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Doce maneras de afilarse los colmillos: Doce maneras de afilarse los colmillos
Doce maneras de afilarse los colmillos: Doce maneras de afilarse los colmillos
Doce maneras de afilarse los colmillos: Doce maneras de afilarse los colmillos
Libro electrónico132 páginas36 minutos

Doce maneras de afilarse los colmillos: Doce maneras de afilarse los colmillos

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Información de este libro electrónico

Elisandro es un niño normal, aunque no le gusta beber sangre, no sabe volar y se asusta fácilmente; en resumen, no es un buen vampiro. Para convencer a sus papás de que lo dejen ir a la escuela diurna, deberá someterse a varias pruebas absurdas y divertidas, mientras lidia con sus propios problemas: la luna llena le produce efectos muy raros y su p
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9786076219157
Doce maneras de afilarse los colmillos: Doce maneras de afilarse los colmillos
Autor

Óscar Martínez Vélez

Óscar Martínez Vélez (Ciudad de México) se ha especializado en literatura infantil; también ha explorado los ámbitos de la dramaturgia y los relatos de viaje. Es un escritor diverso y que experimenta con las formas narrativas. Éste es su primer libro en Castillo.

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    Doce maneras de afilarse los colmillos - Óscar Martínez Vélez

    Mi familia

    ¿Alguna vez te has hartado de tus papás? ¿O te han dado ganas de gritar o de jalarte los pelos o salir corriendo o todo junto?

    Yo sí. Sobre todo cuando me decían cosas como: Elisandro, nos preocupas, o también: ¿Ya practicaste la lección?, e incluso: Ay, eres un chamaco muy raro.

    Antes, eso era cuento de todos los días. Regresaba de la escuela, luego era hora de comer y en el momento en que me ponía a ver las caricaturas, comenzaban con sus preguntitas:

    —¿Estás listo para tus clases especiales?

    —Aún no es hora —contestaba yo, porque aún no era hora de prepararme.

    —¿Y ya hiciste la tarea que te dejó el profesor Zuremburg? —insistían ellos. Etcétera.

    Yo soy un niño normal (casi normal…) o, bueno, normal para todo mundo, menos para mis papás y sus amigos: me gusta andar en bicicleta, los cochecitos de armar, los soldados, los papalotes, la plastilina, los helados de chocolate, las pizzas; y jugar con mi perro Espagueti, cuya principal afición es comer golosinas (a mi familia no le da confianza mi mascota). En pocas palabras, a mí me gustan las mismas cosas que a cualquier niño. Aunque una cosa a veces me afecta: la luna. Pero bueno, para darse cuenta de cómo es mi familia, basta con volver a ver la foto de la página 4.

    Una noche mis papás seguían con su diálogo:

    —Pues si no has hecho la tarea que te dejó el profesor Zuremburg, olvídate de salir a jugar.

    ¿Ah, y quién era el profesor Zuremburg?, eso se verá más adelante; pero les puedo asegurar que no era un profesor normal. No como la maestra Bety, una de las personas más simpáticas y creativas que he conocido, pero a quien un día dejé de ver.

    El caso es que una noche todo cambió, cuando un mensajero llevó el siguiente recado a mi casa:

    El inadaptado

    Antes de seguir contándoles los detalles de lo que me pasó aquella noche en la que mis papás se enteraron de la expulsión, quisiera decirles cómo es el Instituto Zuremburg (eso justifica un poco lo que sucedió en ese lugar), y quién es Giselo Zuremburg, su fundador y director general.

    El Instituto Zuremburg está en las afueras de la galaxia, cerca del cementerio, en una navesota del año de la canica, con árboles medio secos que salen por todas partes y cuyas raíces ya casi devoraron todo el fuselaje. Dentro del instituto a cada rato se escuchan los aullidos de una plaga de fantasmas que nadie ha logrado ahuyentar y en sus torres revolotea una familia de zopilotes.

    Pues bien, la silueta de aquel horrible lugar se recortaba esa noche fatídica contra el aro de la luna.

    Quien nos recibía en la puerta era Babalú, un robot deforme que había sobrevivido a las dos últimas guerras y, por suerte para él, aún no lo tiraban al depósito de chatarra. Trabajaba con el profesor Zuremburg como mayordomo y conserje. Siempre me cayó bien, y parece que yo le era simpático; era mi único aliado en esa escuela espantosa.

    —Bienvenidos —así nos recibía siempre su voz ronca de monstruo.

    La noche en que me expulsaron, yo le pregunté lo mismo que le había preguntado toda

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