A ciegas, Y otros relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
En el último minuto
Manuel, de viaje por España en su autocaravana, recoge una noche a un joven autoestopista a quien su novia ha dejado tirado en la carretera después de una pelea.
El recital
Un profesor de informática que da cursos de formación profesional se encuentra por primera vez en su vida con una clase compuesta solamente por hombres. ¡Y qué hombres!
León, mi mejor creación
Un escritor de novela erótica crea un personaje, un arqueólogo aventurero y sexy, al que llama León. Años más tarde y tras seis exitosas novelas con León de protagonista, el escritor conoce a un hombre en un centro comercial que se llama como el personaje, se dedica a lo mismo y se parece misteriosamente a los bocetos que sobre el personaje dibujó el ilustrador de la novela.
El fin del mundo conocido
Armand sale de la criogenización e inmediatamente es raptado por un grupo de mujeres que necesitan su esperma. De regreso a casa descubre que el mundo ya no es como lo recuerda, los parques públicos donde antes jugaban los niños son ahora sitios de cruising donde los hombres tienen sexo a todas horas, a plena luz del día. Tendrá que esperar a llegar a casa para que su hermano Jules le revele lo que ha ocurrido en el mundo en su ausencia...
Ruleta cerdaca
Un grupo de hombres se reúnen en casa de uno de ellos para hacer lo que les salga en una ruleta un tanto especial.
A ciegas
Un hombre lleva más de cinco años acostándose en una caravana con un tío a quien jamás ha visto la cara ni escuchado su voz. Para poder seguir con él es imprescindible que lo sigan haciendo a ciegas, porque su amante no quiere revelarle su identidad. Pero esta noche la verdad saldrá a la luz.
Acerca del autor: Marcos Sanz es un escritor (y un tío guapo y bastante bear) de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando leer relatos eróticos gays para hombres escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.
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A ciegas, Y otros relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz
En el último minuto
Eran pasadas las doce de la medianoche. Conducía mi autocaravana en dirección a un área de servicio, dispuesto a pasar otra deliciosa noche de soledad en compañía de un buen libro electrónico y mi iPad. Desde que mi mujer me había abandonado (tras encontrarme en la zona de jardinería de un centro comercial tragándome la lefa de un señor) dedicaba mis días a viajar por toda la península, disfrutando sobretodo de la gastronomía de los rincones por donde me dejaba caer, y dedicaba mis noches a leer y dormir a pierna suelta. Aún me quedaba dinero suficiente para seguir haciendo lo mismo durante otros dos meses. Después tendría que regresar a casa y recuperar mi antiguo empleo.
En realidad, desde que Laura me había abandonado no había mantenido muchas relaciones sexuales. El primer fin de semana que me vi solo salí por la zona de ambiente de mi ciudad y me dediqué a darme un buen banquete de pollas. Ya que habían causado el fin de mi matrimonio qué menos que darme el gusto de tener unas cuantas bien repartidas por mi anatomía. Pero desde que había comprado la caravana (de segunda mano) y me había ido a recorrer España, no había pensado mucho en el sexo. Me había limitado a conducir, a comer bien y a disfrutar de la soledad. Cada cuatro o cinco días me hacía un buen pajote con una página porno y me sorprendía de la cantidad de lefa que soltaba, lo cual significaba que no me masturbaba lo suficiente. Me hacía la promesa de buscarme al día siguiente un compañero sexual. Pero al día siguiente me levantaba con ganas de seguir conduciendo y no volvía a pensar en ello.
Por eso me sorprendió la calentura que me entró cuando vi a aquel chico haciendo autostop. No eran horas para andar tirado en un arcén ni eran horas para recoger a un desconocido, pero mientras paraba la caravana pensaba que era una hora genial para pegar un polvo.
El chico se montó, agradecido.
—Menos mal que ha parado. Lleva casi una hora sin pasar un puto coche.
—¿Quieres que suba la calefacción?
—Sí, por favor.
No tendría más de veinte años y era guapo, en plan actor de serie universitaria estadounidense, con espaldas anchas, pelo corto, ojos expresivos y sonrisa seductora. Era el mejor ejemplar masculino que uno podía esperar que subiera a su vehículo en una hora tan siniestra y en una carretera tan poco transitada.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Líber.
—¿Líder? —aquello parecía un mote.
—No, Líber. En realidad se pronuncia Liber, pero en la escuela me cambiaron el acento hace años.
—No lo había escuchado nunca.
—Significa el que derrama abundancia
.
—Me gusta. Lo de derramar suena bien.
No creo que captara el sentido sexual de mi comentario.
—¿Y usted? ¿Cómo se llama?
—Como quieras menos de usted.
—Okey. Lo siento.
—Me llamo Plinio. —Le tendí la mano.
—¿En serio?
—No. En realidad me llamo Manuel. Pero somos demasiados. Y seguro que Manuel significa el que folla poco
.
Esta vez había metido sexo directo en la conversación. Él se limitó a sonreír.
—Bueno... ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Te ha dejado tirado el coche? —no había visto ningún coche en el arcén ni parecía haberlo más adelante, al menos no debidamente señalizado.
—No. Me ha dejado tirado mi novia. Volvíamos del cine y nos hemos peleado. Y me ha dejado en la carretera, como a un puto perro. Y encima estaba cargando el móvil en el mechero y se ha pirado antes de que me diera cuenta de que se lo llevaba.
Me lo quedé mirando fijamente. Líber, a su vez, miraba hacia la lejanía.
—¿Aún esperas que aparezca?
—No. Bueno, sí. Sería lo suyo. Como no vuelva... Como llegue a mi casa sin cruzarme con ella será muy difícil que superemos ésta.
—Entonces... ¿Te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?
La pregunta tenía su aquél porque aún seguíamos detenidos en el arcén.
—Estamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo, y tendrías que coger dos desvíos. No sé dónde vas tú, pero seguro que no es en mi dirección. Con que me dejes tu móvil para llamar a un taxi tengo más que suficiente.
—Yo te llevo, no te preocupes. Estoy de vacaciones. Cruzando el país. No voy a ningún sitio en particular.
Líber se lo pensó unos segundos y finalmente dijo:
—Okey. Vale. Tira recto. Te avisaré cuando tengas que girar.
La conversación paró ahí y como de momento no parecía que fuera a continuar, al cabo de un minuto puse la radio.
Conforme atravesaba carreteras en mi viaje a ninguna parte unas emisoras se perdían y aparecían otras. La última que había sintonizado se había perdido poco antes de recoger a Líber, así que le di al botón de buscar siguiente
y empezó a sonar una canción que hablaba de Jesús y de las almas que él sanaba.