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El hombre perfecto. Y otros 9 relatos eróticos gay
El hombre perfecto. Y otros 9 relatos eróticos gay
El hombre perfecto. Y otros 9 relatos eróticos gay
Libro electrónico244 páginas3 horas

El hombre perfecto. Y otros 9 relatos eróticos gay

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Información de este libro electrónico

Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:

Tu padre me pone
El protagonista de este relato tiene una curiosa manera de definir lo que le sucede cuando conoce a ese hombre fenomenal: "Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo." Más allá de este dato curioso, este relato cerdo-romántico te encantará.

Veinte días
Versa sobre los veinte días que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".

Loser
Luis es un perdedor. Está arruinado, le gusta demasiado el juego y la bebida y pronto él y su familia perderán su hogar si algo no cambia. Su amigo Samuel le ofrece algo de dinero por hacer algunos trabajitos para él. Lo que Luis no se imagina es que pronto cambiará la naturaleza de esos trabajitos.

Masaje completo
A un tipo hetero su cuñado, también hetero, le recomienda un masajista que "lo dejará como nuevo". Lo nuevo realmente serán las cosas que le hará el masajista...

Planta carnívora
Relato corto y desquiciado. Se recomienda el uso de mantequilla al leerlo.

El hombre perfecto
Siglo XXII. Nuestro protagonista se pide un modelo de hombre no nacido de madre para que le ayude con las tareas del hogar. Aunque piensa hacer algunas cosas calientes e ilegales con él.

La muerte nos sienta tan bien...
Rafa es un chico que acaba de perder a su pareja por culpa de un terrible secreto. Lían se entera de la tragedia por televisión y propone a Rafa unirse a su exclusivo club de viudos buenorros. Lo que en principio parece una especie de grupo de apoyo surgido de la casualidad se transforma en algo oscuro y peligroso, pero también tan excitante que Rafa se verá atrapado entre lo que le dice su cerebro y lo que le ordena su entrepierna. Inolvidable la aparición de Juancho y el polvazo en los baños del supermercado.

Juego de piernas
O lo que sucede cuando eres incapaz de dejar de pensar en el sexo, en la biblioteca hay un baño con un espejo que abarca toda la pared y en la mesa del fondo un tío enorme no deja de abrir y cerrar las piernas mientras chatea.

Siete horas para amarte
Mateo trabaja en un bar de copas. Una noche Eduardo, un chico a quien aún no conoce, le confiesa que lo ha visto montárselo en el coche con su novia y que le gustó mucho lo que vio, aunque en la novia francamente ni se fijó. Mateo no quiere saber nada de esas historias, es hetero y nunca ha sentido absolutamente ninguna atracción por otros hombres. El problema es que tras conocer a Eduardo su cuerpo parece empeñado en traicionarle.

Calentón en el podcast
Estás a punto de averiguar por qué "Precumeros" es el podcast más caliente de la red. No te vas a creer de qué son capaces sus presentadores para hacer crecer la... audiencia.

Acerca del autor: Marcos Sanz es un escritor (y un tío guapo y bastante bear) de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando leer relatos eróticos gays para hombres escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento25 jul 2016
ISBN9781370158553
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    El hombre perfecto. Y otros 9 relatos eróticos gay - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Tu padre me pone

    I

    A Gusta lo conocí mi primer día en la universidad. Estaba apoyado en una pared con pinta de no importarle nada una mierda. Le pregunté si sabía donde estaba la clase de TICs de primero. Me dijo que él también tenía que encontrarla y nos pusimos a buscar juntos.

    Nos hicimos amigos rápidamente. Tanto que al final del día iba a contarle que soy maricón. Pero entonces alguien mencionó que un profe lo parecía y le cambió la expresión de la cara. De hecho, su rostro se agrió. Intuí que tenía algún problema con los gays y decidí no decir nada de lo mío. Era mi primer y único amigo de momento en la universidad. No me apetecía perderlo.


    II

    Con el paso de los meses llegamos a conocernos bastante bien. Él era hetero y tenía una novia a la que por temas de trabajo sólo podía ver dos fines de semana cada mes. Follaba poco pero estaba enamorado, así que se aguantaba y se mataba a pajas. Alguna vez me preguntaba si yo tenía novia pero siempre me las apañaba para decir algo interesante que le hacía olvidarse de que me había hecho esa pregunta. Después de haber visto varias veces que la mención hacia gays o lesbianas siempre hacía que se le frunciera el ceño y pusiera cara de querer matar a alguien había decidido que nunca le diría lo mío. Pero tampoco estaba dispuesto a mentir. No tenía por qué esconder nada. El problema, si es que había un problema, lo tenía él, no yo. Sin embargo, Gusta era un buen amigo. Me gustaba mucho su compañía y me lo había pasado de puta madre las tres veces que nos habíamos emborrachado. Mientras no me preguntara abiertamente, las cosas seguirían como estaban.


        III

    Siempre hacíamos los grupos juntos y para un trabajo de mates que necesitábamos sólo ser dos, nos pusimos también juntos. Así es como por fin un día fuimos a su casa y así es como conocí a su padre.

    El tío estaba sentado al ordenador cuando llegamos y no llevaba más que unos calzoncillos blancos bastante ajustados. Me quedé embobado mirándole la pelambrera del pecho.

    —Papá, éste es Nando. Vamos a trabajar un rato en mi cuarto.

    El padre de Gusta me miró y sonrió y yo sentí como el ano se me estremecía. Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo. Gusta me cogió del brazo y tiró de mí en dirección a su habitación. Su padre me siguió, con su mirada y su sonrisa, hasta que lo perdí de vista.

    —Siento que hayas tenido que verlo casi desnudo. Ya estoy hasta los cojones de decirle que no vaya así por la casa.

    —Bueno, es su casa —murmuré. —Puede ir como le dé la gana. A mí no me molesta ver a nadie con poca ropa.

    —A mí no me gusta. Cuando viene mi novia paso vergüenza.

    Ahí estaba otra vez. El ceño fruncido, la cara agriada. Empezaba a comprender cuál era el problema de Gusta con los gays.

    —¿Tu padre es maricón? —Solté a saco.

    Gusta me miró sorprendido.

    —¿Cómo lo has sabido? ¿Estaba viendo porno cuando hemos entrado? —Dijo enfadado, como a punto de levantarse para darle una hostia.

    —No, no. En realidad lo he sabido por tu actitud. Cada vez que alguien menciona la homosexualidad te pones de uñas, como los gatos.

    —¿Ah, sí? Pues debe ser instintivo. No me he dado cuenta.

    —Pues lo haces.

    —No tengo nada contra los gays. Si tú lo fueras no podría importarme menos. Pero sí tengo algo contra este gay. Metió a un tío en casa una semana después de que mi madre se largara. Y no me preguntó qué opinaba yo.

    —¿Y qué opinabas?

    —Que me importa tres mierdas con quién se acueste pero que podría haberme dicho que iba a traer a su novio a vivir con nosotros. No soy un puto mueble del comedor. Soy su hijo. Una conversación al menos me debía.

    —Ya...

    —De todas formas el novio le duró dos semanas. Mi padre se cansa enseguida de sus rollos. Ya lleva tres años sin pareja y no parece que le haga mucha falta. Y yo prefiero que nadie viva aquí permanentemente. Así que por ahí, bien. Qué. ¿Nos ponemos a currar?

    Estuvimos trabajando tres interminables horas con el trabajo de mates. Yo no me quitaba la pelambrera del pecho de su padre de la cabeza. Al final y aunque no tenía ganas de mear le pregunté a Gusta cómo se llegaba al baño. Tenía ganas de ver otra vez a ese pedazo hombre.

    Salí de la habitación y me dirigí hacia el aseo, aunque no era mi destino real. Eché un vistazo al comedor. El padre de Gusta seguía allí. Me vio y me saludó. Otra vez esa sonrisa traviesa. El tío era un seductor nato.

    —¿Qué tal lleváis el trabajo? —Me preguntó, mirándome de arriba a abajo sin cortarse un pelo.

    —Es un coñazo.

    —¿Vas al baño?

    —En realidad no. Quería estirar las piernas —dije, acercándome a él. Aquello era muy mala idea. —¿Qué haces?

    —Tontear. Hoy es mi día libre. No tengo nada que hacer. Excepto rascarme los huevos —dijo, tocándoselos.

    Mi mirada se posó ahí y ya no pude moverla. La sonrisa del padre de Gusta se ensanchó.

    —Vaya. Creo que esto llama tu atención —dijo, bajando la voz.

    —Mucho —murmuré, tras tragar saliva.

    —Entonces supongo que te gustará que haga esto.

    El tío se sacó las bolas por un lado del calzoncillo. Tenía unos cojones grandotes y muy peludos. Preciosos.

    —Jo... der...

    —¿Te gustan? —Susurró.

    Asentí con la cabeza.

    —¿Te los quieres comer?

    Volví a asentir.

    —No sería apropiado —dijo, guardándoselos. —No con mi hijo en la habitación.

    —Ya...

    —Quizá en otra ocasión.

    —Sí...

    Me di la vuelta como un autómata y me fui hasta el cuarto de baño sin creerme lo que acababa de pasar.


    IV

    Al día siguiente hablamos de quedar otra vez para seguir con el trabajo. Le pregunté a Gusta si quería que lo hiciéramos en la universidad.

    —¿Por qué? En mi casa estaremos más cómodos.

    —Bueno...

    —¿Te incomodó ayer mi padre?

    —No, no.

    —Pues vente después de comer.

    A las cuatro de la tarde me presenté en su casa bastante nervioso. Pero mientras llamaba al timbre recordé que el padre de Gusta me había dicho el día anterior que no tenía nada que hacer porque era su día libre. Así que hoy no debía estar en casa. Estaría trabajando.

    Para mi sorpresa fue el padre de mi amigo quien me abrió. Esta vez iba vestido. Llevaba un polo verde ajustado y unos vaqueros rotos por varios sitios. Estaba muy guapo.

    —Hola, Nando —me saludó, con su habitual sonrisa traviesa. —Gustavo te está esperando.

    —Oye, ¿cómo te llamas? No te puedo seguir llamando padre de Gusta cuando pienso en ti.

    —¿Piensas en mí? Qué mono. Me llamo Juanjo —dijo, estrechándome la mano.

    —Pensé que no te vería. Que estarías trabajando.

    —Estoy trabajando. Trabajo en casa.

    —¿Ah, sí?

    —Soy diseñador gráfico.

    —Qué interesante.

    —Me visto para trabajar. Es parte de la rutina. Pero me habría encantado haberte abierto la puerta en calzoncillos. Te habría dejado meter la mano por un lado y sobarme los cojones.

    —Creo que debería... —dije, señalando la habitación de su hijo.

    —Claro. Divertíos. Yo voy a seguir con lo mío.

    Entré en la habitación de Gusta literalmente temblando. Mi amigo me tiró una almohada a la cara. Luego la recogió del suelo riendo y se me quedó mirando.

    —¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma.

    —Nada. Vamos a trabajar.

    —¿No se te habrá insinuado mi padre?

    —¡No, por Dios! —Dije, quizá demasiado vehementemente. —¿Alguna vez lo ha hecho? ¿Insinuarse a tus amigos?

    —Más le vale que no porque le partiré la cara.

    —Míralo por el lado positivo —dije. —Nunca se le va a insinuar a tu novia.

    —Eso es verdad.

    Trabajamos en el puto trabajo de mates otras dos horas, hasta que Juanjo tocó a la puerta.

    —¿Se puede?

    —Abre —contestó su hijo de mal humor.

    Juanjo se asomó sonriendo.

    —¿Por qué llamas hoy? Siempre entras sin avisar —se quejó Gusta.

    —Por si os estabais besando.

    —¡Papá!

    El cabreo que pilló Gusta fue bonito. Agarró otra vez la almohada que me había tirado a mí y empezó a pegarle en la cabeza a su padre. Juanjo se tronchaba y yo me había puesto colorao.

    Cuando se cansó de atizarle almohadazos Gusta se dejó caer en la silla del escritorio, acalorado. Luego se dio cuenta de que su padre seguía ahí plantado.

    —¿Qué querías?

    —Me preguntaba si tu amigo querría cenar esta noche con nosotros.

    Yo me quedé mudo. Aquello sí que no me lo esperaba.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Nada especial. Alitas y si me apetece igual hago una tortilla de patatas. Si no, hay lomo.

    —Si haces la tortilla se queda —decidió Gusta por mí.

    —Vale. Pero tendrás que bajar a por huevos. Yo tengo que acabar la web con la que estoy ahora. Tengo para un par de horas.

    —Bien. Nosotros iremos a comprar.

    Juanjo levantó una ceja. Me di cuenta de que había esperado que pudiéramos quedarnos a solas mientras su hijo se iba a comprar. Pero aquello no iba a suceder.

    —Bueno. Os dejo que trabajéis.


    V

    Fue una velada de lo más agradable. Juanjo era más que divertido, encantador. Mucho más alegre y joven que su propio hijo. Gusta estuvo bastante serio pero parecía contento de que por una vez su padre se comportara como un padre normal. Claro que lo teníamos engañado. Juanjo no dejaba de lanzarme miradas cargadas de sexo y yo intentaba no ponerme a tartamudear a la primera de cambio.

    Antes de pasar al postre Gusta se metió en el cuarto de baño y Juanjo se levantó de su silla, vino hasta mi sitio y me puso las manos sobre los hombros. Un escalofrío de placer me recorrió de arriba a abajo.

    —¿Sabes lo que te haría? —Me dijo al oído.

    —¿Qué? —Quise saber, casi sin voz.

    —Me sentaría en tu cara para que pudieras olerme los huevos. Seguro que es algo que te encanta. Y luego dejaría que me los chuparas lentamente, que me comieras los cojones y después el agujero. Tienes cara de hacer unas comidas de culo brutales. ¿Te gustaría eso?

    —Me encantaría...

    —Y luego...

    La puerta del baño se abrió y Juanjo se fue tranquilamente para la cocina. Gusta se sentó y comentó que había comido demasiada tortilla. Yo miraba mi plato.

    —Te has ruborizado —observó Gusta.

    —Siempre me pasa con el vino.

    —No te habrá soltado alguna mariconada...

    —¿Tu padre? Qué va. Es... un encanto.

    —Yo jamás lo definiría así.

    —Bueno. Es normal. Eres su hijo. Pero es muy simpático. Y buen anfitrión.

    —Claro. Un buen anfitrión siempre va en calzoncillos por la casa.

    —Sólo en su día libre.

    —No lo defiendas. No es tu amigo. Yo soy tu amigo. Él es sólo mi padre. Y no es un gran padre.

    —Vale...

    Juanjo volvió de la cocina con una tarrina de helado, tres cuencos y tres cucharas.

    Y comimos el postre.


    VI

    Ya sólo nos quedaba reunirnos un último día para acabar el trabajo de mates. Teníamos que terminarlo sí o sí porque el plazo para entregarlo expiraba esa misma noche a las diez. Tenía unas ganas horribles de quedarme a solas con Juanjo, aunque fuera un minuto escaso. Quería que volviera a tocarme y que pusiera más imágenes en mi subconsciente, ya que era lo único que podía colocarme con Gusta por ahí.

    Cuando entramos, Juanjo estaba hablando por teléfono y ni nos miró. Fuimos a la habitación directamente y nos pusimos enseguida con el trabajo. Yo estaba un poco desencantado. Había esperado su mirada y su sonrisa al llegar. Como me habían faltado, me sentía un poco vacío.

    Pero al cabo de cinco minutos tuve mucho más.

    Juanjo entró sin avisar en la habitación y Gusta cogió un rebote.

    —¡Llama antes!

    —¿Para qué? El otro día quedó claro que no os voy a pillar besándoos.

    —¿Qué quieres?

    Juanjo me señaló.

    —¿Me lo prestas?

    —Ah, vale.

    Yo no entendía nada.

    —Es para que me des tu opinión. Tengo dos posibles diseños para una web y no consigo decidirme por uno.

    —Los dos son buenos —dijo Gusta.

    —Ah, tú ya los has visto... —Murmuré.

    Juanjo ya se había vuelto para el comedor.

    —¿Vienes, Nando? —Se oyó.

    —Claro.

    Salí de la habitación y vi como Juanjo me pedía por gestos que cerrara la puerta. Pero no le hice caso. Gusta podría sospechar si lo hacía y no tenía muy claro a dónde estaba dispuesto a llegar con su padre con él en casa.

    Juanjo no se molestó en enseñarme los dos diseños para la web. Cuando llegué a su altura me cogió de la nuca y me metió un morreo que hizo que las piernas me temblaran. Su hijo podía salir en cualquier momento de la habitación, cuya puerta seguía abierta, pero a Juanjo aquello no parecía importarle lo más mínimo.

    Dejé que me besara cerca de un minuto pero al final lo aparté, preocupado.

    —A ver. Enséñame otra vez el otro —dije, intentando sonar convincente.

    Juanjo me tomó la mano y la colocó sobre su bulto. Tenía una erección impresionante.

    —Mira cómo me has puesto —me susurró.

    Sin darme tiempo a reaccionar se abrió el pantalón y me enseñó la polla. La piel del prepucio le hacía una amplia balsa alrededor del glande, balsa que se había llenado de líquido preseminal. El padre de Gusta era muy precumero. Metió el dedo gordo en la balsa de precum y lo untó bien untado. Después lo llevó hasta mis labios. Le chupé el dedo con una excitación que me estaba nublando todos los sentidos. Cuando no quedó precum en el dedo volvió a mojarse el pulgar en la pollaca y me alimentó de nuevo.

    Chupé su dedo otra vez sintiendo cómo me subía una especie de fiebre. Después escuché un ruido en la habitación de Gusta y salí disparado hacia el baño donde me encerré.

    Aquel día no hicimos nada más, Juanjo y yo. Pero estaba claro que no íbamos a parar hasta que acabáramos en una cama. Y que eso iba a suceder más temprano que tarde.


    VII

    Las cosas con Gusta comenzaron a ponerse raras hasta que comprendí que era yo quien estaba empezando a sabotear nuestra amistad. Intentaba que nos peleáramos y después de un examen de conciencia me di cuenta de que ya había trazado hasta un plan. No quería pelearme con Gusta para evitar volver a ver a su padre. Todo lo contrario. Quería que dejáramos de ser amigos para tener vía libre y poder acostarme de una vez con Juanjo sin cargo de conciencia. Claro que iba a ser imposible no tener cargo de conciencia. Lo único que podía hacer era justo lo que estaba haciendo casi sin querer: pelearme con Gusta y acostarme con su padre sin que él nunca se enterara. Era la mejor forma de no hacerle daño y ya tenía muy claro que era la única opción disponible. No podía quitarme a su padre de la cabeza. Lo de alimentarme de precum era mucho más que una simple imagen en mi subconsciente. Me había dado un adelanto, algo con lo que engancharme

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