Siete horas para amarte, Y otros relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
En el último minuto
Manuel, un tipo gay recién asumido de viaje por España en su autocaravana, recoge una noche a un joven autoestopista a quien su novia acaba de dejar tirado en la carretera después de una pelea. Pronto la conversación que mantienen mientras Manuel conduce gira hacia el sexo y hacia la visión que tiene cada uno de su propia sexualidad y orientación. Manuel descubrirá gratamente que hoy en día los hombres jóvenes de este país no tienen grandes inconvenientes en probar (incluso con la boca) nuevos puntos de vista.
Juego de piernas
O lo que sucede cuando eres incapaz de dejar de pensar en el sexo, en la biblioteca hay un baño con un espejo que abarca toda la pared y en la mesa del fondo un tío enorme no deja de abrir y cerrar las piernas mientras chatea.
El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
Juan Carlos es un escritor de relatos eróticos que suele escribir ligero de ropa en la cama. Su antiguo profesor de literatura de la universidad se muda al piso de enfrente y ambos retoman su relación donde la dejaron a través de la ventana...
Experiencia en el tren
Un chico hetero viaja con su novia en el compartimento de un tren. Ella se queda dormida apoyada en su hombro y un chico barbudo y grandote entra en ese momento y se sienta frente a nuestro, hasta el momento, chico hetero. Lo que pasa a continuación... bueno, tienes que leerlo.
Siete horas para amarte
Mateo trabaja en un bar de copas. Una noche Eduardo, un chico a quien aún no conoce, le confiesa que lo ha visto montárselo en el coche con su novia y que le gustó mucho lo que vio, aunque en la novia francamente ni se fijó. Mateo no quiere saber nada de esas historias, es hetero y nunca ha sentido absolutamente ninguna atracción por otros hombres. El problema es que tras conocer a Eduardo su cuerpo parece empeñado en traicionarle.
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Siete horas para amarte, Y otros relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz
En el último minuto
Eran pasadas las doce de la medianoche. Conducía mi autocaravana en dirección a un área de servicio, dispuesto a pasar otra deliciosa noche de soledad en compañía de un buen libro electrónico y mi iPad. Desde que mi mujer me había abandonado (tras encontrarme en la zona de jardinería de un centro comercial tragándome la lefa de un señor) dedicaba mis días a viajar por toda la península, disfrutando sobretodo de la gastronomía de los rincones por donde me dejaba caer, y dedicaba mis noches a leer y dormir a pierna suelta. Aún me quedaba dinero suficiente para seguir haciendo lo mismo durante otros dos meses. Después tendría que regresar a casa y recuperar mi antiguo empleo.
En realidad, desde que Laura me había abandonado no había mantenido muchas relaciones sexuales. El primer fin de semana que me vi solo salí por la zona de ambiente de mi ciudad y me dediqué a darme un buen banquete de pollas. Ya que habían causado el fin de mi matrimonio qué menos que darme el gusto de tener unas cuantas bien repartidas por mi anatomía. Pero desde que había comprado la caravana (de segunda mano) y me había ido a recorrer España, no había pensado mucho en el sexo. Me había limitado a conducir, a comer bien y a disfrutar de la soledad. Cada cuatro o cinco días me hacía un buen pajote con una página porno y me sorprendía de la cantidad de lefa que soltaba, lo cual significaba que no me masturbaba lo suficiente. Me hacía la promesa de buscarme al día siguiente un compañero sexual. Pero al día siguiente me levantaba con ganas de seguir conduciendo y no volvía a pensar en ello.
Por eso me sorprendió la calentura que me entró cuando vi a aquel chico haciendo autostop. No eran horas para andar tirado en un arcén ni eran horas para recoger a un desconocido, pero mientras paraba la caravana pensaba que era una hora genial para pegar un polvo.
El chico se montó, agradecido.
—Menos mal que ha parado. Lleva casi una hora sin pasar un puto coche.
—¿Quieres que suba la calefacción?
—Sí, por favor.
No tendría más de veinte años y era guapo, en plan actor de serie universitaria estadounidense, con espaldas anchas, pelo corto, ojos expresivos y sonrisa seductora. Era el mejor ejemplar masculino que uno podía esperar que subiera a su vehículo en una hora tan siniestra y en una carretera tan poco transitada.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Líber.
—¿Líder? —aquello parecía un mote.
—No, Líber. En realidad se pronuncia Liber, pero en la escuela me cambiaron el acento hace años.
—No lo había escuchado nunca.
—Significa el que derrama abundancia
.
—Me gusta. Lo de derramar suena bien.
No creo que captara el sentido sexual de mi comentario.
—¿Y usted? ¿Cómo se llama?
—Como quieras menos de usted.
—Okey. Lo siento.
—Me llamo Plinio. —Le tendí la mano.
—¿En serio?
—No. En realidad me llamo Manuel. Pero somos demasiados. Y seguro que Manuel significa el que folla poco
.
Esta vez había metido sexo directo en la conversación. Él se limitó a sonreír.
—Bueno... ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Te ha dejado tirado el coche? —no había visto ningún coche en el arcén ni parecía haberlo más adelante, al menos no debidamente señalizado.
—No. Me ha dejado tirado mi novia. Volvíamos del cine y nos hemos peleado. Y me ha dejado en la carretera, como a un puto perro. Y encima estaba cargando el móvil en el mechero y se ha pirado antes de que me diera cuenta de que se lo llevaba.
Me lo quedé mirando fijamente. Líber, a su vez, miraba hacia la lejanía.
—¿Aún esperas que aparezca?
—No. Bueno, sí. Sería lo suyo. Como no vuelva... Como llegue a mi casa sin cruzarme con ella será muy difícil que superemos ésta.
—Entonces... ¿Te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?
La pregunta tenía su aquél porque aún seguíamos detenidos en el arcén.
—Estamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo, y tendrías que coger dos desvíos. No sé dónde vas tú, pero seguro que no es en mi dirección. Con que me dejes tu móvil para llamar a un taxi tengo más que suficiente.
—Yo te llevo, no te preocupes. Estoy de vacaciones. Cruzando el país. No voy a ningún sitio en particular.
Líber se lo pensó unos segundos y finalmente dijo:
—Okey. Vale. Tira recto. Te avisaré cuando tengas que girar.
La conversación paró ahí y como de momento no parecía que fuera a continuar, al cabo de un minuto puse la radio.
Conforme atravesaba carreteras en mi viaje a ninguna parte unas emisoras se perdían y aparecían otras. La última que había sintonizado se había perdido poco antes de recoger a Líber, así que le di al botón de buscar siguiente
y empezó a sonar una canción que hablaba de Jesús y de las almas que él sanaba. Escuché la canción entera, no fuera a ser Líber un buen cristiano y le molestara que cambiara de cadena, pero cuando empezó la siguiente canción, después de una cuña de autopromoción de Radio Mariana, Líber dijo:
—¿Eres cura o algo así?
—¡No, por Dios!
—Pues quita eso.
Cambié de emisora hasta encontrar una que no me juzgara.
—No podría ser cura ni aunque quisiera —aventuré.
—¿Por?
—Peco demasiado.
—¿Más que los propios curas? No lo creo.
—Seguramente más que los propios curas.
—¿Has matado a alguien?
—Quizá de aburrimiento.
—Pues entonces puedes ordenarte mañana mismo. Si quieres te acompaño a la diócesis.
—¿Qué es eso?
—Ni idea.
Guardamos silencio otra vez después de la tontería ésta. Pero se me antojó que podía llevar a Líber a mi terreno partiendo de lo que habíamos hablado.
—En realidad, si tuviera que confesar mis últimos pecados, el cura