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Secretos en el aire: A veces las cosas no son lo que parecen
Secretos en el aire: A veces las cosas no son lo que parecen
Secretos en el aire: A veces las cosas no son lo que parecen
Libro electrónico182 páginas3 horas

Secretos en el aire: A veces las cosas no son lo que parecen

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Información de este libro electrónico

A Catalina le gusta ir al colegio y leer, sobre todo libros de romance aunque nunca se enamoró ni busca hacerlo. Hasta que un día su mejor amiga Sofía le presenta a Martín. Su mundo se pone patas arriba en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos se cruzaron y ¡pum! Una conexión los unió. Al menos ella la siente pero ¿él también? ¿Esas sensaciones descontroladas de nerviosismo y emoción significan que se está enamorando? Si es así, da un miedo tremendo...

Pero Cata no está sola en el descubrimiento del amor. Sofi hace tiempo que está enamorada de Juan, un chico superficial según la opinión de Catalina. De hecho, entre Cata y Juan saltan chispas ¡y no justamente de amor! No se llevan para nada bien. Pero Cata tiene además otros problemas, como Julieta, su amiga del jardín que hace meses la trata bastante mal. Lo que Cata no sabe es que Juli tiene un secreto... y Sofi también. ¿Qué es lo que se están guardando para ellas mismas?

En medio de una vorágine de sentimientos, Cata va a descubrir que a veces las cosas no son lo que parecen, aunque una esté convencida de ello.

Novela ambientada en Buenos Aires, Argentina, y pensada para niños de 12 a 16 años. A lo largo de la historia se tratan temáticas como la amistad, el primer amor, el maltrato psicológico o bullying, la autoestima, los problemas alimentarios y los peligros de internet.

Escrito en Español de Argentina, con notas al pie y explicaciones en español.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 jun 2018
ISBN9780463199473
Secretos en el aire: A veces las cosas no son lo que parecen
Autor

Antonella Grandinetti

Antonella Grandinetti was born in Buenos Aires, Argentina, in 1984. She grew up in Buenos Aires, where she went to a French school and then studied Public Relations and Advertising in UADE. After finishing the university, she moved to Europe with her husband. She lived in Germany, Spain, and France. Nowadays, she spends her time writing in her home in Switzerland and playing with her two kids.Antonella has always loved writing, reading and traveling. She reads every single day and enjoys the ride. Children's stories are her first step in the writing world.

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    Secretos en el aire - Antonella Grandinetti

    Capítulo 1

    Miré otra vez mi celular. Mis dedos se movían rápidamente sobre la pantalla. Deslizar, deslizar… No, no, esa no, esa tampoco. ¡No podía ser! Ninguna valía la pena. Solté un bufido sin poder contenerme. «No estoy hecha para esto», pensé. Levanté la mirada y me miré al espejo. Una chica de 14 años, de estatura normal, pelo castaño y ojos marrones me devolvió la mirada. Me acerqué para observarme detenidamente. «¿Cómo es posible que no pueda sacarme una selfie como la gente? ¿Qué me pasa?», me pregunté enojada.

    Una luz me sacó de mis pensamientos. Deslicé rápidamente mi dedo y vi una nueva publicación en Instagram. Julieta subió otra foto. De ella, claro, con sus rulos colorados y siempre bien peinados, sus largas piernas y ese cuerpo que envidiaba en secreto. No lo confesaría nunca, claro que no. Lo único que le faltaba a Julieta era que alguien alimentase su ego. Era preciosa, no podía negarlo… y ella lo sabía, claro que sí. Éramos amigas desde jardín de infantes pero mientras ella se convertía en una jovencita llena de gracia, con curvas donde se supone que debían estar y una sonrisa que derretía glaciares, yo me transformaba en una jovencita desgarbada que no sabía bien cómo manejar sus piernas y brazos.

    Miré la foto otra vez. ¡Cómo me gustaría lucir así! Juli era la reina de Instagram de nuestro curso. Subía cientos de fotos por día, todas de ella y en cada una estaba más mona que en la otra. Y yo, ¡yo me pasaba una tarde tomándome selfies y ni una salía bien! Cuando no cerraba muchos los ojos, parecía que bizqueaba; cuando sonreía, se me ensanchaba la cara…

    — ¡Listo! No quiero saber más nada de esto —grité revoleando el celular sobre la cama.

    Mi gato Teddy salió corriendo lejos mío. Me dejé caer en la cama y suspiré. Hasta hacía un tiempo no me importaba nada de las redes sociales, ni de los chicos ni de la ropa. ¿Qué me estaba pasando?

    — Te estás volviendo loca, eso te pasa —me dije con esa terrible tendencia a entablar conversaciones conmigo misma que no podía evitar—. ¿Para qué querés salir bien en una selfie? ¿Eso va a lograr que consigas tus sueños? No, claro que no, así que dejá de pavear y ponéte a hacer algo productivo.

    Suspiré otra vez y con una última mirada a la foto de Julieta, dejé el celu sobre el escritorio y me puse a trabajar. Pronto me encontré sumergida en mi lectura sobre la Segunda Guerra Mundial. Me apasionaba la historia, no lo podía negar. Lo sabía: era rara. Estaba tan concentrada leyendo sobre la división de Alemania a manos de los aliados que casi no escuché que sonaba mi móvil. Casi… Miré la pantalla y atendí.

    — Cata, tenés que venir ya a casa.

    — ¿Eh? Sofi, ¿qué te pasa?

    Mi mejor amiga era una verdadera drama queen. La adoraba pero muchas veces sus alarmas saltaban antes de tiempo.

    — Juan me mandó un Snapchat. Quiere verme mañana y yo no sé qué ponerme.

    — Ah bueno, esto es una verdadera emergencia. Me cruzo —le respondí revoleando los ojos.

    Sofi y Juan, Juan y Sofi… la historia de nunca acabar, sin que siquiera hubiese empezado. Esos dos daban más vueltas que una calesita.

    — Ma, ¿puedo cruzar un rato a la casa de Sofi? -le pregunté con mi mejor cara de angelito.

    — Bueno, pero volvé a tiempo para cenar.

    Salí corriendo antes de que se arrepintiese. Sofía era amiga mía desde que tenía memoria, o antes incluso. No tenía recuerdos en los que ella no estuviese. Era esa amiga que sentía como una hermana: me había visto llorar y se había reído conmigo hasta de cosas que no tenían gracia. De chicas habíamos inventado un idioma propio para que nadie nos entendiese. Pero eso no fue todo: habíamos creado un club secreto al que dejábamos que sólo algunas amigas más se uniesen. Había sido un verdadero escándalo en el colegio. A lo largo de los años habíamos compartido de todo: pijamas party con golosinas escondidas bajo la cama, juegos secretos, enojos y mucho más. Y ahora empezábamos a compartir los enamoramientos. Bueno, en realidad ella los compartía conmigo porque yo no gustaba de nadie… y nadie gustaba de mí.

    A ver, había chicos lindos, claro que sí pero ¿sabés qué me pasaba? Cuando escuchaba hablar a la mayoría de ellos, se me caía el alma al suelo. Lo único de lo que hablaban era de fútbol y cuando yo quería participar, ¡me decían que me callase por ser una chica! Por Dios, si a más de uno lo podía dejar con la boca abierta con mis conocimientos. Al fin y al cabo, ser hija única de un padre futbolero tenía esa ventaja: sabía tanto o más que muchos chicos, de hecho iba a la cancha siempre que Racing jugaba de local y no me perdía ni un partido en la tele. Todo eso para que me callasen por… ¡por nabos que son! Ufff, me ponía loca de sólo pensarlo.

    Los chicos todavía no me llamaban la atención y eso intrigaba a mis amigas. O más bien las indignaba. Ellas se pasaban el día hablando de chicos, de que si Pirulo las miró o si las etiquetó en Facebook. No lo entendía pero, como quería ser buena amiga, ponía mi mejor cara, las escuchaba e intentaba opinar sin cavarme mi fosa

    — Cata, ¿me escuchaste? —me preguntó Sofi con cara de pocos amigos.

    — Sí, sí, claro. Me encanta ese look —apunté señalando su jean desgastado y el top blanco con símil encaje.

    — ¿Por dónde estabas volando? Te pregunté si querés que arregle una salida de a cuatro, con Juan y Martín.

    — ¿Qué?

    — Juan me dijo que Martín preguntó por vos y bueno, yo pensé que podías acompañarme y de paso pasarla bien.

    — Pero-

    — Pero nada Cata, dejá de una vez de lado tus benditos libros y salí a disfrutar de la vida. ¿No te parece hora de que te busques un novio? O aunque sea un touch and go.

    — Ah bueno, porque yo no disfruto de la vida… ¿Me querés decir quién va con vos a bailar entonces?

    — Sabés de qué hablo. Hay más en la vida que los libros y el colegio —repitió mirándome a los ojos—. Y no se te ocurra revolearme los ojitos que te mato. Me tenés podrida con esa actitud

    La miré y me entró la risa. Ay, Sofi, mi Sofi, la enamorada perdida, la casamentera, la que desde chica soñaba con su vestido de novia, su casita con jardín y sus hijos. La quería tanto, era tan genuina, tan honesta, tan mía. MI AMIGA, así con mayúsculas. La drama queen, la que siempre creía tener la razón, la que tenía un corazón de oro.

    — Dejá de preocuparte por mí Sofi. No soy como vos. Yo disfruto leyendo, estudiando y bailando, claro. Enamorarme no entra en mis planes, al menos no por ahora.

    — ¿Y quién habló de enamorarse? —sonrió pícaramente.

    Estallé de risa. Esta Sofi… Los chicos le gustaban más que la ropa, y eso era mucho decir. Yo por mi parte todavía no había encontrado a aquel chico que me cortase la respiración. En los libros que leía, siempre hablaban de mariposas en el estómago, de corazones que se aceleraban, de miradas que se cruzaban. Nunca había sentido algo así en la vida real y por eso, prefería seguir leyendo y disfrutando de esas historias.

    — Dale, arreglá la salida de a cuatro pero que conste que si el pibe es un nabo, me doy media vuelta y me vuelvo a casa. Mejor mirar Netflix que bancarme un plomo. —Ahora le tocó a ella desternillarse de la risa.

    Una vez solventada la crisis (es decir cuando Sofi decidió qué iba a ponerse para salir con Juan), volví a casa. Cené con mis papás y me fui a la cama. Aún me quedaban unos capítulos para leer de Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott. No era la primera vez que lo leía, de hecho me lo sabía de memoria. Estaba secretamente enamorada de Laurie. Sí, por él nombré a mi gato Teddy, el apodo que Jo le da a su gran amigo.

    Poco a poco, mis ojos se cerraron y soñé que vivía en otra época, que me llamaba Josephine (pero me presentaba como Jo) y que mi mejor amigo era mi vecino rico.

    — Arriba princesa —Me despertó papá—. Hora de ir al cole.

    Me cambié medio dormida. Me puse mis lentes de contacto (porque estaba más ciega que un murciélago, no porque quisiera cambiarme el color de los ojos), desayuné y mi papá me llevó al cole, como cada mañana. Fuimos charlando de todo un poco hasta llegar. Entré como siempre muy temprano. Llegaba cada día a las 7.15, como mucho 7.20 hs. Nunca había nadie en mi curso. Por poco y me tocaba abrir el colegio pero la verdad, me gustaba ese horario. Me gustaba estar en el aula antes de que comenzasen a llegar mis amigos.

    La mañana pasó sin penas ni glorias: contabilidad, lengua y literatura, informática y matemáticas. Un día como cualquier otro, salvo que Pío (sí, tenía un compañero llamado Pío, ¿lo podés creer? Pobre, lo volvían loco con los chistes, algunos demasiado pesados para mi gusto) avisó de una fiesta en su club ese fin de semana.

    — ¿Te prendés? —preguntó Sofi que por una fiesta hacía ¡cualquier cosa!

    — Tengo que preguntar en casa.

    — Ay sí, preguntá Cata, no sea cosa que tus papis se vayan a enojar —se rió de mí Juli.

    La miré de reojo y la ignoré. No entendía qué le pasaba, por qué había cambiado tanto en tan poco tiempo. Hacía unos meses que se la agarraba conmigo continuamente. No podía entender como mi amiga se había convertido casi en una desconocida. Suspiré y me di la vuelta. A veces lo mejor que se puede hacer es no contestar.

    Capítulo 2

    Finalmente, después de una clase de gimnasia de lo más aburrida (o al menos eso me pareció a mí que para los deportes era un queso), sonó el timbre. Agarré la mochila y el buzo y salí. El sol me acarició el rostro. ¡Qué placer que estaba llegando el verano!

    — ¿Me escuchaste Cata?

    — No, la verdad que no. Hablás demasiado a veces, Sofi —le dije ríéndome.

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