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Comiendo Techo
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Libro electrónico145 páginas1 hora

Comiendo Techo

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Información de este libro electrónico

Un artefacto nuclear cae, quedando sin deto­nar, en la ciudad de Valencia (¿dónde si no?) Lo que parecería una gran catástrofe queda a la cola de una lista larga y vergonzosa de per­sona­jes, situaciones y despropósitos que sobre­llevar.

En resumen: el autor pretendía cagarse en todo lo que le rodea pero, llegado el mo­men­to, no cabía más.

Si donde hay humo hay fuego, donde hay moscas... ya se sabe.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 nov 2017
ISBN9781386359340
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    Comiendo Techo - Guillermo Céspedes Gorgues

    1ª Edición. Octubre 2017

    La ilustración de la portada y del interior es de Charles Borderline y sólo él tiene el mérito y los derechos sobre ella.

    Ningún derecho reservado por el texto. Puedes hacer lo que te plazca con él, mas no con la ilustración. Veré el plagio como una especie de éxito o reconocimiento, como dijo G.G. Quintanilla.

    NOTA DEL AUTOR

    La gran mayoría de este texto fue escrito en los autobuses de la EMT de Valencia, líneas 79 y 80, yendo o volviendo del curro. Manuscrito en cuartillas, libretas o incuso pañuelos (una vez me quedé sin hojas, ¿vale?) en una fecha indeterminada entre 2007 y 2009. A mediados del 2017 los pasé a ordenador y decidí autoeditarlo porque sí, porque hay cosas peores que escribir un mal libro y autoeditarlo luego, ¿no? Pues claro, ser político, o currar en un banco, o ver y creerse las noticias de la televisión, por ejemplo.

    Agradecimientos

    ––––––––

    Gracias a Victoria por leer, por ser y por querer. Este libro no lo hubiese acabado sin su apoyo.

    Gracias a Wodehouse por haber escrito, mi vida no hubiese sido la misma sin él, y a José Molongui por habérmelo presentado.

    Gracias a Charles Borderline por dejarme utilizar su ilustración para la portada. Y por haberme descubierto a tantos autores magníficos en aquellas tardes-noches, noches-madrugadas inolvidables en el Slaughterhouse. Ramón, eso también va por ti. Gracias.

    Gracias a Ana por la traducción al italiano de las idioteces que le he hecho decir a la momia liberal italiana.

    Gracias a mis tres hijxs, Berta, Martín y Roser por hacer de mis días un caos absoluto y total. No sé qué haría sin vosotrxs. No lo quiero saber, de hecho.

    Desagradecimientos

    ––––––––

    Desgracias a todxs lxs políticxs españolxs, municipales, autonómicos, nacionales o europeos. Sois lo peor. Os deseo la ignominia que merecéis. Toda.

    Dedicado a ti, faltaría más, que estás gastando tu valioso tiempo en leer esta sarta de patocheces en vez de ver la tele o aprender un idioma y huir de este país lo antes posible.

    Gracias.

    De verdad.

    ‘1976 fue un año terrible. Nací yo, mi padre quería una niña, y Fraga fundó Alianza Popular.’

    Luis Demano.

    Investidura

    Donde el miedo llega a donde la retórica no alcanza

    —Si le pido que me ponga un pinganillo, me pone un pinganillo y punto.

    —Pero señor Ferrer, es que no tenemos aquí nada que pueda servirle...

    —¡Dios mío, estamos en el tercer mundo! ¡Somos un país subdesarrollado! No es tan difícil. Sólo pido un cacharro de esos por los que te dictan todo lo que tienes que decir.

    —Es que no tenemos. La anterior administración acabó con las partidas de tecnología innecesaria al aplicar la ley de austeridad...

    —¡Tacaños miserables! Usaré el móvil. ¡Sebastián!

    —¿Señor?

    —Encárguese usted de preparar un móvil, un manos libres de esos y el resto... ya sabe.

    —No, señor.

    —No, ¿qué?

    —No sé a qué se refiere exactamente el señor con el resto.

    —Pues a dictarme todo lo que tengo que decir, por supuesto.

    —Le aconsejaría, señor, ceñirse al discurso preparado por la oficina de Gobernación.

    —¿Qué discurso? ¿De qué habla?

    —Dejé en su mesa ayer, a primera hora de la mañana, el borrador del discurso para su corrección, señor.

    —¿Sospechaba que tenía faltas de ortografía?

    —No, señor. Se lo dejé para que cambiase lo que deseara o creyese conveniente modificar.

    —¿Ese libraco de tapas azules?

    —Correcto, señor.

    —Pero... ¿en qué demonios estaba pensando? ¿Cree que soy una máquina de esas que leen? ¿El pingüinito ése de internet tan majo que lee Guerra y Paz?

    —¿Señor?

    —¡Joder! Debían ser cuatrocientas páginas, lo menos. No suelo leer nada que tenga más de cinco líneas y no contenga dibujos. Eróticos, si es posible.

    —El borrador tenía ocho hojas a cara simple, señor.

    —Bueno, da igual. Lo tiré a la basura pensando que alguien me había tomado por una persona de esas que leen libros por puro gusto. O peor, por uno de esos tipos que leen las cosas de otros y luego las convierten en libros.

    —¿Un editor, señor?

    —Eso mismo. Piense en la de autores trasnochados y dementes que pululan por el mundo, Sebastián. Siempre al acecho de la mínima oportunidad para dejar caer sus ladrillos encima de las mesas de editores...

    —Lamento profundamente no haber advertido al señor la importancia del discurso más que cinco veces a lo largo del día de ayer.

    —Ahora no es tiempo de lamentarse, Sebastián. Fernando Ferrer Ferrer es un hombre de acción cuando las circunstancias lo piden. Y no me equivoco mucho si afirmo que ésta es una de esas circunstancias que no sólo lo piden, sino que lo exigen, a cara de perro. Todo o nada. ¡Marcha! ¡Marcha! ¡Me voy!

    —Señor. No puede irse.

    —¿Por qué?

    —Si no recibe el apoyo del Parlamento, no será Primer Ministro, señor.

    —¿No? ¿Es eso tan malo?

    —Sólo para usted, señor. Si no es nombrado Primer Ministro no tendrá derecho a la protección policial reglamentaria.

    —Es verdad. Ahí afuera hay una turba enfurecida que no dudaría en desmembrarme si ve la ocasión. Debo hacerlo.

    —Claro, señor.

    —Esto... ¿Alguna sugerencia?

    —Podría improvisar, señor.

    —Sí, sí... ¡Sí! ¿Cómo no había pensado antes en ello? Gracias por ofrecerse, Sebastián.

    —¿Señor?

    —No se preocupe. Tendrá que disfrazarse, adelgazar unos cuantos kilitos, ponerse peluca y quitarse esas ridículas gafas, pero podría dar el pego. Vaya al gimnasio ahora mismo a hacer abdominales y pase a la vuelta por atrezo.

    —El discurso tendría que haber empezado hace diez minutos, señor. Me temo que no tenemos tiempo para su hábil estratagema.

    —¡Ahhh! Volvemos, pues, al plan inicial. ¡Usted me dictará!

    —¿Señor?

    —Sí. Cogeremos uno de esos cacharros de las películas, de esos que ni se ven y me dictará todo lo que tengo que decir.

    —Señor, temo no estar a la altura de improvisar un discurso para...

    —Memeces, Sebastián. Viene usted muy bien recomendado y salta a la vista que es uno de esos tíos empollones con los que tanto me metía en el instituto. Vaya a buscar al servicio técnico y que nos preparen algo de tecnología punta.

    —Señor, el encargado está presente desde el principio de nuestra conversación.

    —Estoy teniendo un fuerte dejavú. Ya no sé ni qué demonios digo. ¿Usted entiende algo?

    —Pues depende a lo que se refiera, si es sobre tecnología, no sabría decirle... la verdad es que conseguí este puesto porque mi suegro es diputado...

    —Bueno, me importa realmente poco su árbol genealógico. ¡Consíganos tecnología! ¿Por dónde íbamos? ¡Ah sí! Usted me transmite la información desde bastidores, Sebastián.

    —Ya les he dicho que no tenemos nada de eso por aquí...

    —Pues usaremos el móvil.

    —El señor no estará pensando en salir al estrado con el móvil, quedaría poco decoroso.

    —Pues claro que lo estoy pensando. Es justo lo que voy a hacer. Al fin y al cabo voy a ser el Primer Ministro, ¿no? Diré que estoy en contacto continuo con algún Jefe de Estado, de los importantes, los peces gordos, ya sabe. Seguro que me dará más puntos.

    —Claro, señor.

    ––––––––

    —Señores...

    —Señores diputados, agradecería que dejen de burlarse del señor Ferrer y le permitan comenzar su alocución.

    —[¿Qué ha dicho esta señora sobre mi cabeza? ¿Insinúa que me estoy quedando calvo?]

    —[Alocución es discurso, señor.]

    —¿Qué dice, señor Ferrer? Si no deja ese móvil será muy

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