Juego de piernas. Y otros relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
La muerte nos sienta tan bien
Rafa es un chico que acaba de perder a su pareja por culpa de un terrible secreto. Lían se entera de la tragedia por televisión y propone a Rafa unirse a su exclusivo club de viudos buenorros. Lo que en principio parece una especie de grupo de apoyo surgido de la casualidad se transforma en algo oscuro y peligroso, pero también tan excitante que Rafa se verá atrapado entre lo que le dice su cerebro y lo que le ordena su entrepierna. Inolvidable la aparición de Juancho y el polvazo en los baños del supermercado.
Juego de piernas
O lo que sucede cuando eres incapaz de dejar de pensar en el sexo, en la biblioteca hay un baño con un espejo que abarca toda la pared y en la mesa del fondo un tío enorme no deja de abrir y cerrar las piernas mientras chatea.
Desfase en el castillo
Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque. Posiblemente el relato más cerdo que habrás leído en tu vida.
El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
Juan Carlos es un escritor de relatos eróticos que suele escribir ligero de ropa en la cama. Su antiguo profesor de literatura de la universidad se muda al piso de enfrente y ambos retoman su relación donde la dejaron a través de la ventana...
Experiencia en el tren
Un chico hetero viaja con su novia en el compartimento de un tren. Ella se queda dormida apoyada en su hombro y un chico barbudo y grandote entra en ese momento y se sienta frente a nuestro, hasta el momento, chico hetero. Lo que pasa a continuación... bueno, tienes que leerlo.
Disfruta de este pack de relatos eróticos gay para hombres escritos por un hombre.
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Juego de piernas. Y otros relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
La muerte nos sienta tan bien
Capítulo I
Era casi medianoche y no quedaba nadie conmigo en el vagón. Miré otra vez la hora. Aún quedaban veinte minutos para que el tren pasara por mi pueblo. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no deseaba llegar a casa. Ya nadie me esperaba allí.
Recosté la cabeza en la cabecera del asiento y cerré los ojos, intentando no pensar en lo que había ocurrido. Aun así, las imágenes del atropello me regresaban a la retina una y otra vez. No quería seguir pensando en ello, era demasiado doloroso.
Escuché un ruido y abrí los ojos. La portezuela del vagón se había abierto y había entrado el revisor, un chico de unos veinticinco años al que nunca había visto, pese a coger aquel tren cada noche.
Le enseñé el billete y me sonrió.
Se fue al siguiente vagón, dejándome solo con el dolor, pero al cabo de unos minutos regresó, y para mi sorpresa me dijo:
–No queda nadie en el tren. ¿Puedo sentarme contigo?
Sin esperar respuesta se sentó frente a mí. Cerré los ojos para no fijarme en que era muy guapo.
–Siento mucho lo de tu chico –dijo.
Abrí los ojos de golpe.
–¿Cómo…?
–Te he visto en la tele. Tienes unos ojos inconfundibles.
No supe qué contestar a eso.
–¿Ya ha sido el entierro?
–Esta mañana –contesté, bastante turbado ante preguntas tan directas.
–No te preocupes. Se te pasará. –Aquí estaba empezando a molestarme su desfachatez, pero siguió hablando y se me pasó el enojo: –He perdido a tres personas muy queridas en los últimos tres años. Una vez que comprendes que siguen vivos mientras tú lo estés, todo se hace más fácil. Fíjate en Michael Jackson. Está más presente ahora que cuando estaba vivo. ¿Cómo te llamas?
–Rafa.
–Yo Julián, pero puedes llamarme Lían. No es tan odioso.
–¿Lían?
–Empezó como apodo en el irc. Ahora todo el mundo me llama así. ¿Quieres hablar de ello?
–¿Hablar de qué?
–De lo que le pasó a tu chico.
–Creo que no.
–Como quieras. Pero te aseguro que cuanto antes lo hagas, antes dejará de martirizarte.
Tras pensármelo un momento, le pregunté:
–¿A quién perdiste tú?
–Primero a mi madre, después a mi padre y hace seis meses, a mi novia.
Mi yo más egoísta, la parte de mi mente que siempre estaba alerta esperando pillar cacho, lanzó una maldición. El revisor guapo era hetero. Después me sentí fatal por pensar eso el mismo día en que había enterrado a mi chico.
–¿Qué le pasó a tu novia?
–Nos tomamos una sopa de champiñones de esas de lata. Al parecer estaba en mal estado. Yo sobreviví, ella no.
–Menuda mierda de vida.
–Bueno, a mí me gusta seguir aquí.
–Me refiero a que es tan fácil irse al otro barrio… Deberíamos venir blindados de fábrica. ¿Denunciaste a la empresa de las sopas?
–No hizo falta. Nos han pagado una millonada por no denunciarles. Tanto a mis suegros como a mí. De todas formas, nuestro abogado dijo que eso era una lotería, que era muy difícil probar negligencias, que la lata podía haberse dado un golpe en el trasporte o en el propio supermercado, y que si íbamos a juicio lo más seguro es que no viéramos un duro.
–¿Y entonces cómo es que os dieron tanto dinero por las buenas?
–Para ahorrarse la mala publicidad. Y ahora me preguntarás que qué hago trabajando, con todo ese dinero en la cuenta corriente. Pues la verdad es que me aburro. Aunque podría cogerme unos años sabáticos tranquilamente. Te toca.
–¿Me toca?
–Hablar de lo tuyo. Seguro que lo que han dicho en las noticias es todo mentira, como siempre.
–¿Qué han dicho en las noticias?
–Bueno, han remarcado mucho que los dos sois chicos, te lo puedes imaginar. Y han hablado de que… bueno, de que los hechos se podrían haber desencadenado al descubrir, tu pareja, una infidelidad por tu parte.
–¿En serio? No me lo creo.
–Lo han dejado caer, al más puro estilo del tomate. La tele está que da asco. Luego han sacado un reportaje de la zona gay, la noche, la coca, el alcohol, el sexo sin control y las pastillas.
–Dios Santo, qué vergüenza.
–A lo mejor si los denuncias también te sacas algo. Yo puedo asesorarte.
–Yo lo que quiero es olvidarme de todo cuanto antes.
–Cuéntamelo. Estarás dando el primer paso.
Lo miré poco convencido, alzando un ceja para enfatizar mi poco convencimiento, pero al final me dejé arrastrar.
–Está bien. Pero tienes que prometerme que jamás saldrá de aquí.
–Soy una tumba. Bueno, nuestras parejas son unas tumbas.
–No sé si me gusta tu sentido del humor.
–Me lo has puesto a huevo.
–Veamos. La historia comienza hace siete meses.
–Adelante.
–Esteban y yo volvíamos de marcha. Yo estaba bastante pedo, Esteban no había bebido nada para poder conducir después. Esto es importante porque no podemos culpar al alcohol de lo que pasó aquella noche.
–Ajá.
–Esteban estaba conduciendo bastante deprisa. Teníamos prisa por llegar a casa porque los dos trabajábamos al día siguiente. En realidad, habíamos salido de marcha después de acudir a un cumpleaños. No lo teníamos previsto. En fin, qué más da. La cuestión es que era noche cerrada y cuando estábamos llegando a casa, Esteban pasó embalado por un paso de peatones y nos cargamos a una chica.
Lían no pareció nada sorprendido llegados a este punto, cosa que en cierta forma me decepcionó. Cómo no hizo ningún comentario, continué.
–Le dimos de lleno. Pasó volando por encima del coche. Todavía veo su cara cuando cierro los ojos, por las noches.
Esperé a que Lían me reconfortara, pero no lo hizo.
–Pues bien. Sé que suena horrible, pero no nos detuvimos. Esteban siguió conduciendo, diciendo que no podía parar, que no podía enfrentarse al hecho de que la hubiéramos matado. Así que guardamos el coche en el garaje y nos acostamos. No llamamos a la policía, no se lo contamos a nadie. Simplemente esperamos. A día de hoy todavía no sé si aquella chica murió aquella noche. No salimos de casa en una semana, no leímos el periódico ni nos conectamos a Internet. No queríamos saberlo. Si la policía se presentaba en casa, cantaríamos, claro. Pero la policía no se presentó. Esteban no volvió a coger su coche. Sigue en el garaje desde aquella noche.
–Entonces, ¿qué le ha pasado a Esteban? ¿Ha aparecido aquella chica con un hacha para vengarse?
–Esteban se ha suicidado. Se ha colgado. Pero no porque yo le pusiera los cuernos, como dices que insinúan en la tele, sino por no haber detenido el coche aquella noche. Era como haberla matado dos veces, por atropellarla y por no prestarle ayuda después. Esteban se obsesionó. Se volvió loco. Le buscó mil y un porqués a lo que había pasado. Los últimos días me echaba la culpa a mí. Decía que en realidad estaba pensando en mí cuando decidió no detener el coche. Que me quería tanto que deseaba ahorrarme el mal rato.
–Debe haber sido un infierno vivir con eso.
–Ha sido un infierno vivir con él, más bien.
–Veo que a ti te afectó menos que a él, lo de esa chica.
–Sé que te sonará cruel, pero yo no iba al volante.
Al decir eso, me di cuenta de que el tren se había detenido y me puse en pie.
–Tengo que irme.
–¡Espera!
–Es mi parada.
–Quédate, por favor.
–¿Por qué?
–Porque lo que me acabas de contar se le cuenta a un amigo, no a un desconocido, y si te vas ahora, seguiremos siendo desconocidos.
–Pero es mi parada…
–Quedan sólo tres para fin de trayecto. Acabo mi turno ya. Te puedo acompañar a tu casa en coche. Igual atropellamos a otra tía en un paso de peatones.
–No debería quedarme, después de escucharte decir cosas como esa.
–Pero, ¿te quedas?
–Qué remedio –dije, al comprobar que las puertas se habían cerrado y el tren volvía a ponerse en marcha. –Pero tienes un sentido del humor bastante retorcido, que lo sepas.
–Forma parte de mi encanto.
Lo cierto es que no sabía qué pensar de Lían. Me daba un poco de miedo. Acababa de mostrarle mi lado más oscuro, al hablar mal de mi novio recién enterrado y desentenderme completamente de lo que le habíamos hecho a aquella chica. Esteban se había suicidado. Eso no decía mucho en mi favor. Yo no había sabido apoyarlo. No había compartido la culpa. Había dejado el peso de lo ocurrido aquella noche sobre sus hombros y él no lo había soportado.