba contemplando una serie o una película. ¡Las cosas que les pasaban eran increíbles! Para mí el tema era más fácil: los chicos me gustaban, claro que sí, pero no les daba demasiado lugar en mi vida. Un rato de diversión y listo. Nada de dramas, nada de problemas. La vida era más fácil así, sin esperas interminables, sin preocuparme por si me llamaban o no, sin pensar si me estarían engañando… ¡Sin deshojar margaritas! Me consideraba una chica pragmática y mi pensamiento sobre el amor seguía esa premisa.

    — A ver… las escucho —dije con una gran sonrisa, mientras guardaba en mi bolsillo mis auriculares.

    — Agus nos estaba contando que Matías la llamó por teléfono —deslizó Cami riéndose.

    — Ay sí —dijo Agus con cara de enamorada—. En realidad quería saber qué teníamos que hacer para inglés pero no sé, me dio la impresión de que quería hablar conmigo.

    Me mordí el labio para no abrir la boca. Agustina tenía un flechazo eterno con Matías y él parecía no saber que ella existía. Yo no tenía capacidad para entender por qué no se dejaba de tonterías y le decía lo que sentía por él. Lo peor que podía pasar era que él no sintiese lo mismo y entonces, podría sacárselo de una vez y para siempre de la cabeza.

    — ¿Por qué no le preguntás de una vez qué le pasa con vos?

    — Cami, no seas ridícula. Lo tengo que ver todas las semanas y ¿si no le gusto? —Me miró torturada, para después pasar su mirada a Cata— ¿No le podés preguntar algo a Martín?

    — Eh…

    — ¡Por favor!

    — Dale Cata, no seas así. Nosotras te aguantamos cuando no parabas de hablar de Martín, nos comimos todo el drama. Ayudála a Agus, ¿dale?

    Tina cruzó los brazos y clavó la mirada en Catalina mientras Julieta, a lo lejos, se reía a carcajadas de la situación. Para variar, me dio la impresión que se reía de Cata. ¿Por qué le tenía manía? No lo sabía pero entre ellas dos saltaban chispas. Lo cierto es que yo no podía evitar ponerme del lado de Catalina porque Julieta últimamente se estaba portando bastante mal con ella.

    — No quiero meterme en el medio. Martín es hermano de Matías, no su consejero matrimonial… Además, nosotros no somos nada —La cara de Cata se transformó y a mí se me encogió un poquito el corazón. ¿Qué le pasaba?

    — Pero Cata-

    — ¿La pueden dejar en paz? —Sofi no aguantó más la situación y salió en defensa de su amiga— Ella no tiene por qué meterse en el medio. Déjenla tranquila. —Respiró profundo y con esa enorme sabiduría que a veces me dejaba boquiabierta, continuó— Agus, esto es así: o seguís en plan ‘espera’, a ver qué pasa, o das un paso al frente. Pero no pidas que los demás nos metamos en el medio. Si querés que te acompañemos a algún lado, ahí estaremos pero basta de pedir imposibles. Catalina está enamorada de Martín, eso lo sabemos todas, pero él… ¡Es hombre! Y nunca sabemos para dónde va a salir.

    Nos quedamos todas calladas. Juli continuaba riéndose, quizás de la situación. Ella nunca tuvo problemas en conseguir ningún chico que le gustase y seguramente no entendía lo que le pasaba a Agustina. Y la verdad, yo tampoco. Como ya te dije, no perdía mucho tiempo con ningún chico. Si gustaba de mí, genial y sino, que pasase el siguiente. Una posición sana y sin conflictos.

    Abrí la boca para acotar algo pero no llegué a pronunciar palabra porque habíamos llegado a destino. Nos esperaba por delante el día del deporte. Una tortura china diseñada para locos como Sofi, que tenían talento y deslumbraban con sus performances.

    Bajamos del autobús todas juntas. Marti le dio la mano a JP y juntos caminaron hacia la pista de atletismo, donde nos explicarían la organización de las diferentes competencias. Los miré con disimulo. Parecían cada día más enamorados, al menos mi amiga. La conocía como la palma de mi mano y sabía que ese chico le había robado el corazón. Y él, bueno, no estaba mal. Nunca me habían caído bien los novios de mi amiga (y habían sido bastantes) pero Juan Pablo era diferente. Era simpático, agradable y no le importaban mis eternos silencios. Se contentaba con pasar el tiempo con Martina y conmigo y eso me parecía bien. Suspiré y me acerqué a la mesa para anotarme en la única competencia que me gustaba: arco y flecha. Sí, una locura, pero mi colegio siempre fue así: fomentando todos y cada uno de los deportes habidos y por haber. Lo cierto es que era bastante floja en arco y flecha pero me gustaba la sensación de tensar la cuerda. Y, aunque nunca lo hubiese reconocido en voz alta, amaba imaginarme como Katniss Everdeen de Los Juegos del Hambre. Una mujer de armas tomar, sí señor, así quería ser yo.

    Las competencias empezaron sin darnos respiro. Cada estudiante tenía que participar al menos en una competencia y yo cumplí con el arco y la flecha. Perdí, por supuesto, pero la pasé bien. Al menos logré darle un par de veces a la diana y después, quedé libre para ver a mis amigas. Sofi deslumbró en la competencia de rítmica y claro, ganó. Como siempre. Cata se tropezó con sus propios pies en la prueba de salto en largo y provocó las carcajadas de todos los presentes. Tenía dos pies izquierdos la pobre, era peor que yo. Lo bueno es que ella se reía de su poca coordinación y desde que estaba con Martín, había perdido el miedo al ridículo, al menos un poco. Agus y Tina participaron juntas de la carrera y llegaron entre las últimas, claramente porque no pararon de hablar en todo el rato. Marti, Lu y Juli se unieron a otras chicas del curso para un partido de handball que fue súper parejo y que terminaron ganando para perder en el siguiente cruce. Una vez que

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