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El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33 Y otros relatos eróticos de temática gay
El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33 Y otros relatos eróticos de temática gay
El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33 Y otros relatos eróticos de temática gay
Libro electrónico191 páginas2 horas

El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33 Y otros relatos eróticos de temática gay

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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:

Iván

Alex estuvo toda su infancia de una casa de acogida en otra hasta que acabó en casa de Iván, a quien llegó a considerar como su hermano mayor. Años después desarrollaron un vínculo que iba mucho más allá. Pero Alex conoció a un chico en el trabajo del que se enamoró y cortó el aspecto afectivo de su relación con Iván. Finalmente los dos “hermanos” acabaron en un pelea que llegó incluso a las manos y se separaron por lo que parecía, iba a ser para siempre. Sin embargo, años más tarde se reencuentran y la situación ha cambiado...

La cata

Jorge es un nuevo rico que ha cogido por costumbre invitar cada año a un gay sin recursos económicos a una gira por sus clubes de perversión.
Marco es el pobre que ha tenido la suerte de ser elegido.
Couson trabaja para Jorge y no se fía un pelo de Marco, del que sospecha, tiene intenciones ocultas.
Y lo de la cata... bueno, seguro que ya te habrás dado cuenta que no es una cata de vinos precisamente...

Desfase en el castillo

Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque. Posiblemente el relato más cerdo que habrás leído en tu vida.

Veinte días

Versa sobre los veinte días que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".

El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33

De éste no te cuento nada. Tienes que leerlo.

Disfruta de este pack de relatos eróticos gay para hombres escritos por un hombre.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento27 abr 2016
ISBN9781311255471
El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33 Y otros relatos eróticos de temática gay

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    El día que el mundo acabó todos los relojes se pararon a la 1:33 Y otros relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz

    Iván

    por Marcos Sanz

    I

    Hacía dos años que no veía a Iván, mi hermano de la última casa de acogida en la que estuve, y mientras esperaba en el aeropuerto rememoré la pelea que nos había mantenido separados tanto tiempo.

    Celos. Ni más ni menos. Compartíamos piso por aquel entonces, solos él y yo, y manteníamos una intensísima relación desde tiempos inmemoriales que nos llevaba a arrancarnos la ropa en cuanto estábamos solos, situación que solíamos propiciar a menudo. Había domingos en que no salíamos de la cama y por lo general andábamos siempre desnudos por la casa, acostumbrados a que el otro nos regalara una mamada de improviso o nos plantara la mano torcida en la raja del culo a la primera de cambio. Pero no por natural y cotidiano nuestro sexo era aburrido. Con el tiempo nos hacíamos cada vez más osados (y más guarros). Nos encantaba follar en la terraza y que nos viera todo el vecindario, ir de caza a clubes y follarnos a siete tiarros en una noche, grabarnos con la cámara haciendo cerdadas y colgarlo en xtube, ese tipo de cosas.

    Pero entonces yo conocí a un chico y empezamos a salir e Iván enfermó de celos. Yo siempre había pensado que manteníamos una relación de, digamos, hermanos con derecho a goce, (soy consciente del juego de palabras y no me arrepiento). Nunca se me había ocurrido que Iván nos viera como una pareja. Yo había estado esperando el amor desde hacía años y el amor para mí no podía provenir de alguien a quien conocía tan bien como a Iván. El amor era extrañeza y descubrimiento y mariposas en el estómago. Me enamoré perdidamente y sin esperarlo de un compañero de trabajo, y como consecuencia mi relación con aquel que había sido como un hermano para mí cambió; tenía que cambiar. Y dejamos de acostarnos.

    Iván se volvió iracundo y convirtió nuestra convivencia en un infierno. Y un buen día lo eché de casa, después de una pelea en la que, me pesa mucho decir esto, llegamos a las manos.

    Así que estaba esperándole en el aeropuerto, dos años más tarde, y el único motivo por lo que aquello sucedía era porque yo había cortado con mi novio y necesitaba un hombro sobre el que llorar.

    Lo cierto es que también echaba mucho de menos a Iván, pero mientras había tenido novio no lo había echado tanto de menos como para llamarlo ni una sola vez.

    Ahora, mientras esperaba verlo cruzar hacia la cinta del equipaje, recordé los viejos tiempos y sentí añoranza. No sabía cuánto tiempo se iba a quedar (en realidad habíamos hablado cinco minutos en los últimos dos años) pero me descubrí deseando que fuera una buena temporada y que volviera a darme polla a diario (Iván tiene una polla cojonuda y además sabe lo que se hace con ella).

    Ya había visto pasar a un buen montón de gente presuntamente procedente de su vuelo y mi hermano no parecía estar entre ellos. Intrigado decidí llamarlo al móvil, pero antes me dirigí al lavabo. No tenía ganas de mear, en realidad quería comprobar mi aspecto en un espejo. Quería causarle una buena primera impresión después de tanto tiempo.

    La impresión me la llevé yo. Al entrar en los servicios me encontré con la siguiente escena. Iván se encontraba junto a los urinarios, con los vaqueros por las rodillas. Un tipo de muy buen ver le sacaba brillo a su bate con dedicación y entrega. Ninguno de los dos dejó lo que estaba haciendo al percibir mi presencia. Mi hermano se limitó a saludarme con la mano y el otro comenzó a mamársela con verdadero ahínco. Me acerqué, agradeciéndole al cielo que Iván siguiera siendo el mismo, y le apreté las tetillas mientras le comía la boca para darle la bienvenida.

    Durante el rato que tardó Iván en llenarle la boca de crema al desconocido otro tipo entró en el baño. Meó, sin perderse detalle de lo que hacíamos, pero al acabar de sacudírsela abandonó los lavabos sin decidirse a participar.

    Después de la copiosa corrida de Iván y cuando el inesperado mamón nos hubo dejado solos, lo abracé con todas mis fuerzas.

    –Te he echado muchísimo de menos, cabronazo –le dije.

    –Yo a ti no tanto. Ven, tengo que presentarte a alguien.

    Me empujó suavemente hacia el exterior de los lavabos y casi en la misma puerta nos tropezamos con una rubia embarazada cargada de maletas que, tierra trágame, parecía conocer a Iván.

    –Hermanito... Ésta es Tamara, mi mujer.

    De camino a casa escuché el desconcertante relato de cómo Iván, un cabecita loca, se había convertido de la noche a la mañana en amante esposo de una rubia despampanante y futuro padre de una criatura. Algo en la actitud de ambos y ciertas partes ambiguas de la historia me hicieron sospechar que Iván no era el padre del hijo que ella esperaba, lo cual me cuadraba más con las apetencias sexuales que le conocía. De todas formas tendría que esperar a estar a solas con él para escuchar la historia no oficial de cómo se había dejado meter en semejante berenjenal.

    Pese a que encontrarme con una cuñada que no sabía que existiera me estropeaba mis planes de disponer del cuerpo de Iván para todo lo que se me ocurriera, traté de llevarme bien con ella, lo cual no fue difícil porque Tamara era un verdadero amor y yo cuando quiero soy encantador.

    Cuando ya llegábamos a mi casa, después de un viaje en coche, largo pero ameno, Tamara me pidió que la llevara al Nixon, un hotel de cinco estrellas.

    –No quiero molestar. Nunca me quedo en casa de nadie cuando viajo.

    Yo no traté de convencerla de que se quedara en mi casa, aparte de por lo obvio, porque habiendo descubierto que la muchacha era de buena familia me daba vergüenza que viera dónde vivía yo, por lo menos hasta que hiciera algo de limpieza.

    Así que la llevamos al hotel, y ella nos pidió que pasáramos el resto del día juntos, Iván y yo, que ella necesitaba descansar.

    De camino a mi piso lo acribillé a preguntas.

    –¿Ella sabe de tu propensión a hacer mariconadas como la del aeropuerto?

    –Pues claro que no. Es mi esposa.

    –Entonces no sabe que tú y yo hacemos lo que hacemos cuando nos vemos.

    –¿Acaso le hablaste de eso a tu novio?

    –No. Claro.

    –Pues esto es lo mismo.

    Iba a decirle que yo por lo menos había dejado de hacerlo durante el tiempo que estuve con Leo pero opté por no tocarle los cojones (con la intención de no cabrearlo y que me dejara tocárselos luego en un sentido más literal).

    –Entonces... ¿De quién es el niño?

    –¿Cómo que de quién es el niño?

    –No jodas que es tuyo.

    –¿De quién coño quieres que sea, Alex?

    –Pensé que teníais algún tipo de acuerdo.

    –Tenemos un acuerdo. Se llama matrimonio. Vamos a tener un hijo del cual soy el padre por el método tradicional y atrasado de pegar un polvo con mi esposa y tú vas a ser tío y tendrás que regalarle ropita durante un tiempo y más adelante bicicletas, ordenadores y todo aquello que yo y su madre no estemos dispuestos a comprarle por miedo a malcriarlo.

    –Joder.

    –¿Te supone un problema?

    –No, qué va. Es que me pillas con el pie cambiado, macho –dije.

    Decidí no abrir más la boca por un buen rato. Por una parte no me parecía bien que Iván siguiera con su estilo de vida promiscuo a espaldas de su mujer ahora que se suponía que debía sentar la cabeza, con un bebé en camino y todo eso, pero yo no podía ser tan hipócrita dado que estaba deseando contribuir a su promiscuidad llenándome la boca hasta las trancas con su pedazo de polla.

    Enseguida estuvimos en casa. Metí el coche en el garaje comunitario. Iván comentó que yo ahora conducía mucho mejor. No contesté, pero es que sólo hacía dos años que tenía el carné. En la época de la gran pelea me lo acababa de sacar. Era lógico que él me recordara inseguro al volante.

    Salimos del coche. Yo fui a la parte trasera a por unas bolsas (me había parado en el hipermercado de camino al aeropuerto) y cuando las estaba cogiendo sentí su cuerpo en mi espalda, el tan familiar cuerpo de Iván. Me abrazó desde atrás, pegando su paquete a mi trasero, su pecho a mi espalda y descansando su barbilla en mi cuello.

    –Antes te mentí –me dijo al oído, poniéndome los pelos de punta del placer de tenerlo tan cerca. –Yo también te he echado de menos.

    II

    Subimos casi corriendo el primer tramo de escaleras, el que iba del garaje al portal, y llamamos al ascensor. Mientras lo esperábamos, Iván me dedicó una mirada llena de deseo, que completó cogiéndome la mano libre y poniéndola sobre su bulto, que empezaba a endurecerse.

    El ascensor llegó y entramos corriendo. Durante los siguientes nueve pisos nos besamos con una calentura propia de adolescentes. Mis manos acariciaron sus músculos, mi cuerpo chocó contra el suyo, mi paquete golpeó el suyo, el ascensor daba sacudidas, nuestras bocas intercambiaban saliva. Cuando salimos del ascensor yo ya le había quitado la camisa y me llevaba su pecho a los labios, completamente incapaz de ponerme a buscar las llaves.

    Al cabo de unos segundos, Iván informó:

    –Te has dejado las bolsas en el ascensor.

    –Que les jodan, a las bolsas.

    Mis manos ya le bajaban la cremallera, mi cuerpo se arrodillaba...

    –¿Me la vas a chupar aquí?

    Quise contestar a eso con actos pero Iván me obligó a levantarme, recogió su camisa del suelo y volvió a llamar al ascensor para recuperar la compra, que ya pululaba por otros pisos.

    –Antes no te importaba que te la mamara en sitios peores que en el rellano.

    –He madurado.

    –Qué pena.

    Recuperada la compra entramos en mi piso. Iván trató de continuar entonces con lo que había interrumpido pero no lo dejé.

    –Vamos, Alex. ¿Ya te has enfadado? No era el lugar.

    –¿Por qué no era el lugar?

    –¿Para qué chupármela en el rellano teniendo toda la casa? Cualquier vecino nos habría cortado el rollo.

    –Por eso has decidido cortarnos el rollo tú.

    –Pero, ¿de qué va ésto? ¿Quieres que nos peleemos? ¿Para eso me llamaste?

    Entré en la cocina, negándome a seguir hablando, y me puse a colocar la compra en los armarios y en la nevera, más cabreado que una mona.

    –¿Qué te pasa, nen? –dijo Iván, en un tono más sosegado. –Sólo he retrasado un minuto algo que los dos deseábamos hacer.

    –¿Por qué? –espeté.

    –Ya te lo he dicho. Para que no nos interrumpieran.

    –¿Seguro?

    –¿Qué es lo que te molesta tanto?

    –¿Qué quieres decir?

    –Es obvio que estás cabreado por algo

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