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Nieve roja
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Libro electrónico135 páginas54 minutos

Nieve roja

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Información de este libro electrónico

En el pueblo montañoso de Akin, la navidad se acerca. Los adornos, villancicos y luces de colores han adornado al pueblo, incluso a nevado por primera vez en la historia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 jun 2021
Nieve roja

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    Nieve roja - Aaron Novelo

    NIEVE ROJA

    UN CUENTO DE NAVIDAD

    © Aaron Novelo

    © Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V. Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac,

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo, Ciudad de México.

    (55) 52930170

    direccion@rodrigoporrua.com1a.Edición,2019

    ISBN:

    Impreso en México ― Printed inMexico

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización  escrita del titular de los derechos patrimoniales 

    Características tipográficas y  de edición:

    Todos los derechos conforme a la ley

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Mariela Fernanda Ceja Gamas 

    Diseño de portada: Alberto Sebastián Gómez

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    NIEVE ROJA

    UN CUENTO DE NAVIDAD

    AARON NOVELO

    ÍNDICE

    Dedicatoria

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Epílogo

    Para Emilio

    Vino del mas allá… de donde todo es distinto.

    Howard Phillips Lovecraft: El color que cayó del espacio.

    "All their Windows were dark. Quiet snow filled the air.

    All the Who’s were all dreaming, sweet dreams without care".

    Doctor Seuss: Como el Grinch se robó la navidad.

    Ropo,pom,pom,

    El niño del tambor: villancico.

    1

    La navidad llegaría pronto, se podía sentir en la atmósfera,  en el frío aire del centro comercial y en los altavoces donde Luis Miguel cantaba sobre una blanca navidad. Maximiliano contempló la pequeña casa de plástico con mágica fascinación, una pequeña choza de madera, rodeada por verdes pinos decorados con un sinfín de esferas multicolores. Enfrente, se encontraba el mismísimoSanta Claus, acompañado por Rodolfo con su brillante nariz roja. El viejo gordo alimentaba al pequeño reno mientras acariciaba su cabeza,  el niño pensó que era su forma de compensar los años de burlas sufridos por su extravagantenariz.

    Maximiliano deslizó su dedo por la superficie de la casita, la oscura madera estaba cubierta por una fina capa blanca de nieve. Aquella era sólo pintura blanca, desgastada ya ―debía ser un producto de la temporada pasada―, seca y desprovista de vida.

    La nieve real era un asunto mágico, la forma en que caía del cielo como si fueran pequeñas estrellas, como cubría todo con una fría sábana resplandeciente de cristales diminutos.

    ―Maxi, deja eso, lo vas a romper― lo único que se rompió

    fue la magia del momento con el martillo de la voz de su madre.

    ―Sí, mami― dijo Maxi dejando la pequeña casa de vuelta al

    exhibidor.

    El niño corrió a lado de su mamá, asomándose con disimulo al carrito de compras. Había jamón, frutas, pan y demás alimentos, tambiénunpaquetedeesferasnavideñaseconómicas,deesasque

    se rompen con tan sólo presionarlas, pero ningún juguete. Bueno,

    apenas era principios de diciembre.

    A pesar de la insistencia de su madre y la complicidad de su familiasobreelpapelprimordialdeSantaenlosregalosdenavidad, Maximiliano ya sabía la verdad oculta; los padres compraban los juguetes. Aún pretendía creer, pero era más para complacer a su madre, la pobre se tomaba tantas molestias para mantener lailusión.

    Elcentrocomercialestabarepletodegente,hombresymujeres corrían de un lado a otro, empujando y dando uno que otro codazo, en sus caras se veía una frenética energía, la misma que se ve en un perro cuando se sacude un juguete frente a él.Todoera culpa del aguinaldo… fuera lo que fuera. Los padres de Max llevabandíashablando del aguinaldo, de cómo les ayudaría a pagar las deudas    y aumentaría las ventas del minisúper. Parecía que, a diferencia de Santa, el aguinaldo era realmentemágico.

    Max miró los ojos de su madre, en ellos no había ninguna energía, sólo fastidio y cansancio. No había aguinaldo para ella.

    ―Jodidosdementes―gruñósumadreentredientes(deseguro no pretendía que Max la escuchara). Se percató de que su hijo la observabaysusmejillassecubrieronderubor―.Salgamosdeaquí.

    Ambos comenzaron a caminar directo al área de cajas, moviéndosepocoapocoentreelmardecuerpos.Unaviejitatomóa Max de la mano mientras gritaba el nombre de un tal Felipe, perolo soltó al darse cuenta de que no era el niño que buscaba. El resto del trayecto, Max se la pasó adherido al brazo de su madre, de lamisma forma en que un náufrago se aferra a un pedazo de madera flotando en el océano.

    ―Oye, mamá― dijo el niño.

    ―Um― gruñó la mujer con tono distraído.

    ―¿Crees que nevé este año?

    ―¿Cómo?

    ―Que si crees que caiga nieve.

    ―Oh, no creo. Con suerte caerá granizo, pero no ha nevado desde la época de mis abuelos, por el calentamiento global y esas cosas.

    ―¿El calentamiento del que?

    ―Nada, mi vida, nada. Apresúrate.

    Había doce cajas regulares en el supermercado, más  tres cajas Rápidas. Pero

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