Fragmentos de una niña decapitadita
Por Elena Román
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Elena Román nos brinda un relato perverso donde mezcla humor negro, poesía, desasosiego y ternura en esta pequeña joya literaria que ya se ha convertido en uno de nuestros títulos imprescindibles.
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Fragmentos de una niña decapitadita - Elena Román
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1. Modular
La puerta de mi cuarto está cerrada desde fuera. No puedo ni quiero abrirla. Papá habla con alguien en el salón. No he oído el timbre, ni el descorrer de los cerrojos, ni un saludo, ni pasos. Y, sin embargo, ha entrado una voz en la casa. Yo intento no hacer ruido durante la visita. Papá habla en un tono extremadamente alto, exaltado. La voz quiere saber quién o qué hay encerrado en el cuarto. Papá, algo nervioso, contesta que nadie, que nada. Yo no me muevo y respiro muy poquito, para que no se note ninguna disminución de oxígeno. La voz ordena a papá que le enseñe el cuarto. Papá introduce la llave y abre.
—¿Ve? Aquí no hay nadie. Ya se lo dije.
Ya se lo dijo: aquí no hay nadie. La niña decapitada no cuenta. Es como un mueble modular.
Papá, en su faceta más ventrílocua, llora de dos maneras, con dos voces. Araño la puerta como muestra de empatía.
2 . Mejor, flores
Papá, ya te he dicho que no quiero que me regales collares.
3. Dos descubrimientos importantes
—¿Qué es eso de la autopsia? —les pregunté—. No me va a doler, ¿verdad?
No me respondieron. No se inmutaron. Entonces supuse que había perdido la voz.
Introdujeron los dedos en formol y se santiguaron. Uno de ellos besó el bisturí. El otro enchufó la sierra eléctrica circular especial para niñas revoltosas. Yo estaba a punto de descubrir que no había perdido la sensibilidad.
4. Una vez al mes
Estoy mareada, floja, algo triste. Tengo una sensación extraña; como si se disputara un torneo de gusanos calientes en mi tripita. Separo las piernas y percibo sangre en mis muslos. He manchado mi mortaja preferida, la misma con la que nací.
No.
No volveré a sentarme sobre mi cabeza. No, mientras no cese este brote mensual de trepanación con su correspondiente hemorragia, efervescente y cáustica.
(Recordatorio: soy muy niña aún para ser mujer).
5. Fotogenia
Mamá solía decir que, algún día, haría algo importante y saldría en el periódico. Lo hizo.
Qué guapa estaba en blanco y negro, llena de río, abortando peces, demostrándole al mundo que ella siempre cumplía sus promesas...
6. Tirabuzón
Un anciano camina con las manos atrás, enlazadas, como los comandantes y los maestros. Cada dos pasos se vuelve y mira a la gente, los coches, el cielo... y todo le resulta igual de indiferente. Pero entonces ve a una niña. Una niña con tirabuzones como muelles de bambú, que está riñendo a un gatito gris. El anciano va a sonreír ante la escena, pero ya no recuerda cómo se hace y, en vez de sonreír, bizquea. Se acerca a ella por detrás. Le gustaría tocar los tirabuzones de esa niña que increpa al animal por ignorarla. El gatito se lame las patas, ajeno a la reprimenda.
Es el mismo gatito que anoche se metió en mi cuarto y estuvo jugando con mi cabeza, abrazándose a ella con las garras y haciéndola girar como si fuera una pelota o una sandía o un planeta.
Finalizado su aseo, el felino se levanta y reta a la niña de los tirabuzones a un duelo óptico. La niña se cruza de brazos y pone cara de muy enfadada. Al anciano le hace gracia y bizquea. Toca el pelo de la niña con la mano izquierda mientras se lleva la derecha al corazón, tensa, agarrotada, intentando atrapar el aire que se le escapa. El anciano se desploma, inerte. El gatito sale corriendo. La niña grita y llora. Se acercan los primeros curiosos y todo sigue su curso hasta que, unos meses