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El Mundo Donde Nadie Existe
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Libro electrónico396 páginas5 horas

El Mundo Donde Nadie Existe

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Información de este libro electrónico

«Todo estará bien, joven Zachary... —murmuró el Errante a los oídos del muchacho—. No dejes que tus demonios te lleven.»

Las vidas cambian constantemente, y a ello le subyace un giro. Hay quienes creen que todos los cambios son buenos, y que de ellos se aprende algo. También, existen personas que les temen, les huyen.

Pero, escondidos, existen aquellos que los evitan por seguridad... de los demás. Los cambios y los giros remueven cosas que, quizá, deban quedarse dormidas, atrapadas, reprimidas en la oscuridad.

Cuando el joven Zachary Coleman conoció al Errante Karel Novikot, un cambio se presentó, y se dejó llevar por sus demonios... El giro siguiente, no sólo pondría de cabeza al sentido de su vida, sino al mundo entero.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 oct 2018
ISBN9780463483428
El Mundo Donde Nadie Existe
Autor

Alejandro Villarreal

ENGLISH: Mexican writer with a dream. The dream of triumphing as a neurotic and mostly harmless sociopath. I have a highly privileged life, but considering that I bitch about everything, I write dark, depressive and surprisingly violent books, featuring, mostly, whiny children who complain about everything and everyone ― but with a homicidal rage that can get triggered at any time. As you can see, I know what people likes... *innocent, but definetly evil laugh* I am highly influenced by Stephen King (I consider him my writing school and I'm not sorry about it), Clive Barker, Patrick Rothfuss, Laini Taylor and Arthur C. Clarke. And it does not bother me that the influences within my books are as brazen as the cynicism of this bio. I like Trance music. A lot. Chicane's music helped me to conceive a complete book. More recently I have become a fan from hell of Synthwave, and as I said before, it has been the music of The Midnight that has helped me to conceive more stories. Finally, the anime. Yes, I love 90's and early two tousand's anime. But, basically, Neon Genesis Evangelion has been so elementary for me, that I consider it as my bible (I have two tattoos that allude to Evangelion, I mean...). ESPAÑOL: Escritor mexicano con un sueño. El sueño de triunfar como un sociópata neurótico y fundamentalmente inofensivo. Tengo una vida altamente privilegiada, pero en vista de que soy un quejumbroso, escribo novelas de temática oscura, depresiva y sorpresivamente violenta, que son protagonizadas, en su mayoría, por niños llorones que se quejan de todo y de todos ―pero con una ira homicida que puede detonarse en cualquier momento. Como ven, sé lo que le gusta a la gente. *se ríe inocente, pero en definitiva maléficamente* Estoy altamente influenciado por Stephen King (lo considero mi escuela de escritura y no lo lamento), Clive Barker, Patrick Rothfuss, Laini Taylor y Arthur C. Clarke. Y no me molesta en que las influencias dentro de mis libros sean tan descaradas como el cinismo de esta biografía. Me gusta la música Trance. Mucho. La música de Chicane me ayudó a concebir un libro completo. Más recientemente me he vuelto un fan asido del Synthwave, y como lo anterior dicho, ha sido la música de The Midnight la que me ha ayudado a concebir otras tantas historias. Por último, el anime. Sí, me encanta mucho el anime de los noventas y de principios del milenio. Pero, básicamente, Neon Genesis Evangelion ha sido tan elemental para mí, que lo considero como mi biblia (tengo dos tatuajes que aluden a Evangelion, o sea...).

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    El Mundo Donde Nadie Existe - Alejandro Villarreal

    Prólogo

    Esta es la primera vez en mi vida que escribo un prólogo, ni siquiera sé bien de qué va, así que, por favor, no se me regañe por aventar una serie de palabras que se me fueron ocurriendo mientras lo escribía. Leí por ahí que, lo ideal, es que hable del libro «para colocar al lector en contexto». A mí, la verdad, me daban ganas de una nota de autor extensa, pesada, y con una sobrecogedora cantidad de groserías para que vieras lo espeluznantemente gracioso que soy, pero luego decidí que, tanto las buenas como malas impresiones de mi persona, serán trabajo de mis personajes.

    Ah, sí, te lo advierto de una vez: todos están jodidos.

    Y sí, también aprovecho este espacio para aventar tantas maldiciones como la lengua española me permita, dado que, si bien a lo largo de este libro encontrarás una cantidad decente de groserías, me permito adelantarte que este libro lo he editado tantas veces, y ha pasado por tantos filtros de calidad (en cuanto al léxico utilizado), que puedo asegurarte, con la mano en la cintura, que la cantidad de groserías actuales no se acerca ni mínimamente a la original. Sé lo que puede parecer, tal vez tengo un problema de coprolalia, pero, honestamente, siento una clase de placer insano cada vez que uno de mis personajes lanza la palabrota. Es como si me exorcizara a través de la vulgaridad.

    Ahora bien, entremos en materia.

    Si me conoces personalmente ―más que nada, si eres ajeno a mi familia―, te habré mencionado mi enfermiza fascinación con Neon Genesis Evangelion… o mi enfermiza fascinación con ABBA, las dos cosas se me salen con más frecuencia de la que me gustaría admitir, y si te has aventurado a mi biografía de autor (encantadora, lo sé), sabes que ahí menciono lo importante que ha sido ese anime en mi vida… lo suficiente como para habérmelo tatuado, tener los Blu-rays de la serie, las películas Rebuild, y el Blu-ray de The End Of Evangelion.

    Pero también lo suficiente para otra cosa…

    La historia que estás a punto de leer está íntimamente inspirada en todo lo que envuelve a esta serie. Evangelion, por sí sola, se sostiene como una de las mejores series anime de la historia, basta con una búsqueda de google para que confirmes esta declaración. Y yo, con la obsesión que sentía, quería escribir algo que me representara. Este es mi primer libro, y como quiero que ya lo comiences a leer, intentaré ser tan breve como me sea posible quitarme de la cabeza que tal vez no será así.

    Por así decirlo, si a partir de este punto ya quieres comenzar con la introducción, dale, puedes retomar el prólogo en cualquier momento. Sólo una petición, y de verdad lo considero importante ―esto también incluye a quien se quiera recetar el resto del manifiesto―: el Capítulo 12 está titulado con el nombre de una canción, dicho título se menciona en un punto clave del capítulo…, no quiero decirte cómo se supone que tienes que leer mi libro, pero, por favor, te pido que escuches esa canción, ya sea a partir del comienzo del capítulo, o a partir de que es mencionada por segunda ocasión.

    Esa canción representa la piedra angular de mi vida y, sin intención de revelar más detalles, ese capítulo ―el cual también le dio un cuerpo esencial a toda la historia― fue concebido escuchando esa canción. No es difícil encontrarla. Reprodúcela cuando llegue el momento. Reprodúcela una y otra vez hasta que termines el capítulo. De nuevo, te lo pido de favor.

    Escúchala, y déjate llevar…

    Y bien… ¿En qué estaba?

    Ah, claro, Evangelion. Si nunca has visto la serie, no te interesa, o la odiaste, o no le entendiste ―esto lo que más frecuentemente sucede―, no te apures, este libro (espero) te encaminará por una senda completamente distinta.

    Quienes leyeron este libro antes de que lo publicara (spoiler alert: volví a cambiarle cosas), me lo dijeron: Se sienten las referencias, pero no como un descaro. Está por demás aclarar que estas personas habían visto la serie, pero si consideraron que coloqué una respetuosa cantidad de referencias y fan service, me permito asegurar que el texto tiene su propia identidad.

    Con esto quiero decir que «me inspiré íntimamente», no hace referencia a «me lo fusilé de inicio a fin».

    Para empezar, esta historia comencé a tejerla desde que tenía diez años, para este tiempo ya había visto un poco de la serie (mis primos no me dejaban ver los capítulos completos, y por más que hacía berrinche, fue hasta los trece, cuando la vi completa, que entendí el por qué: Evangelion no es un anime sencillo de seguir porque tiene un ritmo pesado, la historia da tropezones constantes en los que es fácil perder el hilo, y, claro, está eso que muchos consideran un bulto impenetrable de aburrición y confusión, llamado «Capítulos 25 y 26»), pero ni siquiera pensaba en Evangelion, sino en otra película que me marcó profundamente: El Exorcista.

    Te darás cuenta del resabio de esa influencia. Desde pequeño quería una historia por demás demencial y con tintes diabólicos, ya que siempre me han gustado los personajes oscuros, los villanos, los anti héroes, y todo eso que pueda definirse solamente con el color gris. No hace falta de muchos recursos para deducir que eso habla tanto de mí que podría resultar insultante; sin embargo, los años pasaron, y fue hasta los diecisiete, edad en la que comencé una relación amorosa y bastante destructiva, que un detalle cambió mi vida.

    Esa persona me motivó a escribir.

    Desde allí comenzó este viaje por el cual hoy ya estuve desesperado por publicar. Siete años, miles de dolores de cabeza, de lágrimas, e incluso dos computadoras, me ha costado que estas palabras lleguen a tus ojos. Como dije, queda un resquicio de lo que alguna vez fue la influencia de El Exorcista, pero cuando entendí cuál era la tesis de Evangelion, debajo de la erotización de niños de catorce años, la (agradecida) cantidad sangre, y las peleas con robots gigantes, no pude dejar atrás la oportunidad de contar mi forma de ver algunas cosas, a mi manera, con mis personajes, con mi ritmo y mis propias resoluciones.

    Ahora no concibo mi vida de otra manera, escribo todos los días en una cafetería por las tardes, me siento fatal cuando no lo hago, y siempre tengo la fantasía de ver este libro, junto con mis próximas obras, en el aparador de lo más nuevo, o lo más vendido, o ver el póster de la película.

    Con justa razón, es que llamo a esta historia, un homenaje a la serie que cambió mi vida desde el núcleo.

    Actualmente tengo 25 años, sigo viviendo en México, y hace mucho tiempo que esa relación amorosa terminó.

    Por último, hay tres cosas que agradezco de haber escrito este prólogo:

    Primero: resultó que no maldije tanto como esperaba.

    Segundo: sé que hablé mucho de Evangelion, pero ese es el contexto que quería darte. Así como la serie, esta historia no habla exactamente de situaciones, sino de sus personajes, y de lo complicado que, en lo personal, fue tener diecisiete años. Como narrador, mi trabajo solamente es darte los detalles necesarios para que tú bosquejes todos los compuestos circundantes a las situaciones. Los personajes, sin embargo, han llegado a ese punto en que (los escritores estarán de acuerdo conmigo) han cobrado vida propia, se mandan solos los desgraciados, y ya no dejan que cuente la historia como se me dé la gana. Ellos ahora son los que me guían. Y se los agradezco infinitamente.

    Tercero: No podía dejar de lado a Stephen King. Evangelion es mi biblia, pero Stephen ha sido mi escuela de escritura. Sin sus libros, no habrían sido posibles la mayoría de recursos narrativos utilizados en este, y mis futuros proyectos. Ya desde este momento podrás notar que, como él, tengo una enfermedad llamada Diarrea Verbal, y consiste en que me da por defecar indiscriminadamente por los dedos sobre el teclado. De no ser así, me daría un ataque de ansiedad.

    Con esto quiero decir que cada una de las palabras aquí escritas son las que me han parecido las necesarias para contar esta historia, la cual, admito, me duele soltar después de tanto tiempo que ha estado sola conmigo, y he cuidado como a un hijo. A estas fechas cumple siete años de haber sido concebido, y creo que hasta se pasó la edad adecuada para su primer día de escuela.

    Y yo soy esa madre que no se irá hasta que el niño se meta a la escuela, escoltado por una maestra, y lo pierda de vista…

    Quiero concluir este texto con lo siguiente:

    Una vez leí, en un libro de Stephen King, que la vida es un baile.

    Claro que lo es.

    Pero yo te quiero decir algo a ti…

    Bienvenido a la fiesta.

    Para mi prima Alma

    Este libro es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, lugares o eventos, son puramente coincidencia.

    Los personajes y todos los hechos aquí narrados son producto de la imaginación del autor y son usados con el único propósito de entretener.

    Introducción

    Dentro de la agobiante desesperación que sentía, el muchacho de ojos azules corría por un largo y angosto callejón, prácticamente a ciegas, aunque la luz de la luna se viera próxima a entrar en ese particular surco de la ciudad.

    Se apresuró diez metros en línea recta y apenas divisó el muro contra el que estuvo a punto de estrellarse. El Errante a su costado notificó que, a su derecha, tal callejón se extendía por otros veinte metros hasta topar definitivamente con pared…

    Esa no era, ni por asomo, la mejor opción de la que podría disponer de haber corrido hacia otro lugar que no fuera el callejón, pero para ese momento, el muchacho ya había tomado muchas malas decisiones, y ya estaba allí dentro. El aroma del peligro parecía estar disminuyendo conforme sus pasos más profundizaban en ese lugar.

    Había personas sin hogar acostadas en el concreto, la oscuridad incrementaba su lobreguez paulatinamente, el muchacho podía respirarla, provocándole náuseas, de modo que se tropezó con bastantes de los indigentes. Se ganó apodos ignominiosos y otras maldiciones.

    Sentía que sus pulmones estaban a punto de estallar por el ardor en el pecho cada vez que inhalaba, hasta que al fin logró llegar al final del recorrido. Recargó la espalda en la pared y se dejó caer lentamente al piso ―encharcado y oloroso. Sudaba copiosamente y su aliento simplemente no daba el ancho.

    El muchacho reparó en que aquella breve pelea con los tres delincuentes no había sido del todo agotadora, pero ese manojo de monstruosidades que componían al Denym Erebópata lo tenía aterrado.

    —¡¿Qué… demonios haré ahora?! —preguntó el muchacho, recuperándose lentamente.

    —Llama tus padres, deben de estar ya muy preocupados —respondió el Errante con suspicacia.

    Sin embargo, algo no andaba bien allí: al Errante se le facilitaba mucho poder localizar a otros Denym, y a lo largo y ancho de toda esa zona había una enorme dispersión de energía… pero ahora no lo lograba, aún después de haber sido pan comido en la ciudad de Rhode Fuss, durante el funeral.

    Había otro componente a considerar: la oscuridad en la que se encontraban adentrados no le parecía nada natural, ya que incluso para el Errante —un ser de posibilidades mucho menos finitas que las humanas—, lograr divisar al muchacho a su costado le requería de un gran esfuerzo.

    El muchacho asintió ante la sugerencia del Errante, sus respiros se escuchaban como graznidos, sacó su teléfono móvil del bolsillo del pantalón y sintió un espinazo de rabia al avistar que la pantalla táctil no sólo estaba completamente destruida, sino que también los circuitos habían sido perforados por una de las tantas balas.

    —¡Maldito pedazo de porquería! —maldijo, lanzando el teléfono lejos de sí. El Errante igualmente bufó con descontento, y fue por primera vez en mucho tiempo que, literalmente, se sintió acorralado.

    —¡Cállate, mocoso! —demandó una voz masculina y perezosa, perdida en el callejón.

    El muchacho estaba agotado, las piernas le dolían y no tenía adónde ir, ni siquiera estaba completamente seguro de dónde estaba, desconocía casi toda la ciudad, era de noche y su ropa estaba cubierta por muchas manchas de sangre. Cualquier taxista tendría todo el derecho de sospechar de un jovencito así… incluso él lo haría.

    —¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy hacer? ¡¿Qué voy a hacer?! —se repetía con las manos en la cabeza, frotándose violentamente el cabello y entrando en un pasmoso ataque de pánico.

    Y aunque ese día, desde el principio, se había lucido bastante prometedor para que los ataques de pánico fueran tan frecuentes como autos transitando las calles, lo cierto es que sólo tendría uno, estaba por suceder, y sería tan fuerte que incluso su alma se paralizaría.

    El muchacho levantó la mirada hacia el Errante, su figura corporal luminosa era lo único que se podía ver claramente, como un marcador de textos; sin embargo, tal maravilla era inútil para alumbrar siquiera las cercanías a su presencia.

    —Creo que de nada servirá que siga corriendo —musitó el muchacho con rendimiento—. Me encontrará…

    Y, justo cuando el Errante estuvo a punto de decir palabra, una voz masculina, clara y firme, intervino en el ambiente:

    —Ya lo hice.

    El ritmo cardiaco del muchacho, de nuevo, se galopó hasta el límite, pero esto sólo ayudó a que su cuerpo se petrificara. El chico del cual provenía la voz no era otro sino el Denym Erebópata, el controlador de las sombras que tenazmente lo había buscado a lo largo de todo ese día y por dos ciudades. Echó una risa breve y mordaz.

    —Ser yo conviene de ventajas —comentó—: una vista nocturna tan clara como el amanecer es una de ellas.

    Zachary gimoteaba y sus extremidades temblaban al son de las palabras del otro jovencito, al que no era capaz de localizar con la vista, ya que su ceguera se había vuelto absoluta.

    —Desde aquí puedo ver que tus pupilas están dilatadas al máximo —continuó el Denym Erebópata con un tono de voz pasivo—, intentan adaptarse a la oscuridad, pero no podrán… Esta oscuridad es mía…, como las víctimas le pertenecen al dolor.

    Hubo un momento en que el silencio se volvió turbio e inquietante, como un recuerdo lleno de furia y rencor.

    —También puedo ver tus poros —continuó—, abriéndose y cerrándose. Conozco la diferencia entre tu sudor de miedo y el de tu agotamiento… ¿Quieres saber cómo?

    La voz del Denym se desvaneció como el eco de una detonación al aire libre. Los rededores del muchacho de ojos azules mantuvieron ese silencio recalcitrante en sus oídos, de modo que sus gimoteos se habían convertido en un estruendo atronador. De improviso, escuchó al oído un pequeño rumor que respondía a su propia pregunta:

    —Por su sabor

    Y, cuando el muchacho sintió la viscosa y húmeda caricia de una lengua en su mejilla derecha, lanzó un grito de horror tan poderoso, que su garganta enmudeció luego de unos segundos, sin alcanzar a cubrir un mínimo espectro de lo que en sus adentros se había desatado.

    El Círculo del Fantasma

    Érase una vez, un muchacho cuya historia asomaba los inagotables horizontes del camino amarillo, a pesar de que él deseaba continuar viviendo.

    Un muchacho que le preguntaba a la luna sobre el lugar en donde la música de la noche evocaba los sueños más hermosos.

    Un muchacho que pedía canciones antes de dormir, tocadas por un piano que sonara cual suave caricia del amor.

    Un muchacho que ansiaba bailar, porque la vida era un baile.

    Un muchacho que observaba la muerte de la noche, preguntándose cuando sería él quien ascendiera cual sol durante el alba.

    Y, cuando las amenazas de un mundo distante se presentaron como demonios malévolos, fue su interior el que se burló insidioso de ello.

    Capítulo 1. Una lámpara descompuesta

    Tres semanas antes…

    1

    La recámara de Zachary fue lo que más sufrió durante la noche, ya que antes de haber dormido había fumado más cigarrillos que de costumbre; no sólo la peste fue lo que se quedó encerrada por la mañana, sino también el calor, como una consecuencia directa de haber caído dormido mientras sentía un desconcierto que había pasado a ser terror en varios momentos.

    Atravesar la barrera de las tres de la mañana fue la más difícil, no había dejado de levantarse al baño para tomar un vaso de agua y mirarse frente al espejo. No obstante, de vuelta en la cama, a los cinco minutos en los que comenzaba a pegar el ojo, cualquier crujido diminuto: una ramita quebrándose o una mosca golpeteando la ventana, lo regresaba a la realidad con el golpe de un cañón en la tierra.

    Pensaba, una y otra vez, en el sonido de su corazón palpitando.

    «Maldita sea contigo, ¡ya cálmate!», se dijo cada vez que podía sentirlo en el cuello o retumbando en su oído derecho tapado por la almohada. Fue hasta las tres menos cuarenta y cinco de la madrugada que por fin lo logró.

    Pero por lograr dormir, no significa que haya soñado.

    Por supuesto que no. Ya habían pasado años desde que Zachary había dejado de soñar mientras dormía, nunca le había dejado de parecer extraño, y solamente había dado ya por sentado que no era capaz de recordar qué soñó; a veces lo añoraba, le daba curiosidad la certeza de los sueños húmedos, o la intensidad de los llamados sueños lúcidos, o la sensación de un desprendimiento… o la impotencia ante una pesadilla.

    Para él, lo que hubiera en ese mundo por encima de la realidad, también lo había abandonado.

    2

    La alarma del despertador rompió con las armonías matinales, el muchacho ni siquiera se molestó en sentarse primero al filo de la cama para luego apagar el bullicio, estaba exhausto y al mismo tiempo continuaba agitado por lo que había visto la noche anterior, de modo que apenas pudo abrir los ojos y extender el brazo para golpear con desganado furor el botón del reloj.

    No se levantó, las sábanas se habían adherido a su cuerpo por la cantidad de sudor que había expelido durante horas, sentía el cabello húmedo en la cara y los diferentes hedores que de súbito habían arribado a su olfato con golpes afanosos: estaba el del tabaco quemado, el de sus axilas sudorosas, el de su almohada que necesitaba lavarse, el de su ropa sucia, etc.

    Comúnmente la recámara estaba hecha un desastre, pero esa mañana dosificó cada desagradable aroma por separado. La boca le sabía a rayos, los ojos le ardían y parpadeaban perezosamente a dispar.

    Lanzó un quejido al reparar que eran las siete de la mañana y tenía que alistarse para ir a la escuela.

    «Cinco minutos más…», pensó. Y cerró los ojos.

    3

    Zachary escuchó que su teléfono móvil sonaba sin parar… cuarenta minutos después de que sonara el despertador por primera vez. Al abrir los ojos, aún soñoliento, tomó el aparato y se advirtió que la melodía anunciaba una llamada.

    «Cara de Nalga», rezaba sobre el número telefónico.

    «Vaya regaño el que me espera… otra vez…», pensó amargamente, deslizó el índice sobre la pantalla hacia la derecha y se llevó el dispositivo al oído.

    —¿Qué pasó, Mike? —preguntó el muchacho con la voz áspera.

    —¿Otro parpadeo de tres cuartos de hora?

    —De verdad que esa fue mi intención.

    Zachary se incorporó en ese instante y tomó asiento al filo de la cama. Lanzó otro quejido al aire y reparó que su cuerpo no sólo estaba pegajoso por el sudor seco en su piel, sino que hedía peor de lo que había percibido en un inicio. Había dormido en calzoncillos, de modo que sus brazos se pegoteaban a la cintura o al abdomen o a las piernas ―sensación claramente molesta.

    —Sí, quién fuera tú —comentó Mike—. Escucha, entregaré los bocetos de Biología y diré que tuviste que ir al doctor por catarro intestinal a Petersmith, ¿está bien? —sugirió, evitando la palabra diarrea porque catarro intestinal, según Mike, era más gracioso.

    Zachary se levantó de la cama y estiró sus ligamentos, su cuerpo delgado continuaba siendo tan blanco como el de cualquier adolescente americano promedio, y se adelantó a su armario para tomar algo de ropa limpia. Salió de su habitación al pasillo, donde había una puerta entre abierta que asomaba al baño.

    —No es necesario, supuestamente ya tuve una la semana pasada —aclaró Zachary—. Me las arreglaré. Avisa a Gaby que en diez minutos estoy allá.

    —Como quieras. —Se interrumpió un momento en el que se escuchó estática en la línea, un momento después se le volvió a escuchar—: Gabrielle pregunta que si acabaste los deberes de Matemáticas.

    —Sí, supongo. —Entró al baño, estiró el brazo izquierdo dentro de la bañera y abrió la llave con una C grabada en cursiva.

    ¿Bien hecha? —preguntó Gabrielle a lo lejos, lo que le indicó a Zachary que Mike de nuevo había hecho uso de su horrenda costumbre por colocar las llamadas en el altavoz.

    —Eso espero. Los veo allá —concluyó y colgó la línea.

    Antes de entrar a la ducha, se miró ante el espejo, sus ojos azules cual zafiro resplandecían por todos los motivos equivocados —y así sería por el resto del día—, el rostro en general se divisaba pálido, pero fueron sus pómulos, normalmente un poco inflados y rosados, los que señalaron numerosas imperfecciones rojizas. El cabello, negro como el plumaje de un cuervo, lacio y de longitud media, se sentía seboso, culpa del sudor nocturno.

    Zachary tenía una belleza tan promedio como la forma de su cuerpo, sin embargo, esa mañana se divisaba descolorida.

    Condenó al culpable cuando se alejó del espejo para verse de la cabeza al ombligo: dicho sopor era síntoma del pasmoso terror que había sentido la noche anterior. Ahora los efectos restantes se presumían ante sus ojos enrojecidos, y antes de entrar a la ducha, recordó a través del vidrio el momento en que ese fantasma había aparecido detrás de él.

    4

    En cuestión de pocos minutos el muchacho tomó su ducha, se arregló para salir y desayunó.

    Con mochila, móvil y llaves, salió corriendo de la casa hacia su bicicleta. Había que conducir cerca de quince manzanas en menos de cinco minutos para llegar a tiempo a clase, o con un ligero retraso. Condujo ávidamente, pero cuando pasó a un lado de la ferretería del señor Dufresne, dos manzanas al sur de su hogar, decidió rendirse en cuanto a los parámetros de tiempo.

    «Llegar tarde, qué más da, eso ya no importa…», pensó con desazón.

    Redujo la velocidad e imágenes del siniestro fantasma llegaron a su mente como balas al objetivo, junto con sus palabras: Te estaré esperando, en tu mundo.

    Lo recordaba, la imagen de su rostro blanquecino y fantasmal continuaba intacto.

    Los latidos de su corazón amenazaron con precipitarse, pero pudo contenerlo y no le requirió demasiado esfuerzo.

    Sus amigos lo sabrían en tanto tuvieran un momento donde la escuela no fuera su tema principal, aunque, conociendo un poco a Zachary, su impaciencia lo domaría y apenas si esperaría hasta la hora del almuerzo.

    Mientras tanto, pedaleando por las calles, distinguió el horizonte asomando al sol en su cándido ascenso, delimitando los edificios más altos de Rhode Fuss —que no eran demasiados, y tampoco muy altos—. Las calles, como siempre, estaban tranquilas, los aspersores de los jardines delanteros a las casas desempeñaban su trabajo, y el aroma fresco del césped se desprendía, combinándose con el ambiente del recorrido. El repartidor de periódicos pasó a un costado del muchacho, a mucha menos velocidad y lanzando tubos de papel grisáceo que golpeaban puertas o caían en arbustos.

    Los suburbios de Rhode Fuss no eran perfectos —siempre se pueden encontrar zonas mucho menos perfectas dentro de la ciudad—, pero Zachary lo consideraba su hogar. Le agradaba que a veces la gente enloqueciera, ya fuere por el partido final del Súper Tazón o el Cuatro de Julio. No obstante, vivir en esos adecuadamente imperfectos suburbios de la ciudad lo mantenía lejos de la escuela.

    Sus amigos también vivían a una distancia considerable, pero ellos no decidían dar un pestañeo de cuarenta minutos.

    Aquella era una de las razones por las que a Zachary le gustaba llegar tarde a clases: los amaneceres eran solamente para él, y aunque persistentemente se prometía llegar temprano al día siguiente, la misma historia se repetía desde años atrás, desde que sus padres habían dejado de llevarlo en auto.

    Siempre que avistaba el sol a lo lejos, ascendiendo lentamente, con el viento fresco rozando su cuello, rostro y cabello. Tenía la sensación de ser parte de una pintura revelándose por primera vez, todo el tiempo.

    5

    —¿Un fantasma, dices? —preguntó Gabrielle mientras sacaba de su mochila una bolsa con recipientes de comida.

    —Un Errante, fue lo que dijo —afirmó Zachary mientras la voz áspera del dichoso fantasma venía a la vida con las palabras del muchacho. La chica le entregó un tenedor de plástico.

    Era usual que tanto Zachary como Mike no llevaran almuerzos: los padres de la chica cocinaban banquetes de la más alta cocina para fiestas, por lo que a principios de semana, siempre había comida de sobra en su casa y, con un par de amigos que se comerían esas sobras sin preguntar cosas como «¿Qué es eso verde que sale de la cosa amarilla?», qué más daba si cargaba un poco más de lo necesario en su mochila.

    Zachary procuró mantener la calma, le parecía estremecedor recordar la noche anterior cuando lavaba los trastos de su cena a la una de la madrugada, cuando sin deberla ni temerla, había sentido un escalofrío que lo llevó a darse la media vuelta para descubrir a un hombre de más de un metro ochenta de estatura —alrededor de cinco centímetros más alto que el muchacho—, con la piel completamente apagada, y una clase de transparencia que desprendía estelas llameantes níveas por todo el cuerpo. Al descubrirle, Zachary había quedado petrificado como una estatua, los gritos se habían ahogado por sí solos aunque el miedo lo tuviera tomado por el cuello; de hecho, el plato enjabonado que sostenía con ambas manos, lo apretó con tanta fuerza que, una vez que todo había terminado, le dolían los dedos y las palmas.

    —Dijo algo acerca de decisiones y algo que todavía no entiendo —continuó Zachary, tropezando la voz—. Al menos no con claridad. Espero que lo entiendan…, estaba muy asustado.

    —Un fantasma se te apareció a mitad de la noche, te habló, se desapareció… Me suena muy razonable —disertó Mike antes de dar un mordisco a un emparedado de aroma y sabores poco convincentes que le había dado Gabrielle, pero sin dejar de dibujar una sonrisa sardónica.

    —Me quedé… sólo allí, ¿entienden? —indicó mientras Gaby le entregaba un recipiente de plástico con una mezcla confusa de «No lo sé, sólo cómetelo», junto con «Ciertamente sabe a algo», y continuó—: Sus ojos eran de distintos colores y…

    —¿Diferentes colores? —preguntó Mike.

    —Sí, ahmm… El derecho era blanco, y el izquierdo era ámbar.

    —Interesante —meditó Gaby.

    —El hecho de los colores no fue lo que más me

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