Impala
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Juan Carlos Reyes
Juan Carlos Reyes es narrador y ha publicado los libros de relatos Para subir y caer, Circo de pulgas e Imagínate lejos. Es director y guionista de varios cortometrajes entre ellos, Absoluto vacío ensordecedor, Así comienza una montaña y Silla eléctrica para moscas. Es doctor en Creación y Teorías de la Cultura, y profesor del Departamento de Comunicación de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP)
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Impala - Juan Carlos Reyes
Primera edición, 2021 (UANL)
Reyes, Juan Carlos Impala.
Monterrey, Nuevo León, México : Universidad Autónoma de Nuevo León, 2021. (Narrativa) 112 páginas ; 14 x 21 cm
ISBN: 978-607-27-1471-7
Literatura mexicana — Siglo XXI
CLC: PQ7298.428.E9847 .I47 CDD: 863.7.R49 .I47
Rogelio G. Garza Rivera
Rector
Santos Guzmán López
Secretario General
Celso José Garza Acuña
Secretario de Extensión y Cultura
Antonio Ramos Revillas
Director de Editorial Universitaria
© Universidad Autónoma de Nuevo León
© Juan Carlos Reyes
Padre Mier 909 pte. esquina con Vallarta, Monterrey, Nuevo León, México,
C.P. 64000. Teléfono: (81) 8329 4111 / e–mail: editorial.uanl@uanl.mx editorialuniversitaria.uanl.mx
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A mis padres,
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Impala
A partir de cierta edad, nos observamos menos en el reverso de las cucharas grandes.
Natalie Quintane
Desde la esquina el edificio parece un muro plano y rectangular sin atractivo alguno. Como casi todo lo que la había llevado hasta ese lugar, era una simple ilusión óptica. Con dar un pequeñísimo paso a la izquierda, lo que parecía un muro se convertía en un enorme círculo de concreto. Fue hasta que cruzó las puertas de vidrio que se dio cuenta que el edificio podría compararse con una dona. Lo que parecía un círculo de concreto, es más bien una dona de concreto. En el vestíbulo central hay una escultura monumental de hierro. Eva tiene que levantar poco a poco la mirada para contemplarla por completo. Su magnitud la arroba. Sara le pone una mano en el hombro derecho. Dejan sus mochilas en el área de paquetería. Caminan junto a la enorme escultura hacia las escaleras eléctricas y el gigantesco pedazo de metal las vigila. Eva escucha en su cabeza olas chocando contra la escultura. Ninguna la mueve ni siquiera un centímetro, es un obstáculo infranqueable, de una inmovilidad encantadora. Las escaleras eléctricas emiten un zumbido casi imperceptible, Eva toma con una mano a Sara y con la otra el barandal negro y tibio en donde queda la huella del anterior visitante que se paró en ese escalón. Una sala antes hay más de veinte piezas que emulan una mano en diferentes posiciones. Son de tamaño natural y el artista metió la mano en cera caliente, la sacó, e hizo moldes para las esculturas. En una, su mano sostiene su propia mano.
*
Marco entra al cuarto. Están cerca de cerrar el museo y él es el último dentro de la obra. Un cuarto que es un cubo perfecto. En las cuatro paredes y techo hay sostenidas sólo con alfileres cientos de páginas de lo que podría imaginar varias libretas iguales. Las hojas deben ser más pequeñas que un tamaño escala. Unos cinco por nueve centímetros cada una. El piso está también protegido por tan peculiar tapiz, pero ahí las hojas están cubiertas por cera. Marco dejó en la entrada de la obra, debajo de un sillón de piel y sin respaldo, sus zapatos. Tiene que entrar descalzo para no dañar el piso de la pieza. En dos vértices superiores del cuarto hay ventiladores encendidos y moviéndose con lentitud de un lado hacia otro. Las hojas sujetadas con alfileres se mueven creando un sonido parecido al del aleteo de un ave pequeña. En el centro, una vitrina muy grande tiene dentro dos cabezas de lechuga y más de una treintena de caracoles que llevan ya alimentándose de ellas más de una semana. Cada hoja tiene anotado algún dato importante de recordar para la artista. Fechas de cumpleaños, nombres de amigos, citas, viejas reuniones que no se quieren olvidar, cuadros descritos a detalle para recordarlos un poco. Marco se queda parado justo frente a la vitrina, nota en el piso una huella de cera derretida. Pone su pie encima de la huella con la inofensiva idea de comparar sus tamaños.
*
No eran importantes, todos vamos olvidando cosas conforme avanza la vida. En alguna región de nuestro cerebro se remplazan imágenes con versiones del mismo recuerdo. Olvidamos apellidos, caras, repartos de películas que vimos hace mucho tiempo. Ana ha olvidado por primera vez el nombre de un arquitecto con el que trabajó en una instalación hace más de veinticinco años. Cree recordar una barba, pero no está segura. ¿Fue también él con quien alguna vez tomó una copa de vino en un café escondido en la esquina de un parque? Ana busca el parque, busca la cara del hombre, pero nada vuelve. Semanas después, no recuerda haber perdido ese fragmento de su vida para siempre. Olvidará más lugares, más personas. Llegará a olvidar el nombre de su hija.
*
Sara se sienta en un pequeño sillón de piel sin respaldo y observa cómo Eva se quita los tenis. Cuando se agacha para empujarlos bajo el sillón, Sara besa la parte trasera de su cuello, justo en donde tiene tatuado un impala de largos cuernos. Todavía encorvada Eva voltea a mirarla con los ojos brillantes de lágrimas. Aprieta los párpados con mucha fuerza y se levanta decidida. Sara la ve entrar como si diera un paso al vacío, como si el marco de la entrada fuera la puerta abierta de un avión a treinta y nueve mil pies del suelo.
*
Ya son decenas de libretas en las que ha ido anotando todo lo que considera importante recordar. Hace profundos esfuerzos